Teatro
Alameda (Sevilla) 5/2/2017
Siempre
me ha hecho gracia la propuesta de Neil Hannon, y que conste que no
lo digo de forma despectiva. Frente a esa herencia mal llevada de los
Beatles que representaban Oasis, las indecisiones estilísticas de
Blur, el revival tristón de Bowie que a veces personificaban Suede o
la mezcolanza de los posteriores Kula Shaker, The Divine Comedy
formaba, como suelen decir los ingleses, parte del Britpop pero
manteniéndose aparte.
Aunque
Hannon sea norirlandés, su música huele a los veranos interminables
de la campiña inglesa, refiere a una época en lo que más
escandaloso que podía ocurrir es que una chica fuera en minifalda
por las calles del swinging London de los 60. No en vano, una de sus
canciones contiene la línea “cada vez me estoy volviendo más como
Alfie”. La referencia no es en absoluto gratuita, el film que Lewis
Gilbert estrenó en 1966, presentaba la quintaesencia del elegante joven británico,
independiente, falible en lo romántico como en muchos otros aspectos
de su vida al tiempo que se mantenía irresistible para las damas.
En
los videoclips de la “banda” - uso las comillas porque ya hace
tiempo que The Divine Comedy es un proyecto que depende casi en
exclusiva de su líder y voz solista -, Hannon se presenta como una
suerte de parodia de Alfie. Sí, viste las ropas adecuadas para ser
cool, pero sus marcadas
facciones y lo desgarbado de su físico lo dejan muy lejos de Michael
Caine. Nada de eso, no obstante, quita para que diera un concierto
impresionante en el sevillano Teatro Alameda durante una perfecta
noche de domingo.
Empero, no es rutinario
que un músico de fama internacional venda todas las entradas de su
concierto a una semana vista, una proeza que ni Madonna ni U2 ni
Springsteen han conseguido. Vale, el Teatro Alameda no es lo mismo
que el Estadio Olímpico, pero lo que quiero decir es que La Divina
Comedia ha conseguido eso tan raro que a veces sucede en nuestra
ciudad: que un artista que no viene de ningún reality musical sea
recibido como se merece: por un público que no sólo entiende de qué
va lo están viendo y oyendo, sino que se saben las letras de sus
canciones sin estar esperando, necesariamente, a que interpreten su
tema de mayor éxito.
De igual forma, la
elección de Lisa O'Neill como telonera, con su físico que recuerda
a una joven Shirley MacLaine es perfectamente comprensible y adecuada.
Tocó un corto pero encantador set de temas acompañados por
guitarras acústicas – con la excepción de un canto irlandés que
desarrolló a capella -, que incluían su particular homenaje a Elvis
Presley.
No hubo que esperar mucho
tiempo para que se hicieran unos cambios mínimos en el escenario y
así dar paso a los propios Divine Comedy. Con el grupo ataviado con
casacas y el propio Neil con su disfraz de Napoleon, empezaron con
“Sweden”, dando el pistoletazo de salida a una fiesta que nunca
decayó.
Tengan en cuenta una
cosa: por mucho que el barítono de Hannon a veces recuerde a Peter
Hammill – ya saben, son muchos años de escuchar Progresivo -, y
que su música no sea especialmente atronadora, tiene ese encanto que
hace que uno no pueda parar de mover los pies. Con dos teclados,
acordeón, guitarra, bajo-ukelele y batería le tocó al sexteto sustituir lo
mejor posible los barrocos arreglos orquestales presentes en los
discos.
Otro elemento curioso del
carisma casi involuntario que desprende Neil es que provoca que la
gente le haga regalos, ya fuera el muñeco de peluche hecho por una
amiga mía que representa al músico como al bajito emperador francés
o retratos de su rostro creados por algún fan con no poca
inspiración. Pero aquí he de pecar de favoritismo cuando digo que
me siento especialmente orgulloso de que el peluche acabara, no sólo
formando parte del escenario durante el resto del concierto, sino de
que tuviese su debut televisivo días después en el programa de
Buenafuente. Fuck Yeah.
Por otro lado, aunque el
repertorio de The Divine Comedy no sea precisamente estático durante
las giras, no creo que nadie pudiera quejarse de los temas tocados en
Sevilla. Ahí quedaron la marchosa plegaria de un amante temeroso de
la soledad en “How can you leave me on my own?”, la justificante
del disfraz “Napoleon Complex” - es improbable que el emperador
francés se la hubiera tomado a chirigota de estar vivo -, la
veraniega “Daddy's Car” o la esperanzadora “To the rescue”.
El uniforme dio paso al
bombín y al traje de chaqueta para la cínica reflexión sobre la
crisis económica que es “Complete Banker” - “la próxima vez
podemos crear una burbuja aún mayor” - aunque también sirvió
para ilustrar al gustosamente apaleado aspirante a caballero británico de “Bang!
Goes the knighthood”. Después Neil se acercó a las primeras filas
y cogió el móvil de uno de los miembros del respetable mientras
narraba ese pequeño drama de amor falsamente correspondido que
contiene “Our Mutual Friend”.
“Our Mutual
Friend” representa casi mejor que cualquier otra canción ese
microcosmos en el que suceden las historias de Hannon: hay un stacatto orquestal sobre el que un personaje nos cuenta que está
colado por una chica. Un amigo en común los presenta y después de
coincidir en que la música del local apenas puede oírse hablar, se
van todos al apartamento. Allí hablan de cómo los singles de 45
revoluciones que se intercambian en el tocadiscos son la banda sonora
de sus vidas – un reflejo un poco más fiel a la realidad ahora
mismo sería una lista de reproducción en Spotify -, mientras el
alcohol hace que sus cabezas se sientan un poco mareadas. La música
de la canción da un giro dramático para cuando nuestro protagonista
nos narra el momento en el que, al despertar, descubre a su chica
abrazada al cuerpo de “quien ya dejó de ser nuestro amigo en
común”. Un giro que en cualquier otro contexto sería simplemente
trágico y triste, pero que con la voz y música de Hannon adopta
tintes tragicómicos.
Por eso, quizás, el
primer single del reciente “Foreverland” (2016), “Catherine the
great” se parecía peligrosamente a una canción de Monty Python.
Quizás por eso, recurriese a la misma parodía que utilizaba a veces
el grupo de comedia casi inglés por antonomasia (recordemos que
Terry Gilliam era estadounidense): hay un punto en el que el
escenario se transforma en el plató de un acartonado y auto paródico
programa de variedades televisivo ambientado en los 60 – incluyendo
sintonía pregrabada -, incluyendo el romántico dueto que es “Funny
Peculiar” que contó con la mismísima O`Neill como pareja de
Hannon.
Para mí, ya con
“Something for the weekend” y “National Express” (el “tema
famoso” del grupo) ya podía irme más que contento a casa. Pero
los bises con “Assume the perpendicular”, “Drinking Song” -
recuerdos de “The Company” de Fish me asaltaron la cabeza – y
“Tonight we fly” sellaron un show que, salvo un par de acoples en
el micrófono, sonó de fábula y que nos mandó a todos más que
contentos a casa.
Tan sólo me queda
agradecer y animar a Nocturama por más shows así.