martes, 31 de enero de 2017

DE ERRATAS Y COLABORACIONES

En mi post ÉPICO “24 horas no fueron suficientes” sufrí de un mal que suele asomar la cabeza cuando algo se alarga demasiado, esto es, se me ocurren cosas que incluir pero al pasar tanto tiempo gestando la susodicha entrada, para cuando llegó el momento de dichas inclusiones, estaba ya tan hasta los huevos que mi cerebro pasó por alto darles el toque definitivo.



Eso sin olvidar las faltas de ortografía.

Pero hubo dos momentos especialmente flagrantes y ambos se refieren al concierto de David Gilmour (¿Hasta cuando puede colear algo que ocurrió en Julio del año pasado? Pues parece que bastante tiempo). Por un lado empecé una reflexión sobre el hecho de que Chester Kamen estuviese en la banda de Roger Waters la primera vez que lo vi en directo... olvidando concluir que lo más gracioso de todo el asunto es que, tantos años después acabara viendo a Gilmour con Kamen entre sus filas ¡Pero sin Jon Carin que, como quien dice, había estado en su grupo hasta antes de ayer! Y sin Phil Manzanera, a quién un año antes había preguntado por Gilmour durante una entrevista. Para ser más exactos, le pedí que hiciera entrar en razón al bueno de David para que visitara España en su próxima gira. Obviamente, no funcionó.



Todo esto me recuerda un comentario muy gracioso – dentro de su contexto, he de aclarar -, que se realizó en los inevitablemente foros sobre Pink Floyd. Aclaración: los foros es lo que teníamos antes de existir Facebook. Cuando apareció “On an island” (2006) - tercer álbum en solitario de Gilmour, aunque da la impresión de que para él fue el primero -, le preguntaron al guitarrista y cantante si no pensaba volver a girar con Pink Floyd. La respuesta de Gilmour fue “no me veo saliendo a la carretera con la misma banda en la que me pasé 25 años”. Por supuesto, el fan quisquilloso que uno puede encontrarse en los foros no tardó en señalar que, de hecho, el grupo que había formado para presentar “On an island” en directo, era, básicamente, el mismo con el que había estado tocando durante, al menos, los 18 años anteriores. Recordemos, Guy Pratt y Jon Carin (bajo y teclados, respectivamente), se sumaron a las filas de Pink Floyd en 1988, mientras que Rick Wright... ¡Cojones, Rick Wright era miembro fundador de Pink Floyd!



Supongo que la incorporación de Manzanera o el hecho de tener a un batería que no fuera Nick Mason en su banda eran suficientes para que Gilmour diferenciara a su combo con respecto a lo hecho anteriormente. Pues vale.



La otra cosa es que, durante la entrada me refería a la “poca duración de mis vídeos del concierto”. No hace falta ser especialmente avispado para darse cuenta de que, ninguno de los vídeos que jalonaban el post había sido grabados por servidor. La cosa va como que así: desde que la buena gente de Youtube permitieron que la aún más buena gente de Porcupine Tree Limited (la oficina de representación de Steven Wilson) me tumbara mi vídeo del show del propio Wilson en Barcelona - “tumbar” es que reclamaron una violación de su copyright, lo cual desemboca en que te borran el vídeo y Youtube te da un tirón de orejas, junto con un cursillo animado de pocos minutos sobre la autoría de los contenidos que uno sube, sí, en serio -, tengo mucho cuidado de lo que añado a mis canales. Leñe, sólo tengo dos y ambos con mi nombre.



El equipo de Gilmour no es muy permisivo con según qué cosas, creo que sólo dejan un vídeo en Youtube si está terriblemente grabado, con una calidad de imagen y sonido tan horrenda que sólo el fan más acérrimo dedicaría algo más que un par de segundos a verlo. Bueno, o si pertenece a una agencia de noticias de verdad.

Así que realmente me la juego al incluir algunos en este post, pero me debo a vosotros, mi enorme, ENORME público ¿Quién dijo miedo? Lo más gracioso es que cuando opté por hacer un pequeño montaje de todos los vídeos del concierto y lo subí a mi Facebook personal, la increíblemente buena gente de Zuckerberg me informó de que David Gilmour tenía que autorizar la difusión del mismo. Obviamente, imagino que no se trataba de Gilmour y Polly (su esposa) delante del portátil juzgando todos y cada uno de los vídeos que aparecían con su nombre en el titulo, sino del equipo dedicado a las redes sociales del músico.



Empero, y esto es importante. Al igual que pasa con algunos vídeos que uno sube con versiones de temas ajenos, Youtube no tarda en informarte, en base a sus logaritmos internos de reconocimiento, que tal discográfica o editora tiene los derechos de una canción y que si te han incrustado anuncios en tu canal de cara a ganar dinero, los beneficios que devengan de los visionados irán a manos de los que poseen tales derechos. Está muy mal que casi todas las canciones del universo estén disponibles en Youtube por la cara ¿Verdad? Ahí os dejo mi enésima reflexión sobre las incongruencias de la malvada piratería.

Y ahora, las colaboraciones en los dos últimos ejemplares de la This is Rock


PROG... Y NO TAN PROG.



Creo que aquí ya he hablado en unas cuantas ocasiones de lo que opino de Neal Morse. Sigo opinando más o menos igual porque él tampoco es que haya cambiado mucho... ni yo, ya que nos ponemos. A riesgo de repetirme, ahí va eso: Neal es una figura especialmente inspiradora para mí. Creo que Spock's Beard – grupo del que era líder y con el que yo lo conocí -, a pesar de sus aires retro, fue una de las mejores bandas de Progresivo surgidas en los 90, aunque sus miembros ya estuvieran mayorcitos a la hora de publicar su impresionante debut, “The light” (1995). Después de leer su libro “Testimony” (2011), entiendo mucho mejor su conversión al cristianismo... al mismo tiempo que a veces la fuerte influencia de su fe en la música que hace se me atraganta. Como le dije a él mismo y a Mike Portnoy durante nuestras entrevistas, yo soy un ateo bastante convencido – no por nada, es que los dos me lo preguntaron -, pero eso no quita para que aprecie la belleza de lo que hace.



De hecho, en las entrevistas, ese espíritu de buen rollo cristiano se traduce en que hay ocasiones en las que me da la impresión de que a Morse le gustaría decir algunas cosas pero no se atreve por miedo a quedar como un bocas, o simplemente, porque iría en contra de las ediciones éticas que implica su práctica religiosa.



En esta última ocasión, que por fin fue por Skype en lugar de la terrible línea telefónica que provoca más problemas que otra cosa, Neal pareció estar más relajado para hablar de su nueva obra, “The similitude of a dream”. El doble disco conceptual aparece como una reseña destacada en el número 150 de la revista, amén de mi conversación con Neal, así que ya ahí podréis apreciar lo más relajado que estuvo en esta ocasión el músico. Yo lo sigo considerando un genio, a pesar de lo repetitivo que pueda llegar a ser en algunas ocasiones.



Otras cosas que cayeron en mis manos fue el nuevo álbum de Gong, la reedición del fabuloso primer y único álbum de How we live (próximamente en “Discos Locos”, por cierto), terminando con el sexto volumen de los “Homebrew” de Steve Howe. Para aquellos que gusten de escuchar las maquetas del guitarrista...






Ya para el número 151 se concentra bastante material de un servidor: al pasar las primeras páginas nos encontramos con mi crítica del libro “Buck'em”, una auto biografía de esa gran figura del country que fue Buck Owens. Qué quieren que les diga, a mi el Country como género siempre me ha hecho mucha gracia, es como la copla para los estadounidenses. Entendiéndolo como ese estilo de música que cuenta “las cosas como son” en sus letras, acompañadas de una música que puede entender desde el redneck más paleto en Texas hasta la it girl más sofisticado del Upper Manhattan. Y basta ya de usar anglicismos que parezco gilipollas, y ya se me va mucho con serlo.





La primera vez que entré en contacto con la música de Owens fue, como a veces ocurre, sin que yo fuera consciente de qué demonios estaba escuchando. Su versión del tema “Act naturally” abría el documental “Capturing the Friedmans” (Andrew Jarecki, 2003), que si a mí me preguntan, es el más acojonante film de terror jamás estrenado. Curiosamente, no ha sido hasta leer el volumen que he descubierto que el tema no es realmente suyo, sino una versión. No es tan raro que un artista sea conocido por una versión, pero al leer las palabras de Owens – básicamente, el libro se vertebra alrededor de las cintas que dejó grabadas el músico, contando su vida oralmente -, uno cae en la conclusión de que en el mundo Country las canciones casi que se pasan como cromos para ver quién tiene más suerte con cada una.



Tal es la forma que tiene el bueno de Buck de describir los acontecimientos de su vida. Hay sin lugar a dudas, espacio para el arrepentimiento – no tiene problemas en admitir que las mujeres siempre han sido su perdición, llevándole a una serie de conductas del todo incongruentes -, pero también para llevar al lector a una época en la que no existía casi nada del mundo que conocemos ahora. Casas en las que no había cuartos de baño, trabajos eventuales en el campo, peleas, antros en los que tocar horas y horas... Y Nashville.



No deja de ser curioso esto último. Como mucha gente sabe – o debería saber -, Nashville es una ciudad cuya vida se sostiene, en un alto porcentaje, alrededor de la música, y para ser más concretos, de la música country. Demonios, si hasta Robert Altman le dedicó una película al tema. Por eso no deja de ser curioso que uno de los nombres más destacados del estilo prefiriese su pequeña localidad californiana como base de operaciones, y que prácticamente tilde de mafia a la gente instalada en la ciudad de Tennesse.

Aunque hay momentos en los que se hace un poco cuesta arriba – los comentarios sobre los Beatles, que habían versionado a su vez “Act naturally” en base a la toma de Owens quedan un poco rancios – ha resultado una lectura muy entretenida. Y recordemos, Owens grabó OTRA versión de “Act naturally” con, según Paco Fox, el mejor actor de la historia. Sí, Ringo Starr, a fin de cuentas, era su momento estelar en los shows de los Fab Four.



Pasamos las páginas y mi siguiente aportación es una charla con el israelí Aviv Geffen, 50% de Blackfield, siendo la otra mitad el bueno de Steven Wilson. Una pequeña consideración sobre Blackfield: desde que conocí la música de Porcupine Tree y la miríada de proyectos en los que, aparentemente, Wilson estaba siempre metido, me preguntaba cómo encajaría su forma de componer dentro de un marco exclusivamente pop. Algo parecido me preguntaba con el otro “hombre más ocupado del Progresivo” como es Mike Portnoy. Al batería le costó un poco más y ha terminado con dos proyectos que siguen demostrando a veces un alto octanaje instrumental como son The Winery Dogs y Flying Colours. Pero Wilson se le adelantó con el primer álbum de Blackfield (2004). De acuerdo, es discutible si Steven ya había puesto un pie en el terreno más convencional con los discos “Stupid Dream” (1999) y “Lightbulb sun” (2000) de Porcupine. Pero la magia de Blackfield se basa en que sigue con esas oscuras texturas sonoras y la perenne melancolía al tiempo que se apoya en melodías que uno puede tocar fácilmente con una guitarra acústica.



Para mí, los dos primeros discos del dúo y su directo en Nueva York conforman una trilogía envidiable que ilustran perfectamente el por qué de esta colaboración. Reconozco que desde el momento en que Wilson se distanció del proyecto para dejarlo casi todo en manos de Geffen – aunque siguiera aportando voces y guitarras -, perdí un poco de interés en su trayectoria. Me seguían gustando los singles, pero empezaba a ver que se había instalado una cierta rutina alrededor de su modus operandi. Ni siquiera las colaboración especial de Brett Anderson me llamaban especialmente.



Con “V”, vuelve a la palestra Wilson, también aparece Alan Parsons tras los mandos de producción en varias canciones y los temas tienen más enjundia. Hay algo de vuelta a los “buenos malos tiempos”, aunque eso también conlleva cierta sensación de rutina. Para hablar de todo eso, nos citamos vía telefónica con Geffen desde las oficinas londinenses de su discográfica.



Fue una conversación interesante, como otros melancólicos musicales – Tim Bowness, el propio Steven Wilson -, Geffen es de risa fácil, pero a diferencia de sus colegas, se diría que se nota el peso de su seriedad artística en la conversación. O dicho de otra forma, no creo que su música sea tanto una válvula de escape como un fiel retrato de su forma de pensar, aunque espero que eso no incluya algunos de sus textos más simplistas y denostados como “Que te jodan, vete al Infierno” (y así 3 minutos).



Un aspecto interesante de la charla – y que el dire de la revista se ha afanado de poner como titular – es el enfrentamiento de Geffen con Waters debido al apoyo del último al boicot contra Israel. Sí, este blog empieza a parecer un monográfico sobre Pink Floyd y su mundo... ¡Y eso que aún no he dicho mi opinión sobre el imposible cofre de “Early Years”!



Vayamos por partes, en todo caso. Siempre he admirado mucho a Roger Waters, principalmente como músico y artista visionario. Hubo una época en la que me sentía especialmente identificado – como buena parte de la población mundial – con “The Wall”, hasta el punto de pensar que era mi disco favorito... hasta que recapacité. Me sigue pareciendo genial, pero también conviene darse cuenta de que es un álbum compuesto por un músico millonario que se estaba quejando de lo mal que estaba su mundo. Por supuesto, un artista con varios millones en su cuenta corriente puede crear algo tan valido como alguien que está al borde de dormir en la calle, pero esa no es la cuestión. La cuestión es que tener éxito contando tus mierdas y emocionando a la gente con ello – porque tus mierdas se parecen de alguna forma a las suyas -, no te da carta blanca para opinar de todo.



Empero, Waters lleva años con su particular cruzada contra Israel y los artistas que actúan allí, entre ellos el muy llorado Leonard Cohen que tocó en Tel-Aviv hace algunos años. A diferencia de los dos temas que lanzó como protesta contra la Invasión de Irak - “To kill the child” y “Leaving Beirut”-, en los que señalaba una cierta caridad por las victimas de los movimientos de la “Alianza de Civilizaciones”, sus declaraciones contra Israel han sido ataques frontales, bordeando el insulto personal hacia algunos de sus colegas.



La contradicción es esta, Roger dice que no se puede actuar en países que apoyan la masacre de sus vecinos, que levantan muros y que invaden territorio ajeno... Esteeeee, supongo que las millonarias giras por Estados Unidos no entran en la ecuación. Lo más gracioso de todo el asunto es que cuando Waters actuó por primera vez en Israel, su argumentación sobre el tema fue que no era consciente del conflicto con Palestina. Supongo que lamentarse durante tantos años de lo mal que le trata la vida desde su mansión en los Hamptons neoyorquinos tiene esos efectos colaterales, dejas de interesarte por las noticias de la sección de Internacional.

Lo mejor del asunto es que intentara discutir del tema con Geffen, esto es, un señor que protesta contra los movimientos de su gobierno DESDE DENTRO y aún así intentara llevar la razón. En fin...



Mi siguiente aportación a la revista tiene forma de una animada charla con Daniel Gildenlöw, líder de los muy suecos, muy metálicos y muy progresivos Pain of Salvation. En realidad, Daniel y yo deberíamos haber hablado hace tiempo, cuando la banda lanzó el acústico “Falling Home” (2014), pero fue uno de esos casos en los que servidor se quedó mirando el teléfono... y no pasó nada.

La cosa quedó compensada con creces con una conversación de 45 minutos - tal y como el músico me advirtió “suelo dar respuestas muy largas” - en la que tocamos varios temas, no siempre musicales. Conviene recordar que antes de grabar “In the passing light of day”, Daniel pasó por una absurda infección que estuvo cerca de acabar con su vida, poca tontería. Por supuesto, eso abrió la puerta a hablar de la religión, un tema que a la gente del Norte de Europa parece tener bastante pillada, y me muero de ganas por leer un estudio bien informado por parte de algún sociólogo sobre el tema.

Aunque reconozco que Pain of Salvation no es una de mis bandas favoritas, creo que hay algunos momentos realmente conseguidos en el nuevo álbum, y Daniel ya me caía bien desde antes de entrevistarlo, así que resultó en una tarde muy entretenida. Me gustaría darle un final más épico a este párrafo, pero de dónde no hay no se puede sacar.



Terminamos la sección “entrevistas” con una banda de la que yo había oído hablar antes de enfrentarme a su líder, pero cuya música nunca había escuchado. Hablo de The Dear Hunter (la banda) y de Casey Crescenzo (su líder). Lo de este grupo es un poco extraño, son una formación que tienen un estilo muy particular, en cierta forma Progresivo pero también deudor de formulas que al mismo tiempo son muy convencionales y muy experimentales.



Ya lo comenté en otra entrada, pero tal y como pasa con ciertos grupos – en especial cuando el grueso de su obra grabada es una serie de discos conceptuales con una historia en común -, tienen un mundo propio que está muy bien si consigues meterte en él, pero al mismo tiempo te puedes sentir un poco rechazado si no sintonizas del todo. Yo creo que he conseguido meterme bastante de cara a la entrevista, pero al mismo tiempo me da la impresión de que necesito algo más de tiempo y calma para ver si me engancha del todo.



Casey es un tipo intenso pero de trato afable, se toma muy en serio lo que hace pero nunca llega a acaparar la conversación con los “porque yo, porque yo, porque yo...” que suelen ser característicos de algunos artistas. Y ya cuando nos pusimos a hablar de guitarras... en fin, pueden ver el resultado en la entrevista. En todo caso, recomiendo encarecidamente, una vez más, su nuevo “Hymns with the devil in confessional”.



Ya en la sección de reseñas, cayó la reedición del disco “perdido” de Gary Wright, el “regreso al Rock” de Sting (lo que tiene que hacer es dejar de hacer giras de Grandes Éxitos, que tiene suficientes canciones buenas en el repertorio, cojones), y un “nuevo-viejo” directo de Eric Clapton.




Ea, otra entrada que creía que iba a ser cortita y he acabado... en fin, que sí, que debería ser capaz de comprimir un poco más mis ideas...

lunes, 16 de enero de 2017

DISCOS LOCOS

Esto era el siglo XXI

Hace años, intentaba estudiar una carrera  tener uno de esos horripilantes primeros trabajos de repartidor de publicidad con los que costear mis gastos personales (a Dios gracias, mis padres se podían permitir pagarme los estudios) y los sábados, después de comer, cogía un autobús para ir a la pequeña emisora local de la localidad sevillana que tiene por nombre La Algaba.



De hecho, aquella no era ni siquiera LA radio local del pueblo. En la Casa de la Cultura, el PSOE había instalado toda una serie de pasatiempos para los más jóvenes en un intento de ganarse en voto joven, lanzando así un nada despreciable órdago a Izquierda Unida, que por aquel entonces mandaba en el pueblo, no sin alguna que otra polémica de por medio. Aunque si he de recurrir a la memoria de colegas periodistas, estos me cuentan que no recuerdan un momento de la historia de La Algaba en que no existiese alguna “movida” en el ayuntamiento por parte de unos u otros.

Servidor, que como a John Martyn, le gusta definirse como un “socialista, pero de salmón ahumado” - y junto que a los dos nos gusta Phil Collins, ahí acaban mis parecidos con el cantautor escocés -, estas maniobras de corte político en un pueblo en el que no vivía, como que me daban igual. Un amigo de la facultad – gracias Germán -, me dijo que si quería, había una hora libre para mí frente al micrófono y la mesa de mezclas. Todo eso antes de hacer mi curso de FPO en Sonido.

Así que ni corto ni perezoso, con más sueño que un gatito al lado de una estufa, me marchaba al muy hispalense Arco de la Macarena, cogía mi bus, cargado con Cds, un pequeño radiocasete que le tenía que “tomar prestada” a mi hermana si quería grabar mi aterciopelada voz mientras sonaba por la FM de corto alcance y muchas ganas de “hacer radio”.

Esta es una foto encontrada al boleo en Google, pero se pueden hacer una idea aproximada de cómo era mi emisora...


A esas alturas, me había costado un tiempo aficionarme a la radio como oyente. Las Radio Fórmulas nunca me han hecho especial gracia, pero cuando descubrí algunos programas que de verdad me llegaban – no voy a ser aquí un paroxismo de originalidad, “La rosa de los Vientos”, “Diálogos 3”, “El ambigú”, “Gomaespuma” y “Si amanece nos vamos” - costaba despegarme del aparato en la cocina de mis padres.

Mi programa se llamó “Esto es el siglo XXI”, tenía la canción de Marillion como sintonía e intentaba llevar a las ondas con lo mejor del “Progresivo, las Nuevas Músicas y las Bandas Sonoras”. O en otras palabras, ponía en la bandeja del lector quíntuple de discos compactos – qué pasada - una selección de mis álbumes favoritos (cuando no existía ni Spotify ni Youtube y tener una colección de discos tenía algún tipo de valor), amén de algunas de mis nuevas adquisiciones.



Intenté imitar lo mejor posible el formato de “canción seguida de explicación de la música seguido de otra canción”, entretener y divulgar (si es que semejante cosa era posible en mi caso), para mi pequeño (¿Inexistente?) público. Después de mí venía un chaval con un voluminoso estuche de Cds Princo, cargados hasta las manillas de cañera música electrónica – bakalao bastante choni, me temo -, con los que animaba a la juventud que a última hora de la tarde se preparaba para salir... y supongo que para escuchar más música electrónica machacona.

Eso tiene gracia, aunque sea por un detalle tan absurdo como que el chaval en cuestión me dijo poco antes de empezar su programa que le gustaba mucho cómo lo hacía pero que “ponía música muy rara”. Ouch.

Una de las veces que fui a la emisora estaba tan cansado de la semana que terminé quedándome sopa en el bus, tanto es así que el conductor tuve que despertarme al final del trayecto. El camino que había memorizado cuidadosamente desde mi parada habitual no me sirvió de gran cosa. Afortunadamente La Algaba no es muy grande, bordeé la plaza de toros portátil, me encontré con una señora mayor que ante mis preguntas de cómo llegar a la Casa de la Cultura me respondió que la pobre “no sabía leer” - toma ya hostión contra la realidad, Francisco – pero de algún modo mágico (andar hasta los distintos límites del pueblo y dar marcha atrás) conseguí llegar a la radio y hacer el programa.



No fue ese el día que dejé “Este es el siglo XXI” ni tampoco la ocasión en la que me encontré el equipo de emisión apagado sin saber ni cómo o ni siquiera si debía ponerlo en marcha. Pero poco a poco mis ganas de “hacer radio” se erosionaban, total, lo más emocionante que podía ocurrir es que algún conductor despistado pillase a su paso por este “pueblo acogedor” - tal es el recibimiento descriptivo que luce a la entrada, y razón no le falta -, un tema de 20 minutos de duración de Genesis mientras trasteaba en el dial de su radio en el coche. He de reconocer que semejante chorrada era uno de los acicates para seguir castigando mi pobre cuerpo que, al volver, no tenía ganas de beber hasta olvidar, sino de derrumbarme en la cama para después un alegre domingo comatoso.

Grace Morales (No, la escritora no)

Cuando hace cosa de unaño y pico, mi cita con el programa “El legado de Gracita Morales”- dirigido por el sin par Doctor Música Ismael – se vio adelantada por una serie de vicisitudes, vuestro DJ favorito de Radiopolis me espetó que “el programa hoy es tuyo, haz lo que quieras”. Y como no hace falta decirme mucho más para que se me ponga la cara del Joker interpretado por Jack Nicholson, - “esta radio necesita un enema” -, pues en cuanto señalé que bajaran el volumen de la banda sonora de “Sor Citroën”, di la mejor versión del locutor con voz melosa de la que soy capaz.





Terminamos una hora de alegre dialogo, innuendos (algo que con Ismael parece inevitable), vodka con limón (creo recordar) y mis novedades musicales. En el post mortem del programa, Doctor Música me comentó que quizás estaría bien que me montase un programa para la radio. Mmm...

Uno de mis muchos problemas es que si alguien me sugiere algo, se queda en alguna parte de mi cerebro, en un lugar indeterminado a donde mi atención vuelve en esos momentos en los que no hay aparentemente nada con lo que preocuparme / fustigarme. Peor aún, empiezo a construir castillos en el aire que empiezan con un “¿Y si...”

Tenía claro que si me embarcaba en una empresa semejante no podía ser con el formato de entrevistar bandas emergentes – de eso ya se ocupa Ismael, y muy bien, por cierto -, tampoco puedo afrontar la tarea de hacer un magacín matinal diario si quiero seguir dedicándome a otras cosas, ni quiero hacer algo filosófico en lo que se pincha música de cuando en cuando. Sólo hay un Loco de la colina, o un Perro Verde, o lo que sea. Pero mejor que siga habiendo sólo uno, como al final de Los Inmortales.

Otros nombres de la emisora como María Limón, mi “prima” Maribel Roldán o Blanca Izquierdo (aka La Perra de Pavlov) ya tienen ocupado el sitio de la cultura, el activismo social o lo directamente político. Por lo tanto, a base de tachar lo que era imposible me quedé con...¡Los monográficos musicales!



Empero, mi colegas Fran y Ramón Garcia ya repasan el contenido de la This is Rock en su programa – amén de dedicar programas enteros a algún artista o disco -, por lo cual, y en el saturado panorama radiofónico más podcasts. Así que a mí sólo me queda lo que, por otro lado, es lo que yo tenía más ganas de hacer: poner esos discos que me encantan de artistas que no demasiada gente conoce e intentar ponerles un contexto, una explicación, traducir las letras...

Nace así “Discos Locos” - después de desechar “Discos perdidos” por demasiado serio – una serie de programas mensuales en los que destriparé un álbum durante el tercer lunes de cada mes, de 21:00 a 22:00 horas. Siendo el primero...



Ou Yeah.


Os espero.

lunes, 9 de enero de 2017

¡QUE ME VOY DE GIRA! (o algo así)




Dice Nick Mason en su biografía sobre Pink Floyd – incluso si sólo tenéis un lejano interés en la banda, TENÉIS que comprar cualquiera de las versiones del libro, en especial la tocha original inglesa -, que los primeros tiempos del grupo tras la marcha de Syd Barret, lo que hacían era más gigging (dar conciertos de forma aislada), que touring (o sea, lo que viene siendo una serie de bolos ordenados con cierta lógica).

Bueno, pues casi sin comerlo ni beberlo, servidor se ha visto con una solución intermedia para Enero de 2017. Porque no hay nada mejor que empezar la siguiente ronda de 365 días con una serie de shows semanales en el, probablemente, mes más frío del año ¡Y empezando en una ciudad costera! Si con esto no consigo batir el récord de asistencia mínima a mis conciertos, ya no sé cómo lograrlo.

TOTAL, que “Canciones Desnudas” sale a la carretera con tres conciertos, tres, antes de que me meta en el estudio para darle forma a las, oh sí nena, versiones de banda al completo de mis temas. Así las cosas, arrancamos en La Tacita de Plata, Cadiz, en la sala Nautilus el Viernes 13. No, no creo que dé el concierto con una máscara de Jason Voorhees. Pero tampoco podemos descartarlo. Entrada a 3 míseros euros.



La siguiente cita será en La Madriguera, librería-café sita en Ciudad Real, localidad en la que nunca me he parado más de 2 minutos (sí, porque el AVE pasa por allí) pero que en esta ocasión espero conocer un poco más y rezo porque la gente venga, en este caso la entrada es gratuita.



Y para terminar, la Capital del Reino. Madrid. El 26 de Enero (otro jueves) vuelvo al local donde toqué en Septiembre del 2015 – he tenido que mirarlo, no tengo tan buena memoria -, esto es, Fulanita de Tal / Fulanita en Vivo. Se bajan en el metro de Chueca y ya están al lado, tal y como está el coste de la vida uno tiene que subir el importe a 4 euros ¡Vaya ruina, cómo se pasa el Fran! Por cierto, además de 90 minutos o así de música buena buena, también habrá sorteo, en todos los shows, del PROGRAMA DE LA GIRA. Ya saben, un libraco con relatos cortos, fotos, letras... ¿Qué más quieren?



Por cierto, según he ido preparando el repertorio, me he dado cuenta de que he acumulado una nada razonable cantidad de temas nuevos, nuevas versiones, temas antiguos y versiones antiguas. Me podría dejar llevar y ponerme con shows de 3 horas, pero sinceramente no necesitáis escuchar un deterioro tan evidente de mi voz después de dos horas forzando para alcanzar notas que, con toda seguridad, mis cuerdas vocales no pueden alcanzar.



Así que, seguramente lo mejor sería fijar un repertorio más razonable que tocaré en cada show, o diseñar un sistema de votación para el público en plan Marillion, con palos fluorescentes o simplemente gritando “¡Bueno, ahora qué preferís: ¿Al alba o Anabel Lee?




Ya veremos, prometo mucha vicisitud. Aunque no tanta como esta peli. Guiño, guiño, codazo, codazo.