Esto
era el siglo XXI
Hace
años, intentaba estudiar una carrera tener uno de esos horripilantes primeros
trabajos de repartidor de publicidad con los que costear mis gastos
personales (a Dios gracias, mis padres se podían permitir pagarme
los estudios) y los sábados, después de comer, cogía un autobús
para ir a la pequeña emisora local de la localidad sevillana que
tiene por nombre La Algaba.
De
hecho, aquella no era ni siquiera LA radio local del pueblo. En la
Casa de la Cultura, el PSOE había instalado toda una serie de
pasatiempos para los más jóvenes en un intento de ganarse en voto
joven, lanzando así un nada despreciable órdago a Izquierda Unida,
que por aquel entonces mandaba en el pueblo, no sin alguna que otra
polémica de por medio. Aunque si he de recurrir a la memoria de
colegas periodistas, estos me cuentan que no recuerdan un momento de
la historia de La Algaba en que no existiese alguna “movida” en
el ayuntamiento por parte de unos u otros.
Servidor,
que como a John Martyn, le gusta definirse como un “socialista,
pero de salmón ahumado” - y junto que a los dos nos gusta Phil
Collins, ahí acaban mis parecidos con el cantautor escocés -, estas
maniobras de corte político en un pueblo en el que no vivía, como
que me daban igual. Un amigo de la facultad – gracias Germán -, me
dijo que si quería, había una hora libre para mí frente al
micrófono y la mesa de mezclas. Todo eso antes de hacer mi curso de
FPO en Sonido.
Así
que ni corto ni perezoso, con más sueño que un gatito al lado de
una estufa, me marchaba al muy hispalense Arco de la Macarena, cogía
mi bus, cargado con Cds, un pequeño radiocasete que le tenía que “tomar
prestada” a mi hermana si quería grabar mi aterciopelada voz
mientras sonaba por la FM de corto alcance y muchas ganas de “hacer
radio”.
Esta es una foto encontrada al boleo en Google, pero se pueden hacer una idea aproximada de cómo era mi emisora... |
A
esas alturas, me había costado un tiempo aficionarme a la radio como
oyente. Las Radio Fórmulas nunca me han hecho especial gracia, pero
cuando descubrí algunos programas que de verdad me llegaban – no
voy a ser aquí un paroxismo de originalidad, “La rosa de los
Vientos”, “Diálogos 3”, “El ambigú”, “Gomaespuma” y
“Si amanece nos vamos” - costaba despegarme del aparato en la
cocina de mis padres.
Mi
programa se llamó “Esto es el siglo XXI”, tenía la canción de
Marillion como sintonía e intentaba llevar a las ondas con lo mejor
del “Progresivo, las Nuevas Músicas y las Bandas Sonoras”. O en
otras palabras, ponía en la bandeja del lector quíntuple de discos
compactos – qué pasada - una selección de mis álbumes favoritos
(cuando no existía ni Spotify ni Youtube y tener una colección de
discos tenía algún tipo de valor), amén de algunas de mis nuevas
adquisiciones.
Intenté
imitar lo mejor posible el formato de “canción seguida de
explicación de la música seguido de otra canción”, entretener y
divulgar (si es que semejante
cosa era posible en mi caso), para mi pequeño (¿Inexistente?)
público. Después de mí venía un chaval con un voluminoso estuche
de Cds Princo, cargados hasta las manillas de cañera música
electrónica – bakalao bastante choni, me temo -, con los que
animaba a la juventud que a última hora de la tarde se preparaba
para salir... y supongo que para escuchar más música electrónica
machacona.
Eso
tiene gracia, aunque sea por un detalle tan absurdo como que el
chaval en cuestión me dijo poco antes de empezar su programa que le
gustaba mucho cómo lo hacía pero que “ponía música muy rara”.
Ouch.
Una
de las veces que fui a la emisora estaba tan cansado de la
semana que terminé quedándome sopa en el bus, tanto es así que el
conductor tuve que despertarme al final del trayecto. El camino que
había memorizado cuidadosamente desde mi parada habitual no me
sirvió de gran cosa. Afortunadamente La Algaba no es muy grande,
bordeé la plaza de toros portátil, me encontré con una señora
mayor que ante mis preguntas de cómo llegar a la Casa de la Cultura
me respondió que la pobre “no sabía leer” - toma ya hostión
contra la realidad, Francisco – pero de algún modo mágico (andar
hasta los distintos límites del pueblo y dar marcha atrás) conseguí
llegar a la radio y hacer el programa.
No
fue ese el día que dejé “Este es el siglo XXI” ni tampoco la
ocasión en la que me encontré el equipo de emisión apagado sin
saber ni cómo o ni siquiera si debía ponerlo en marcha. Pero poco a
poco mis ganas de “hacer radio” se erosionaban, total, lo más
emocionante que podía ocurrir es que algún conductor despistado
pillase a su paso por este “pueblo acogedor” - tal es el
recibimiento descriptivo que luce a la entrada, y razón no le falta
-, un tema de 20 minutos de duración de Genesis mientras trasteaba
en el dial de su radio en el coche. He de reconocer que semejante
chorrada era uno de los acicates para seguir castigando mi pobre
cuerpo que, al volver, no tenía ganas de beber hasta olvidar, sino
de derrumbarme en la cama para después un alegre domingo comatoso.
Grace
Morales (No, la escritora no)
Cuando hace cosa de unaño y pico, mi cita con el programa “El legado de Gracita Morales”-
dirigido por el sin par Doctor Música Ismael – se vio adelantada
por una serie de vicisitudes, vuestro DJ favorito de Radiopolis me
espetó que “el programa hoy es tuyo, haz lo que quieras”. Y como
no hace falta decirme mucho más para que se me ponga la cara del
Joker interpretado por Jack Nicholson, - “esta radio necesita un
enema” -, pues en cuanto señalé que bajaran el volumen de la
banda sonora de “Sor Citroën”, di la mejor versión del locutor
con voz melosa de la que soy capaz.
Terminamos una hora de
alegre dialogo, innuendos (algo que con Ismael parece
inevitable), vodka con limón (creo recordar) y mis novedades
musicales. En el post mortem del programa, Doctor Música me comentó
que quizás estaría bien que me montase un programa para la radio.
Mmm...
Uno de mis muchos
problemas es que si alguien me sugiere algo, se queda en alguna parte
de mi cerebro, en un lugar indeterminado a donde mi atención vuelve
en esos momentos en los que no hay aparentemente nada con lo que
preocuparme / fustigarme. Peor aún, empiezo a construir castillos en
el aire que empiezan con un “¿Y si...”
Tenía claro que si me
embarcaba en una empresa semejante no podía ser con el formato de
entrevistar bandas emergentes – de eso ya se ocupa Ismael, y muy
bien, por cierto -, tampoco puedo afrontar la tarea de hacer un
magacín matinal diario si quiero seguir dedicándome a otras cosas,
ni quiero hacer algo filosófico en lo que se pincha música de
cuando en cuando. Sólo hay un Loco de la colina, o un Perro Verde, o
lo que sea. Pero mejor que siga habiendo sólo uno, como al final de
Los Inmortales.
Otros nombres de la
emisora como María Limón, mi “prima” Maribel Roldán o Blanca
Izquierdo (aka La Perra de Pavlov) ya tienen ocupado el sitio de la
cultura, el activismo social o lo directamente político. Por lo
tanto, a base de tachar lo que era imposible me quedé con...¡Los
monográficos musicales!
Empero, mi colegas Fran y
Ramón Garcia ya repasan el contenido de la This is Rock en su
programa – amén de dedicar programas enteros a algún artista o
disco -, por lo cual, y en el saturado panorama radiofónico más
podcasts. Así que a mí sólo me queda lo que, por otro lado, es lo
que yo tenía más ganas de hacer: poner esos discos que me encantan
de artistas que no demasiada gente conoce e intentar ponerles un
contexto, una explicación, traducir las letras...
Nace así “Discos
Locos” - después de desechar “Discos perdidos” por demasiado
serio – una serie de programas mensuales en los que destriparé un
álbum durante el tercer lunes de cada mes, de 21:00 a 22:00 horas. Siendo el primero...
Ou Yeah.
Os espero.
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