lunes, 5 de marzo de 2012

DIEZ HORAS AL VOLANTE

Pergamino encontrado en Murcia



Otros títulos para este post que han sido considerados: “¡Pregúntame ahora si me gusta conducir!” o “Me gusta conducir, lo que no me gustan son los otros conductores”. Este artículo no pretende ser una guía para hacer un viaje largo en coche, ya que de hecho contiene muchos aspectos desaconsejables para la conducción. Tampoco lo quiero transformar en un “cosas que NO hacer cuando viajas”, simplemente es la crónica de un viaje hecho por propia voluntad en unas circunstancias “francamente” - como dirían Gomaespuma – y las conclusiones que he sacado al respecto.

Antecedentes: Tengo una entrevista de trabajo en Murcia, un viernes en plena ola de frío Siberiano. Yo soy de Sevilla, así que tengo las siguientes opciones:

A) No ir. (Poco aceptable teniendo en cuenta como está el mercado laboral)

B) Decirle a mi chófer que prepare el Phantom, reservar una habitación en el hotel en el que me hacen la entrevista para la noche antes y para la noche después. Aunque como la selección de personal cae en viernes, lo mismo me quedo todo el fin de semana y compro souvenirs para la familia. Comprarme unas cuantas revistas y DVDs para entretenerme durante el viaje mientras Marcial – no sé por qué pero siempre me ha parecido nombre de conductor particular, lo siento por los Marciales del mundo – conduce a nuestro destino.

C) Coger un autobús que rivaliza con la velocidad de una bici.

D) Ir y volver el mismo día con mi propio coche.

Obviamente, he exagerado las tres primeras opciones para hacer que la cuarta gane por un amplio margen, mas que nada porque ya hemos dicho que la A) es inaceptable, la B) no tiene sentido - ¿por qué iría a ninguna selección de personal? - y la C) es la realidad de los servicios públicos de transporte: ¿a qué sevillano se le ha perdido nada en Murcia y a que murciano se le ha perdido nada en Sevilla? A decir verdad, el autobús tarda tanto porque, para rentabilizar el transporte, pasa por unos cuantos pueblos de la geografía española.

No fui el único que realizó un viaje largo para ir a la entrevista, con la salvedad de que los otros o tenían familia en la capital y se quedaron el fin de semana o sí que decidieron tirarse el rollo de esplendidos quedándose a dormir en el hotel en el que se produjeron las sesiones de selección. Ergo, deduzco que ninguno de los otros aspirantes tenía un pasado como “pipa” (es decir, técnico de sonido para todo) y nunca han ido con una furgoneta a un pueblecito recóndito de Málaga, descargando, montando, sonorizado – de aquella manera -, desmontado, cargando e intentando mantener despierto al conductor (yo aún no tenía carné) hasta volver a Sevilla. Comparado con eso, conducir 5 horas a la ida y a la vuelta debiera de estar chupado. O no.

Lo que dicen en la Autoescuela es cierto

Si usted va a hacer un viaje largo, qué menos que tomar una serie de precauciones: comprobar la presión de los neumáticos, medir la profundidad de su dibujo, llevar el coche a algún taller amigo para una revisión rutinaria y comprar diésel o aceite para alguna emergencia. Yo no hice nada de eso, en parte porque mi coche ya había sufrido una avería “interesante” unos meses atrás, ademas, los neumáticos y el motor ya habían pasado por una revisión hace cosa de unos 6 meses, con lo cual no lo vi necesario. Reconozco que fue una irresponsabilidad por mi parte, y no recomiendo en absoluto que sigan mi conducta.

Ahora en el lado correcto de las recomendaciones; a pesar de que muchos profesores de autoescuela no cumplen precisamente lo que enseñan dentro del aula – aseveración basada en hechos reales -, lo que dice el libro no es falso ni merece ignorarse. Esto es, duerma usted sus horas, no beba - ¡¡¡nada!!!-, pare 20 minutos cada dos horas, y evite las comidas pesadas. Yo apostillaría beber mucho café pero si es usted de tensión alta, lo mismo es contraproducente.

Por mucho que usted odie a la DGT, o si coincide con JoseMari que nadie tiene derecho a decirle cuánto vino se puede usted tomar y no tienen por qué recordarle que no pueden conducir en su lugar, lo que no puede es negar la lógica. Si la Dirección General de Tráfico le recomienda salir con tiempo para su destino, ¿qué hay de malo en ello? Yo en particular recomiendo hacer lo que yo llamo “el cálculo pesimista”; tome usted el tiempo en base a la web de Michelín, añada treinta minutos, reste ese tiempo a la hora de la cita y habrá calculado su momento de salir. Fácil, ¿no?

Lo bueno de este cálculo es que la web lo hace en base a los descansos recomendados, con lo que, si en un momento dado usted no para porque se ve bien o mantiene una velocidad buena, es tiempo que gana y que se puede dedicar a no agobiarse en caso de algún desbarajuste importante por obras en la carretera o similares. El gasto de combustible en la web suele estar inflado, o mas bien, suele considerarse para coches de gasolina que gastan un poco por encima de la media actual, pero no tiene en cuenta la comida, con lo que si conduce usted un diésel superahorrativo, se podrá hacer una idea aproximada de lo que le cuesta todo el trayecto en su totalidad.

Paseando...


En mi caso fueron 90 euros de combustible – partiendo un poco por encima de la reserva – y unos 17 en comida, mi coche es diésel y parece que mi estomago también. Paré un par de veces a la ida y otro par a la vuelta, aproveché esas cuatro paradas para echar combustible, andar, comer de pie (los médicos no lo recomiendan pero un día es un día y aparte no creo que mi cuerpo admitiese mas tiempo sentado) e intentar que el dolor de cabeza no me volviese loco.

Ese es otro aspecto de la conducción sobre el que se suele ser mas romántico en la literatura o en los recuerdos familiares o incluso en las reuniones de amigos; “¿Os acordáis de aquella vez que fuimos a aquella casa rural en Nosédonde y echamos 10 horas de viaje? ¿¿¡¡Qué pasada verdad??!!” No, no fue una pasada, fue un coñazo porque el que no se puso malo nos obligó parar varias veces a echar un pis, o la pareja que venía con nosotros que se cabrearon y entre que no se hablaban o se ponían a gritar transformaron el viaje en un puto Infierno. Tu lo consideras una pasada porque estuviste todo el camino sobando cual marmota y en la casa rural te lo pasaste genial agotando las reservas de bebidas alcohólicas, sin miedo a combinarlas.

Conducir es un placer... hasta la tercera hora, a la quinta ya no importa si conduces un Jaguar, un Maserati o un Mercedes, estás deseando llegar A DONDE SEA. El tímido sonido del motor se ha transformado en un zumbido de pesadilla que amenaza con separar tu cerebro de su cavidad y te planteas si lo de reservar una habitación de hotel no será una idea tan mala después de todo.

A pesar de mi aparente locura, calculé teniendo en cuenta lo que yo creía eran todas las variables independientes (ahh, esos estudios de Psicología) en principio posibles, incluso tener que llevar un coche de alquiler por si el mío fallaba irremediablemente. En otras palabras, salí con dos horas de antelación con respecto a la de la cita, pensando sobre todo en aparcar y en que iba a estar circulando por la capital murciana, algo que no me era completamente desconocido pero tampoco una bicoca precisamente.

LA IDA

Lo positivo del trayecto; es prácticamente rectilíneo, hay que seguir, simplemente, la siguiente lógica: Salimos dirección Málaga, al llegar a su desvío, lo ignoramos y seguimos dirección Granada, pasamos de la ciudad de la Alhambra y seguimos dirección Almería, una vez que hemos pasado de largo de sus playas, un cartel de la Junta de Andalucía nos dice “Hasta pronto” y nos encontraremos dirección Murcia. Fácil ¿No? El problema es, por supuesto, que las cosas no son tan sencillas, hay cambios de rasantes, límites de velocidad, y sobre todo, están Los Otros. Los otros conductores, quiero decir, no la mujer de la curva vestida de novia.

Antes incluso de salir de los límites de Sevilla, poco después de Morón de la Frontera, ya tuve una demostración palpable de obtusa estupidez humana al volante. Si amigos, es el momento de una HISTORIA VERÍDICA. Veamos, yo circulo por mi derecha a 120, adelantando a los camiones que tienen que ir mas lento. Una señora en un monovolumen hace las mismas maniobras, pero quizás cansada de tanto mover el vehículo decide acomodarse en el carril izquierdo, a pesar de no ir mucho mas rápido que yo.

Por lo tanto, se sitúa un poco por delante de mi, a mi izquierda. Al poco, un señor en un coche de empresa (de empresa pública, para ser mas concretos) hace eso contra lo que una campaña de la DGT estuvo clamando; “comerle el culo” (obviamente, no con esas palabras) a la señora del monovolumen. ¿Qué objetivo tiene esa actitud? Muy sencillo; mediante la reducción de la distancia de seguridad a su mínima expresión, el señor pretendía convencer de que la “comodidad” del carril izquierdo en el que se encontraba la señora no hacía mas que entorpecer la circulación.

Estampa Murciana, con detalle de rata del aire


Hay muchas formas de avisar a la persona que tienes delante de tus intenciones, la mas amable sería poner el intermitente como si fueras a girar a la izquierda, con la esperanza de que el otro conductor posea un cerebro con dos hemisferios que funcionan correctamente y por lo tanto, entienda que tus planes no son salir campo a través con un utilitario. En la siguiente posición y descendiendo en simpatía, nos encontramos con las ráfagas de luces largas. Finalmente, se debaten el foso de la inmundicia el tocar el claxon y pegar tu morro todo lo posible al coche que se niega a abandonar el carril.

El señor siguió esta estrategia hasta que se sumó una chica en un Golf, quien ni corta ni perezosa decidió pegarse también todo lo posible al coche de empresa pública. Bien, si la señora del monovolumen hubiese tenido que hacer una frenada de emergencia por el motivo que fuese, tendríamos un triple accidente de tráfico por una combinación de tozuda estupidez.

A estas alturas, un servidor decidió reducir sensiblemente su velocidad, a ver si así conseguíamos dar un poco de espacio a los otros dos conductores y de paso evitar que cualquier trasiego inesperado tuviera consecuencias en mi propio vehículo. Según la lógica, ese hubiera sido el momento adecuado para ponerse en el carril derecho, o adelantar a la señora por la derecha mientras le dedicaban gestos despectivos con la mano izquierda. No sería muy loable, pero si comprensible. Ahora bien, ¿qué pasaba por las cabezas de esas tres personas? Basándome en que todo permaneció igual durante un rato hasta que la señora decidió cambiar de carril, podemos asumir que, o A) esta mujer es lo mas despistado del mundo, o B) se había cabreado con la actitud de hacerle “el trenecito versión automovilística” de los otros dos y pensaba “de aquí no me mueve ni Dios, sobre todo ahora que me estáis amenazando, total, me vais a tener que pagar el golpe vosotros”. Lo mas interesante es que ninguno de los otros dos decidió adelantar por la derecha cuando yo reculé, me inclino a pensar que el motivo es que eso sería hacer algo ilegal, o por lo menos mas ilegal que pasarse la distancia mínima de seguridad por donde un ex-directivo de banco islandés se pasaba el respeto a un fondo de pensiones.

Afortunadamente la cosa no pasó a mayores, ya digo que la señora se apartó a la derecha y los otros dos vehículos pudieron seguir su camino. Por lo demás, el desfile de todo tipo conductores (y es que 500 km dan para mucho), a saber: el señor mayor conduciendo un Citroën ZX a velocidad preocupante (por lenta), moteros que salen de la nada, camiones a los que uno adelanta en las curvas (mas porque no tiene otra opción que por gusto), un Maserati y un Ferrari que parecen menos bonitos tras tres tristes horas conduciendo (a la altura de Málaga, of course), y adelantamientos inesperados a velocidades absurdas por parte de...¿lo adivinan? ¡Claro! ¡Un señor con gafas de sol al volante de un Audi Q7! ¡Faltaría Plus!

Detalle de la rata del aire


De nuevo, aquí entramos en otra polémica, de las de toda la vida, para la DG, o mas bien para los conductoresT: el límite de velocidad. Mi coche tiene caballos suficientes para sobrepasar de forma amplia los 120 y ponerme a la altura del todocamino, sobre todo porque el tramo de ese momento era en línea recta. Ahora bien ¿es esto necesario? Yo ya me he subido con un conductor tipo A) varias veces y sé lo que viene después de esas grandes muestras de pericia al volante: frenazos, golpes de volante a lo Nascar y maldiciones extremas (y eso evitando un visita al hospital). La cuestión no es si uno debe ponerse a 180 en una autovía que carece de curvas durante los próximos kilómetros, sino que después de una zona cuyo límite es 120, lo mas probable es que venga otra limitada a 100 o a 80.

Ahora viene la respuesta habitual; “¡En Alemania esto no es así!” Pues... vete a Alemania Pepe, porque los trazados aquí no son iguales, ni tenemos tantos carriles ni tan anchos, ni nos gusta tanto pagar por los peajes. Convengo en que a veces a uno le gustaría ir un poco mas rápido, todavía me acuerdo de otro viaje loco a Salamanca para ver a los Australian Pink Floyd Show cuando estaba en vigencia la limitación a 110km/h (¿se acuerdan? Por un “quítame allá ese dictador sanguinario que antes era superamigo nuestro). Usando una expresión andaluza, aquello fue la muerte a pellizcos. Si dos centímetros pueden marcar una diferencia, 10 km a la hora en un viaje de 6, ya ni les cuento.

Pero en realidad, creo que 120 suele estar bastante bien, aunque haya gente que me llame “Tortuga”, aunque yo preferiría “Captain Slow”, como James May, co-presentador de Top Gear, EL programa de coches de la BBC y mejor espacio televisivo del mundo en estos momentos. Todo esto aparte, me parece que mucha gente pisa el acelerador a veces para compensar lo que viene después, quiero decir, hay una subida al llegar a Málaga, con grandes vistas a la luz del sol que se vuelven preciosas de noche. Es una visión reservada para el pasajero, porque, como suelo decir, si el conductor se dedicara a admirar semejante belleza, probablemente sería lo último que viese. Es bastante empinada, su límite de velocidad oscila entre los 80 y los 100 – dependiendo del punto – y, lógicamente, se vuelve bajada en la vuelta, qué digo, ya es bajada en algunos tramos de la ida. Así que me imagino que el señor del Q7 prefería echar toda la carne en el asador durante las rectas y después andar muy despacito por esta subida, porque en cualquier caso estaríamos hablando de un conductor suicida.

Debido a los no pocos cambios de rasantes (la mayor parte, nimios), tuve que ponerme a 100 bastantes veces durante el trayecto, por no hablar de los tramos en obra, que te obligaban a bajar a 80 o incluso 60 y 40. Uno hace todo lo posible por respetarlo... hasta que se da cuenta de que en algunos casos son señales que se han dejado olvidadas tras la reforma de la vía. Esa clase de cosas también desgastan al conductor, por algún extraño motivo, perder aceleración es una de las cosas mas enervantes para el que conduce. Y para el copiloto atento, todo hay que decirlo.

Otra incidencia que me gustaría destacar fue la de LA FURGONETA SALIDA DEL INFIERNO. A la altura de Lorca se produjo un pequeño embotellamiento, se acercaba la hora de comer y el acceso a la ciudad dificultaba un poco el flujo del tráfico. Opté por situarme en el carril izquierdo, habitual refugio de los “listos” en estos casos, y mi velocidad media aumentó veinte kilómetros, pero seguía diez por debajo del límite (hagan ustedes cuentas por una vez). Cuando la cosa empezó a despejarse, aumenté prudencialmente la velocidad cuando vi en el retrovisor una furgoneta (no recuerdo de qué negocio, pero iba pintada con publicidad de empresa) que salió del carril derecho cual “Diablo sobre ruedas”, una maniobra rápida y absurda. ¿Estaba este hombre esperando a que mi carril se despejara para pasar de la cola? Y entonces ¿A qué venía tanta velocidad? Ya estábamos dejando atrás el acceso a Lorca ¿Iba a montarse encima de los coches que estaban tomando el desvío? ¿Recibió una llamada de emergencia? ¿Enajenación mental transitoria? ¿Un día de Furia?

En cualquier caso, me aparté tras una luces largas y una pitada totalmente innecesaria, de hecho ya planeaba la maniobra antes de todo eso. En fin, la ida transcurrió sin muchos problemas, paré dos veces en sendas áreas de servicio donde dí buena cuenta de tostadas con mantequilla y café – en la primera – y de diésel sazonado con mas cafeína – en la segunda -. Por cierto, se me metió tal frió en el cuerpo mientras echaba combustible en Granada que creo que lo llevé conmigo casi todo lo que restaba de trayecto. Quizás era el día para probarse unos pantalones térmicos.

Si quieren mi consejo (incluso si no lo quieren, porque se lo voy a dar de todas formas) sobre áreas de servicio, les diré que si su viaje es como el mío, es decir, con un propósito concreto, eviten las que no están a pie de carretera, si el tiempo es un bien escaso, lo último que uno necesita es circular por carreteras secundaria mientras una rotonda nos deja cerca de un pequeño pueblo cuyo acceso a la autovía nos hace desandar camino. Por supuesto, si uno escoge aquellas a las que solo les falta un multicine para ser un centro comercial con todas las de la ley, se arriesga a lo que me ocurrió a mi: coincidir con dos autobuses de instituto y otros dos de ingleses.

El problema principal de esto es la lentitud en la que te atienden la gente de barra, o cómo parece que alguien ha pulsado el botón del “pause” en la marcha del autoservicio y de los excusados, maldita la hora... Lo positivo es que las áreas de servicio mas grande suelen estar mas cuidadas, si usted es como yo y le gusta leer la prensa rodeado de mármol, observará algo mas de limpieza, secadores de mano que funcionan y abundancia de papel. Todo esto es bueno, se lo puedo asegurar.

Ya en el capítulo de la vuelta me extenderé sobre el tema “comida” de las áreas de servicio, pero como decidí almorzar en la capital murciana, aventurémonos en el apasionante mundo de circular por una ciudad desconocida....

MURCIA

Poco antes de llegar, malas noticias, un túnel situado cerca de Múrcia está en obras, con el tráfico desviándose al carril de entrada, nada grave pero molesto, parando a veces la circulación. Superado eso, viene lo mas divertido; llegar al lugar de la cita y aparcar. Ya había estado en Murcia anteriormente, pero en esta ocasión estaba armado con un Smartphone y su GPS, ou yeah, así que descartamos lo de aparcar en un parking público con vistas a hacer el resto a pie (la cita es en una zona céntrica), sobre todo después de que los señores que me atendieron la vez anterior decidieran tomarse todo el tiempo de este mundo (y del Otro) para hacerme un recibo. Pura sangre de horchata, que diría mi señora madre. Claro, el GPS me indica a donde ir, pero aparcar es una historia muy diferente.

Llegados a este punto, quizás ustedes se pregunten cómo es circular por allí. En realidad no es muy diferente de cualquier otra capital, yo sigo pensando que el tipo de coche que uno lleva dice mucho de su estilo de conducción, así que el caballero del Cayenne blanco y la mujer del Mini Countryman (parece ser que la maldad implícita de BMW se transmite a sus marcas parientes) fueron impacientes con este pobre sevillano, deseosos de adelantar por donde fuera y corriendo por encima de los 50 a la primera oportunidad. Los taxistas, por una vez, no me hicieron preguntarme “¿Por qué no conducen así cuando yo voy dentro?” y en general la gente conduce tranquila. Así que, comparado con Sevilla, pues bien.

Siempre que hay que comparar estilos de conducción fuera del propio ambiente, recuerdo una frase de un intelectual que dijo; “para aprender un nuevo idioma hay que volverse idiota”. Esto quiere decir que uno se transforma en el típico turista despistado y divertido que no pilla los chistes locales (muchas veces, hechos a su costa) hasta que empieza a farfullar algunas palabras, lo que termina provocando aún mas risas entre los lugareños. Pues cuando se conduce por una ciudad desconocida pasa algo parecido. No tiene sentido llegar y hacerse el marrullero, sobre todo si no sabes cómo está el acceso a la zona a la que quieres llegar. Por muy buena vista de la que dispongamos, hay muchas posibilidades de meternos en carriles con semáforo que nos obligará a girar a la derecha (o en un sentido inadecuados para nuestro destino) o en callejuelas que parecen llevarnos a sitios donde francamente no queremos ir.

Lo siento, pero no puedo evitar incluir este portal tan psicodélico...


En este sentido, tenemos que añadir el hecho de que después de cinco horas conduciendo, un servidor estaba todavía con sus facultades intactas, pero lejos de estar fresco como una rosa. Hubo un momento absurdo en el que, víctima de las primeras muestras de cansancio, competí por el espacio de un carril a punto de ser ocupado por un vehículo que lucía la identificación de ser conducido por alguien con problemas de movilidad. No se trata del “factor lástima” ni mucho menos, pero me parece que todo conductor debe ser amable con alguien que no lo tiene tan fácil para conducir (por muy acostumbrado que esté), y mucho menos intentar meter su morro como si le fuera la vida en ello. En mi descargo, tengo que decir que no me había dado cuenta...

Y ahora... ¿Cómo es aparcar en Murcia? Pues la verdad, como en cualquier capital medianamente grande: un auténtico calvario. Además parece que hay ciertas “estructuras” que se repiten en todas partes, como por ejemplo, el descampado (descampao que decimos por estos lares) con pandilla de señores de distintas etnias (mayoría rumana) a los que, juzgando por su aspecto, no les prestarías ni un rotulador Carioca por miedo a que lo usen como arma blanca en un atraco. Esto es por supuesto, muy injusto e innecesariamente racista, sobre todo porque si hay tantos coches (incluso ese impertérrito Q7) aparcados allí es porque son buenos vigilantes-aparcacoches. ¿No?

Bueno, bromas aparte, mi mas sincero temor a aparcar allí era negarles su “propina” al grupito y encontrarme rayones en mi turismo, o un cristal destrozado a mi vuelta. No es por ser especialmente rácano (bueno, un poco si), ni por considerar, como mi ex-cuñado, que “la calle es de todos y no tengo por qué pagar por usarla”. Simplemente, el poco movimiento que vi de estos señores al pasar por su “zona de trabajo” me indicó que probablemente se dedicarían a mirar mis maniobras mientras aparco para otrora abrir amigablemente la manita por la rigurosa labor de vigilancia.

Lo peor de esa parte de la búsqueda de un aparcamiento relativamente gratuito - “relativamente” porque el combustible gastado en dicha búsqueda no lo regalan – es que la calle que daba al descampado terminaba en... unas barras de hierro. ¡En una vía de un solo sentido! Tras dar marcha atrás, meterme parcialmente en el terraplén para no tentar la suerte y otras gracias al volante que ni Fernando Alonso, intenté comprobar si había algún tipo de aviso a la entrada de la calle. Ni flores, pues muchas gracias por nada, ya sé que e despiste no fue mío.

Afortunadamente, encontré una plaza de aparcamiento cerca del hospital, al lado de unos contenedores. Estaba tan cerca del lugar de mi cita y tan bien situado que me vi en la obligación de preguntarle a un vecino que abría la puerta del bloque de la esquina; “¿Se puede aparcar ahí?”

Una vez confirmado que mi coche no se lo iba a llevar la grúa, otra comida ligera, y un poco de paseo para airear la cabeza. Esto último demostró ser poco adecuado por el frío de Siberia que hacía en la calle, así que el café lo pedí en el otro lugar que se repite en muchas capitales, que suele ser garantía de calefacción a tope en invierno y aire acondicionado a nivel glacial en verano: El Corte Inglés.

Un día hablaré con profundidad de mi dicotomia “Corte Inglés/Alcampo”, pero por ahora solo confirmar que el “This is Rock” se vende en su sección de prensa y que el café está tan bueno como cualquier CI, así como la potencia de los climatizadores. Después de todo esto, me fui a la entrevista, la cual realicé lo mejor que supe, y al rato, vuelta al camino...

LA VUELTA

¡Un momento Fran! ¿¡Cómo es que no hablas de la ciudad?! Bueno, a menos que me equivoque, este blog se llama “El coche perfecto”, no “guías turísticas”. Yo ya he estado anteriormente en Murcia, como ya he dicho, aunque fue más una cuestión de aparcar el coche y pasar los días haciendo los recorridos a pata, así que mis opiniones sobre la misma no tienen por qué circunscribirse a este viaje en particular. Y además, ¿realmente es necesaria la opinión de un sevillano sobre la capital murciana? Es bien sabido que, popularmente, o por hacer la gracia, los sevillanos somos el objetivo perfecto de las bromas de otras provincias andaluzas, en especial Córdoba, Málaga, Granada y Cádiz. Y Huelva. Y Jaén y Almería. Aunque es mas una cosa coyuntural y con algo de menos tradición que los auténticos navajazos dialécticos que se producen entre gaditanos y jerezanos, nuestra fama de chulos, capillitas que piensa que somos lo mejor de lo mejor, nos retrata como la gente que suele decir ante grandes obras de arquitectura ajena; “bueno zi, ehto de la Zagrada Familia ettá muy bien, pero como eza servecita en el Zalvador....”

Yo no tengo problemas en afirmar que en Sevilla se vive muy bien, y que es una ciudad muy hermosa, probablemente la más del mundo para mi (orgullo inapelable), pero eso no me incapacita para quedarme boquiabierto con las casas rurales y molinos que uno se encuentra en mitad de la nada al pasar por la campiña holandesa. O la Torre Eiffel iluminada de noche, o la cruz de velas en la Semana Santa de Mérida, o la MEZQUITA, (¡he dicho mezquita!) de Córdoba.

Dicho lo cual...¿qué me parece Murcia? Pues verán, conozco a un cómico que en buena parte de sus actuaciones (salvo las que tiene en la capital murciana, como ahora comprenderán) hace la gracia de que RTVE retransmite – o mas bien “retransmitía”, que el presupuesto escasea – las galas “Murcia, qué hermosa eres” porque no había otra forma de que la gente hiciese semejante aseveración.

No hay para tanto, si bien tampoco me parece una metrópolis descomunal – ese título siempre se lo va a quedar Madrid -, cierto es que no tiene una gran concentración de monumentos por metro cuadrado, lo cual como destino turístico (mas allá de la playa) le resta algunos puntos. Pero no es fea, reconozco que ésa es la sensación que produce al principio, pero al poco que uno se da cuenta de lo bien organizada que está, pues es difícil ponerle peros. Aunque sea un término especialmente gayer, creo que la palabra que busco es “cuca”, si, Murcia es una ciudad cuca, bonita, apañada, no le hace a uno llorar de belleza pero pasear por sus calles es una delicia. Y una vez dicho esto...

LA VUELTA (¡AHORA DE VERDAD!)

Lo último que uno quiere después de las cinco horas previas de conducir, poca comida en el estómago, mucho frío y una entrevista de trabajo es.... una manifestación de funcionarios que bloquea el acceso a la autovía. Reconozco el derecho a la protesta de todo el mundo, pero como comprenderán en mi cabeza solo se escuchaba un grito desesperado: ¡¿¿¿TENÍA QUE SER PRECISAMENTE HOY??!!!!

El policía local que coordina la acción en la calle reconoce mi acento y mi desesperación por salir de la ciudad lo antes posible. En vez de indicarme callejear, me permite dar la clase de vuelta que solo se le permite a alguien que tiene pinta de estar a punto de echarse a llorar de impotencia antes los acontecimientos. O que está huyendo después de atracar un banco con una pistola de jabón.

Aún así, no me libro de un poco mas de circulación por calles que, francamente, no conozco, y rezo por no pasarme ningún desvío a la autovía. Salgo y... me encuentro con el mismo túnel que a la ida, solo que esta vez me pilla en hora punta de salir del trabajo. Me paro muchas mas veces que cuando estaba llegando a Murcia, y llego a apagar el motor en un absurdo acto de imitar los coches que tienen la función “Stop & Start”. Dado que dudo bastante que ese ahorro se refleje en mis gastos, al poco de coger velocidad, decido gastar buena parte del importe de la ida en llenar el tanque.



Por cierto, hay una incorporación a la autovía con un recorrido bastante corto, tanto es así que no creo que no pase de unos pocos metros. Siempre recuerdo que los profesores de autoescuela es a lo que mas temen porque la gente se asusta con mucha facilidad, me imagino que los docentes de Murcia tienen que tener el cerito sexual bastante cerrado.

¿Cual es mi estrategia con el resto del camino? Dar el Do de pecho y no pararme hasta la hora de la cena, que me va a pillar en el camino seguro. No hay tu tía, a las dos horas y media me paro porque necesito urgentemente visitar un excusado. Pareado pareado... y media hora después; ceno.

A estas alturas, mi cabeza no es que muestre solo señales de cansancio, ya que si estas fueran un objeto real, no sería débiles nubes de humo, sino gigantescos neones de color chillón, de los de puticlub de carretera. ¿El corrector ortográfico no acepta “puticlub”? Qué raro...

De hecho, los neones (y los nombres) de los puticlubs de carretera me sirven como distracción a los aparentes empujes que hace mi cerebro por salir de su cavidad y tener un respiro. Como conductor, tengo una serie de miedos que creo casi todos compartimos; que nos roben el coche, que nos revienten las ruedas, quedarnos sin gasolina mientras circulamos, atropellar accidentalmente a alguien o la somnolencia. Éste último solo ha llegado a asomar su fea cara en una ocasión y fue poco antes de llegar a mi destino, no mucho después de sacarme el carné. Con ese aviso ya me ha bastado para convencerme de por vida de que uno tiene que dormir todo lo que pueda antes de ponerse al volante. Su contrapartida es que el hecho de estar tanto tiempo con la vista puesta en la carretera también resulta agotador. Ya casi he agotado todos los podcasts que reservé para el viaje, además, como mi coche no tiene entrada minijack ni bluetooth, los escucho a través del minúsculo (pero ruidoso) altavoz del móvil. Como un cani en el metro pero sin molestar a nadie, eso tiene otro efecto secundario: mi oído se esfuerza en distinguir entre los ruidos de la carretera y lo que dicen los miembros de Game Over, Viruete.com o El Octavo Pasajero, con lo que probablemente nublo mis capacidades aún más.

Como posible solución he pasado un audiolibro de Terry Pratchett – en inglés – del formato Mp3 a un CD de los de toda la vida que el equipo de música de mi turismo sí puede reproducir. Aunque se trata de una obra que me leí en su día - “Ronda de noche”, para ser mas exactos -, hay un punto en el que me veo obligado a dejarlo correr, la “lectura” empieza a absorberme.

Ya es de noche, y eso tiene un aspecto muy negativo; la monotonía. Bajo la luz del sol hay colores, formas, arboles curiosos, montañas... Esa variedad le otorga algunas alegrías al conductor y le encuentra incentivos, aunque sea para miradas fugaces (ya saben, no sea que acabe siendo lo último que veamos) y mantener los ojos bien abiertos.

La otra posible recomendación, o lo que yo hago al menos, es coger los Cds que más me gustan y ponerlos a toda pastilla para a continuación cantar – mas bien gritar – sobre ellos pretendiendo alcanzar el volumen sonoro de un Meat Loaf de la vida, aunque sea con el rango vocal de un Manolo Kabezabolo. GO YOUR OWN WAAAAYYYYYY!!!!!! Todo eso para combatir la oscuridad, no en un plan metafísico, sino en uno muy real: las ciudades y los pueblos ya no son interesantes puntos blancos en la distancia que te avisan de que vas a dejar otro municipio a tus espaldas en breve. Ahora son débiles luces que no te permiten distinguir se si tratan de algún polígono industrial o una cementera, por decir algo.

Se habrán dado cuenta de que llevo un rato largo intentando evitar el tema “cenatício”. Bueno, a las 22,30 me detengo en otra área de servicio de las grandes, pero que lógicamente se haya bastante vacía. Recuerdo este lugar de forma muy nítida porque me paré allí tras intentar cubrir una corrida benéfica de Ortega Cano en Huéscar tiempo atrás (digo intentar porque cuando llegué me comunicaron que el torero se hallaba indispuesto y había decidido no ir). Llevaba mas días trabajando seguidos que lo que sería recomendable, había dormido poco y mi desgaste era diez veces el de esta ocasión. La parte de la gasolinera está en pendiente, y cuando estaba pagando por el combustible, el chaval que me atendía me indicó parsimoniosamente “¿es tu coche el que se está saliendo?” Ahh, los placeres de dejarse el freno de mano sin poner. Tras una carrera que en mi cerebro pareció desarrollarse a la mitad de la velocidad real, pude evitar El Accidente Mas Absurdo de la Historia, mas que nada porque la pendiente terminaba en el acceso a la carretera. El que me atendía en la gasolinera miraba pacientemente mis evoluciones desde el mostrador. Detrás del mismo. Eso es un profesional.

Ahora si, la comida. Si tienen algún amigo o familiar trabajando en la hostelería probablemente le avisarán de lo siguiente; si te has pedido el filete del menú del lunes, los huevos con chorizo el martes, la menestra el miércoles y la tortilla en jueves, entonces, yo que tu no me pediría el revuelto del viernes, sobre todo si eres de estómago frágil. Igualmente, hay ciertos alimentos que en las áreas de servicio tienen mas papeletas que otros para producir una digestión... interesante.

En mi caso cometí el error de pedir dos tapas: una de ensaladilla rusa y otra de croquetas bastante concretas, quizás demasiado concretas, y poco correctas. Aquí tengo que decir que el que no aprende soy yo, ya he tenido mas de un disgusto por comer salmorejo o ensaladilla en sitios que, probablemente hacen una GRAN fuente para toda la jornada y la dejan en la barra sin tener en cuenta los fallos eléctricos, los cambios de temperatura o incluso olvidándose de en qué jornada se hizo la fuente. A juzgar por su aspecto. Aggg.

La ensaladilla estaba correcta, pero por algún extraño motivo el camarero decidió volver a freír las croquetas, justo lo que necesitaba, croquetas frías y encima pasadas de vueltas. El resultado fue una de esas ingestiones en las que el volumen de pan y colines (o “piquitos”, como decimos en casa) sobrepasa ampliamente el del plato. Dicho esto, creo que mi recomendación a la hora de comer en esta clase de trayectos en los que disfrutar del camino es lo de menos sería la siguiente; los clásicos sandwiches de jamón cocido (de York, dear gentleman) con queso. Ya sé que comer muchos bocatas es la vía mas rápida a una úlcera o al sobrepeso, pero tengamos en cuenta la idiosincrasia de este viaje, creo que se pueden permitir alguna que otra rebeldía.

Son muy digestivos, fáciles de hacer y por lo tanto suelen saber igual en todo el mundo. Aunque me parece que esto tiene que ver más con que la misma empresa suministra de sandwiches a casi todas las áreas de servicio españolas (y a veces creo que de todo el mundo) que con la propia sencillez de la receta. Ademas, la fortaleza de muchos personajes históricos se ha construido sobre la base de una dieta casi exclusiva de bocatas, como el marqués de Sandwich, y de ahí para arriba.

Por supuesto, el jamón curado, la mortadela, las napolitanas de “yorkeso”, la caña de lomo y otros, se pueden aceptar, pero producen mas sed y por lo tanto, mas consumo de bebida y mas visitas al mingitorio. Y a estas alturas lo que uno quiere es llegar. Lo antes posible, YA, a mas tardar...

Llevo ya nueve horas conduciendo y la vuelta se vuelve tan interesante como la ida por el incremento de dramatis personae; conductores que tiene faros Bixenón o con, directamente, el equivalente de luces de discoteca en sus coches, adelantando por encima de dos límites de velocidad. Estoy cansado de conducir, de cantar, de escuchar, odio todo bicho viviente y muerto, me gustaría parar y echarme a dormir, pero a una hora de llegar a casa eso es inaceptable.

Lo peor es que el cansancio detrás del volante llega de forma paulatina, sucintamente, no hay un gran bajón repentino (por fortuna), pero sabes que está ahí cuando empiezas a frenar un poco sin ningún motivo aparente; tu cerebro te avisa de que tu tiempo de reacción se prolonga cada vez más y usas con mas frecuencia las luces largas. En eso también influye la soledad de la carretera, con todo, tus ganas de ir a 140 o a 150 se desvanecen, el riesgo de golpear otro coche lo suplanta el riesgo de salirte de la vía.

Alcalá de Guadaíra me rodea, las luces de el polígono industrial “El pino” y de Torreblanca me indican de que estoy ya en casa. Yupiiiiiiii. Desacelero, quito las largas, los coches repletos de muchachada me pasan de largo sin problema, pero es yo no estoy para carreras nocturnas. Quiero tumbarme boca abajo en la cama, sin lavado de cara, aunque no le diría que no a un vaso de agua, del tiempo, claro.

¡Pero no se vayan que aún hay mas! A la altura de la Avenida de Andalucía, por el centro comercial Los Arcos, se produce el insulto final. En el carril de sentido contrario avanza un coche, tranquilamente. El que no está tan tranquilo es el motorista que se haya a la izquierda del conductor (lo cual también lo deja también a mi izquierda, o para mas concretos, justo delante de mi) y que insiste en adelantar a ese coche por el mismo lado. De esa maniobra tan estúpida me doy cuenta al salir del semáforo, el coche del otro carril avanza, yo avanzo...¡y el motorista también! Para cuando queda muy poco para que tengamos sustituto de Nicolas Cage en una posible tercera parte (¡glups!) de “Ghost Rider”, freno en seco y grito “¡¡¡¡¡¡JODER TIO!!!!” Si no estuviera tan cansando, lo mismo me hubiera salido algo mas creativo como “¿¡Es que quieres morir?!” “¿¡Otro que se sacó el carné de un phoskito?!” o “las voces me dijeron que fuera hacia la luz ¿a ti también?”

El Territorio Comanche que suele ser mi zona a la hora de aparcar, ahora luce hermosos huecos en los que no tengo temor de romper nada de mi coche, ni de los de otros mientras me dispongo a estacionar. Llego a casa, hundo la cabeza en un superficie mullida y me doy cuenta de que estoy cansado que casi no puedo dormir. Por cierto, ¿cerré bien el coche, verdad?

Conclusiones: sinceramente creo que lo de dormir en Murcia, en retrospectiva, no es mala idea, si me preguntan si haría esto dentro de cinco años, le diría tranquilamente que no. Es muy jodido, los reflejos y la fortaleza física no son ninguna tontería y es mejor tenerlos funcionado a tope, por culpa de los conciertos (y no me refiero a los que he asistido por cuestiones laborales) ya pasé muchas penurias, noches sin dormir para coger el primer bus/tren/avión de la mañana siguiente. Obviamente, me lo he pasado de puta madre, pero siempre he sentido una razonable envidia por esos aficionados mas mayores (o mas adinerados) a los que no les importaba gastarse unos duros en pocas horas de hotel y salir a una hora mas humana. Y lo que es bueno para el ocio, debe ser diez veces (o mas) importante para el curro, ¿no?

Después de este relato, creo que vamos a alternar un par de artículos sobre el automovilismo y después LA CULTURA (así en mayúsculas, aunque seguirá siendo barata) seguirá campando a sus anchas, o a sus estrechas viendo el panorama económico. Lo mismo hasta hablamos de política. O no.


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