Evolución
del aficionado al cine
No
me duelen prendas al admitir que lo que más me ha gustado de siempre
ha sido el cine de ciencia ficción, fantasía o acción / aventuras.
Por supuesto, también me gusta mucho la comedia – si bien hay
gente que no las soporta, o solo soporta algunos tipos muy concretos
-, pero siempre ha sido raro que yo me enchufe una película para
llorar a moco tendido o para sufrir, aunque por relación con lo
fantástico, también acabo con el terror sumando un buen porcentaje
de lo que veo. Y ahí también se sufre de lo lindo. Aunque a veces
sea por los macarrónicos niveles de producción más que por la
trama o el ambiente de la película.
Pero
nunca he tenido mucha afición al cine que yo, de chico, llamaba
“feo”, todavía me acuerdo de lo mucho que a mi padre, por
ejemplo, siempre le han gustado films como “Apocalypse now”
(1979), y el terror que me provocaban los gritos de “¡te mataré
yanki, juro que te mataré!” Incluso la visión del sacerdote
eunuco de “El nombre de la Rosa” (Jean-Jacques Annaud, 1986)
ahogado en la bañera – que tanto los avances televisivos de la
cinta se afanaban en mostrar – me quitaba todas las ganas de verla.
Por
supuesto, las cosas cambian, el film “no sobre el Vietnam
sino
que es
Vietnam”
de Coppola es hoy en día uno de mis favoritos llevándome incluso a
leer la novela de Joseph Conrad en la que se basa. Lo mismo con el
largometraje que se realizó, tomando como partida el libro de
Umberto Eco, aunque, lamentablemente, nunca me pude terminar “La
abadía del crimen”. Eso es porque uno crece y se da cuenta de
que, por mucho que le guste Spielberg, por mucho que uno se crea que
la animación introductoria de la Cannon es sinónimo de que lo que
se va a a ver es de calidad – realmente, yo lo pensaba cuando era
niño, para que se hagan ustedes una idea -, uno tiene
que
abrirse a otras clases de cine porque hay muchas cosas buenas por ahí
que no requieren de dragones, naves espaciales ni robots ligeramente
homosexuales.
Empero, eso no
quiere decir que yo me ponga cintas de Bergman, Pasolini o Haneke por
regla general, pero alterno mis buenas raciones de cine Marvel o
Pixar – probablemente de las que salgo más contento cuando voy a
una sala – con mi propio catálogo de pedantes. Y mira que, a pesar
de que mantengo la firma creencia de que si me encontrara a
Winterbottom en un bar acabaríamos a hostia limpia, film que veo
suyo, film que me gusta. A eso, súmele usted un Woody Allen, los
Python, Gonzalo Suárez... ya, tampoco son la élite intelectual,
pero es que yo tampoco lo soy.
Es normal, uno
cambia, se harta de que la enésima producción chunga sobre magos o
bárbaros tenga unos efectos especiales peores que una función de
fin de curso en un colegio público, con actuaciones a la par. El
montaje no lineal, las historias alternativas, las cosas más
cercanas a la realidad o las más alucinadas (ese Terry Gilliam que
me pone bien), empiezan a despertar tu interés. Incluso las tramas
de viajes iniciáticos, gente que se busca a si misma o personas que
intentan recuperarse de un trauma te interesan. En parte porque te
haces mayor, en parte porque te sientes identificado.
Después de una maratón de "Piratas del caribe", éste es el mejor film para echarse una risas... err, o no. |
...Por no hablar
de que un día cualquiera tu padre vuelve flipando tras ver “Mujeres
al borde de un ataque de nervios” en el cine, con lo que, antes de
querer darte cuenta, ya tienes en casa ese VHS haciendo compañía a
“Las cosas del querer”, “Ay Carmela” y tu gastada grabación
de “Los Cazafantasmas”.
También
es cierto que uno acaba volviendo a lo que más le gusta, y lo mejor
es que lo que más te gusta, también triunfa entre la gente normal
o
aficionada a otra clase de cine. Donde no triunfa es entre la gente
que no le gusta en realidad el cine, como Carlos Boyero, el equipo de
“Días de Cine” o los que escriben en “Dirigido Por...”
Vale, yo sigo comprando de vez en cuando el “Dirigido” a pesar de
esto ¿Qué pasa?
"Dirigido" SIEMPRE pone películas buenas en la portada... SIEMPRE... |
Lo que quería
decir es que cosas como “El Señor de los Anillos” / “El
hobbit”, o los héroes de la Marvel ahora tiene el beneplácito de
la taquilla, ¡Si hasta hemos visto una adaptación cinematográfica
bastante fiel de “Watchmen” que pensábamos que nunca íbamos a
tener en nuestras manos!
Con todo y con
ello, siguen siendo películas “de estudio”, que se dice, por
mucho o poco arriesgadas que sean sus puntos de partida, pasan por
muchos procesos para que resulten atractivas al público no iniciado,
incluso un cómic tan friko como el Hellboy de Mike Mignola tuvo que
ablandarse un poco para conocer su paso al celuloide. Y eso que una
de las condiciones de su director- Guillermo del Toro - para llevarla
a cabo era tener a Ron Perlman como protagonista sí o sí, ¡Para
que después vaya el tío mierda y diga que no va a protagonizar más
secuelas porque el maquillaje le agobia! ¡Como si se hubiera visto
en otra! ¡Y aún así Guillermo le sigue llamando para Pacific Rim!
Pero ya está bien
de divagar, casi.
Hay
películas que te llegan por motivos muy diferentes, por ejemplo,
mucha gente se enganchó a Almodovar por el desfile de travestis,
monjas drogatas y ex-mujeres vengativas. Simplemente, les hacía
gracia el cocktail, sin entender del todo que aquello no era una
muestra un modo de vida alternativo, sino, como diría William S.
Borroughs, era
un modo de vida.
Los que desprecian el cine del manchego por ese mismo motivo, quizás
se rindieron a historias más convencionales. Para mí, “La flor de
mi secreto” (1995) es su particular cima, más que nada por esa
descarga de romanticismo desbordado que parece salir de ninguna
parte. Y porque no abusa tanto del legado de John Waters
El megaposter "extraído" de una parada de autobús, con un bonito marco, presidió el dormitorio de mi hermana durante AÑOS |
Que es lo
contrario a lo que sucede en “Shame”.
Vergüenza
(de lo que va, de forma resumida y con SPOILERS)
Brandon (Michael
Fassbender) vive y trabaja en Nueva York, su oficio es indeterminado,
pero tiene que ver con entregar proyectos publicitarios a grandes
clientes, manejar ordenadores en una suntuosa oficina, e ir en traje
de chaqueta. Folla con prostitutas y consume porno por Internet,
tanto es así que su ordenador del trabajo se ve infectado por un
virus. En el trabajo también se masturba después de limpiar
meticulosamente la taza del water. Una mujer no para de llamar a su
móvil y a su fijo pero ignora todas sus llamadas, dejando que el
contestador automático haga los honores. De camino al trabajo, se
encuentra con una mujer en el metro, ella lleva anillos de
compromiso y matrimonio. Brandon mira a un vagabundo, pero decide
concentrarse en la mujer, disfruta viendo como tiene que cruzar las
piernas bajo su inquisitiva mirada. La persigue al salir del vagón,
pero ella desaparece. Brandon sale una noche con los compañeros, su
jefe, a pesar de estar casado con hijos, no tiene problemas en
entrarle a un grupo de tres mujeres que parecen un reflejo de la
manada masculina.
A pesar de sus
diversas intentonas y de una desastrosa demostración de baile, el
premio gordo, la rubia, pasa del jefe, David (James Badge) tras
agotar las copas, éste es acompañado por Brandon a un taxi.
Mientras busca una forma de volver a casa, el empleado se encuentra
con dicha rubia. La siguiente escena se compone de ellos dos
follando, en algún lugar, probablemente lejos del mundanal ruido
pero al aire libre, con el coche de ella de fondo.
De vuelta al
apartamento, Brandon escucha que alguien ha puesto música en su
equipo – un cuco ampli estéreo con tocadiscos -, coge un bate de
beísbol y entra en el cuarto de baño, donde ha oído que alguien se
está duchando. Resulta que es Sissy (Carey Mulligan), su hermana y
la mujer que le ha llamado en repetidas ocasiones.
Aunque es
reticente, Brandon deja que Sissy duerma con él. Mientras intenta
seguir consumiendo porno on-line, escucha a su hermana hablando entre
sollozos con alguien a quien declara un amor apasionado. A la mañana
siguiente, Sissy juega a acercarse al filo de la vía del metro, con
lo que solo consigue cabrear a su hermano. En la oficina, Brandon no
para de fijarse en una compañera de trabajo, Marianne, de raza
negra. Mientras intenta tomarse el café, el jefe de Brandon, vuelve
a buscar planes para la noche, pero su sufrido empleado le cuenta que
Sissy va a cantar en algún lugar en el centro, con lo que su patrón
se autoinvita.
En el bar /
restaurante, Brandon tiene que ser testigo de otra intentona de su
superior de ligar con una camarera de origen brasileño. Entonces
Sissy empieza a cantar una devastadora versión de “New York New
York”, con la que consigue hacer llorar a su hermano. Tras la
actuación, Sissy se une a Brandon y a su jefe, éste señala las
marcas en su brazo, ella intenta explicar que son el resultado de
“estar muy aburrida”. Tras algo de conversación sobre el tiempo
que Sissy ha pasado en Los Ángeles, cortamos a un plano de un taxi
en el que Brandon tiene que soportar cómo su hermana y su jefe se
comen la boca.
Para más inri,
follan en la propia cama de Brandon, quien aprovecha la estulticia
para hacer ejercicio, poniéndose el chándal para correr. A la
vuelta, cambia la ropa de la cama, Sissy intenta dormir con él, pero
con el cabreo, es tal el grito que éste le suelta, que su hermana
corre para salir de la habitación, asustada.
Brandon invita a
Marianne a una cena, no sin antes tener que soportar la conversación
de David con su hijo a través del iMac que tiene en el despacho y
que, durante el tiempo que el niño va a preguntar una cosa a su
madre, le comenta que el disco duro de su ordenador estaba lleno de
“asqueroso” porno duro del cual, sin que Brandon diga nada en su
defensa, el jefe responsabiliza al becario. Mas tarde, la comida con
su compañera tiene algo de incómodo, el lenguaje hablado y corporal
entre ellos denota una atracción, pero él juega a no hacer ningún
movimiento. La conversación sirve para que nos percatemos de las
diferencias entre ambos, ella, a pesar de haberse separado
recientemente aún cree en las relaciones mientras que Brandon nunca
ha conseguido durar más de cuatro meses. Se despiden en la boca del
metro sin que él haga el más mínimo gesto de intentar besarla.
En el piso, Sissy
pilla, sin querer, a su hermano mientras intenta masturbarse en el
servicio – bueno, es su casa, a fin de cuentas -, aunque al
principio intenta tomárselo a cachondeo, él sale hecho una furia,
con apenas una toalla cubriéndole. Tras echarse encima de ella,
Brandon vuelve al baño, abriendo la ducha para que su hermana le
deje en paz. Ella se sienta y ve que el portátil de su hermano está
abierto, con una mujer preguntando por él. Quiere saber si Sissy es
su novia, tras decir que “ella sabe lo que le gusta a Brandon” se
lleva su mano a la entrepierna pero entonces su hermano cierra
violentamente el portátil. Sissy, bastante consternada por lo que ha
visto y oído, se va. Brandon mete todas sus revistas pornográficas
así como su portátil en una bolsa de basura y las tira en la calle.
Una bicoca para el Cash Converter, al menos el ordenador.
Nuestro
protagonista reserva una habitación de hotel en la que se cita con
Marianne, antes de tenderse en la cama con ella, esnifa una raya en
el servicio. Pero no consigue empalmarse, Marianne se marcha sin
saber muy bien lo que ocurre, aunque quizás supone que su compañero
de trabajo no la encuentra atractiva, después de todo. Más tarde,
aún en el hotel, Brandon no tiene problemas para follarse de pie a
otra mujer, probablemente a una prostituta, sin el “probablemente”.
En su casa,
mientras ve la televisión, Brandon habla con su hermana: le cuenta
que será mejor que deje de llamar a su jefe, pues está casado y
tiene hijos. Sissy se defiende diciendo que no llegó a ver la
alianza. Su hermano empieza a exponer sus reproches, aduciendo que a
ella le encanta hacer el papel de víctima, que su presencia le
atrapa y que no es más que una molestia.
Vemos a Brandon en
el metro, su cara luce pequeñas heridas, no tardamos en saber que en
un bar le ha entrado a una chica que había ido a la barra para pedir
algo para su novio, que en ese momento estaba jugando al billar a
unos pocos metros de distancia. Nuestro protagonista no se ve frenado
por este hecho y sigue haciendo comentarios sexuales, hasta intenta
meterle mano. El novio de la chica llega, queriendo saber qué está
pasando, Brandon no se achanta, le repite lo mismo que le acaba de
soltar a su novia. Fuera del local, el hombre y un amigo suyo le
pegan unas cuantas hostias a Brandon. Éste intenta entrar en una
discoteca, pero el portero le dice que esa noche, al menos, no va a
poder ser – quizás después de ver su magullado rostro – pero en
la puerta ve como un tipo no le quita ojo de encima.
Brandon sigue con
el juego de miradas hasta que entra en un local gay, en cuyos
“apartados” diferentes hombres juegan al teto y variantes – ya
he usado muchas veces “follar” -, en una de esas habitaciones
deja que se la chupe el tipo que le ha estado mirando. Después de
esta aventura homosexual, sigue andando por la calle, le llega un
mensaje de voz de su hermana en el que, llorando, le explica que ella
y él no son malas personas, simplemente “vienen de un mal lugar”.
Sin reparar
demasiado tiempo en el mensaje, Brandon llega a un piso en el que se
ha citado con dos mujeres. Juega al parchís con las dos. Es mentira,
follan los tres. De vuelta al metro, el vagón se detiene, entendemos
que alguien se ha tirado a las vías, temiéndose lo peor, Brandon
empieza a llamar repetidamente a Sissy, al llegar a su apartamento,
se la encuentra. Está tendida en el suelo del cuarto de baño,
diversos cortes nos muestran que ha vuelto a intentar suicidarse
(algo que solo podíamos suponer tras su conversación en el bar con
David). Tras comprobar que físicamente está estable, Brandon anda
por las frías calles de New York, superado por las circunstancias se
desmorona con un aterrador grito sobre el húmedo asfalto .
En la siguiente
escena podemos ver a la mujer del principio. Solo lleva una alianza
(¿la de compromiso?) en su dedo, sonríe de forma nada inocente a
nuestro protagonista. Fundido a negro.
El
demonio está en los detalles
Cuando oí hablar
por primera vez sobre “Shame” (Steve McQueen, 2011, por cierto,
como pueden ustedes adivinar, el director no tiene nada que ver con
el protagonista de “Bullit” ya que, para empezar, es negro) se
decía que era un film con fuerte contenido sexual que no resultaba
agradable y que, después de su visionado, dejaba un poso bastante
feo en el espectador.
Este NO es el director de la peli |
Ambas cosas son
ciertas.
Sobre lo primero,
albergaba algunas dudas, por lo pronto porque cuando alguien dice que
“las escenas de sexo no son agradables”, me hacen pensar en el
porno lacio – en todas las acepciones de la palabra - de Jess
Franco. Pero bueno, esto es, hasta cierto punto, cine yanki (en
realidad es una coproducción británico-estadounidense), así que,
los valores de “imagen” implican también una cierta elegancia a
la hora de filmar las escenas intimas.
Pero el problema
no es que la gente que aparece en pantalla hayan pasado por un
depilación o tenga un físico más o menos cuidado. Muy al
contrario, la desnudez de las mujeres, aunque no implique unas curvas
de modelo (curvas de modelo quiere decir sin curvas) es
al mismo tiempo sincera y atractiva. Todo está rodado con gusto,
quizás para no tener excesivos problemas con la censura, quizás
porque McQueen es un esteta de cuidado.
La cuestión con
las escenas de sexo es otra, es que no se utilizan como reclamo para
que el espectador medio pueda darse una alegría mientras la trama le
pasa de largo. Esto no es “Mentiras y Gordas”. No, su misión es
mostrar la forma de vida del personaje interpretado por Fassbender,
de hecho, la música dramática que va avanzando poco a poco al
principio del film, en el que se nos hace una radiografía descarnada
de cómo vive Brandon, sirve para que las melodías incidentales
queden en un segundo plano. Lo que ocurre a partir de ahora se nos
muestra con una agrio minimalísmo sonoro.
Este SI es el director... |
Es, en cierta
forma, como la desnudez que luce Sissy cuando su hermano la encuentra
en la ducha. Sin tener un físico espectacular, la extraña belleza
de Mulligan, mezcla de refinamiento y de chabacano, no deja de llamar
la atención, con sus partes íntimas sin depilar, mostrándose sin
problemas a su hermano. Esto último nos da una pista de la extraña
relación ambivalente en la que ambos se ven envueltos, poniendo de
relieve la disparidad de los dos personajes.
Si Brandon es un
adicto al sexo sin emoción, Sissy es adicta al cariño con sexo. Su
capacidad de devoción - de la que somos testigos gracias a su
charla telefónica con alguien que podría ser su novio -, contrasta
con la facilidad con la que acaba enrollándose con David. Funciona
por impulsos afectivos, quiere ser aceptada a toda costa y con la
misma pasión desgarradora con la que ella siente. En este sentido,
el hecho de que sea cantante – la profesión, junto a actor /
actriz que más claro deja en una persona que por dentro está
gritando “¡queredme!” -, no puede ser un mero recurso para un
buen número musical en la película, sino que es una extensión de
su carácter.
En contraste, pero
a la vez muy parecido, Brandon aspira a una cierta normalidad dentro
de un modo de vida totalmente incompatible con ser una persona “al
uso”. Es consciente de su rareza, pero no puede evitar sentir algo
por Marianne, aunque al mismo tiempo esos mismos sentimientos le
alejan de ella, cuyo optimismo con las relaciones contrasta con la
visión cínica que mantiene nuestro protagonista. Cuando, a pesar de
que emite todas las señales, se niega a hacer ni el amago de un beso
de despedida, no está jugando, sabe que su compañera de trabajo es
una mujer de verdad, no una de esas citas aleatorias en las que se
permite un juego de unas horas para no verse nunca más.
Eso, obviamente,
se suma al patetismo que genera su gatillazo cuando quedan a solas en
un hotel. Aquí, el director podría haber hecho algún tipo de
comentario sobre el sexo interracial o insertar alguna broma sobre
los tamaños de polla negra vs pollas blancas. Agradecemos que
McQueen esté por encima de esas consideraciones.
En todo caso, el
problema para el protagonista reside en que la conexión entre su
pene, su cerebro y su corazón, no acaba de funcionar. Un gesto tan
sencillo (aunque malrollista, sobre todo por la cara que pone), como
esnifar una raya de coca, sirve para que podamos suponer algunos de
sus pensamientos “todo va a ir bien, soy un máquina, me he follado
a un montón de tías sin problema, le voy a hacer disfrutar”.
Pero no es tan
sencillo, para Brandon el sexo no es una expresión de nada más allá
de una necesidad enfermiza, es un adicto, ya no encuentra el placer
intrínseco a la intimidad con otra persona. Como un alcohólico,
como un drogadicto, necesita de unas dosis más fuertes, de una
fantasía más extrema, para colmar sus necesidades. Lo cual no es
bonito.
Ni siquiera la
elección del envidiable físico de una artista de burlesque como
DeeDee Luxe para el trío hacia el final del film (Dato freak: los
que fuimos a los shows de la gira “The Wall” de Roger Waters,
pudimos ver una versión de 15 metros de alto del cuerpo de DeeDee,
ya que es la protagonista de las proyecciones de “Young Lust” en
las que se retrata a una groupie), sirven para distraer del hecho de
que la diversión que pueda extraer el personaje de Fassbender es más
que nada pasajera y que no tardará en dar paso a un vacío aún
mayor que el que había antes.
Eso entronca con
el amargo poso que deja la historia. “Shame” no toma prisioneros
ni excusas fáciles: todos los personajes están heridos o tienen
problemas para funcionar como “personas normales” (si es que eso
existe) de alguna manera. David está felizmente casado, pero no
puede dejar de entrarle a todo bicho viviente después de las horas
de oficina, contento con dejar a su mujer en el papel de madre
mientras él estira una adolescencia de la que, muy probablemente,
nunca podrá salir. No da explicaciones de sus intentos, parece que
hasta cierto punto, se espera que actúe así, incluso si esa forma
de actuar delata que es un hombre casado aburrido. Detalle que, como
ya hemos dicho, se le escapa a Sissy.
Brandon intenta
redimirse, tira toda su pornografía y hasta la forma más sencilla
de acceder a ella en un acto de constricción, pero una vez
fracasado, se lanza sin mirar atrás a un acceso de furia sexual,
dispuesto a follarse lo que sea, aunque eso implique recibir unas
cuantas hostias o relacionarse con alguien de su mismo sexo.
Ha habido quien,
en una de las posibles interpretaciones de esta historia, la ha
considerado una especie de protesta contra el vacío que produce el
éxito capitalista. No estoy de acuerdo, el problema del personaje
principal no es que haya tenido que renunciar a su alma para alcanzar
una cierta posición, la herida que le impide sentir y relacionarse
de un modo convencional, probablemente lleva en su interior mucho
tiempo. El cambio de escenario, el instalarse en Nueva York, en la
ciudad en la que “si tengo éxito aquí, lo tendré en cualquier
parte” (como dicen la canción), no marca una gran diferencia. Por
eso, quizás, no puede evitar emocionarse cuando su hermana
interpreta el mítico tema con una voz más cercana al patetismo y a
la redención que al ansia de éxito.
Es solo uno de los
múltiples detalles que nos muestran que algo no va del todo bien en
su interior. Cuando Brandon escucha la parrafada de “no somos malas
personas...”, en el teléfono, ve su reflejo distorsionado en una
pared de cristales traslúcidos, el ser con el alma deforme detrás
del guapo ejecutivo con un cuerpo fibroso y modales exquisitos.
En esta línea, el
guión nunca da detalles explícitos sobre el pasado de los
personajes, puede que esto se deba a que no se quieren dar datos que
puedan interferir con nuestra percepción de los mismos, puede que
sus peculiaridades hayan sido descritas con grandes brochazos.
Durante su charla en la calle con Marianne, Brandon habla de su
origen irlandés – lo cual es una buena justificación para que ni
Fassbender ni Mulligan tengan que forzar un acento neoyorquino, ya
que los dos son británicos – pero poco más. Un poco como ocurre
con las vagas explicaciones de los intentos de suicidio de Sissy
cuando entable conversación con David.
El enfrentamiento
entre los hermanos tiene que ver con la total ineptitud que posee
cada uno para ver las debilidades del otro, exacerbándolas en lugar
de intentar que se minimicen. Brandon no para de atacar a Sissy, la
denomina “una carga”, desprecia su forma de vida a salto de mata,
sus ínfulas de cantante, su necesidad de ser querida a toda costa y
su falta de miras en las relaciones. Ella lo llama “bicho raro”,
busca su consuelo y su protección, ignora (a posta o no) lo que
puede estar pasando por su cabeza, lo desestabiliza, intenta una y
otra vez que Brandon le dé un cariño, mientras el reacciona con el
rechazo que solo puede lucir una persona que ha pasado en varias
ocasiones por el numeríto. La conoce muy bien, no está dispuesto a
aceptarla tal y como es, no sería muy exagerado creer que, en ese
modo de actuar, guarde el deseo de que su hermana actúe como la
persona normal que él nunca podrá ser.
Aparte de la
propia interacción de los personajes, hay una serie de pequeños
detalles en la escenografía, los planos y el montaje, que sirven
para amplificar algunos elementos de la historia. Puede que en
algunos casos se traten de pistas falsas, que nos pase como a los
críticos que parlamentan en “Room
237” (documental que trata todas las posibles interpretaciones
de las imágenes de “El Resplandor” de 1980, dirigido por
Kubrick, sin reparar mucho en que puedan ser meros fallos de raccord)
y queramos ver más de lo que realmente hay.
Por ejemplo,
después de ofrecernos un generoso desnudo frontal de Fassbender (el
hijo de puta, aparte de guapo, fibroso y de saber actuar, está bien
armado ¡muerte y destrucción!), vemos un plano en el que su
teléfono fijo contrasta con el fondo blanco de su apartamento por la
mañana, cual pene erecto. Obviamente, puede que, como decía Freud
“a veces un puro no es más que un puro”, y que haya visto
demasiadas veces el film para escribir este artículo. Pero si nos
detenemos en pequeñas tonterías que aparecen más tarde, no resulta
tan descabellado.
De igual forma, si
esto fuera un producto Hollywood 100%, todo el mundo usaría
ordenadores Apple, Ipods o equipos de música Bang & Olufsen (que
tanto coraje le daban al personaje de Edward Norton en “El club de
la lucha”). En lugar de eso, Brandon tiene un proletario portátil
con Windows, escucha música de su colección de vinilos y tiene una
televisión normalíta. El edificio en el que vive ya es otro cantar,
pero como suele suceder en las grandes ciudades, edificio imponente =
pisos zulo. Nuestro protagonista puede que disfrute del éxito en la
Gran Ciudad, pero solo está un poco menos jodido que una camarera
del Starbucks. Cadena da cafeterías que no se ve por ningún lado en
esta película, por cierto.
En lo referente a
los planos, hay uno que llama especialmente la atención, la cena en
el restaurante se resuelve con lo que viene a ser un plano fijo. Todo
el peso de esa escena es llevado por los actores, no hay cambios en
la iluminación, ni primeros planos. Como si fuera una pieza teatral,
lo bueno de esta parte es cómo los actores se desenvuelven con la
forzosa naturalidad en la que uno se ve envuelto durante la primera
cita, las risas que intentan romper el hielo cuando uno quiera
aparentar que realmente no está muriéndose por culpa del
nerviosismo. Incluso Brandon, que parece estar por encima de esas
cuestiones, luciendo un gran autocontrol en lo que se refiere a las
mujeres, parece perder de vez en cuando su entereza. Especialmente
con un camarero tan inquisitivo. Aunque a veces parezca un diálogo
improvisado sobre el que el director ha impuesto unas directrices
básicas, resulta muy convincente.
El montaje también
juega con nosotros, McQueen no intenta insultar nuestra inteligencia,
pero de vez en cuando se permite ser un poco cabroncete. Por ejemplo,
cuando utiliza el recurso de “sembrar y recoger”, lo hace de una
forma muy sutil: ustedes ya saben de lo que hablo, se nos muestra
algo que posteriormente será clave en la trama, una forma de premiar
al espectador más atento y de obligar a los más rezagados a ver el
film una segunda vez. En las películas de fantasía / ciencia
ficción suele ser que descubrimos que tal o cual objeto que todo el
mundo consideraba inútil resulta que al final es clave para derrotar
al enemigo, desconfíen de los planos fijos extrañamente largos
sobre algún personaje al principio de un thriller. Aunque,
curiosamente, sí que se “aguanta” el plano en el que Brandon se
queda mirando a un vagabundo...¿Se ve reflejado espiritualmente en
él?
El
director nos siembra tarde para recoger a los pocos segundos. El
primer plano de Fassbender en el metro nos parece extraño ¿Con qué
se ha hecho esas magulladuras? ¿Acaso estaban allí de antes y no
nos hemos percatado? No tardamos ni cinco minutos en recibir una
respuesta, el flashback
que
nos retrotrae a, posiblemente, poco más de una hora antes, nos
explica que Brandon por poco se parte la cara por tocarle el muslamen
a una muchacha comprometida.
Algo parecido pasa
con el juego tonto de Sissy consistente en acercarse a la vía del
metro, como si hiciera el amago de tirarse, juego que podemos
observar en el primer tramo de la cinta. Cuando al final, Brandon
vuelve de su noche de caza, su vagón se detiene, vemos hasta un
cerco policial que nos insinúa un posible suicidio. McQueen,
nuevamente, juega con las expectativas. La hermana de nuestro
personaje principal no responde al móvil (en contraste a cómo
Brandon pasaba de ella, también al principio del film) y,
efectivamente, ha intentado suicidarse, pero no en el metro, sino en
el cuarto de baño en el que su hermano la descubrió al llegar a su
piso.
El contraste de
luces y la palidez de los colores en esa escena también funciona
como contraposición frente a los tonos medios de un Nueva York
húmedo y gris cuyas calles recorre Brandon antes caer al suelo,
invadido por esa desesperación que le plantea qué carajo está
haciendo con su vida.
Para terminar
estas pequeñas jugadas del director, podemos señalar un discurso de
David, un encabalgamiento que empieza con “te encuentro asqueroso”
mientras la cara de Fassbender ocupa el plano. En realidad no se
refiere a él, sino al modo al que el tejido empresarial conservador
veía a la empresa en la que trabajan. Pero McQueen nos da a lugar
para el doble sentido.
Nueve canciones
que escuchar con los ojos bien abiertos
Aunque “Shame”
disfrutó de buenas críticas y parabienes variados tras su estreno,
estuvo muy lejos de provocar la polémica que a veces se asocia a
films que tratan de forma bastante abierta el tema sexual, o al menos
cuando no se trata con la ligereza de un “American Pie”.
En
este sentido, yo veo a “Shame” más emparentada con cosas como “9
songs” (2004) del muy hostiable Winterbotton, o “Eyes wide shut”
(1999), del venerado Kubrick. En la primera, el director británico
nos demostraba la facilidad con la que puede hacer una película al
año, básicamente enlazaba escenas de la pareja protagonista con
actuaciones en vivo de grupos moennos
(¡Ey!
Salen Elbow y su colega Michael Nyman, ¡No puede ser malo!), aunque
buena parte de dichas escenas mostraban sexo explicito. Lo cual, a
más de uno le hizo preguntarse qué carajo (¡nunca mejor dicho!
¡ahhh, el chiste fácil!) hacía La 2 pasando una peli porno cuando
la echaron por la tele.
“9 songs”
mostraba una visión muy realista, o lo que el director pensaba que
lo era, de la vida de una pareja moderna internacional. Al igual que
los personajes de “Shame”, los novios viven en una gran urbe –
Londres en este caso – y aparte de ir a conciertos en la Brixton
Academy, consumen drogaina de un modo recreativo, se van a un hotel
para celebrar un cumpleaños (y follar), hasta van a un club de
strip-tease que a ella le deja un poco impactada sexualmente después
de que una bailarina le ponga el potorro a la altura de los labios.
De la cara.
Cuando ella se va
de vuelta a los Estados Unidos, vemos que él, en su trabajo en una
zona ártica, recuerda su relación con algo de amargura pero al
mismo tiempo con cariño. Los áridos paisajes en los que se mueve en
su soledad sirven como contrapunto frente a la existencia urbanita
que llevaba en la capital inglesa.
En este sentido “9
songs” no planteaba muchos dilemas, aunque fue causa de
consternación en algunas partes – probablemente más por enseñar
una corrida real que por otra cosa -, sería complicado contradecir
que el modo de vida que se nos muestra está muy alejado del ideal de
muchas personas entre los 20 y los 40 años, o incluso más allá.
Una existencia que transcurre entre las obligaciones y el placer ¿Qué
hay de malo en ello?
Lo malo podría
ser lo que sucede en “Eyes wide shut”. Cuando Jack Nicholson
intentó explicar en una entrevista lo que su fallecido colega había
intentado querer decir con su largometraje prácticamente póstumo,
argumentó que resumía buena parte de las preocupaciones del
director neoyorquino (afincado en Inglaterra), esto es, el padre de
familia responsable frente al tipo que podía actuar con absoluta
libertad moral sin importarle las consecuencias de sus actos. En
cierta forma, no muy alejado de los drugos de “La naranja mecánica”
(1971). Tal y como explica Nicholson, Kubrick estaba muy metido en
ser padre de familia, pero entendemos que no podía evitar algún
vistazo a cómo podía ser la vida ahí fuera.
Las reuniones de
gente de la alta sociedad en la que se consumen drogas y sexo sin
contemplaciones (lo siento, Sasha
Grey, llegas muy tarde), se nos presentan en una trama que se
mueve de forma lenta pero hipnótica, algo que no evita que muchos
espectadores su murieran de puro aburrimiento. Algunos se preguntaban
si era tan grave que el personaje encarnado por Nicole Kidman le
dijera a su marido que hubiera estado dispuesta a tirar su vida
familiar por la borda a cambio de una noche con un fornido militar.
Al igual que los
chicos de “9 songs”, el matrimonio Cruise / Kidman consume
sustancias ilícitas, pero esto es un film de la Warner, así que se
deja en unos sencillotes porros. Después de todas las vicisitudes
por las que pasa el marido (quien responde a la revelación de su
esposa con largos escarceos nocturnos por la ciudad, en la búsqueda
de vaya usted a saber qué), Kubrick decidió que las últimas frases
(SPOILER) que se iban a intercambiar unos personajes en una
película dirigida por él fuera el equivalente de “folla, folla,
que el mundo se acaba”. A Spielberg le concedió su particular
visión de Pinocho. Aunque no fuera adrede, el hecho de que le dejara
dirigir una fábula futurista después de morir y haber firmado una
cinta tan incómoda solo se puede resumir del siguiente modo: Zas en
toda la boca.
One more time: Zas
en toda la boca.
Es Pinocho, me da igual cómo lo veáis, es Pinocho |
También es
posible que algunos viesen en “Eyes wide shut” la autoherencia de
Kubrick sobre otra cinta que contempló el sexo prohibido bajo una
óptica mucho menos romántica, “Lolita”(1962). A fin de cuentas,
la aparición del personaje de Lelee Sobiesky (cuyo cuerpo es
ofrecido a un diletante Cruise, de manos de su padre, no menos) puede
ser una cruel referencia a ese film pasado ¿Era consciente el
director de que su tiempo se acababa y quería enlazar su corpus
artístico?
Vaya usted a
saber, eso es como querer adivinar si realmente “Barry Lyndon”
(1975) era una película aburrida con la dirección de un hombre
igualmente aburrido. O un preciosista intento de querer resumir una
vida de la forma más completa posible, a pesar de las limitaciones
del cine.
Pero ni Kubrick,
ni Winterbottom, ni McQueen han llegado a las cotas de escándalo que
han provocado otros films...
Shock cinema
Este apartado iba
a formar parte de otro artículo independiente, pero en realidad
viene más a cuento para explorar sus diferencias con una cinta que
me ha gustado, en contraste con otras que me han parecido aburridas.
Lo cual, ustedes ya saben, es peor que el hecho de que a uno no le
gusten.
Había
barajado nombres muy creativos para esa entrada en el blog, tales
como “mi cine quiere sodomizarte” o “película con trauma
incorporado”, de hecho, ni siquiera shock
cinema tiene
especial relevancia ni creo que exista como término real, estoy
parafraseando torpemente el término “Shock Rock” con el que se
solía definir el estilo de Alice Cooper.
Todo esto para
hablar de films especialmente polémicos: La (por ahora) dilogía
“The human centipede”, “A Serbian Film”, las series de
“Hostel” o “Saw”... Lo cual me dará permiso para hablar de
Jodorowsky y Pasolini, incluso Bertolucci. Ou yeah.
Recapitulemos: el
cine siempre ha tenido una serie de películas “prohibidas” o
“escandalosas”. Filmes que han cambiado, hasta cierto punto, las
reglas del juego porque han tratado temas escabrosos. No me refiero a
la infinidad de infraproducciones privadas que – según las
leyendas urbanas - se intercambian en las cloacas de la sociedad, o
sea, el subsuelo de Internet y aledaños. No, me refiero a esos
largometrajes que han gozado de fama, éxito en taquilla e incluso
devoción por parte de los críticos a pesar de la chunguez de sus
tramas o del modo en que éstas se tradujeron al celuloide.
Empero, no voy a
hacer un resumen de TODAS las películas “malditas”, más que
nada porque ya hay, al menos, un
volumen de publicación reciente en la calle – en castellano,
porque la literatura sobre el tema en inglés es prácticamente
inabarcable - que repasa someramente las historias de cintas
prohibidas, censuradas o que han tenido la repulsión del público
como principal respuesta.
Además, ya
hablamos de uno de los posibles primeros ejemplos de esta clase de
filmes, “La
parada de los monstruos” (“Freaks, dirigida por Todd
Browning, estrenada 1932). Pero como ya comentamos en su día, lo
realmente polémico no era tanto la trama, sino los seres humanos
protagonistas, quienes eran menos monstruosos que los seres humanos
“normales”. Hasta que les tocaban los huevos, claro.
Así que vamos a
ceñirnos a los ejemplos recientes y a un par de clásicos del tema.
Ya les digo yo que no incluyo “El exorcista” (William Friedkin,
1973) porque al final este articulo se transformaría en una excusa
para hablar de Mike Oldfield. ¡Pero me reservo el derecho a hablar
de Genesis! (¿Otra vez? ¡Sí, otra vez!)
El principal
problema de muchas de estas cintas es que la gente se suele
concentrar en los elementos más llamativos – esto es, presencia de
miembros viriles masculinos y sexo explícito -, para señalar lo
escandaloso de buena parte de estas propuestas. Pero ¿Son pedorretas
mentales disfrazadas de desafío intelectual o pornografía (no solo
sexual) que se cubre con harapos de maniobra artística?
En los setenta,
frente al despiste de los grandes estudios americanos sobre cómo o a
dónde tirar para no perder de vista al Gran Público en términos de
taquilla y credibilidad, se dio carta blanca a varios directores que
no se habían visto en otra, un pipiolo George Lucas entre ellos. En
Europa, donde el término “grandes estudios” siempre nos ha
resultado un poco ajeno, las llamadas “Salas de Arte y Ensayo”
provocaron capítulos de hilarante vicisitud al impulsar la
espasmódica carrera en el cine de gente como Alejandro Jodorowsky.
Tres de sus films más representativos: “El topo”, “Fando y
Lis” y “Santa Sangre”, son una gran demostración de cine
incómodo.
Siempre defenderé
a Jodorowsky sobre la base de que, indirectamente, fue el germen de
la creación de EL MEJOR DISCO DE TODOS LOS TIEMPOS, esto es “The
lamb lies down on Broadway” (de Genesis, por supuesto, 1974).
Doble vinilo conceptual que narra una historia tan enmarañada,
confusa y “pobremente configurada” (según palabras del propio
Peter Gabriel) como la que luce en ese western lisérgico-alucinógeno
que es “El topo”. Imagínense si, como sugirió Mike Rutherford,
se hubieran decidido por adaptar “El principito”.
Hay otros que
defenderán al chileno por sus aportaciones al mundo del cómic, con
la saga de “Los metabarones” como estandarte. Incluso habrá
quien lo tenga sobre un pedestal por sus aventuras literarias o su
práctica de la psicomagia.
Eso no quita para
que haya otros a los que les gustaría tirarlo del pedestal y
lanzarle tomatazos hasta que admita que lo que realmente le gusta a
Alex es epatar al público bajo cualquier excusa.
¿Por qué? Pues
porque buena parte de sus films muestran a gente en situaciones
bastante extremas y feas, filmándolas de un modo crudo nada
agradable. Por no hablar de lo confuso de las tramas, en “El Topo”,
Jorodowsky interpreta a un pistolero que, acompañado de su hijo (en
el film y en la vida real), pasa por una serie de situaciones que
implican tiroteos, violaciones, frases lapidarias metidas con
calzador y una persona que se prende fuego a si misma.
“El topo” se
transformó en film de culto en los setenta, mientras que sus
siguientes obras, seguían con su catálogo de narraciones
convulsas, su muestrario de personas con alguna deformidad y
desnudeces varias limítrofes con la pornografía (por decir algo).
La pregunta
habitual que se suele hacer sobre Jorodowsky es si es un genio o un
vendemotos profesional ¿Son sus maniobras artísticas el resultado
de una larga y compleja reflexión sobre lo que quiere decir tal y
cómo lo quiere decir o simplemente hace las cosas porque así le
salen y no hay más que hablar?
Puede que un poco
de ambas, a otro que le gusta mucha dejar al público con el culo
torcido, David Lynch, (en su día repudiado por Jorodowsky por tomar
las riendas de su malograda adaptación de “Dune”) suele dar
explicaciones bastante prácticas y sencillas sobre algunas de sus
imágenes y quiebros en la narración.
En realidad,
cuando Lynch dice cosas como “simplemente sucedió así”, da la
impresión de que juega al despiste al modo contrario del chileno,
como si cada uno representara el papel que uno se espera de su
herencia cultural: uno es el sudamericano bombástico, explosivo en
sus declaraciones, mientras que el otro muestra trazos de su herencia
británica – aunque sea estadounidense-, con toda la flema,
abstracción y alejamiento de dar algún tipo de excusa pasional para
lo que hace.
Un plano normal, dirán ustedes... |
En otras palabras,
los dos juegan con las expectativas del espectador, pero lo hacen
“tan bien” que no nos importa demasiado. Bueno, dependiendo de
las ganas que tengamos de soportar planos de gente con cabeza de
conejo y otras lindezas visuales.
Pier Paolo
Pasolini siempre jugó en el extremo contrario de la cancha, lo suyo
eran los paisajes áridos, tanto en lo referente a la fotografía de
sus films como al retrato de sus personajes. Si hay una línea
directa entra Jorodowsky y Lynch, bien podría haberla entre el
italiano y el español Julio Medem. La pregunta viene a ser la misma:
¿Son unos artistas de tomo y lomo que corren riesgos en lo que
muestran para contar la historia de modo tan fiel como la visualizan
en sus cerebros o son unos pornógrafos con ínfulas?
Frente a la
descarnada lectura del mito clásico de Edipo - “Edipo Rey”
(1967) – están las perversiones sexuales, la tortura y lo
escatológico de “Saló o los 120 días de Sodoma” (1975). No es
que dichos elementos no estuvieran presentes en las obras previas del
cineasta, pero nunca había llegado a tales niveles de depravación.
Con todo, la fealdad de las situaciones rivaliza con la crueldad de
los diálogos, si bien, aquí Pasolini contaba con el apoyo
argumental de estar narrando la barbarie de la ocupación fascista.
En este sentido no
puedo estar más de acuerdo con la reseña de “Aquí
vale todo”, cuando dicen que, muy probablemente, el italiano
era un señor que quiso llevar a la pantalla muchas de sus obsesiones
personales y encontró en la élite contracultural una plataforma
para darle a sus obras una patina de respeto intelectualoide.
Medem es mucho más
refinado en sus planteamientos, lo suyo es un romanticismo estético
pero fulminante en su seriedad. Aún así, aunque “Los amantes del
circulo polar” (1998) sea su película más celebrada y que produce
más devoción, la polémica salpicó a “Lucia y el sexo” (2000).
El film que catapultó la trayectoria de Paz Vega no buscaba excusas,
desde su título ya avisaba que lo suyo era una traslación del deseo
en su forma más descarnada, pasando, eso sí, por la casilla de
coger una trama lineal y explicarla de modo no lineal. Pero esto es
Medem ¿Qué esperaban?
Las siguientes
obras del realizador donostierra también fueron controvertidas, pero
por motivos muy diferentes: el documental “La pelota vasca, la piel
contra la piedra” (2003) intentaba dar una visión objetiva sobre
el conflicto vasco, algo, me temo, prácticamente imposible, a menos
que uno sea de Plutón. “Caótica Ana” (2007), a pesar de ser un
homenaje sentido a la hermana del director - fallecida en un
accidente de tráfico - y al género femenino en general, fue
tildada por algunos sectores de la crítica y del público como
decepcionante (para variar, a mi me gustó mucho).
“Habitación en
Roma” (2010) se antojó entonces como un intento de reverdecer los
laureles de “Lucia y el sexo”, jugando la baza de un encuentro
casual de dos mujeres que luchan contra sus respectivos pasados
mientras recorren sus cuerpos mutuamente. Medem se recreó en la
voluptuosidad de sus protagonistas, combinando romance y sexo. Pero
tanto empeño puso, que la historia parecía recalar más en el
sentimentalismo iluminado que otra cosa. Por una vez, Medem parecía
seriamente pretencioso.
Como
fan del Rock Progresivo, lo pretencioso me llama la atención
sobremanera, aunque muchas veces eso degenere – en vez de
evolucionar – en obras sin pies ni cabeza o, lo que es peor, sin
gracia alguna. Ergo, la recientemente galardonada en el festival de
Cine Europeo de Sevilla, “El desconocido del lago” (Alain
Guiraudie, 2013) juega con las expectativas del espectador en varias
modalidades: elimina la música incidental, hace maniobras con la
elipsis para que todo suceda alrededor del lago del título, dentro
del ambiente de cruising
homosexual
de un paraje campestre mientras regala escenas de sexo entre hombres
con miembros viriles decorando la pantalla.
Las ampollas que
ha levantado este film en ciertos sectores eran de esperar, pero a mi
parecer, adolece del mismo problema que “Habitación en Roma”, el
director se empeña en ofrecernos una visión de la historia tan
personal (y en este caso, tan pedante) que acaba por ahogar las
emociones que pudiera generar la historia. El galo lo sabe, es
consciente de que su film dará que hablar mientras intentamos
descifrar el código oculto de sus imágenes, pero lo penoso es que
parece un producto prefabricado para que el articulista medio de
“Dirigido por...” puede establecer largas reflexiones. Pero lo
que hay es lo que hay, muerte, sexo y amor en el aire. Y eso se ha
contado con mucha más gracia en otras ocasiones.
“El último
tanto en París”, (1972) de Bernardo Bertolucci, por contra,
ofreció una potente carga de profundidad, pero dándonos gato por
liebre. Muchos se concentraron en el hecho de que el personaje de
Marlon Brando llegaba a introducir mantequilla por el ano de la mujer
que interpretaba Maria Schneider, pero lo realmente chungo era lo que
Brando soltaba por esa boca, reflexionando, voz en grito, sobre la
institución de la familia.
El film es una
bomba emocional de la que nadie salió bien parado, el propio Brando
llegó a escribir en su autobiografía – la cual escribió para
pagar las costas legales de su hijo, acusado de asesinar a su propia
pareja sentimental - que se prometió no llegar a involucrarse tanto
en un rodaje nunca más, prefiriendo ganar mucha pasta con los
porcentajes que le pudieron reportar sus gélidas apariciones para el
“Superman” (1978) de Richard Donner.
Después de sustos
como “Irreversible” (Gaspar Noé, 2002), casi parecía que la
capacidad del cine para producir polémica se había reducido a la
cuidada forma de lanzar sangre que tiene Tarantino en sus films. En
estas que, de hecho auspiciado por el bueno de Quentin, entró el
torture porn.
Cualquiera
que haya entrado en contacto con la literatura de Clive Barker o el
cine de David Cronenberg no tendría problemas en entender el
planteamiento inicial del género: si bien, a estos autores se les
englobó dentro del epígrafe “la nueva carne”. Que viene a ser
lo mismo: sexo y vísceras, como el slasher
pero
con chistes más extremos. E intentado ser menos aburrido.
Veamos,
en la saga “Saw” - la primera dirigida por James Wan en 2004 -,
(SPOILERS)
una
especie de Charles Bronson decide que, en lugar de matar a los malos
a base de pegarles tiros en los aparcamientos (socorrido lugar de
filmación), es mejor secuestrarlos y ponerles sádicos rompecabezas
para que logren alcanzar su libertad. Desmembramientos y tiras de
piel volando por los aires aseguradas.
En “Hostel”
(la primera, de 2005), la caza de un polvo fácil y las fiestas
Erasmus sin ton ni son en Europa del Éste desembocan en el secuestro
de los jóvenes calientes por parte de una sociedad secreta que se
dedica a la tortura y asesinato. En las dos primeras películas,
dirigidas por Eli Roth – la tercera es más la típica secuela
“directa a DVD” que las productoras hacen para prolongar la vida
comercial de una saga -, el contraste entre las escenas subidas de
tono y las amputaciones con algo de slapstick sirvieron para renovar
el género del terror, creando una nueva vertiente de la “incomodidad
en la butaca”.
Por supuesto, la
cuestión innovadora era el planteamiento, ya que la tortura en la
pantalla no era algo precisamente novedoso. En casos tan conocidos
como “Holocausto Canibal” (Ruggero Deodato, 1980) el escándalo
provenía de que nadie había convenido en aclarar que aquello era
realmente un largometraje de ficción y no un documental. Visto en la
distancia, uno se pregunta si realmente el público era tan papanatas
entonces como lo es ahora. Pero eso sigue sin dar un motivo para
cargarse a una pobre tortuga de verdad mientras lo graban.
“El
proyecto de la bruja de Blair”, (Eduardo Sánchez y Daniel Myrick,
1999) por contra, solo
podía
funcionar como film de terror si realmente uno se lo encontraba de
chiripa como documental, si bien, aquello fue, en realidad, una
demostración de los primeros pasos del marketing viral en Internet
que un auténtico ejercicio cinematográfico. Algo de lo que parece
que casi se burla su más conservadora secuela.
La diferencia de
“Hostel” con respecto a los films nombrados es que el espectador
de la tortura es también el espectador de la película. En
“Holocausto Canibal” y “Blair”, (qué curioso, como el
apellido de la actriz que interpretaba a la niña de “El
Exorcista”, cuya banda sonora compuso Mike Oldifield ¡ya estamos!)
se produce un efecto de “metacine”, ya que vemos cómo se graban
“las torturas”. Se trata de “found footage”, imágenes
encontradas, un recuento pretendidamente minucioso de unas peripecias
grabadas sin apenas edición posterior. Un recurso que ha sido
vehículo de las más variadas producciones, tales como “Monstruoso”
(“Cloverfield”, Matt Reeves, 2008) o ya en su explosión
definitiva como activo comercial con “Paranormal Activity” (la
primera de 2007, dirigida por Oren Peli).
Aunque las
grabaciones de cosas chungas con tintes más realistas tienen una
larga tradición en los argumentos del cine, muchos prefieren apuntar
como pioneras en nuestro territorio a la española “Tesis”
(Alejandro Amenabar, 1996) con su guapo Eduardo Noriega, o la
refinada “Asesinato en 8 mm” (“8mm”, de Joel Schumacher,
1999) con el siempre molón e histriónico Nicolas Cage y su pelo
como protagonistas. Ésta última, otra película que le gustó a mi
padre, no sé si tanto como las de Almodovar o “Los burdeles de
Paprika” de Tinto Brass. Qué hacía mi padre viendo una película
de Tinto Brass es algo que, hasta cierto punto, se me escapa.
Eduardo NO riega ¿lo pillan? ¿Sí? Yo tampoco... |
En estas, que la
gente se olvida de “Henry, retrato de un asesino” (Jack
McNaugthon, 1990), un film un tanto más influyente que los nombrados
y que realmente puso en el cine más o menos comercial, una colección
de imágenes y diálogos hirientes que entroncaban, sin miedo, con
las formas menos apasionadas de joderle la vida al prójimo sin más
excusa que ser una auténtica mala bestia. Pero con actores más feos
y menos carismáticos.
Eso no quiere
decir que “Henry” no fuese polémica en su día, pero con
Internet, todo se ha llegado a magnificar. “El ciempies humano”
(de Tom Six, 2010) y “A Serbian film” (Srdan Spasojevic, 2010)
decidieron empujar los límites de lo soportable mucho más allá.
Cuando leí sobre
la primera, supuse que era una especie de variación sobre la
metamorfosis por la que habían tenido que pasar los protagonistas de
“La Mosca” (tanto en la original dirigida por Kurt Neumann en
1958 como el remake de David Cronenberg estrenado en 1986),
puede que incluso fuera una historia de amor con elementos de
denuncia social, como la estupenda “District 9”, (2009, Neil
Blomkamp).
Iba a ser que no.
Como
mucho, el amor que llega a haber es el que profesa el mad
doctor protagonista,
a la criatura cuya creación le obsesiona y que, como pueden ustedes
imaginar, ocupa el título. Pero en lugar de.... DEJEN DE LEER SI SON
DE ESTÓMAGO SENSIBLE... algún tipo de experimento genético con
células humanas y de insecto (les aseguro que esto, en mi cabeza,
tiene mucho sentido), lo que hace nuestro científico psicópata es
coger a tres personas y unirlas quirúrjicamente para formar un
cienpies. No quieran saber por dónde las une, porque no es bonito,
pero hay una parodia muy divertida de South
Park (de quién si no) sobre el tema. Rodada en tonos agradables
pero con la sensación de que el tren de la trama va a descarrilar en
cualquier momento (cosa que sucede), el film cautivó al público
adicto a las emociones fuertes. O que prefieren los films del Peter
Jackson pre-Señor de los Anillos.
El simple punto de
partida de la trama – que nadie discute que es repulsivo, pero en
peores plazas hemos toreado -, sirvió para que muchos se echaran las
manos a la cabeza. Cuando apareció la secuela, la venganza de esas
propias voces fue muy parecida al ataque que recibió “El club de
la lucha” por parte de la presentadora / actriz Rossie O'Donell, si
bien esta mujer se “contentó” con contar una giro crucial de la
trama, los que encontraban asquerosa el film anterior y su sucesora,
pasaron por contar todo el argumento del film en sus reseñas.
Para no ser menos
que esos críticos ni que la Wikipedia, ahí voy yo también.
SPOILERS (al menos yo aviso):
En un nuevo
ejemplo de “cine dentro del cine”, vemos cómo un guarda de
seguridad de un aparcamiento (sí, la vuelta de los escenarios
baratos) se ha obsesionado con la propia “The human centipede”,
reproduciéndola casi en bucle en su portátil mientras trabaja. Vive
con una madre posesiva y tiene un vecino un poco neonazi.
Rodada en blanco y
negro, con uso casi exclusivo de interiores – buena parte de ellos
industriales -, el film, a pesar de la Alta Definición, rezuma por
los cuatro costados “¡Soy la rápida secuela barata!” Además de
estos detalles, lo que la diferencia de la anterior es que nuestro
orondo protagonista decide crear una nueva versión del ciempies,
enganchando a más personas. Con el eslogan “100% NO verificada médicamente”, (contradiciendo la frase publicitaría de la
anterior película) se nos vende una cosa sin tensión alguna,
contenta de revolverse en la sordidez que intenta mostrarnos, aunque
es, en buena parte, una versión muy limpia del típico cortometraje
gore hecho con cuatro duros.
Si el (por ahora)
díptico de las “personas-insecto”, o el hecho de que una de las
partes de la saga “Saw” hubiese
sido clasificada “X” por el Ministerio de Cultura, no había
puesto la sensibilidad pública lo bastante a prueba, llegó un film
que devino en acciones legales mucho más duras.
Ángel
Sala, director del Festival de Cine de Stiges (especializado en
terror y ciencia-ficción), estuvo a punto de ser detenido tras la
proyección de “A Serbian film” en 2010 ¿Qué ocurre en esa
película para levantar tal escándalo que llegó a ocupar no pocos
titulares?
Se lo resumiré
rápidamente porque la gente de CineCutre
ya dijeron todo lo que había que decir sobre la cinta en su crítica,
una PARODIA (lo pongo bien grande para que lo tengan en cuenta) de lo
que habría escrito un espectador perteneciente al supuesto público
al que va dirigido el film. La cinta narra cómo un actor porno
retirado que tiene problemas para sacar adelante a su familia recibe
una oferta por parte de una organización secreta (empiezan a ver un
patrón ¿Verdad?) para protagonizar un film de realista violencia
sexual extrema. Para asegurarse de que es capaz de llevar a cabo
todas las atrocidades que esperan del actor, se le administra una
droga. Como pueden imaginarse, no tiene un final feliz ni mucho
menos.
Todo lo que se ve
en pantalla, por muy terrible y asqueroso que resulte está simulado
con muñecos, eso sí, son dramatizaciones de la clase de salvajadas
que nos cuentan muchos días en los telediarios. El escándalo estaba
servido, incluso algunas de las empresas a las que se había llevado
la cinta para su edición y etalonaje habían rechazado la propuesta
por considerarla repulsiva e inmoral.
Involuntariamente,
eso sirvió para darle un aura de malditísmo al largometraje así
como el hecho de que se haya prohibido su proyección en varios
países (incluido el nuestro), pero... ¿Realmente es tan dura?
¿Puede provocar abortos como se decía de las primeras proyecciones
de “El exorcista”?
Pues... provoca más bien algo de sopor. Vamos a ver, que una persona con una historia sexual pasada un poco ida de vueltas, se vuelva un auténtico animal después de administrarle una droga, pues tampoco es una cosa que le pille a uno especialmente por sorpresa. La alemana “El experimento” (2001, Oliver Hirschbiegel) - que vi por primera vez a altas horas de la madrugada, sufriendo un angustioso dolor de muelas, y aún así me gustó -, es mucho más chunga, ya que cuenta como unas personales presuntamente “normales” se llegaron a comportar como unos auténticos hijos de puta. Y está basada en hechos reales.
Ciertamente, las
imágenes y la mala uva que hay detrás de las imágenes de este
largometraje serbio pueden llegar a impactar, pero en realidad no es
más que un “caca, culo, pedo, pis” puesto en celuloide. Un “voy
a lanzaros toda esta mierda a la cara a ver cómo reaccionáis”.
Como insulto final sobre el tema de la censura, está el hecho de que
no haya que investigar mucho para llegar a una versión con
subtítulos en inglés ya que el vídeo está incrustado en una web
bastante conocida de vídeos online. Y no es Vimeo. Empieza por Y y
acaba en tube.
La cuestión es
que no hay tensión de ningún tipo, ni forma de que el espectador –
más allá de su sensibilidad para con las escenas más escabrosas –
se sienta comprometido por lo que ve, no hay crescendo porque el
ambiente viciado de los colores, la trama y la forma de actuar ya
avisa de aquello es una composición de mala leche agitada para
reventarnos en toda la jeta.
Probablemente –
o no – se estarán preguntando: “Fran, ¿No te has quedado fatal
de ver todas estas películas tan sórdidas (en el sentido
tradicional del término, no en el de VyS), con tanta chunguez
reinante?
Respuesta: No peor
que después de ver “Caligula”, “El silencio de los corderos”
(ag, esa escena de Buffalo Bill bailando delante de la cámara),
“Razas de noche” o después de leer un volumen de los “Libros
sangrientos” de Clive Barker. Hay un relato sobre un hombre lobo
que despide tal crueldad con los personajes que lo de “A Serbian
film” se queda en un paseo por el parque. Se lo aseguro. Qué hijo
de puta. Pero es buen escritor.
En todo caso, en
las noticias del día a día - como dijo una vez el tito Creepy –
hay cosas mucho peores para rellenar nuestras horas de sueño con
pesadillas. Y lo peor es que son de verdad.
Vergüenza
ajena
Como ya he dicho
anteriormente, “Shame” no es la primera vez – ni será la
última – que se trata el tema del sexo y como hemos perdido una
cierta conexión hacia él. Paul Thomas Anderson (no confundir con el
chuflas que dirige las diferentes partes de la saga “Resident
Evil”, ése es Paul W. S. Anderson), abordó en “Boogie Nights”
(1997) su particular visión de la industria del porno como una
especie de “gran familia disfuncional”. Muchos atacaron a esa
película por dar una visión excesivamente idílica del asunto,
pero, al igual que el largometraje de McQueen, era un dulce
envenenado, la bohemia y el buen rollo no tardaba en desaparecer,
mientras se van alzando unos límites que ni siquiera ciertas
industrias (parece) se atreven a cruzar. Ni los involucrados en ella.
Descanso visual tras tanto intelectualismo de pacotilla, para el público que tenga esta clase de gustos |
Una cosa que tiene
en común con “Shame” o con el resto de las películas aquí
mencionadas es que logran ponernos frente a frente con nuestra forma
de ver la sexualidad. Por mucho que muchos argumentos quieran
trasladar la “culpa” a esas organizaciones secretas (cojones, si
todo el mundo las incluye en sus relatos no serán tan secretas), que
se reúnen para “joder” - Sasha Grey dixit – así en general,
lo cierto es que la peor conspiración oculta la realiza buena parte
de la población mundial.
Veamos, las webs
de contactos como Badoo, el propio Facebook cuando nos sugiere
algunas de ellas, el cruising que se puede ver “El desconocido del
lago”, los clubs de intercambios de pareja – a los que va
Cayetano
Martinez de Irujo a vender caballos -, la forma de representar
las relaciones del porno en general, los “concursos” televisivos
para buscar pareja... Todo eso consigue lo que tres mil años de
religiones psicocastradoras no han logrado: quitarle toda la puta
gracia a una de las mejores cosas de la vida.
Descanso visual después de tanto empacho de intelectualismo de pacotilla, para los que tengan ésta clase de gustos |
Frente a la
entrega consentida de dos cuerpos que se van descubriendo – que si
hay amor de por medio, ya ni les cuento -, la pasión de las ganas de
arrancarle la piel (en sentido figurado) a otra persona, nos damos de
bruces contra una cosificación, con un pansexualismo que se recrea
en ser, en un “voy a probarlo todo antes de morirme” que, con el
tiempo, provoca heridas de difícil cura en las personas que están
menos preparadas de lo que creían.
Ergo, a la máxima
de “el ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la
misma piedra”, podemos añadir “el ser humano es el único animal
que puede coger algo estupendo y transformarlo en algo rutinario,
aburrido, decorativo.”
Cuando mi hermana
tenía edad para leer la Super Pop – y ésta regalaba cintas de
casette recopilatorias con canciones de The Refrescos -, su sección
de consultorio sentimental giraba en principio en torno a cuestiones
tan peregrinas como “¿Me puedo quedar embarazada si lo hago por
primera vez sin preservativo?” Con el tiempo, e imaginamos que
aprovechando la “maduración” del público medio de la revista,
las preguntas pasaron a “¿Se puede tener sexo con alguien de quien
no está enamorado/a?” Y ya, en un giro muy esperado de los
acontecimientos, la pregunta clave pasó a ser “¿Me puedo enamorar
de alguien con quién sólo me une el sexo en un principio?”
Si se están
preguntando si yo le robaba la revista a mi hermana para leer estas
dudas, no le den muchas vueltas, en realidad solo las cogía por las
entrevistas a músicos. Guiño, guiño, codazo, codazo...
Descanso visual...¿pero qué clase de pervertido es usted??? |
En realidad, todas
esas dudas solo consiguen mostrarnos que si ya la educación sexual
brillaba por su ausencia por todas partes a mediados de los ochenta,
la educación sentimental tampoco andaba muy allá. Después de años
de historias rancias de hombres casados que le ponían un piso a “la
querida”, se pasó a un mundo en el que era posible divorciarse,
aunque ya existiesen muchos matrimonios “de los antiguos” que
funcionasen como una separación de facto.
En otras palabras,
que entre el sexo, las relaciones interpersonales, el compromiso
(incluyendo el miedo hacia él), el futuro incierto y el hecho de que
algunas personas viven en su particular película porno, hemos
conseguido estar mucho más hechos polvo que antes de que se
inventase la palabra escrita. Buen trabajo, chicos y chicas.
Y una vez dicho
todo esto, me voy a ver “Thor y el mundo oscuro”. Porque los
elfos, aunque sean oscuros, tienen unas intenciones mucho más
claras.
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