lunes, 28 de enero de 2019

CULTURA BARATA QUE SALE CARA: LA VIDA ES EL PRECIO de Amparo Muñoz y Miguel Fernández.

Lugar: Todocolección
Precio: 15,90 (eso ha dolido)

De nuevo, “Lejos de aquí”

Aparte de Jose Luis Manzano (como Eduardo Fuembuena, sigo respetando el acento llano de su nombre,) y Eloy de la Iglesia, por el libro que resume estas vidas no ejemplares pasan una cantidad de personas que también claman por un escrutinio tan cercano y la vez tan quirúrjico como el que realiza el escritor de Zaragoza: Gonzalo Goikotexea, los hermanos Antonio y Rosario Flores, Pirri, Enrique San Francisco, o la que nos ocupa hoy, Amparo Muñoz.


Esta es la pinta que tiene, sin la absenta, claro.


De buena parte de ellos ya se ha encargado la “versión oficial”, dulcificando, mitificando o redundando (innecesariamente o no) en los pasajes más oscuros de su trayectoria vital. Es la (a veces mala) suerte de ser descrito por aquellos que te quisieron o, como mínimo, por aquellos a los que la distancia les ha provisto de una visión menos dura que la que pudieran tener los que tuvieron que vivir algunos de esos momentos de claroscuros. Por supuesto, en casos como el de Quique San Francisco, uno tiene la oportunidad de contar su propia historia con el mínimo de ambages.

A mí en particular me llamó mucho la atención cómo se describe en un punto de la historia a Amparo Muñoz, mediante una comparativa con Lali Espinet: “Al igual que Amparo Muñoz, Lali era la peor enemiga de sí misma”.

¿Qué significa esto? ¿Quién fue Amparo Muñoz? ¿Qué tiene de interesante?



Memorias de un ángel caído

En el imaginario colectivo, Amparo Muñoz se resume con un “única española ganadora del certamen de Miss Universo, renunció a la corona antes de terminar su reinado, vida destrozada por las drogas, seguramente murió de SIDA”. Es triste que se pueda resumir la percepción popular de una persona de forma tan somera, sobre todo cuando buena parte de ese sumario es incierto o, cuando menos, inexacto.

Quizás precisamente por culpa de esa fama, Amparo se decidió a escribir sus memorias, firmadas a medias con el periodista Miguel Fernández y que se publicaron bajo el nombre de “La vida es el precio” en 2005, seis años antes del fallecimiento de la modelo y actriz por una enfermedad de la que habla en el libro pero que – para disgusto de Ana Rosa Villacastín – no tiene nada que ver con el Síndrome de InmunoDeficiencia Adquirido.

Antes de ponerme con la reseña del libro en sí – y con la pequeña anécdota de cómo conseguí mi copia -, resulta conveniente preguntarse por qué el interés por esta figura en particular ¿Qué tiene de especial Amparo Muñoz?



Ciertamente, hay una vertiente dramática que llama la atención a poco que se analice su trayectoria vital: una chica de provincias, una alegre muchacha malagueña a la que, cual cenicienta, se le abren las puertas del mundo por gracia de un concurso de belleza. No es que fuera la más guapa del país, o del continente, sino de El Mundo. Conviene aclarar que, aunque el título es Miss Universo, sólo un capitulo de Futurama – en el que creo que resultaba ganadora del certamen un organismo unicelular de otra galaxia– ha hecho justicia a las ínfulas del galardón.

Después de llegar a lo más alto, llega la bajada a los infiernos. El problema reside en que a la narración popular le interesa demasiado la relación entre causa y efecto. Amparo no renunció a su corona porque las drogas la corrompiesen en su periplo como Miss – como a veces se ha querido hacer ver -, la adicción vendría bastante después. Pero aún obviando ese detalle, hay aún más carnaza para el curioso ocasional: tras ser la más bella, Amparo recala en el cine del Destape, vive tórridas relaciones con hombres de la industria cinematográfica del momento, y su vida cae en una espiral autodestructiva de la que se redime cuando calla bocas gracias a su actuación en “Familia”, primer film que dirige Fernando León de Aranoa y que se estrena 1996.





Pero más allá de ese intrínseco interés dramático, más allá de la crónica de cómo La Mujer Más Guapa del Mundo es corrompida por un mundo cruel, existen las películas. La aportación de Amparo a la historia del cine no sólo se resume en mostrar cacho en desafortunados vehículos para su lucimiento físico ni tampoco se puede traducir la fascinación que produce su figura porque le fue bien en el reparto genético.

Ahora bien. Guapa lo era un rato.


Convenientemente censurada para que pueda compartirse esta entrada en Facebook

De hecho, una de las cosas que más me llamaron la atención mientras veía “La otra alcoba” (Eloy de la Iglesia, 1976) es que incluso con la plana y ramplona iluminación con la que Carlos Suárez fotografía a la Muñoz, ésta sigue emanando una pasmosa belleza natural. 



Pero la belleza también tiene sus trampas, como la propia actriz sugiere en su libro y como John Cleese – en una serie de documentales sobre el rostro humano que realizó para la BBC– explica, la gente atractiva tiene las cosas demasiado fáciles durante buena parte de su vida, tendiendo a severos problemas de auto estima o a la poca tolerancia a la frustración cuando las cosas no les salen bien. Sin olvidar que Amparo cree – la más de las veces, con fundamento -, que casi todos los hombres que se le acercan, quieren llevarla a la cama, o como la propia actriz argumenta, en un ramalazo de provincianismo, “al huerto”.

Casi 16 pavos es el precio

El mejor momento para comprar un libro suele ser cuando sale o cuando pasan los años y se ha vendido tan poco que en cualquier rastro te lo puedes encontrar a un precio irrisorio… a menos que haya un interés – por muy subterráneo que sea – por el volumen en cuestión. Ya comenté en mi entrevista con el Sr. VCR que la adquisición de “La vida es el precio” fue doloroso, no por el precio del opúsculo en sí, sino porque una vez pasada la página de cortesía me encontré con que alguien había apuntado otro precio – 5,90 – a lápiz. Ouch.



No voy a enfadarme con el señor que me vendió esta biografía ni lo voy a acusar de especulador, porque simplemente me vendió el libro a un precio muy cercano al de venta original, además estaba bastante bien cuidado, así que no llega al nivel de “sinvergonzonería” que he visto con volúmenes similares en Todocolección o Iberlibro (atención a las biografías sobre Mecano o Tino Casal), pero duele. Sobre todo cuando uno de los mejores libros sobre David Bowie - una figura con un interés más universal - me lo encontré tirado de precio en una Feria del Libro Antiguo de Sevilla.

Pero ya que estamos, la disonancia me permite dar nombre a la siguiente parte de la entrada:


La frase “Amparo Muñoz era su peor enemiga” fue, indudablemente, la que me impulsó a comprar “La vida es el precio”. Al igual que pasó con el libro de Jimmy Giménez-Arnau, siempre me había preguntado qué ocurrió en los huecos de la historia, aquellos de los que no se suele hablar en televisión. Hay quien diría que hay un cierto interés necrófilo en ahondar – sobre todo a estas alturas – en la vida de esta mujer, pero no, la figura de Amparo siempre me había llamado la atención, sólo es que hasta ahora me había encontrado en la situación adecuada para enmarcarla en su justo contexto.

Ahora bien, como veterano de no pocas biografías de famosos – sobre todo músicos – os puedo decir sin problema que el precio apuntado a lápiz era un poco más razonable. Pagué gustosamente por su valor como documento único e irrepetible, pero su valor literario es relativo, hay buen salseo – que es para lo que muchos de vosotros estáis aquí – y algunas reflexiones interesantes. Pero difícilmente la cambiará la vida a nadie. Tampoco creo que fuera la intención.

Para empezar, muchas “auto” biografías adolecen de ser conversaciones que el personaje a retratar ha mantenido con un periodista – por lo general, amigo -, a las que el plumilla en cuestión le toca organizar para darle un orden narrativo que resulte comprensible al lector medio, o entero.

La vida es el precio” da esa impresión durante todas sus páginas, ya sea por lo coloquial de algunas argumentaciones, o por las áreas de las que se ocupa. Porque esa es otra, si alguien esperaba un análisis pormenorizado de las películas en las que participó la malagueña, que se vaya olvidando. Del mismo modo, si algún fan del fantaterror tenía la más mínima esperanza de un comentario sobre su participación en “Licántropo, el asesino de la luna llena” (Francisco R. Gordillo, 1996) o sobre su compañero de reparto, Jacinto Molina / Paul Naschy, será mejor que pase de este libro.



Quizás esto se deba a la cacareada falta de cariño de los actores patrios hacia el cine, o a que desde Ediciones B, o puede que desde incluso el mismo Miguel Fernández llegara el consejo de “no, de las películas no hables que no interesa”. En todo caso, el libro mantiene un interés que se adivina sólo inherente por los ambientes que describe o las cosas que ocurren, pero sin ningún brío literario. Son, estrictamente, unas memorias muy poco literarias.

La vida es el precio

De unos años a esta parte se ha impuesto el siguiente molde a la hora de escribir una auto biografía: “arranque desde un punto indeterminado, si puede ser el presente, mejor. Ya después vuelve al pasado y cuentas tu vida en orden cronológico”. Esta característica suele ser común en los libros que se firman a cuatro manos, aunque también la comparten volúmenes con una mayor autoría - “Música infiel y tinta invisible” de Elvis Costello sería un buen ejemplo si no fuera por lo fragmentado de la narración durante buena parte del volumen, algo que acaba por revelarse un golpe de genialidad -, lo cierto es que es una formula que suele ser un poco molesta. No todo el mundo es capaz de mantener el interés durante el recorrido que hay desde la introducción hasta los capítulos en los que se narra “lo que interesa”. 

Este libro sigue ese modelo, pero con la salvedad de que la narración vuelve al pasado algunas veces. En el fondo es de agradecer, si bien es una forma de narrar que a veces lastra el ritmo de sus páginas. Nada más empezar vemos cómo era la vida de la modelo justo antes de presentarse a su primer concurso de belleza – Miss Costa del Sol –, acto que desencadena una serie de acontecimientos que van a marcar la vida de la Muñoz.

Amparo se retrata como una muchacha sencilla, que hasta entonces había tenido un novio formal, de los de toda la vida, un padre ultraprotector y un trabajo rutinario, de cuando en España uno podía buscarse la vida de una forma medio digna sin haber ido a la universidad – en contraste a hoy en día, cuando haber ido a la universidad te quita puntos de dignidad a la hora de buscar un curro -, una vida normal y campechana para una mujer sin grandes aspiraciones durante el tardofranquismo.



Y aquí ya empezamos mal. Como suele ser norma, las páginas centrales del libro las ocupa una galería de imágenes a todo color, impresas en papel fotográfico (o que intenta serlo) en las que, aparte de un generoso desnudo de la actriz en su punto de belleza más absoluta, se nos muestran distintas diapositivas de su niñez. En una de ellas se ve a una pequeña Amparo y a una mujer, acompañada de la leyenda “de cuando vivía con los padrinos”.

Por culpa de la dictadura de la maquetación, no descubrimos quiénes son “los padrinos” hasta páginas después de las centrales. No voy a ser de los que digan que unas memorias deben escribirse como una novela, con giros argumentales inesperados, sobre todo cuando la protagonista es un personaje tan público, pero cualquier persona que coja en libro en unos grandes almacenes, lo primero que va a hacer es irse a las páginas con imágenes. Plantar la duda de “quiénes son los padrinos” en la primera le hace un flaco favor tanto al que no sabe nada de Amparo como para el que compra el libro.

Resulta que la actriz fue la primera hija de un matrimonio por penalti – lo siento, en el libro se explica de forma más pormenorizada – y, viéndose un poco abrumados por la situación, la pequeña pasa largas temporadas con un matrimonio amigo de sus padres, un matrimonio que no puede concebir y que prácticamente adopta a Amparo durante su infancia. Por supuesto, una vez encontrada cierta estabilidad, la niña acaba volviendo al hogar a tiempo completo. “La sangre pesa más”, escribe la actriz, aunque eso no hace que la relación desaparezca de la noche a la mañana, las relaciones entre “Los padrinos”, los padres y la propia Amparo se degradarán con el tiempo.



Aún así, la relación entre la futura Miss y su familia también resulta complicada, en un punto de la narración, Amparo cuenta cómo no soporta que su padre haga su vida – de salir con los amigos, de volver al hogar a horas intempestivas -, hasta el punto de ponerle un ultimátum. En realidad, estas pequeñas anécdotas sirven para humanizar al mito, nos dejan ver que no hay vidas “normales”, que todas las familias tienen cadáveres en sus armarios o, como diría Tolstoi: “Todas las familias son infelices a su manera”.

No obstante, cuando la Muñoz empieza a acudir a los concursos de belleza, se encuentra uno con las primeras contradicciones. En el relato que nos pinta la malagueña, se diría que acepta a regañadientes participar en los eventos. Esto lo muestra en uno de los pasajes con algo de salseo, cuando describe a una de las participantes, que resulta ser Norma Duval: “No se puede decir que hiciéramos una gran amistad; desde entonces hemos coincidido en varias ocasiones y tenemos amigos comunes, pero no volvimos a hablar de Miss España. La Duval iba a por todas. Hoy habrían dicho que parecía un travestí. Nos sacaba una cabeza a todas (…) parece un tío, comentábamos”.


Norma Duval en 1973


Choca esto porque la evidencia documental existente – reportajes en televisión de la época– muestran a una Amparo Muñoz ilusionada por participar en los concursos, con una familia resistente a este mundillo (su padre, sobre todo) y a la que le gustaría que se buscase un trabajo más normal.

El diálogo interno va por otro sitio: “Al final, hubo momentos en que pensé que sí, que verdaderamente aquello eran una vacaciones. En las idas y venidas de autobús descubrí que seguía enamorada de Antonio, mi primer novio, y que en realidad me apetecía que aquel carnaval acabara cuanto antes para volver a Málaga, hablar seriamente con él, reconciliarnos y, pasados unos meses, empezar a pensar en boda”.

Los triunfos en las distintas convocatorias de Miss loquesea cambiarían eso.

Todo el párrafo choca porque si realmente a Amparo le importaba tan poco este mundillo… ¿Por qué después repara tanto en las supuestas “injusticias” de los jurados que favorecían a algunas candidatas por enchufismo? ¿Por qué muestra un cierto enfado por no poder llevar mejores vestidos a algunos de los desfiles? Da la impresión de que la Muñoz no quisiera exhibir ambición alguna… por mucho que la albergue.

Como ya es sabido, Amparo es coronada Miss Universo y su mundo cambia por completo. En realidad, había empezado a cambiar un poco antes, cuando las victorias anteriores le abren las puertas de un Madrid y de una industria del cine que anda deseosa de rostros frescos, y por qué no decirlo, de piel fresca que mostrar a un público que en breve ya no tendrá que hacer viajes por Biarritz para ver el cine que no pasa el filtro de la censura. 



Vida conyugal sana” (Roberto Bodegas, 1974) encaja a la perfección en dicho esquema, aunque el papel de Amparo es casi anecdótico, el film supone un ejemplo de grito primario por parte del españolito medio – encarnado por José Sacristán – en pos de una liberación contra las rígidas convenciones morales de la época. Y eso que básicamente se trata de poder encamarse con su propia mujer. Si bien la Muñoz reduce su comentario de texto a que su compañera de reparto, Ana Belén, “me pareció una mujer muy antipática”.

Siguiendo con el salseo, una vez instalada en Madrid, Amparo nos describe al Jesús Quintero de la época: “nos hicimos muy amigos, aquel Jesús no tenía nada que ver con el que vemos hoy en televisión. Era un hombre muy actual, muy divertido, muy puesto en los entresijos entre actrices y los galanes. Era también un seductor, alguna vez me mareó, pero no le hice mucho caso.” La postilla adecuada a este párrafo es que, en realidad, Jesús Quintero no ha cambiado mucho en el fondo pero sí en la forma.



Tampoco tarda Amparo en desterrar uno de los rumores que sobre su figura vertieron baluartes del Periodismo Moderno como Jesús Mariñas, esto es, que alguna vez se había dedicado al oficio más viejo del mundo:

Tuve muchas proposiciones para salir con unos y con otros. O, para decirlo más directamente, para entrar en la prostitución (…) los argumentos eran sencillos y directos: ganarás mucho dinero, nadie tiene por qué enterarse…La propuesta partió de una mujer muy conocida en altas esferas de la sociedad madrileña (…) le dije amablemente que no, que no me interesaba ese mundo”.

En el programa que dirigía Julián Lago, “La maquina de la verdad” - one more time, polígrafo, cuántas horas de diversión nos has proporcionado, tú que ibas para aparato serio -, las puyas de Mariñas sobre este tema por poco le valen llevarse una merecida hostia en directo– más que nada porque llamar “puta” a una mujer, aún sin decir la palabra, está feo -, aunque la cosa quedó en que uno de los contertulios, Victor Rubio, a la sazón ex-pareja de Amparo, se marchara del plató.



Mientras la actriz empieza sus tiras y aflojas con la organización de Miss Mundo, empiezan a ofrecerle papeles con más enjundia. “Tocata y fuga de Lolita” (Antonio Drove, 1974) la pone en un papel casi protagonista en el que la replica se la da un Arturo Fernandez que tiene que dar vida a una variación de su personaje clásico: el señor tradicional – en este caso, un viudo – que tiene que afrontar que su hija decida dar el paso a ser una mujer independiente… la variación se basa en que Don Arturo queda fascinado por el mundo más libre y permisivo en el que Lolita (Amparo) se mueve. Como auténtico contraste al hombre formal que compone Fernandez nos encontramos a un Francisco Algora que se hace querer con su personaje de alegre hippie.

Adiós a la corona

Si uno suma la cantidad de cosas que le pasan a Amparo Muñoz durante todo el tiempo que estuvo bajo el manto (o más bien yugo) de la organización de Miss Universo, se puede llegar fácilmente a la conclusión de que no sale a cuenta ser elegida la Mujer Más Bella del Mundo. La actriz asegura que el control que se ejercía sobre su persona era tan extremo que resultaba agotador. Un ritmo de trabajo que se nos describe inhumano, que a mí me recuerda a Slurm Mackenzie – de nuevo, Futurama -, obligada a estar todo el tiempo de fiesta hasta sentirse asqueada por todo el asunto. 

El salseo vuelve a hacer acto de aparición cuando describe el tiempo que pasa en Manila: una de las noches, Muñoz se ve arrastrada por una de sus compañeras a una habitación del hotel en el que se hospedan donde se lleva a cabo una auténtica orgía. Demostrando que en aquel entonces era terriblemente inocente, Amparo huye despavorida de la “celebración”. Tampoco ayudaría a sus circunstancias sobre el certamen y la corona que una chaperona – mujeres a cargo de las misses – insistiese en darle masajes, acariciarla, estar a su lado en la cama y acompañarla en la bañera: “nunca llegó a propasarse (…) pero me pareció un lesbianismo no confesado”.

Supongo que al leer este párrafo todo el mundo se ha imaginado la misma reacción que tuve yo: ¡HOMBRE POR FAVOR! ¿¿¿NO CONFESADO?? ¿QUÉ QUERÍA, UNA PANCARTA???



Resulta chocante lo pánfila que llega a ser la actriz en algunos pasajes, algo que, tengo que decir, nunca la llegó a abandonar del todo. Un ejemplo: en el programa de “Historia de nuestro cine” que se ocupa de “Dedicatoria” (Jaime Chávarri, 1980) se pueden ver algunas entrevistas realizadas para promocionar el film en su día. Mientras que su compañera de reparto, Patricia Adriani, se muestra con gestos de profesional – su forma de coger el cigarro, su manera de hablar del personaje que ha compuesto -, Amparo habla aún con la ilusión de una niña sobre lo “romántico” de su Clara.

Esa extraña inocencia no llegó abandonar nunca del todo a la Muñoz, si bien en algunas intervenciones – como no, en Tómbola– mostraba su lado menos amable.

Se podría esgrimir que el choque de la inocencia de Amparo con el cinismo y la manipulación de la organización de Miss Mundo es el factor principal de su renuncia como reina de la Belleza Mundial. En todo caso, hay síntomas de un agotamiento psicológico que resultan muy preocupantes incluso leídos con la distancia de los años. 



En uno de los pasajes, la Miss cuenta que pudo ver al mismísimo Diablo. Puede que esto fuese consecuencia del puro cansancio, del ir y venir a distintos países que se sucedieron durante aquella época, de tener que decir que no a tantos hombres ricos y poderosos pero poco agraciados que insistían en abrirle las puertas de sus dormitorios, de echar de menos a su familia, a no tener una pareja más o menos normal. O, en una vertiente más preocupante, que fueran signos de un importante desequilibrio emocional o incluso los primeros síntomas de la enfermedad que acabaría con su salud años después.

Sea como fuere, Amparo no aguanta más, de golpe y porrazo pasa de ser la primera española que gana Miss Universo a ser la primera que renuncia a dicho honor. A la actriz no le duelen prendas para contar que ni del dinero ni de los coches que se supone había ganado durante el tiempo de su (breve) reinado pude ver más de lo que se decía en la prensa. Por no hablar de las amenazas de la organización – que llegaron a insinuar consecuencias muy graves para los negocios de su padre – y otras prácticas casi mafiosas que provocaron el rechazo directo de la Miss.

Quizás con el tiempo nos hemos vuelto más cínicos con los certámenes de belleza, puede que en 1974 aún se creyera que ser Miss consistía en ser guapa, adorada y que a partir de aquel momento todo iba a ser un camino de rosas. Puede que la pánfila inocencia de Amparo Muñoz se viese desbordada por los acontecimientos, que de repente la envolviera un mundo sobre el que nadie le había avisado, o que su inadvertida pasión por el cine prevaleciese por el glamour de Miss Universo. Pero en todo caso, la organización tenía sus motivos para exigir daños y prejuicios por un acto prácticamente inaudito en su historia, obviamente, amenazar ya es otra cosa, pero no veo por qué tenía que apoquinar los (siempre supuestos) privilegios que conllevaba la corona una vez que la Miss había renunciado a la misma.

Patxi



Cuenta la actriz que una de sus mayores ilusiones en la vida fue conocer a Pepa Flores / Marisol. Subrayo esto porque al igual que la niña que cantaba “Tómbola” y después se mostró más comunista que la hoz y el martillo, Amparo hizo todo lo posible por socavar la imagen que la Sociedad Española pudiese tener de una Miss. Después de productos “al uso” del destape como “Sensualidad” (Germán Lorente, 1974, básicamente Fernando Fernán Gomez investigando un puticlub de alto standing) en cuyo rodaje la Muñoz se las tuvo que ver con el acoso del director, y tras compartir en el mismo año, escenas con su pareja de entonces, el sevillano Máximo Valverde – en “Clara es el precio”, de Vicente Aranda – se planta en un film del siempre polémico y ya nombrado Eloy de la Iglesia, “La otra alcoba”. 

Interludio: Sólo Carmen Sevilla intentó con más ganas el dinamitar la imagen que se había creado en años anteriores a base de papeles inesperados, incluyendo su participación en otro film de Eloy -“El techo de cristal”, 1971-, en la película dentro de la cual comparte escenas con Paul Naschy -“Muerte de un quinqui” (León Klimovsky, 1975) - y para rematar, su obviamente incómodo lesbianismo en “Rostros” (Juan Ignacio Galván, 1978), sólo comparable al mal disimulado incómodo homosexualismo de José Sacristán para “El diputado” (de nuevo, Eloy de la Iglesia, 1978). 

La familia – y de nuevo, en particular el padre – de Amparo Muñoz nunca vieron con buenos ojos su relación con Valverde. Sobre mi paisano he leído las cosas más variopintas: que si es un actor mediocre sólo útil para el sainete, que si era un galán como pocos… Lo cierto es que la ex-Miss lo trata en su libro como su mejor amante… hasta que decide hablarnos de otro del cual no sabemos el nombre (ya ampliaremos más adelante), pero no olvida que a Valverde lo tuvieron que doblar en no pocas películas a causa de su marcado acento sevillano, por lo que Amparo se obliga a dar clases de dicción para ocultar sus dejes malagueños.

He podido hablar con Máximo un par de veces (incluyendo aquella ocasión que entrevisté a Sara Montiel, pero esa es otro historia), también lo he visto actuar en teatro y resulta innegable que tiene las suficientes tablas como para considerarlo un actor competente, también me parece casi imposible separar su imagen de la del sempiterno galán de los años 70, con su pelo levantado, su rostro que dice “soy del Sur” y su camisa más abierta de lo que sería aconsejable para cualquier señor que no vive en una capsula del tiempo. Del mismo modo, también resulta innegable que Valverde ha invertido más tiempo del necesario en recuperar una relevancia mediática con maniobras extrañas – aquella vez que intentó entrar en el camerino de la Isabel Pantoja con el resultado de hacer las rondas televisivas – las cuales le hacen un flaco favor a su imagen. Ni el “agarrón” que tuvo con Amparo en Tómbola le evitó darle un adiós a su vieja amigaFin del interludio.

Es durante la filmación de “La otra alcoba” que Amparo coincide con Patxi Andión. No parece que la química entre los dos interpretes se produzca más allá de lo que se ve en pantalla, (Amparo hace de una mujer muy fría que busca a un hombre que la pueda dejar embarazada) pero en uno de los besos que se dan para una de las escenas, afloran los sentimientos.

Andión llevaba por aquel entonces una doble carrera como cantante y actor, se posicionaba sin problema alguno a la izquierda – curiosamente, las búsquedas de Google devuelven como primer resultado una imagen del interprete caracterizado como Che Guevara para la versión española de Evita – y cabe suponer que formar parte del elenco de un film del camarada comunista Eloy de la Iglesia encajaba con su filosofía. 

A Amparo todo el tema ideológico parece importarle poco o nada, del director sólo señala que parecía disfrutar cuando ponía en aprietos a sus interpretes con las escenas más sórdidas. A esto cabría añadir que seguramente también disfrutaba poniendo en aprietos al público con dichas escenas y, siendo maliciosos, uno no puede dejar de suponer que a lo mejor Amparo sintió algún tipo de placer vengativo cuando el realizador vasco se permitió insinuar una relación zoofílica para la “antipática” Ana Belén en “La criatura” (1978).



La actriz nos relata que su romance, noviazgo y boda con Andión fue un choque de trenes frontal en toda regla. Se nos da a entender que Patxi sentía celos de todo tipo hacia Amparo: personales, profesionales (ya saben, cantantes, nos gusta ser el centro de atención aunque aseguremos lo contrario) y casi se diría que familiares a tenor de los problemas que dio el músico para la boda, que se celebró en el/la mismísimo/a Andión (Navarra), boda a la que por cierto llegó a acudir el propio Eloy. 

Del mismo modo, cuando Amparo relata los encuentros furtivos que se daban lugar en su casa entre Patxi y sus compañeros de viaje, a la actriz lo que se le queda es que a estos hombres, el progreso del país podía importarles mucho, pero que la igualdad de la mujer, ya tal. 



Sería absurdo defender a nadie a estas alturas, pero conviene señalar que los hombres que se definían como “de izquierdas” durante aquellos años eran, en su mayoría, hijos de una época muy machista, intentaban cambiar las cosas en lo social y lo político porque entendían las injusticias del franquismo, pero su visión quedaba muy limitada de puertas hacia dentro. Dicho de otra forma, los derechos de la mujer estaban sólo un poco por delante de los de los homosexuales, a los que el comunismo del momento tampoco recibía con los brazos abiertos precisamente.

En todo caso, más allá de estos detalles, la relación entre Amparo y su primer marido fue siempre tempestuosa. Aunque contaban con personas encargadas de las labores del hogar, Patxi insistía en que su esposa se ocupara de dichos menesteres. La pérdida de lo que habría sido el hijo del matrimonio fue un factor más – pero a mí se me antoja decisivo – en el divorcio de la pareja.

Andión seguiría una trayectoria irregular en la música y en el cine. Curiosidades de la vida, uno de sus discos de más éxito comparte título con un film en el que participa Amparo. “El balcón abierto”, la película (1984, Jaime Camino) era un homenaje a la obra y vida del poeta Federico García Lorca, mientras que el álbum – lanzado en 1986 – contenía la canción “Si yo fuera mujer”, adaptación al castellano del tema “Se fossi una donna” de Andrea Migardi, y que le abrió al cantante las puertas de Sudamérica. A pesar de que el nombre de la canción sugiere que Patxi se adelantó en unos cuantos años a Beyoncé Knowles, lo cierto es que la letra parece más un “si yo fuera mujer, estaría todo el día tocándome las tetas y violando hombres”, pero es lo más feminista que se despachaba en la época.



A pesar de sus dejes rockeros, Andión siempre estuvo más cerca del cantautor confesional, una figura que en los 80 de La Movida se antojaba minoritario si uno no practicaba el estilo de vida (y musical) tan crápula como Joaquín Sabina. Su producción discográfica se ha ido espaciando hasta prácticamente desaparecer, aunque no hace muchos años se le pudo ver en los conciertos de Radio 3, tocando sus nuevos temas, una actuación en la que se nota (por mucho que duela reconocerlo) que ya no posee el toque de sus años de gloria.



Quizás como demostración del axioma “los hippies de hoy son los fachas de mañana”, a Andión se le puede encontrar como Director de la Escuela Española de Caza, si bien también mantiene su plaza como profesor de Comunicación Audiovisual en la Escuela Universitaria Politécnica de Cuenca. En el resto del libro, Amparo habla desapasionadamente de su ex-marido en las pocas líneas que le dedica en el resto del libro y este ha mantenido un (supongo) respetuoso silencio sobre la Muñoz, quizás haya sido lo mejor.

Otra vida

Si se puede definir a un buen actor o actriz por su capacidad para transformarse en otra persona – o en todo caso, en potenciar las partes de su personalidad que le pueden acercar a parecer otra persona -, entonces Amparo era una buena actriz. Aunque en las líneas de “La vida es el precio” se transmite esa inocencia un poco pánfila que tampoco le abandonaba al hablar durante sus intervenciones para los medios, era muy capaz de mostrarse como toda una femme fatal para las cámaras de cine. “Como la cigarra, todavía espero mi verano. Llevo treinta años en este oficio. Soy actriz”. Como si necesitara de algún tipo de confirmación por parte de quien la lee.

Más allá de su talento personal, Amparo su fue formando como pudo. Da la impresión de que a trompicones, a fin de cuentas era una Miss Universo que era requerida para toda clase de eventos y los papeles de pequeña envergadura para la gran pantalla parecían formar parte del trato. Aunque es dudoso que la malagueña tuviese planeado utilizar el título como trampolín para una carrera cinematográfica, hizo buen uso de el mismo. 

En esta formación tuvo no poca importancia Elias Querejeta. Figura imprescindible del cine español, la relación entre el productor de películas como “La caza” (Carlos Saura, 1966) y la actriz se puede poner en paralelo al de otra belleza del cine y un intelectual: Marilyn Monroe y el dramaturgo Arthur Miller. La propia Amparo reconoce que Querejeta le abrió las puertas a nuevas lecturas, desde luego más ambiciosas que las novelas románticas que Muñoz solía devorar en la cama cuando era una adolescente.

Con Elias


A pesar de la diferencia de edad, a todas luces ambos se profesaban un cariño auténtico. Amparo no tiene más que buenas palabras sobre Querejeta, aunque se deduce que el productor a veces podía ser un poco condescendiente con ella. Como muestra, un botón: cuando Amparo le dice a Querejeta que va a escribir sus memorias, este le responde con un “sigues siendo una insensata, te engañarán”.

Puede que no le faltara razón, ya que algunos capítulos juegan muy poco a favor – por no decir totalmente en contra – de la imagen de la ex-Miss. Uno de los momentos más WTF del libro es cuando Amparo describe una de las broncas de Carlos Saura durante la filmación de “Mamá cumple cien años” (1979): “Me refugié detrás de la silla de Rafaela Aparicio mientras él gritaba como un poseso. Para no dar más rodeos, diré que, descompuesta, me cagué en las bragas”.



La relación con Querejeta, en su sentido más pasional, se fue evaporando con el paso del tiempo, si bien aún tendrían algunas idas y venidas en años posteriores. Eso, obviamente, no salvó a Amparo de tener una vida sentimental de los más tumultuosa a principios de la década de los 80 del siglo XX (sí, ya estamos en ese punto en el que hay que ser así de específico).

Amparo se enamora de otro hombre, el empresario azteca Tomas Farkas que cae rendido ante la Muñoz, su relación pasa por un bache, ella se va con un piloto del que se queda embarazada pero al que no quiere y menos aún cuando después de verla hablar con un amigo común, en un ataque de celos, la amenaza físicamente. Decide abortar, por mucho que el hombre que la quiere hacer su esposa vuelva a aparecer y esté dispuesto a criar con ella un hijo que no es suyo. Una vez que se consuma el aborto - “tuve que pasar por la consulta de ocho médicos para poder abortar. Todos pretendían acostarse conmigo antes” -, Farkas decide que no puede seguir con ella después de perder voluntariamente al bebé. 



Lo cuenta de forma tan somera porque es capitulo tan triste que prefiero no explayarme sobre el asunto. A pesar de lo “insensata” que es nuestra protagonista, hay que concederle, tal y como ella explica, que fue lo bastante decente como para no mentir y decirle a su futurible esposo que el hijo que esperaba lo había concebido con él.

Aunque en la entrada de la Wikipedia se explica “La vida es el precio” como un libro en el que la Muñoz cuenta su vida “sin reparos”. Lo cierto es que nos regala un capitulo entero hablando de uno de sus amantes que, entendemos, fue un notable político durante La Transición pero del cual, incomprensiblemente – por mucho que quede claro que el hombre no tenía compromiso alguno en aquellos años – no dice el nombre.

El toquecito amargo

En este blog hemos hablado mucho de gente que se endrojapero es una cuestión coyuntural. Tal y como expliqué en el especial sobre el “Station to Station” (David Bowie, 1976), las personas a las que consideramos como genios producen lo mejor y lo peor de su obra estando o no bajo el influjo de los estupefacientes. Puede que Andy Summers tomara LSD en su juventud y que eso le abriera las puertas de la percepción, pero fue el dolorosamente abandonado Sting el que compuso “Every breath you take” y el hecho de tocar duetos para violín de Mozart con el dolorosamente sobrio Robert Fripp lo que le inspiró un arpegio de guitarra inolvidable. Puede que la cocaína sustentara más tiempo para alcanzar la toma perfecta a las tantas de la madrugada, pero nada que no se hubiera podido lograr con unos horas de sueño decente.

En otras palabras, aquí creemos (creo) que tomar drogaína es una cuestión básicamente personal, que se toma por socializar, para aguantar más tiempo de pie durante las juergas o en un trabajo especialmente estresante. Vamos, un gilipollez importante que rara vez tiene efectos positivos.

Con Flavio Labarca


Vuelvo a soltar este rollo porque en base al libro que nos ocupa, sería muy fácil señalar al segundo esposo de Amparo Muñoz, el anticuario– aquí creo que la wiki está siendo innecesariamente amable -, Flavio Labarca como culpable de la adicción de la actriz, aunque ella misma se encargue de señalar que uno “se mete en eso porque quiere”. Tampoco ayudó, no obstante, que Labarca le ofreciese una mezcla de cocaína y heroína - ¿Speedball? Y no, no me refiero al personaje de Marvel – sobre la lona de un yate en Venecia.

Amparo puede volver la vista atrás a este oscuro momento de su vida con cierta serenidad, asumiendo que se le hizo pasar muy mal a sus padres cuando éstos se dieron cuenta del embrollo en el que se había metido su hija. De poco servían los alegres recuerdos de la boda balinesa – como ya sabemos por Lauren Postigo y Alejandro Sanz, sin validez legal en España -, como consuelo. Como de poco sirvió que Amparo montara un restaurante junto a su marido, el cual no tardó en perder el interés por el negocio, la relación termina por diluirse, pero la actriz ya se ha visto mordida por la adicción.

Lo que sigue son años oscuros. Desaparece Flavio y aparece una Muñoz que busca su postura en sitios muy desaconsejables. “Nunca compraba menos de medio gramo”, recuerda.

Lo cierto es que Amparo había aguantado con no poca entereza un entorno en el que era muy fácil acceder a la droga. Tal y como ella explica, antes de empezar a consumir, la gente le veía como una tímida provinciana o una borde por no querer sumarse al esnifar (o lo que fuera) en las fiestas sociales de su círculo. Quiero decir, hablamos de una persona que estaba en el alegre Madrid de los primeros años de la democracia y, cojones, había estado en un rodaje de Eloy de la Iglesia, persona que no paraba de consumir lo que hiciera falta para mantenerse en pie, o incluso si no era necesario para mantenerse en pie.



Quizás por eso mismo resulta especialmente extraño que la actriz se dejara atrapar por la heroína. En el mismo “Lejos de aquí” se cuenta que durante la filmación de “La mujer del ministro” (Eloy de la Iglesia, 1981) algunos miembros del equipo comentaban que Amparo, una vez que había cedido ante el influjo del “azúcar marrón”, ya no era la belleza exultante de apenas cinco años atrás, cuando había filmado “La otra alcoba”.

Falso, por supuesto, por su constitución o por una genética envidiable, Amparo seguía dando la impresión de estar esculpida por las manos del mejor artista, por mucho que ahora, en retrospectiva, uno quiera apreciar unas fosas nasales demasiado abiertas en algunas de sus apariciones televisivas.



En este tiempo oscuro, la Muñoz encontró un inesperado compañero de viaje en Antonio Flores. El hijo de La Faraona, curiosamente, se encontraba en aquellos tiempos separado de su novia, la argentina Caty, a la que Lola Flores culpaba de la adicción de su hijo. En una jugada digna de Madre Protectora al más alto nivel, La Faraona le había comprado a Caty un billete de ida y vuelta a su país para que pudiese ver a su padre enfermo… cancelando la vuelta en cuanto supo que había aterrizado en Argentina.

En otro de esos paralelismos absurdos de la vida, Caty había servido como inspiración para el personaje que compondría Lali Espinet en “El pico” y “El Pico 2” (Eloy de la Iglesia, 1983 y 1984, respectivamente). Esto es, otra mujer que era la peor enemiga de sí misma. 

De izquierda a derecha: Valentín Paredes, Eloy de la Iglesia, Jose Luis Manzano y Lali Espinet. Estreno de El Pico 2 (1984)


Según Amparo, Lola desconocía que la actriz también era consumidora habitual, puede que sea cierto o puede que la madre de Antonio pudiese ver que, al menos, la Muñoz no era tan destructiva como Caty. En todo caso, La Faraona le cogió suficiente cariño a Amparo como para espetarle, en una de las veces que la vio acompañando a su Antonio, “a ver si me traéis un niño”.

En “La vida es el precio” se juega un poco al despiste respecto a la relación entre ambos, Amparo se empeña en explicar que había mucho cariño pero nada sexual, aunque después nos deja un “nos acostamos juntos” que no sabemos si se refiere a simplemente compartir cama en una de esas angustiosas noches del compositor – imaginar algunas de las crisis por las que pasó Antonio Flores que se describen en el libro da bastante cosa – o a algo abiertamente sexual. 

Aunque una Amparo Muñoz ya limpia intentó reanudar el contacto con el cantante tras el fallecimiento de Lola, como todos sabemos, Antonio moriría apenas un par de semanas después en una trágica y absurda mezcla de sustancias. No se pudieron despedir. Caty había muerto en 1986, consecuencia de su peligrosa vida.



Un año después, en 1987, Amparo fue detenida por llevar un cuarto de heroína en el bolso. Aunque no recaló en la cárcel, como ella misma admite “desde ese momento Amparo Muñoz y drogas irían siempre de la mano en los titulares”. No fue una solución muy inteligente – si es que ésa era la intención – el ampliar el espectro de consumo hasta la cocaína, pero su siguiente pareja, Víctor Rubio, era consumidor habitual.

Frente a la relación con Antonio Flores, en la que da la impresión que dos almas perdidas intentaban darse consuelo, la de Amparo y Víctor parece marcada por los altibajos que produce una vida en común en la que el consumo es una tercera persona. No eran poco habituales las broncas a horas intempestivas, dejando habitaciones de hotel hechas un Cristo tras éstas. 

Buscando la paz

Como ella misma admite, Victor fue un hombre que la protegió de las tempestades de la prensa cuando los ataques se volvieron más hirientes, pero al ser un “empresario de la noche”, estaba claro que lo suyo no iba a acabar bien si uno de los dos (o los dos) no levantaba el pie del acelerador. De nuevo, más que un final dramático, la relación parece evaporarse, aunque en un curioso epílogo, Amparo se reencuentra (alrededor del año 2000) con Victor, casado y con una niña pequeña.

Con Victor Rubio


A la Muñoz no le ponían fácil encontrar algún atisbo de normalidad. Ella misma intenta poner la venda antes que la herida al contar lo sucedido con los rumores sobre pretendida enfermedad, pero esa inocencia vuelve a mostrarse un poco absurda con el paso del tiempo.

Me han dicho que la noticia de mi supuesta enfermedad la dio una periodista muy reconocida por la radio. Como yo no escuché esa emisión, prefiero omitir su nombre por prudencia. La llamaré R”.

Se refiere, como es fácil de suponer, a la vez que se rumoreó que Amparo había contraído SIDA. Y digo que la actriz es demasiado inocente porque nada más escribir en el navegador “Amparo Muñoz SIDA” ya aparece citada Ana Rosa Villacastín, ya saben, la menos MILF de las Dos Rosas, otras dos luces del Periodismo Moderno.

La historia surgió tal que así: en una clínica madrileña estaba ingresada una Amparo Muñoz, aquejada de la temible enfermedad. Uno de los trabajadores de dicha clínica reconoció el nombre e informó a la periodista, la cual tomó la noticia tal cual, sin cotrastarla, acto seguido la trasladó a las ondas, sin molestarse en averiguar si esa Amparo Muñoz era la Amparo Muñoz.

En los tiempos en los que la sabiduría (estupidez) popular comentaba que sólo los homosexuales y los drogadictos podían contraer el temible virus, Amparo era un blanco fácil, aunque ella misma asegura que sus camellos eran siempre gente situada entre las clases altas, si bien tampoco se le “caían los anillos” por ir a Puerta de Hierro a pillar. En todo caso, la actriz no parece ser de las de compartir jeringuillas.

No obstante, y como es lógico, la Muñoz no comenta en el libro la paliza que le propinaron unos desconocidos en 1989 – a todas luces, un ajuste de cuentas - y que le valió un ingreso hospitalario por múltiples conclusiones. Seguramente hay episodios demasiado oscuros que no merece la pena recordar.



Los últimos capítulos nos describen a una Amparo que busca una nueva luz en el budismo. Por algún extraño motivo, casi todo el mundo que ha mantenido un idilio con las drogas después se hace budista… lo que permite explicar tanto disco benéfico para apoyar a los monjes tibetanos (¿¿¿???), pero a la larga, la actriz descubre que la disciplina propia de esta religión no casa con su estilo de vida.

Quiero pensar que los últimos años de Amparo Muñoz no estuvieron tan impregnados de tristeza como dejan caer las páginas finales de estas memorias. Sueña con vivir en una casa rodeada de sus perros y otros animales domésticos.



Sé lo que están pensando: “De Miss Universo a La Loca de Los Gatos”. Es un juicio muy simplista, pero lo cierto es que de haber sido así, la culpa la tendrían las malas decisiones en lo sentimental que había tomado la actriz durante su vida. La última relación de la que tenemos constancia es con un hombre mucho más joven que ella que, cuando aparece la enfermedad, se desvanece. Al menos Elias Querejeta sí que hizo por saber de Amparo.

Los efectos del tumor cerebral que se acabaría llevando a la actriz son temibles, tal y como le dijo uno de los médicos “podrías morirte al agacharte para atarte los cordones de los zapatos”. 

Tampoco nos salva de esa tristeza el hecho de que le dedique un capitulo a la foto de Brad Pitt que tiene sobre la mesita de noche, foto que besa mientras se imagina que el actor nunca la haría daño de ser pareja. 

Inserten aquí frase sarcástica sobre Makoke.

Lo dicho, muy triste todo.

El precio es la vida

Si encuentran una edición baratísima o si por una de esas carambolas del destino, acaba en versión electrónica, pueden hacerse con él a modo de curiosidad, pero por lo demás es un abismo no muy agradable en el que echar la vista.

Hay momentos de inesperada hilaridad, como cuando la autora nos cuenta que “con Blanca Marsillach, a la que, siendo las dos mucho más jovenes, tuve que explicarle que no me sentía atraída por las mujeres y que era preferible que saliera de mi habitación, la relación no fue fácil”. A decir verdad, su relación con todo el clan Marsillach (incluyendo a Adolfo) se nos muestra como bastante problemática.

Pero esos toques de salseo no compensan el tono de oportunidades perdidas que empaña todas las páginas. Por supuesto, hay quien me podría señalar que incluso el título es un error gramatical, que sería mucho más correcto “El precio es la vida”, pero claro, la cosa era relacionarlo con uno de los títulos de la filmografía de la Muñoz.



Junto con “Mi vida con los Franco” y unos cuantos volúmenes más, - “Lejos de aquí” o como se vaya a llamar la nueva edición de la obra de Eduardo Fuembuena me parece imprescindible en este sentido y en muchos otros - “La vida es el precio” , podría conformar un conjunto de obras a la que podríamos llamar “Otras transiciones”, la letra pequeña de aquellas personas que vivieron los cambios políticos del momento desde una perspectiva única, siendo parte del cambio pero estando apartadas de las grandes decisiones. Madrid era una fiesta y Pachá aún más.

Quizás por eso mismo, sigue chocando ese tipo de excusa sobre la “desinformación” que cabalgaba rampante en todo el mundo sobre la droga. Ciertamente, a principios de los 70 no existía mucha información sobre los efectos a largo plazo de los opiáceos en el cuerpo y mente humana, menos aún de los que llegaban cortados según qué manera a la calle, por no hablar de los que se inyectaban en vena. Dicho de otra forma, si en un momento dado España dejó de ser “la botica de Europa” porque se encontraron alternativas menos agresivas (y adictivas) para ciertos medicamentos ¿Qué hacía pensar que iba a ser bueno dejarse las fosas nasales y las venas en lo que te vendía tu camello de confianza??

Pero al final, por mucho que Amparo Muñoz nos abra las puertas de su vida, por sustanciosas que sean las pruebas documentales de las cosas que dijo e hizo, al final, sólo las que la conocieron más de cerca saben la verdad, pueden saber cómo se sentía en medio de toda la locura en que se acabó transformando su vida. A nosotros nos queda el recuerdo de una carrera en el cine, cuando menos, sustanciosa, y el saber que una de las mujeres más guapas del mundo (si es que eso tiene algún valor), fue española. Quizás sea cierto el refrán sobre nuestra patria: “En este país, clavo que destaca, pide martillo”. Y pocas personas fueron más machacadas que Amparo Muñoz.

Bonustrack: Carlos Ferrando

Ya comenté en mi entrada sobre el libro de Giménez-Arnau, que otro de los colaboradores que más gracia me hacían en el mundo del corazón era Carlos Ferrando. Su gran queja, su retahíla habitual, era que se había pasado años haciendo una revista de cine a la que nadie le importaba – por “Fotogramas” - y que al público sólo le interesaba el cotilleo, que es donde había conseguido algo de relevancia.



Viendo la evolución de la revista – o incluso leyendo algunas de las cosas que Ferrando escribía durante su época como miembro del equipo de la misma – se podría discutir que en el fondo, el modus operandi de Ferrando no varió demasiado en comparación a lo que hizo después, cuando se volvió el azote ácido de los famosos.



Con su voz ronca, su puro (apagado, al menos en la televisión de finales de los 90), y su capacidad para soltar anécdotas sonrojantes, Carlos se fue volviendo una figura imprescindible de espacios como “Crónicas Marcianas”, cuando Sardá se había propuesto desterrar a “los Navarros” (por Pepe Navarro) de la parrilla televisiva. Ya saben, con la excusa de hacer una televisión mucho más respetable, sin poner vídeos sexuales de directores de periódico pero para después ahondar en las mismas miserias humanas, como aquella vez que casi tuvo que correr a taparle la boca a Ángel Cristo porque iba a decir que… algo que no puedo poner aquí por escrito a menos que sean ustedes generosos con el dinero de la fianza.

Como conté en el caso de nuestro Jimmy, Ferrando, con toda su flema y su calidad como colaborador en diversos medios, también tuvo su caída en desgracia. Según la Wiki y otras fuentes alternativas de Internet, Carlos decidió apartarse de “Crónicas Marcianas” porque no coincidía en su uso del morbo para conseguir mejores audiencias.

Lo que en realidad pasó – y mi memoria es muy buena en este asunto - es que una noche se invitó a Sonia Moldes, una de las parejas de Alessandro Lequio y ambos empezaron una curiosa pelea. A decir verdad, más que curiosa pelea, lo que pasó es que la Moldes le soltó lo que muchos pensaban “te hartas de poner a la gente a parir por la espalda y cuando los tienes delante les chupas el culo”. Ferrando se quedó un poco mudo, quizás esperando que alguien del equipo le echase una mano. Como nadie hizo nada salvo quedar como simple espectador mientras la Moldes seguía lanzando ganchos verbales al carrillo del periodista, este decidió cortar con el programa.

Tampoco es que el hombre se quedara en paro, en una de esas piruetas del destino, Ferrando y yo acabamos trabajando para la misma productora durante un tiempo (convengo en aclarar en que yo en Sevilla y él en Madrid, por lo tanto, nuestros caminos nunca llegaron ni a rozarse), la cual le concedió a Carlos un pequeño espacio televisivo en el que podía dar rienda suelta a su calculada mala leche.

Por supuesto, el tener un mínimo reconocimiento siempre apetece, por eso recientemente lo hemos podido ver en la enésima iteración de “Hormigas Blancas” en la forma de “Lazos de Sangre”. Y también como una de las cabezas parlantes de “Vidas rotas” dentro de “Ochentéame otra vez”.

Mi problema con la participación de Ferrando sobre el segmento dedicado a Amparo Muñoz es que se confiere un papel mucho mayor del que se entiende por el libro de la actriz. Ella nombra a varios periodistas y a varias personas con diferentes niveles de cariño ¡Hasta nombra a Carmele Marchante! Pero para Ferrando, jefe de prensa de algunos de sus films, no le dedica ni una línea. Por eso, cuando cuenta cómo estaba Amparo en sus últimas apariciones televisivas - “está aquí tu Carlitos”, “no me reconocía” - tiendo a apretar los dientes con gesto de incredulidad. Como cuando dice que las bellezas actuales recuerdan o conocen a Amparo Muñoz.

Y no es que ella no estuviera mal en sus últimos paseos por los platós. Uno de ellos fue justamente en una charla para “Salsa Rosa” - prácticamente inencontrable, gracias a las maniobras de Mediaset con YouTube, así como la pelea entre Ferrando y la Moldes -, en la que uno de los participantes es nuestro Jimmy que aclara que Amparo se perdió un poco durante un tiempo porque decidió “beberse la noche”, comentario que la actriz recibe con risas pero con un gesto extraño. Como si se estuviera glorificando un pasaje del que no se siente del todo orgullosa.



Es cierto, la Muñoz parece desorientada, pero era culpa del deterioro físico de la enfermedad, por eso produce no poco sonrojo cuando Ferrando tiene los santos cojones de decir a cámara “se murió cuidarse tan poco”. Si uno lee “La vida es el precio”, le queda claro que la ex-Miss Universo intentó hacer todo lo posible para vivir, es cierto que durante una etapa de su vida no lo hizo muy bien, pero decir ese tipo de cosas para dar un buen final a un segmento de un programa televisivo me parece un poco lo puto peor.

Y eso es todo por hoy.





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