domingo, 10 de febrero de 2019

YO ESTUVE CURRANDO EN LOS GOYA Y VOSOTROS NO… o puede que sí, en cuyo caso no sé qué hacéis leyendo esto.


El autor del artículo, posando con su tocayo

Lo leí con incredulidad, pensando que a lo mejor no me tocaba a mí, que la losa que sentía en la espalda cuando se anunció que la entrega de Premios de la Academia de Cine Espppppañola era tan sólo otro síntoma de los múltiples problemas de espalda que desarrollamos los cámaras a lo largo de nuestra vida. Pero no, la misma semana de los Goya me llegó el terrible mensaje de mi coordinadora: “¿Puedes trabajar el sábado por la tarde-noche?” Como si sobrentender el destino suavizara el golpe.

Ya sé que de cara al público, los cámaras parecemos unos refunfuñones que siempre buscan una excusa para no trabajar, en claro contraste con los redactores/as (“reporteros/as” para el resto de la humanidad) que, gracias sobre todo a cómo se les retrata en el propio cine, parece que siempre van detrás de esa noticia que les catapulte al estrellato, que los/as ponga a la altura de… bueno, de una estrella de cine. O de serie de Netflix.

Muy codiciadas estas cosas ¿A cuánto las podrá vender en eBay?


Pero de lo que se trata es que uno intuye (sabe) lo que se le viene encima, muchas horas de curro intercaladas con ratos de tedio, comida de Variado Origen, y la sensación de que toda la Gente Famosa de la que va a estar cerca, en realidad la estás viendo por un visor (o pantalla LCD), por lo que tampoco hay mucha diferencia con respecto a verla en la comodidad de tu casa. Pero por lo menos cobras, a diferencia de esa pobre gente que se apiñó en las inmediaciones del Palacio de Congresos de Sevilla – aka FIBES -, con la vana esperanza de ver, aunque fuese, a una Cristina Castaño de perfil saludando al respetable. 

Digo “vana esperanza” porque, tal y como se montó el tinglado, con los vehículos entrando por el patio interior, bien alejados de las vallas, los rostros más conocidos – o los menos conocidos, que también existen los sonidistas, los montadores y los maquilladores, los cuales ¡Oh sorpresa! También se llevan premios -, del cine nacional no tuvieron que estar cerca de los meros mortales desocupados (que diría Ramoncín) para firmar en algún cuaderno, hacerse fotos o grabar saludos en vídeo. Por lo visto Paz Vega se quejó de esa “falta de calor” por parte del público normal al llegar a la Alfombra Roja. No pasa nada, ya íbamos a estar los de la prensa, o al menos algunos, para “dar calor”. 

Mi redactora me dijo que ella habría trabajado gratis para cubrir los Goya – teniendo en cuenta que no vive en Sevilla y que tanto el desplazamiento como el hotel se los pagó de su bolsillo, me atrevo a insinuar que prácticamente así fue -, en un reflejo de una actitud que muchos en la profesión criticamos, esto es: la gente que se acerca a un evento “para ver qué hay”. Esto lo vivimos los cámaras con una carga ecuánime de irritación y condescendencia, no nos queda otra. Uno de los ejemplos más vergonzosos se vivió con la entrada en prisión de Isabel Pantoja. La cárcel de Alcalá de Guadaíra no tiene ningún núcleo urbano cerca, pero aún así, no pocas mujeres (“marujas atormentadas” en el argot profesional, lo siento mucho) seacercaron a sus inmediaciones MUY TEMPRANO para prestar su apoyo a I.P., censurar a la tonadillera, poner a caldo a los medios o las tres cosas dependiendo de cómo diese la brisa matutina.



Ya sé lo que algunos vais a decir, “Fran, tu prácticamente pierdes dinero entrevistando a rocosos Rockeros que no conoce ni su puta madre”. Vale, y hasta cierto punto entiendo que alguien pueda decir que curraría de gratis en los Goya, ya que, tal y como dijo mi redactora “para un evento guay que tenemos en Sevilla” (¡que no se entere nadie del We love Flamenco, el SIMOF, el SICAB, la Feria de Abril o la Semana Santa!), aunque creo que nadie la ha informado de que, de un tiempo a esta parte, el 50% del atractivo de los Goya es leer en Tuister cómo se despelleja la gala.

Antes de entrar en harina, sólo diré una cosa en mi defensa sobre mis entrevistas con prebostes del Progresivo: las más de las veces son un asunto relajado que realizo en mis ratos libres o los he conseguido cuadrar haciendo auténticos encajes de ovillo con el tiempo: os recuerdo que la entrevista con el teclista de Nightwish la hice un domingo por la mañana temprano. Puede que la música me haya trastocado los valores, pero estoy seguro de que la Humanidad necesitaba saber de su disco conceptual sobre Tío Gilito.

Seguridad

Me imagino que a la gente que coordina los medios que van a cubrir la gala le encantaría que un mes antes, todas las agencias, revistas, webs, periódicos o televisiones del Universo confirmaran asistencia, con las respectivas matrículas de coches o Unidades Móviles, así como nombres, apellidos y números de DNI de cada persona que acude a la cita. Pero también estoy bastante seguro de que viven en el mundo real, por lo que están mentalizados de que va a haber tantos cambios de última hora como milésimas de segundo tiene el día. Curiosamente, mi agencia, que me pide los datos CADA VEZ que toca un evento en el que hay que acreditarse escrupulosamente, esta vez no hizo ni el amago de respetar mi privacidad, por lo que cuando llegué al Palacio de Congresos – con un nivel entero del Parking subterráneo para la Prensa, un detalle a tener en cuenta si no fuéramos el ciento y la madre – me esperaba un brazalete y una identificación con mis datos básicos impresos.



Eso no quiere decir, por supuesto, que no hubiese que hacer confirmaciones y reconfirmaciones. Hombre, si en la misma semana de la Gala me preguntan si puedo ir yo, cómo no van a preguntarme la matricula del vehículo que vamos a llevar apenas 8 horas antes de la convocatoria y una vez en la puerta del aparcamiento, cómo no van a pedirme OTRA VEZ mis datos, incluyendo mi teléfono, para dejarlo en un papelito que tendrá que estar “bien visible” - cual ticket de zona azul – desde dentro del coche, por si la policía se tiene que “poner en contacto conmigo”. Mal día para llevar juguetes sexuales con fundas sospechosas en el maletero, supongo.

Lo bueno, a diferencia de otras convocatorias en las que nadie tiene la menor idea de dónde se dan las acreditaciones, en los Goya todo el mundo tiene pinta de saber dónde está todo. Uno podía recoger sus pases a partir de las cuatro de la tarde. Como la convocatoria para el inicio de la Alfombra Roja – esto es, que empezara a llegar gente “entrevistable” - había sido marcada para eso de las siete y cuarto, da la impresión de que un contingente importante de los medios decidió un “ni pa ti ni pa mí”, con lo que llegamos en una curiosa tromba a eso de las cinco y media. Tiempo de sobra para pasar por el control de seguridad – mucho más amable que el de un aeropuerto, todo sea dicho -, aclarar qué tipo de cobertura vamos a hacer y encontrar nuestro sitio.

¿”Tipo de cobertura”, os oigo preguntar? Veamos, los de La Española – esto es, todo el que trabaja para TVE -, se encargaban del directo oficial. Ergo, sus unidades móviles estaban aparcadas fuera, sus presentadores ensayaban entradillas con ropa de calle y tenían otra zona para hacer un pequeño clip. A los fotógrafos los dispusieron en unas tarimas niveladas. Nosotros íbamos a “canutazo”, o sea, 3 o 4 preguntas (como mucho) de pie en modo “aquí te pillo, aquí te mato” al actor/actriz/Personaje en general que se nos pusiera a tiro según iba pasando por nuestra zona.



Eso, indudablemente, fue lo mejor. Aunque el avezado lector no sea periodista, habrá reparado en alguna ocasión que en cualquier mogollón que se monta durante algún acto importante siempre hay alguien que dice (o más bien grita) “¡Dejad de aplastarme!”. Porque claro, cuando un futbolista que evade impuestos , un deportista de élite tiene que acudir a los juzgados para aclarar un malentendido fiscal, hay que saltar encima del compañero para tener un plano mejor o acercar el micro sólo UN POCO MÁS. En este caso, un folio con el logotipo de cada medio, delimitaba nuestro radio de acción. No sé cuánto habrán cobrado los múltiples diseñadores gráficos que han parido los logos, pero seguramente no esperaban que fuesen pisoteados por trípodes, monopies y zapatos de diseño vestidos por las estrellas más rutilantes de nuestro cine.

Alfombra Roja

Aún así, eso no quiere decir que no hubiera sitio para el pifostio. Después de que la redactora recogiese su bolsita con perfume de regalo – confirmando que todos los que trabajamos en estas cosas tenemos alma de tiesos, la gente parece que se siente timada si no sale de una convocatoria con un regalito, por cierto, las bebidas espirituosas suelen triunfar mucho, ahí os lo dejo, Relaciones Públicas de España -, nos pusimos en nuestra zona designada… sólo para vernos invadidos por la joven redactora de la sección de “Redes Sociales” de una revista. 

Armada con su móvil, a la pobre le habían asignado la misión de pedirle a los Personajes que fueran pasando cosas como saludos, “boomerangs” de Instagram y otras viñetas gráficas para darle vida a las RRSS de la publicación. La pusieron a nuestro lado porque nosotros íbamos sin trípode e imagino que los responsables de prensa pensaron que como íbamos, invariablemente, a traspasar las barreras invisibles entre las catenarias, tampoco nos iba a molestar mucho. Todo cierto, debo añadir.



Ahora bien, en una demostración de que en periodismo es mejor pedir perdón que pedir permiso, cuando la chica comunicó a una de las responsables de prensa que andaban por allí que su misión era, básicamente, grabar saludos con el móvil, la mujer le dijo que ni de coña.

¿Qué ocurrió? Pues lo más normal, que con el caos de personajes que empezaron a acumularse a partir de las siete y media, los que estábamos en la zona de medios teníamos barra libre para pedirle a los famosos hasta un saludo para nuestra tía Enriqueta que nos está viendo por la tele, sentada cerquita de la mesa camilla en su casa del pueblo.

Para colmo, como en nuestra profesión la tontería se pega con más facilidad que una ETS en un puticlub de carretera, en cuanto la redactora de la agencia que teníamos al lado grabó otro par de saludos para las Redes Sociales de su medio, le llegó el fatídico mensaje por parte de su coordinadora “está muy chulo, haz todos los que puedas”. Porque en periodismo, del “favor” a la “orden” hay muy poca distancia. Huelga decir que hubo televisiones que llegaron a última hora, por aquello de que al redactor le pusieron el AVE más barato para arribar a la ciudad, así que cualquier poco espacio en el que nos hubiésemos expandido se redujo según se acercaba el rato crítico. Menos mal que la Alfombra gozaba de una muy buena iluminación, así que no hubo que sumar focos a la hora de pelear por espacio.



En la Alfombra Roja también empezó el forcejeo con mi compañera: la historia de siempre, ella quiere que lo grabemos todo, incluyendo lo que haga nuestra más directa competencia – los teníamos al lado, así que difícilmente se nos iba a escapar alguna cosa -, o incluso lo que haga la no tan directa. Eso incluía la pequeña celebración alrededor de una pelota de basket que se formó con la redactora del programa de AR por parte del reparto de “Campeones” (Javier Fesser, 2018), pero tal y como le tuve que responder, no puedo predecir el futuro inmediato. Aparte – y esto es un debate para otro artículo – no tengo muy claro lo ético (lo legal en este mundillo, ya tal) de grabar un tema que, realmente se ha currado la compañera a base de su propio carisma. Que sí, que es una tontería lo que estoy diciendo y que tendríamos que haber chupado del bote, pero también estaba pendiente de que no se nos agotara la batería.

Porque ese fue otro detalle que le tuve que explicar a mi redactora: ya teníamos a otros dos cámaras grabando en otras zonas de la Alfombra, grabando posados y totales (canutazos) a la gente menos conocida, también había un fotógrafo en nuestro equipo, parapetado en su propia sección, así que lo nuestro eran básicamente los peces más gordos, las celebrities (¡Ay va qué chorrazo!) y gente de similar calado. Teníamos dos tarjetas de memoria y dos baterías, una de las tarjetas se las iba a llevar el otro cámara para ir adelantando material de modo que se minutara en la central de Madrid y las baterías… Digamos que mi corazón me dio un pequeño vuelco cuando me di cuenta de que la primera que puse estaba a medio cargar.

No daba tiempo para maldecir el nombre del cámara que había decidido no poner a cargar las dos baterías, afortunadamente, mi compañero había metido el cargador en la mochila. No sé el nombre de la colega de producción de La Española que accedió a buscarme una regleta para conectarlo entre el caos de focos y enchufes que teníamos detrás, pero gracias compañera: te pongo un piso, te como entera, te retiro de la calle o cualquier otra frase que exprese agradecimiento eterno y no parezca llevar implícito un mensaje heteropatriarcal/paternalista/manexplaining/manspreading/machirulo/manflu/dafuck.

Así quedó la Alfombra...


Y no se crean que esto fue una problemática que sólo me afecto a mí, vi a un cámara sufrir porque el micrófono inalámbrico devoraba los packs de pilas que iba reponiendo con estoica paciencia y otro me detalló su odisea para poder pedir prestada la tarjeta de memoria de otro compi para poder seguir grabando, porque no, aunque les parezca increíble, no todos usamos el formato SD.

¿Quienes me parecieron los más simpáticos, los más guapos y los más elegantes de la Alfombra? Pues, sinceramente, ni idea. Estaba concentrado en que el audio entrara bien, que mis imágenes estuvieran mínimamente encuadradas de modo que reflejasen que tengo algo de idea de grabar o en que, al llegar Penélope Cruz o Pedro Almodovar, no me taparan sus rostros el cogote de otro compañero. Estoy bastante seguro de que en mi grabación de las declaraciones de Andreu Buenafuente, hay una generosa melena rubia en lugar del rostro de Silvia Abril, que estaba a su lado.

Porque, admitámoslo, uno puede ser el favorito de la noche – como Antonio de la Torre -, o uno de los interpretes mejor considerados del momento – como Javier Gutierrez, que decidió ir de barman de “El Resplandor” (Stanley Kubrick, 1983) por motivos que sólo él sabrá -, pero te toca atender a los medios uno a uno. Si eres nuestra Penélope o nuestro ¡Pedroooooooooo! (all about my mother), nos juntamos más cámaras y micrófonos de lo que sería aconsejable para escuchar tus sabias palabras, Gran Maestro Jedi.

Sala de Prensa


Obviamente, después he sabido que en nuestra sección (o puede que en otra) le preguntaron al director manchego por Ese Partido del que Uxted Me Habla, lo cual iba a ser siempre una pregunta trampa. Porque claro, si el director dice que no reconoce su existencia, mal, porque les da munición para una pataleta (que es lo que querría cualquier ser u entidad, dar una pataleta patrocinada por nuestro director más prestigioso) y si la reconoce, peor, porque les da aún más balas para disparar.

De Penélope sólo escuché que venía sin YabierBardem porque su marido estaba grabando una peli. Estoy seguro de que a alguien le habría hecho mucho gracia que mi redactora le preguntase a la actriz si a su esposo le seguían sabiendo sus tetas a tortilla de patatas. Pero ya saben cómo son los redactores, no les gusta suicidarse profesionalmente sólo para que se ría tu colega, el que todavía pasa hachís en los institutos y vive con su madre. No obstante, en un arranque de friquismo, me imaginé preguntándole si Javier no venía por estar grabando el Frankestein del Dark Universe de Universal, pero en el fondo sabía que eso era del todo imposible, así que creo que todos ganamos con que lo dejase estar.

Va a ser que no...


Servidor hizo las fotos que jalonan este artículo en los pocos momentos de relajación que hubo entre Personaje y Personaje, las reacciones que han producido las mismas cuando las he ido colgando en las redes sociales me han dejado muy claro cómo funcionan algunas cosas.

Para empezar, la que ha cosechado más “Me gusta” en Instagram ha sido, de lejos, la de Ernesto Sevilla y Joaquín Reyes – demostrando dónde se mueven sus fans – mientras que otras como la de Tamara Falcó han suscitado que la gente me comentara “¿Qué hace ella en las Goya?” Lo cual no deja de ser una muy buena pregunta. Casi tan buena como cuando vi a Kiko Rivera acudir a los Premios Onda cuando también se celebraron en Sevilla ¿En calidad de qué vino? Aunque Tamara es conocida por ser un Personaje tremendamente aburrido por los paparazzi – hacerle guardia implica terminar en las inmediaciones de una Iglesia, por aquello de que ella sigue siendo de misa dominical, cuando no diaria -, a mí me regaló una de mis anécdotas favoritas cuando vino con su hermano a inaugurar una tienda de Porcelanosa en las poco glamurosas inmediaciones del Polígono Industrial de La Negrilla. Se acercaba la Navidad y un periodista le preguntó a Tamara si en su familia eran de cantar villancicos, a lo cual ella respondió “Oh no ¡Tenemos CDs!” Con su voz llena de pija inocencia ¿No es para darle un abrazo?



Demostrando que me rodeo de gente poco dada a seguir influencers, no pocos me preguntaron quién era Dulceida, de la cual me contaron otra historia lo bastante estúpida como para que me hiciese tanta gracia como para reproducirla aquí: Le preguntaron cuál era su grupo de música nacional favorito y ella respondió “U2”. Con un par. Ante semejante respuesta, la redactora insistió “no, digo de España”, ante lo cual Aida se giró a su novia, “U2 ¿No cari?” a lo que su pareja asintió. Sí, esta es la gente que marca tendencia. En todo caso, eso explicaba el resquemor del cámara que tenía al lado cuando su redactora anunció que iban a hacerle un total a la Domenech “no la grabamos en Madrid ¿Vamos a grabarla aquí?” Pues se ve que sí.

Dos días después de colgar la foto de Macarena Gómez y su marido, la actriz le dio un “me gusta” en Tuiti ¿Mi reacción? Que debería haberle dicho a grito pelado que “Dagon, la secta del mar” (Stuart Gordon, 2001) me parecía una obra maestra para a renglón seguido ponerme a cantar salmos de nuestro futuro Amo y Señor Cthulhu del tipo “Ph’nglui mglw nafh” pero usted no acaba de entender nada de las últimas líneas y aparte comprenderán que no quiera suicidarme profesionalmente por alegrarle la tarde al fan medio de Lovecraft que está viendo la gala y sus previos desde la tranquilidad de su hogar.

En todo caso, mi reacción ante el cúmulo de súper estrellas se redujo en su mayoría a un decepcionante “pues tampoco son tan espectaculares en persona”, salvo por Manuela Velasco y Silvia Abascal, pero también es cierto que no las tuve demasiado cerca, así que lo mismo ganaron en belleza por la distancia. 

Por supuesto, a estas alturas los presentadores de La Española ya se habían cambiado a sus vestidos y traje de gala, con los que hicieron entrevistas, entradillas o dieron paso a la zona final de la pasarela en la que algunos de los asistentes grababan el pequeño clip bajo una lluvia de confeti. 



He de confesar que tuve un momento de risa cruel cuando las coordinadoras de Madrid le mandaron una captura de pantalla a mi redactora con el mensaje “¿Quién es el que está al lado de Berto Romero?” Se referían, obviamente, a David Broncano, se ve que no a todo el mundo su Facebook le recomienda un vídeo de “La Resistencia” aunque lo que acabes de ver sea un clip del directo de King Crimson.

También me vi tentado de decirle al bueno de David que cuando entrevisté a Dream Theater me pude permitir el lujo de hablar de música, pero para que me mirara con expresión de “¿Y tú quién coño eres?” Pues mira, otra cosa que era mejor dejarla estar.

Cuando llegó Rosalía también se desató un poco de locura, conseguimos no aplastar a nadie e incluso mi redactora logró que la cantante se arrancara a cantar un poco, a pesar de que la instrucción tan poco explicativa de “cántanos un poco de la guay”. Estoy seguro de que, con los nervios, “Malamente”, “Pienso en tu mirá” o “Dí mi nombre” se habían borrado totalmente del cerebro de mi compañera, así que no sean muy duros con esa exigencia. Por cierto, aún no sé con qué se arrancó, (nota: ya habrán podido comprobar que fue “Malamente”) de nuevo, la preocupación de tener un buen plano se impuso a prestar atención a lo que dice (o canta) el entrevistado. Algo que me hizo gracia fue el comentario de una de las periodistas “¡Qué guapa es en persona!” Hombre, vale que los vídeos musicales hechos a medida pueden engañar, yo mismo he comprobado el cambio de una famosa tras el antes y el después de una buena sesión de maquillaje con el adecuado estilismo (pura magia negra) pero hablamos de una mujer en la plenitud de sus 24 años a la que los primeros planos no le hacen ningún mal. Como para no ser guapa en persona.



La melodía de “Encuentros en la tercera fase” (Steven Spielberg, 1977) anunciaba que se acercaba la hora de empezar la ceremonia, y si eso no era suficiente pista, por los altavoces se podía escuchar una locución con un sucinto “señoras y señores, va a dar inicio la 33ª gala de los Goya”. O algo a tal efecto.

Lo curioso es que justo cuando estábamos recogiendo nuestros equipos para pasar a la Sala de Prensa, vimos pasar a Jorge Sanz.Lo que sucedió a continuación nos hubiera sorprendido, de haber estado presentes, pero ciertamente nos extrañó no percatarnos de su presencia antes. Aquellos fotógrafos que no tenían antena de Datos (o como se llame la cosa que sube las fotos a un servidor nada más hacerlas) instalada en la cámara o que no tuviesen que cubrir a los galardonados, adelantaron desde una pasarela que se vaciaba, para enviar imágenes desde sus portátiles. Otros se encaminaron a la sala de Prensa para hacer lo mismo mientras daba inicio la…

¿Gala? ¿Qué gala?

Me gustaría destripar la ceremonia como hicieron algunos de mis amigos vía Twitter o incluso vía Estados de Whatsapp, pero lo cierto es que pasé de la Alfombra Roja a la Sala de Prensa de forma casi seguida. Dicha Sala se dividía en, digamos, cuatro zonas; Una para los fotógrafos, una para los canutazos, una para las mesas en las que se iban a poner los portátiles dispuestos a editar/enviar imágenes y las mesitas del catering.

Lo del catering, de primeras, se acercó mucho a un grupo de zombies peleándose por el único cerebro fresco que quedaba en la zona. Rara vez he visto a la gente tirarse tan de cabeza por una serie de montaditos sin saber sus ingredientes. Sólo lo puedo comparar a la recena en la boda de unos amigos que se casaron hace poco. Aunque conviene aclarar que era una unión civil que se celebró a las dos de la tarde, ergo, la recena que llegó a las nueve de la noche era más bien “cena”, casi al final de la barra libre, lo cual explica que todos estuviéramos esmayaos de hambre.



Ni siquiera mi inteligente broma de “¡No los comáis, están envenenados!” consiguió ralentizar los avances de los compañeros. Puede que no tuviese gracia o que el hambre les superara, pero tampoco logró arrancar risa alguna.

Llegados a este punto, nos tocó calcular mentalmente el tiempo que íbamos a tener entre que a alguien le daban un Goya y lo que iba a tardar en aparecer en el photocall (acabó siendo unos 20 minutos). De mientras, se podía a escuchar claramente a uno de los responsables de tratar con los medios decir por su pinganillo “Que repongan el catering de la Sala de Prensa ¡Inmediatamente!” Porque nadie desea una sala repleta de periodistas, cámaras y fotógrafos hambrientos cual horda vikinga en el último mes de un frío invierno.

Tal y como he dicho antes, de la gala en sí pude ver más bien poco, así que no puedo juzgar si fue divertida o no, posteriormente me ha dado por examinar con algo más de calma – vía YouTube - los momentos que me llamaron más la atención, pero no se fíen mucho de mi criterio: a mí me habían hecho gracia Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla el año anterior, así que … ¿Qué se yo?

Como cualquier hijo de vecino, me quedé ojiplático con lo de La Tuna, más que nada porque al principio pensaba que iba a ser una cosa como irónica, no una reivindicación en toda regla de esos señores que no están en absoluto en edad estudiantil a los que les da por vestirse de Góngora (¿O es Quevedo?) con coloridos pinreles. No lo pude evitar, pero ver a la tuna en los Goya me recordó a una cena que hicimos hace años cuando un amigo se nos doctoró y su novia decidió traer a estas personas que cantan “clavelitos” a poco que te despistes. Como era una sorpresa, esperaban agazapados fuera del bar, mi novia de entonces salió a fumar, los vio y cuando entró de nuevo me dijo sotto voce “es lo puto peor”.




No voy a hacer el chiste de “el tuno bueno”… porque para eso ya estaban Def Con Dos, y sinceramente, La Tuna como concepto no me parece mal, pero aún no acabo de entender su relevancia en una ceremonia de este tipo. En retrospectiva, mis sentimientos sobre mi reacción han ido mutando: al principio, cuando me di cuenta de que estaba boquiabierto en una sala llena de cámaras, pensé que ojalá nadie me hubiera grabado mientras miraba el monitor, después he recapacitado y me parece que de haber sido así, se podría haber montado un buen “reaction video” que sobrepasara a los de la Boda Roja de Juego de Tronos o el primer Trailer de “Infinity War” (Anthony y Joe Russo, 2018). Nota malvada: que una mujer apareciese haciendo la tarantella me hizo pensar en la expresión “cuota feminista”.

Pude ver que Rosalía cantaba algo pero con el barullo que teníamos en la sala, no logré identificar la canción. Más tranquilo, en casa, he podido escuchar con detenimiento su “Me quedo contigo” de Los Chunguitos acompañada del Guincho y el Cor Jove de l’Orfeó Catalá. ¿Si lo traduzco como “El Coro Joven del Orfeón Catalán" quedo como un facha, un andaluz paternalista o, teniendo en cuenta que todavía pongo los directores y la fecha de estreno de cada película que nombro en el artículo es que simplemente soy muy tiquismiquis?

No voy a decir mi opinión sobre Rosalía porque yo con esta mujer no tengo problema ninguno, me pasa como con “El principito”, lo que me pone tenso son la gente que comparte frases suyas en las Redes Sociales como si no hubiera un mañana. En lo que a mí respecta, considero un golpe de genialidad el que comparta cartel con King Crimson en el resucitado Doctor Music Festival, mi única reclamación es que sea un evento al que resulta tan jodidamente complicado (y caro) llegar desde Sevilla.



La cosa es que he escuchado a más de uno decir que Rosalía ha “dignificado” una “mierda de canción”. La joven Vila Tobella lo que ha hecho – ella y/o su equipo -, es coger una canción que siempre, SIEMPRE, estuvo de puta madre, le ha bajado las revoluciones y ha sustituido los acordes por las notas individuales que producen las angelicales gargantas del Orfeón.

Muy bien Fran, pues que se te ocurra a ti”. Ok, encajo la crítica, conceptualmente es un toque magistral, pero lo que me jode es que el público considere que con esta interpretación, al tema se le da una pátina de respetabilidad o de ambición artística que “Si me das a elegir” (el nombre con el que la mayoría la habéis buscado en Google, no mintáis), nunca había requerido ni necesitado.

Como a Camilo Sesto y a otro buen número de cantantes cuyos temas cantáis en saraos sociales sin rechistar, hay una serie de artistas a los que nombrar de seguido en un texto parecen producir vergüenza ajena, vamos a comprobarlo: Parrita,JuncoLos ChichosCamela, La Húngara… Cierto es que yo tampoco tengo ningún disco de estos artistas, pero si conectan con un público que se siente identificado con sus canciones ¿Cuál es el puto problema? ¿Por qué tiene que venir Rosalía para “dignificar” nada de cara al público que mira con condescendencia? Y lo de nombrar el llamado “Cine Quinqui”, que usaba esta música para sus films, pues ya para otro día... Por cierto, que aplaudo abiertamente que los Chunguitos se hayan querido sumar vía Twitter al tren de Rosalía ofreciéndose para una colaboración, qué menos.



Yo soy el primero que bromea con que Peter Gabriel (o más bien Robert Lepage) le robó la escenografía a Ricardo Gabarre para su “Come talk to me”, como si “Hola mi amor” no fuese un TEMAZO. Pero por mucho que me gusten más los gorgoritos del ex-cantante de Genesis, no tengo por qué defenestrar a Junco. Todo esto me lleva – como no podría ser de otra manera – a David Bowie, a quien le horrorizaba los premios para la música, aduciendo que los músicos no son atletas olímpicos, por mucho que haya gente empeñada en decir lo contrario. Los artistas trafican con emociones, eso no se puede cuantificar.

No obstante, eso entronca con uno de los galardones más celebrados de la velada. Jesús Vidal se llevó el Goya al Mejor Actor Revelación por su participación en “Campeones”, dando un discurso que recogió aplausos en la ceremonia e incluso en la Sala de Prensa. Digo “incluso” porque ya saben que los periodistas estamos curtidos con una piel de hierro a base de ver noticias chungas día sí, día también, como la mayor parte de la humanidad, claro.

Como no podía ser de otra forma, el galardón tuvo que generar su propia oleada de reacciones: que si el premio se le daba más a un mensaje de superación que al buen hacer en sí del actor, que si era una demostración del rollo “buenista” que a todos nos invade para evitar la ofensa generalizada, por no olvidar a los cronistas que, con mejor o peor gusto, se han hecho con frases de la película para argumentar que tampoco se debe poner en un pedestal a personas que, en la vida diaria, lo tiene bien jodido.

Internet no es más que una serie de selfies


Para mi vergüenza, he de decir que no he visto ni “Campeones” ni la mayoría de los films que se premiaban en esta edición, pero me imagino de dónde viene todo esto, de que tenemos que rellenar páginas y espacios en nuestros medios y del hecho de que nos sabemos conscientes de que, en el fondo, a todo futuro padre (o madre) se le encoge el corazón cuando piensa que su hijo no se pueda valer por sí solo en el futuro por culpa de una minusvalía (¿Carencia? ¿Habilidad alternativa? ¿Está bien dicho así?) física y/o mental. Dicho de otra forma, por cada historia de superación como la de Jesús Vidal, hay unas cien mil que lo tienen mucho más complicado, que nunca ocuparán minutos en televisión.

No pude escuchar claramente el discurso del actor, soy consciente de que dijo cosas como “inclusión” y “diversidad”. Palabras de las que no pocos colectivos podrían hacer causa común o directamente apropiarse – sí, como Rosalía con la estética gitana, qué pesados sois -, pero que tampoco veo mal que se digan en una gala como esta. Mi única pega es la misma que con las frases de “El Principito”, sí, soy consciente de que Jesús Vidal dio un discurso emocionante, en serio no hace falta que todos mis conocidos – o incluso desconocidos – me lo compartáis por todas las Redes Sociales, en serio, no vivo debajo de una piedra, por mucho que de la impresión de lo contrario a veces.



Cuando el interprete llegó a la sala de Prensa para posar con su Goya, noté algunas reacciones de la calaña de “mira, al mongolito le han dado un premio” ¿Cómo? ¿Que en los medios trabaja gente execrable? ¡He perdido mi fe en la humanidad! Pero incluso yo, que tengo mi buena capa de rampante cinismo que me protege de los sentimentalismos baratos, no pude evitar emocionarme cuando le hicimos el total a Jesús y notaba toda la ilusión que ese hombre ponía en su parlamento.

Desde mi punto de vista, lo que mejor zanja esta cuestión es una respuesta que dio el cantante Nik Kershaw hace años en su página web cuando un fan le preguntó si era cierta que uno de sus hijos era (¿Tiene?) Síndrome de Down, a lo cual el músico respondió: “Sí, tengo la bendición y la maldición de un hijo con Síndrome de Down”. One more time, todos los padres quieren que sus hijos lo tengan lo más fácil – o lo menos difícil – que sea posible.



Me dio un poco de pena cuando me percaté de que no iba a haber lugar de ver en persona a Narciso Ibañez Serrador. No lo habíamos visto en la Alfombra Roja, y cuando se usaron imágenes grabadas en la pre-entrega de Premios en Madrid para ilustrar el momento en el que recogió su premio, mis sospechas se confirmaron: no iba a tener oportunidad de hacerme una foto – la única que me hacía auténtica ilusión y por la que habría dejado la cámara – con el hombre que siempre me llenaba de resquemor cuando aparecía en los finales de temporada del “Un, dos tres...” o el que terminó de insuflarme terror cuando, a mediados de los 90 reestrenaron “¿Quién puede matar a un niño?” (1976). Recuerdo el impacto de la cinta, recuerdo que fue en el cine “El Mirador de Santa Justa” (que ahora es un Media Markt), y digo todo esto para que no me acusen de “fan de nuevo cuño”. Es una faena que no pudiera venir a Sevilla, casi tan faena como que le diesen el Goya de Honor cuando el hombre no está para muchos trotes.

Otra cosa a destacar de la llegada de los galardonados a la Sala de Prensa es que no era en orden, esto es, si eres elegida la mejor actriz de reparto te retrasas – comprensiblemente, creo yo – más que Mejor Vestuario, aunque el premio se lo hayan entregado después. Lo estoy diciendo al boleo, por si alguien me viene a corregir con un “de hecho, llegaron antes los de Efectos Especiales”. Por cierto, sí que había visto “Superlópez” (Javier Ruiz Caldera, 2018) y su Goya me parece más que justificado.



Mientras llegaban más premiados, los de los medios nos entreteníamos en conversaciones la mar de normalítas. Yo me podría haber ofuscado en saber cotilleos de la industria, pero la mayor parte del tiempo estuve hablando de el fastidio que supone compartir habitación cuando el trabajo te manda a otra ciudad, las horas de los AVE para volver y de el poco ánimo que había de ir a la fiesta post-Goya (para los que estaban invitados otros periodistas, no era nuestro caso y eso desembocó en un pequeño drama después). Las charletas se veían intercaladas por discretos viajes a la zona del catering, a dónde seguían llegando montaditos con regularidad, las coca-colas desaparecían y las botellas de agua a temperatura ambiente –la calefacción a todo trapo -, seguían perennes en sus bandejas.

Como no podía ser de otra forma, hacia el final de la Gala, la zona del catering era un cuadro cuyo nombre era “y de mientras los niños de África se mueren de hambre”. Aunque lo mismo, más que las sobras de Europa o alguna canción interpretada por algún famoso sin voz, lo que el continente africano necesita es que las Grandes Potencias les condonen la brutal deuda exterior para así poder montar las infraestructuras que les permita algo de independencia. Tampoco estaría mal que ciertos países dejaran de apoyar algunos conflictos internos del continente en clara muestra de que el colonialismo puede que haya salido de África, pero no de los países colonizadores. En tu puta cara.



A cada premiado, un miembro de la Prensa – creo que era siempre el mismo – le pedía que besara el Goya. En momentos así, hecho de menos a una estrella realmente destroyer en nuestra galaxia cinematográfica, algún Keith Moon o Sid Vicious – sin el detalle de maltratar o matar a sus parejas, claro está -, que ante una petición de ese tipo respondiera pasándose el Goya por la entrepierna como si la efigie del mítico pintor le hiciera una simulada – siempre simulada – pero vigorosa felación, o una no menos placentera comedura de coño de ser mujer. Por aquello del lenguaje inclusivo. Pero entiendo que ningún actor de éxito quiera suicidarse profesionalmente por hacerle gracia a un cámara agotado.

Tuve otro momento de forcejeo con mi redactora cuando insistió en que grabara a TODOS los galardonados. Por mi parte, me habría encantado hacerle unas buenas y profundas entrevistas a los de Mejor Sonido u Efectos Especiales – la cabra tira al monte -, pero tenía muy claro que: A) Ya teníamos compañeros de la misma empresa grabando esas cosas B) No trabajamos para una publicación técnica y C) Yo estaba con sólo una batería y una tarjeta de memoria. Desde mi punto de vista, nos teníamos que concentrar en “los gordos” (de cara al Gran Público, al menos), o sea: Mejores actores, mejor película y mejor Director. Lo habría estirado hasta Mejor Canción pero extrañamente, mi compañera ni hizo el amago de entrevistar a Coque Malla.



Antonio de la Torre recogió su (creo que merecido) Goya a la mejor interpretación masculina. Uno de los responsable de prensa dijo con orgullo “esto es Sevilla” (cuyo corolario es “y aquí hay que mamar”, aunque el actor es malagueño). A estas alturas, todos estábamos cansados. Creo que hasta el propio Antonio lo estaba, porque sino, no habría contado su anécdota sobre José María Garcia de forma tan desorganizada. Eso me hizo mucha gracia porque no hace mucho me había leído la biografía del locutor, “Buenas noches y saludos cordiales”, de Vicente Ferrer Molina. Un rato antes del momento estelar para el actor de “El reino” (Rodrigo Sorogoyen, 2018), recuerdo ir al servicio, mirarme en el espejo y verme con los típicos ojos rojos que reflejan agotamiento. Nos pusimos de acuerdo en que, a los que quedaban los íbamos a entrevistar en grupo. A tomar por culo las exclusivas, hombre, que son ya casi la una de la madrugada y yo no me he sentado más de 10 minutos en total. 

Un cámara de Madrid, más experimentado en estas lides, me comentó que nos esperaba un buen rato entre el final de la Gala y que llegasen todos los Premiados para la Foto de Familia. Y de hecho, fue un rato largo, lo bastante como para que hablara con un par de fotógrafos durante la espera. Me había llegado el rumor de que el año que viene repetía la Ciudad Hispalense para los Goya y creo que uno de los compañeros resumió el sentir general cuando dijo “si los hacen aquí de nuevo, espero que no me toquen a mí”.




Hicimos la foto de familia, se sucedieron los totales a los premiados y decidimos levantar el campamento sin despedirnos de casi nadie. Coincidí con premiados en el ascensor, aguanté la tentación de pedirles el Goya para hacerme una foto con él, se abrió la puerta en la planta dónde empezaba la barra libre, previo paso a la más exclusiva fiesta que se iba a dar después en Villa Luisa, lugar dónde yo he fotografiado (o grabado) más de una boda. Y más de dos.

Yo sabía del lugar de la fiesta, a base de conversaciones intrascendentes con los compañeros. Mi redactora se enteró cuando, en un fallo táctico, se lo comenté camino de su hotel. Le entró un pequeño ataque de pánico ante la perspectiva de que “la competencia seguro que va y graban algo que nosotros no vamos a tener”. Reconozco que a estas alturas, yo estaba ya en las últimas y respondí con un hastío con el que intentaba hacerle llegar que nuestra competencia tenía un tren de vuelta temprano al día siguiente y por lo tanto, seguramente entre sus planes no entraba prolongar la jornada laboral. Vamos, que si iban a la fiesta de los cojones era para emborracharse. Es una lástima que no me invitasen, podría haber generado mucha vicisitud al explicarle a todo el que pudiera divertidas formas de suicidarse profesionalmente. Que es el chiste recurrente de este artículo, POR SI NO LO HAN NOTADO.

Yo tuve mi particular momento de desesperación cuando la carpeta que tenía que enviar con todos mis clips desapareció misteriosamente del escritorio del ordenador de la agencia. Vuelve a volcarlo todo, con lo cual, terminé derrumbándome en mi cama a eso de las 4 de la madrugada. Y no vivo precisamente lejos del curro. Sé de una amiga que estuvo con la producción de la Gala y no llegó a la suya hasta las 8 de la mañana, dolorosamente sobria, debo añadir.

¿Balance final? Pues está muy entretenido currar en los Goya, desde luego más que hacer guardias en las puertas de domicilios absurdos. O como lo expresó mi redactora en lo que podría ser un plano de una película sobre este mundillo. De noche, mirando por la ventana de nuestro vehículo espetó un lacónico “Y la semana que viene, de vuelta a casa de Kiko Rivera”. Música melancólica, fundido a negro.

Por mi parte, sólo puedo concluir que lo que realmente debe molar es ir a estas cosas de invitado, qué coño, yo quiero ir de nominado.

Los Cojones, yo quiero que me den un Goya, o una Copa de Europa, o un Óscar. No sólo por el orgullo del trabajo bien hecho, sino por restregarle a los demás nominados un “¡Perdedores!” a grito pelao desde el escenario ¿No es esa la gracia de todo esto, a fin de cuentas?



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