jueves, 18 de octubre de 2012

PROPIETARIOS DE VEHICULO = GOLLUM (+ bonustracks: el viaje a la mucosa y el autobús que se negaba a arrancar)

Esta es nuestra tesis 



Si usted ha visto / leído “El Señor de los Anillos” de JRR Tolkien (la novela) / Peter Jackson (la película), sabrá de la ambivalente relación que mantiene el otrora tranquilo hobbit Gollum - antiguamente conocido como Sméagol, antes de ser corrompido por el Anillo Único – con el nuevo portador del anillo, Frodo Bolsón. Dependiendo de si se cree traicionado o no, la cosa va así:

  • Amamos al amo, queremos al amo, el amo es bueno...
    o

  • Odiamos al amo, el amo nos engañó, sucio, ¡sucio! Hobbit.

Bien, el propietario medio de un vehículo pasa por esos dos estadios – y cualquier fase intermedia - alrededor de unas 500 veces durante su primer cuarto de hora diario al volante.

Como muestra, un botón: Por diversas vicisitudes llevo mi coche – o el coche de mi padre, del cual me he apropiado – a la revisión de los 80.000 km justo cuando está cayendo LA tromba de agua sobre toda España. No solo eso, sino que además, para ahorrarme unos dineros, decido llevarlo a un taller situado en el pueblo de mis padres, a 24 Km de Sevilla. El taller está en un polígono industrial, y la parada de autobús – no hay acceso por tren de cercanías y no hay nadie que pueda venir a recogerme – mas cercana está a 20 minutos de paseo.

El viaje de ida sucede en uno de esos días en los que no hay gran cosa que hacer, me paro en una de mis estaciones de servicio preferidas, donde, por una vez, no me importa pagar tres euros y pico por una tostada y un café. Eso sí, la tostada es de pan de pueblo y me sabe a gloria, alargo un poco mas la estancia porque saco el notebook y me llevo un rato escribiendo. La cafetería de la estación está hasta arriba de gente, da la impresión de que se ha parado un bus lleno de ejecutivos o comerciales, ya que hay predominancia de trajes de chaqueta y corbata. En el aparcamiento, junto a mi coche hay un Mercedes SL AMG, da alegría el solo verlo, aunque su dueño probablemente sea un capullo integral. O una bellísima persona, hagan sus apuestas.

La foto no es mía, pero se hacen una idea...


No llueve demasiado y prosigo mi viaje: la vida es hermosa, amo mi coche que lleva mucho tiempo sin darme ningún disgusto. Lo dejo en el taller y empieza el complicado viaje de vuelta, aunque tenía una idea muy clara de cómo llegar a la parada de autobús, para cuando me quiero dar cuenta parece que he entrado en una realidad paralela de soportales en los que finaliza el pueblo.

Sigo andando, y, o yo soy muy despistado (altamente probable), o durante mi estancia en el taller, alguien me ha cambiado las calles de sitio con el fin de que la lluvia me cale hasta los huesos (poco probable). Odio mi coche, odio no poder desprenderme de más dinero para hacer la revisión en el taller oficial que me pilla mucho mas cerca de casa, odio este pueblo y odio equivocarme.

El siguiente objetivo de mi odio es el conductor del autobús, para cuando llego a la parada / estación quedan diez minutos para que salga, pero el tipo prefiere hablar con una mujer a abrirnos la puerta a los pocos futuros pasajeros y resguardarnos del frío y la lluvia. En el bar, una tele de tubo y los parroquianos ven pasar las horas.

Afortunadamente, el recorrido hasta Sevilla no hace paradas, pero sigue lloviendo y me sigo calando. Al llegar a casa, los calcetines podrían provocar un agradable charco, una vez exprimidos. Sigo mis quehaceres hasta que por la tarde me llaman del taller, mañana por la mañana podré recoger el coche y el presupuesto de la revisión es mucho menor del que me esperaba. Todo perfecto, amo a mi coche por estar tan bien después de 80.000 kilómetros.

A la mañana siguiente, LA tromba no solo no ha bajado el ritmo, sino que ha pisado el acelerador hasta atravesar el chasis, “chuzos de punta” se queda corto. Me bajo en la parada correcta, y el paraguas lucha por no volverse del revés, llego al taller, pago y me subo en mi coche. En mi calentito y seguro coche. A medio camino, salta la alarma de la presión de los neumáticos y, curiosamente, a renglón seguido también me chiva que el sistema que detecta dicha presión anda un poco regular ¡maldita sea! ¿Qué clase de revisión me han hecho? Parar a comprobar los neumáticos no es una opción porque llueve tanto que ni el mejor techado de cualquier gasolinera me evitaría volver como recién salido de la ducha al asiento de conductor.

Además, llueve tanto que tampoco me atrevo a circular a mucha velocidad, he visto las ruedas en el taller y no me parecía apreciar nada raro, así que tampoco creo que se desinflen en el camino. De hecho, todos vamos bastante lentos, por una autopista a la que todo el mundo intenta ir a 140 en circunstancias normales, los coches avanzan con una mezcla de paciencia y miedo, se puede notar como todo el mundo se hace caquíta en sus respectivos camiones, deportivos y utilitarios. Mi limpiaparabrisas (y me imagino que los de los demás coches) hace horas extra intentando despejarme el camino. Odio tener que conducir en estas condiciones, un poco de lluvia está bien, puede ser melancólico, pero esto... esto es una tortura china, no tiene nada de divertido, de hecho es bastante peligroso.

En Sevilla, hay que sumar la lluvia a la desesperada búsqueda de aparcamiento, porque si ya a la gente le bastan cuatro gotas como excusa para sacar el coche en masa, con esta hecatombe fluvial – les encanta mi vocabulario ¿verdad? - parece que la chapa y las ruedas hayan sustituido al asfalto. Desesperación, desesperación...Odio, Odio...



Como insulto final, tras estas maniobras, me llevo unos cuantos días sin necesidad de coger el coche y para cuando me vuelve a hacer falta es para oficiar como chófer para mi madre, que va, obviamente, al pueblo de visita. Oigo un desagradable ruido que me suena de antes, y la vez anterior no significó nada bueno. Los pitidos de los otros coches confirman mis miedos, paramos en una gasolinera y, efectivamente, el neumático está prácticamente desinflado. Como estamos en una Galp, tengo que echar un euro – no es mucho, pero cuando te obligan a pagar por algo que siempre ha sido gratis...- para llenarlo con suficiente aire para volver a casa, ya que no tengo ni ganas de poner la de repuesto ni de llamar a la grúa del seguro. (No, ni de cambiarla yo mismo).

Finalmente, claudico y llevo el coche al taller oficial donde me aseguran que con un cambio de rueda todo (incluido el sistema que se dedica a monitorizar la presión de las ruedas) se va a solucionar. El presupuesto final de la revisión en el otro taller más el del nuevo neumático no supera al de la revisión si la hubiera realizado en el oficial, pero aún así no es barato. Para cuando llego a mi casa, reparo en que no me han dado ningún papel a modo de resguardo y que las llaves del coche siguen en mi bolsillo, esto es un poco preocupante ya que mi vehículo quedó estacionado fuera de la nave de la casa oficial, sigue existiendo una valla que protege el recinto, pero aún así... “Bueno” - pienso - “lo mismo tienen una llave universal para los modelos como el mío”. Por la tarde me llaman de la casa oficial, han encontrado la rueda – porque para redondear, es una neumático que la marca está “descontinuando” - y para la mañana siguiente la tienen en su poder. Estupendo.

Pasan dos días sin noticias del taller, así que asumo que simplemente están esperando que me pase a recoger el coche. Una tarde de otoño me dejo caer por allí, he visto mi coche en la misma posición en la que lo dejé, en el mismo cuadrante... sí, lo adivinan, se acerca un momento totalmente absurdo.

Pregunto a la chica de recepción, me indica que no sabe nada del asunto, se nos suma su compañero mecánico, el cual tampoco lo tiene claro hasta que indico que es el coche que está al lado de la puerta de entrada. “¡Ah! ¡Y yo preguntándome qué hacía ahí tanto tiempo!”

Grrrrrr......

Llegados a este punto, tengo que dejar clara una cosa; en el otro taller oficial al que servidor solía ir – durante el periodo de garantía, esto es - el trato era horrible, cuando se producía una avería, te dejaban con la impresión de que la culpa era del usuario. En este, el trato es mucho mejor, pero la tranquilidad con la que tratan los asuntos pondría nervioso a un gato de escayola, atiborrado de Valiums.

En un exabrupto nada habitual en mi, acabo diciendo en voz alta “Qué pasa, que si no vengo yo, mi coche se queda ahí todo el fin de semana”. Lo mejor viene cuando el hombre que me atiende (y que me rellena el conveniente resguardo) me dice como respuesta que “perdone, pero es que mi compañero está en un curso...” Que es como si un director de cine decidiera no hacer una película porque sólo le han dado dos años de plazo para terminarla.

En fin, ahora SÍ, entrego mi llave (aparentemente, mi creencia de que existe un “mando universal” era infundada) y, one more time, me espero a que me llamen para decirme que la rueda está cambiada y el eje trasero equilibrado. Me dicen que para la mañana siguiente sobre las once estará todo solucionado. Como se pueden imaginar, a las once y media acabo llamando yo, afortunadamente, la rueda está cambiada y todo solucionado, aparentemente.

Opción que llegué a sopesar


Presiento que los niveles industriales de odio y enajenación que siento hacia mi coche disminuirán hasta desaparecer cuando me halle al frente del volante. El mecánico que estaba en un curso me atiende y me pide disculpas, como voy a volver a circular sobre cuatro ruedas, todo me parece correcto, además, como es el taller oficial, me creo que se han tomado las suficientes molestias para hacerlo todo como es debido y que si han tenido que echar tres horas en cambiar una rueda, se han asegurado de que todo va bien. Craso error.

Para cuando estoy saliendo del polígono industrial en el que también se hallan las instalaciones de la marca, me salta el chivato en la pantalla de que la supervisión del inflado de las ruedas vuelve a no funcionar. No solo eso, uno de los sistemas de seguridad adicional – que no es obligatorio para la circulación, pero la facilita, según me informa el propio experto que me atiende -, tampoco funciona. Me encanta la electrónica moderna de los coches, si además de decirte lo que tienen (como un médico enfermo), además pudiesen auto arreglarse (como algunos cirujanos de un reportaje de la televisión inglesa ¡puaj!) sería la leche.

Con una actitud que se me antoja residual de los caballeros que me atendían en el otro taller oficial, el mecánico se sube conmigo para comprobar si realmente existe la avería. El coche pasa ahora por el ordenador de la marca y se confirma: una pieza electrónica situada en el volante, debajo del airbag – no, no podía tener un acceso mas difícil, aparentemente – está estropeada. Ahora el presupuesto de TODAS las reparaciones SÍ se iguala al de la revisión presupuestada inicialmente aquí.

En estos momentos, yo mismo conduciría hasta el Monte del Destino y depositaría el vehículo en la lava impía de la que surgió, saltando segundos antes de que empezara a caer, como un Nicolas Cage de la vida.

Me llevo el presupuesto y el coche a casa, ya que mi madre no puede pasar mas tiempo sin visitar a los familiares. Como me han dicho que salvo que vaya a conducir como un suicida, el sistema de seguridad adicional no es imprescindible (siendo sinceros, nunca conduzco mas allá de cualquier límite de seguridad, lo que me hace un piloto muy aburrido), pues hago mi camino con cierta normalidad. Salvo por una cosa, por la mañana, nada mas despertarme he sentido la clase de dolor/irritación en el área de la nariz que me avisa de que mi cuerpo va a empezar un proceso viral. Y no me refiero a que empiezo a ver vídeos extraños que luego se demuestra que pertenecen a una campaña de marketing. Y por favor, ahórrense los comentarios sobre dormir con el culo al aire, que no vienen al caso. Ni al vaso.

Esto es un vaso y una demostración del nivel de humor que me gasto en este blog


Lo bueno de estar resfriado cuando aún hace calor – porque en Sevilla, después de LA tromba de agua, volvió el “otoño veraniego” para otro par de semanas – es que es menos insufrible que cuando hace frío, con la salvedad de que en todas partes se sigue poniendo el aire acondicionado. En el caso de hacer de chófer de mi progenitora, eso se traduce en que o ella se asa de calor, o yo potencio mi mala salud al utilizar el climatizador.

En cualquier caso, sudo como un pollo.

Inicialmente, este artículo terminaba aquí, demostrando que no siempre tengo por qué escribir entradas kilométricas, y me dedicaba a repasar brevemente las fases de amor y odio de un propietario con respecto a su coche. Y concluía con un interesante “me voy a Madrid a entrevistar al cantautor progresivo Peter Hammill, adivinen en qué tipo de transporte NO voy a ir”. Pero claro, tratándose de mí, no todo podía ser tan sencillo...

Madrid

El plan era simple: cojo el tradicional Socibús a la una de la madrugada para llegar a las siete A.M. a Madrid. “Durmiendo” lo posible, dejo la maleta en el hotel (demasiado temprano para hacer el check-in), me doy unas cuantas vueltas por la capital del Reino – incluyendo la ineludible, al menos para mi, visita a Madrid Cómics – para después regresar al hotel, descansar un poco y después llegar a la cita con el líder de Van Der Graaf Generator. Después, a hacer tiempo antes del show en Clamores, quizás visitar a un amigo, que lleva un club por Tribunal y después descansar, aprovechando el hotel hasta última hora, y después volver a Méndez Álvaro para empezar la vuelta a Sevilla.

La lógica del viaje en bus es más o menos comprensible: la semana siguiente me esperaba un periodo de actividad laboral interesante, así que con el añadido de un resfriado, lo mas lógico era estar lo antes posible de vuelta para poder agonizar bajo las sabanas, expulsando toda la mucosa posible en el universo conocido. Y parte del desconocido. Para que un viaje tan relámpago no me costara ciento y pico de euros en AVE o avión, el autobús parecía la opción mas recomendable. A pesar de lo que pudiera parecer por un billete de ida y vuelta que no sale por más de 40 euros, el viaje es mucho mas llevadero de lo que pueda parecer, además, ventajas de haber currado de técnico de sonido: puedo dormir en la rueda de un camión, mientras ésta da vueltas. No solo eso, sino que tenemos un inestable (por las curvas) servicio a la mitad del “coche”, enchufes para recargar los móviles (dependiendo del modelo, debajo de los asientos o encima del cubículo del water) y...aire acondicionado. Me cago en... Por cierto, desde hace un tiempo, la parada a mitad de camino ha dejado de ser la Guarromán, siendo ahora Bailén el sitio en el que te puedes pelear por ponerte delante de una taza de WC a las cuatro de la mañana. Bueno, aún es Jaén...

Otro de mis impepinables de este trasiego era la pastelería Mallorca, auténtico lujo para los que nos gustan los dulces, aunque después de tanto tiempo sin visitarla, el sistema de pedido me tuvo un poco despistado momentáneamente (te dan una ficha de un material que parece querer ser mármol y te la rellenan con lo que vas consumiendo). Elegí la sucursal situada en el barrio obrero de Serrano (sarcasmo), que estaba a rebosar, incluso a media mañana. Mi pequeña selección de pasteles estaba deliciosa, así como el menta poleo (durante los próximos días, mi mas fiel amigo), lástima que mi paladar no estuviera en su mejor momento para disfrutarlos.

Aprovechando la coyuntura me acerqué al Sony Gallery, algo que yo siempre he considerado como el pobre intento por parte de la compañía japonesa por replicar los Apple Store (aunque sean mas antiguos que los locales de La Manzana), y donde pude comprobar que las gafas-televisión 3D son tan timo como los antiguos “cascos de realidad virtual”. Nada convincentes, 1.000 euros a la basura si se las compran. Mucho mejor están sus televisores y sus Home Cinema, sobre todo proyectando Harry Potter. Por no hablar de una suntuosa oferta de una sus últimas unidades de cámaras de video semiprofesionales, lástima de ser una inversión un tanto arriesgada.

El hotel, por su parte, estaba muy bien situado, aunque como hice la reserva por una web que no pertenecía a la cadena, no me pude aprovechar del descuento ofrecido por ser mi cumpleaños. Desde aquí quiero agradecer a NH su oferta al 50%, ahora, si me hubieran mandado el correo ANTES de mi cumpleaños y ANTES de reservar por otros medios, estaría mucho mas agradecido. También me gusto mucho la selección de quesos que me esperaba al llegar a la habitación, lástima que los picos de pan fueran un poco chiclosos. Está claro que el tema del pan, en cuanto uno cruza Despeñaperros, es ya otro rollo. Lamentablemente, en cuanto uno cruza esa frontera montañosa, también se da cuenta de que en algunas cosas el otro rollo somos los andaluces.

Tras ponerme el despertador a una hora adecuada para acicalarme de cara a la cita con PH, me quedé muy dormido mientras en el televisor echaban “Españoles por el Mundo”. Al volver en mi, pasé a National Geographic, donde Richard Hammond – fuck yeah – intentaba inútilmente darle forma a una espada en una fragua. Es decir, el reportaje típico que se puede esperar de un presentador de Top Gear cuando va en solitario.

A sus 63 años, y en el momento de hacer la entrevista, Hammill tenía mucha mejor salud que yo. Por cierto, los dos llevábamos rebeca.


Una cosa que me encanta de los hoteles NH - ¿donde está mi cheque, señores? - es que apenas tengo que utilizar nada de mi neceser, ya que en el cuarto de baño me dejan hasta body milk y una especie de crema after-shave que me va a dejar la cara más suave que el culo de un bebé. Una vez preparado, el resfriado ataca con suficiente virulencia (nunca mejor dicho) para hacer que me acueste un poco antes de salir a la calle, cuando me levanto miro la cama y para mi horror descubro manchas de sangre. ¡Me van a oír en recepción! ¡Voy a poner una queja que se va a cagar la perra!¿Acaso aquí no pasan el Luminol como en CSI? Pero al poco reparo que la toalla que he utilizado para secarme el rostro después de afeitarme tiene las mismas manchas, parece ser que he apurado demasiado la cuchilla. No se preocupen, esto me pasa hasta usando un Wilkinson de 20 euros.

Luminol in action


Tras devorar una deliciosa crepe – en mi cabeza seguía siendo mi cumpleaños y puedo bloquear mis arterias como más me plazca -, me encaminé al hotel de Hammill. Sobre la entrevista y el concierto tendrán que leer en “This is Rock”, pero tengo que contarles que mientras el veterano músico me contaba cómo era muy normal que los grandes popes del progresivo se encontraran a menudo en los bares de Londres y en las vías de servicio de las carreteras británicas durante los primeros setenta, yo llegué a pensar “Dios mío, estoy malo como una perra, espero no estar pegándole nada a este señor y provocar que suspenda la gira europea por mi culpa”.

Igualmente, durante su corto (90 minutos) recital en la sala madrileña, me estuvo llorando un ojo. Eso no era por la emoción (aunque “Refugees” estuvo genial), sino por la combinación de, una vez mas, resfriado y climatización para gente sana en verano. La idea de visitar el bar de mi amigo fue totalmente desechada y servidor decidió derrumbarse, mas que dormir, en la cama del hotel. Después de enfrentarme, eso si, al nuevo sistema de Metro de la capital, por el que tienes que pagar en base a tu destino, maldita la gracia.

La mañana siguiente se produjo esa rareza que es que me despierte después de oír la alarma del móvil (y no antes). Me tomé un caro desayuno en un VIPS en el que se necesitó de dos camareras para aclarar que el café con leche condesada que pedía después del menta poleo y el croissant, era, básicamente, un café bombón. Recogí las cosas a una velocidad aceptable, con todavía la cabeza un poco rara, me enfrenté a una absurda cola para el check-out a pesar de que me podría haber limitado a dejar la llave-tarjeta e irme, ya que la habitación estaba pagada de antemano y no había acudido al minibar.

Como había escogido una hora tan rara, a priori, como la una del mediodía para salir, me compré un bocata en el Rodilla, y llegué al Socibús por los pelos, gracias en parte a la señora que decidió colarse en la cola de “para llevar”. El viaje transcurrió con normalidad, entrando y saliendo de cortos periodos de sueño (no, en ningún momento del fin de semana me sentí descansado) y repasando los podcasts que tenía en el móvil, llegando a la conclusión de que nunca más iba a escuchar nada por los auriculares, promesa que rompí a los pocos días en el gimnasio, lógicamente.

El problema es que algunos trayectos del Socibús realizan parada en pueblos, lo cual no tiene nada de malo, excepto por lógico retraso en la llegada a Sevilla, pero en fin, no se puede hacer nada al respecto. El problema vino después de abandonar la estación de Écija, al llegar a una rotonda, el bús dejó de avanzar. El motor arrancaba, pero cada vez que intentaba recorrer un milímetro, sonaba una preocupante alarma. Tras varias intentonas, el chófer echó a andar a lo largo del bus, revisando todas las puertas y compartimentos para el equipaje, incluso la del water. El motivo de una búsqueda tan exhaustiva era que el ordenador de a bordo informaba de que una puerta seguía sin cerrarse, ergo, por seguridad, impedía el avance. Benditos sistemas de seguridad.

Esto lo supimos una vez que el conductor superó la decena de intentonas, mientras las motos de la policía local llegaban, colocaban un cono estriado y hasta una cinta policial - ¡nuestra propia cinta policial!¡qué guay! - para que al resto de conductores no les diera por embestir casualmente al autobús blanco que estaba parado en la entrada de la rotonda. Finalmente, después de que nuestro chófer diera por imposible el salir a carretera, se nos informó de que un autobús de otra compañía, desde una localidad cercana, acudiría a nuestro rescate.



A mi y a algunos pasajeros nos dio tiempo para ir a tomar un café a una gasolinera cercana mientras bromeábamos con que , lo mismo, el nuevo medio transporte se iba a ir sin nosotros. Como no pudo ser de otra manera, mientras comentábamos la jugada con el empleado de Socibús nos enteramos de que la empresa era muy rígida en el cumplimiento de la normas de seguridad, lo cual incluía no abusar de las horas que pasaban sus trabajadores frente al volante (bien por ellos) y avisarnos de que cualquier reclamación tendría que esperar a que llegáramos a la taquilla de nuestro destino (no tan bien por ellos).

Después, la conversación (a la que se sumó uno de los policías locales) derivó en la gracia del sistema ideado por Volvo (fabricantes del bus) y en que, probablemente, “el sueco” que viniera a arreglar el desaguisado solo tendría que darle a un par de botones en su terminal para hacer que nuestro vehículo volviera a funcionar con normalidad. Porque como ya habrán adivinado, no había ninguna puerta realmente sin cerrar, sino que el ordenador informaba de ello porque se le había cruzado algún cable.

A un mesón que hacía esquina con la rotonda le dio tiempo a abrir, y se nos hizo de noche hasta que llego el “nuevo” autobús, un poco mas humilde que el que veníamos usando, pero cumplió dignamente su labor de llevarnos a Sevilla. Tras llegar con tres horas de retraso respecto al horario previsto originalmente y bajarnos con una velocidad olímpica, algunos de los pasajeros tuvieron la alcoyana moral de dirigirse a la taquilla, como uno tiene 15 días para reclamar y mi salud no había mejorado (porque en el “sustituto” el aire acondicionado estaba aún mas fuerte que en el “Soci”), decidí pasar del asunto reclamatorio. Total, para cuando realicé las gestiones pertinentes se me informó de que probablemente tendría derecho a una indemnización mas generosa si hubiera contratado el “Seguro de viaje” por un euro mas. Me da a mi que lo que me va a caer es un billete gratis, ay si me cayera a tiempo para la "Monstrua de Cine Chungo"... En mi caso realmente no importa porque no me hacía ningún agujero importante en mi plan para la semana, pero había gente con hoteles, trabajos y amigos a los que atender, y espero que la empresa tenga estos detalles en cuenta a la hora de atender sus reclamaciones.

La moraleja de esta historia podría ser “no viaje por carretera”, pero, sinceramente, he sufrido retrasos en todas las formas de transporte que existen por lo motivos mas variados y ridículos: se me viene a la memoria ese trayecto en avión a Barcelona que se retrasó sesenta minutos porque (en palabras de los trabajadores de la empresa) ese día coincidió con el cambio de hora para el verano....¿?¿?¿?¿?¿?¿

Así que si acaso, la conclusión sería: no viaje, quédese en casa viendo la TV, hay un mundo ahí fuera maravilloso esperándolo, pero hay una miríada de posibles fallos técnicos esperando a estropearles la experiencia. Nah, salgan de viaje, en el riesgo está la gracia.

Ahora sí: Amor y odio

Hubo un momento, después de arrancar el coche tras cambiarle la rueda pero antes de que saltara el chivato con la nueva avería, en el que pensé que estaba en uno de esos “momentos perfectos”. Esperando en un semáforo, con Pink Floyd reproduciéndose en el equipo del coche, con el resfriado sin haberse manifestado en su totalidad y un día con buen tiempo: la sensación de que todo iba a ir bien me embriagaba como un aura celestial proyectándose desde el cielo. Entonces vi el mensaje del ordenador de a bordo y odié a toda la humanidad, deseando que un monstruo lovecraftiano devorara las almas de todos aquellos relacionados con la invención del desplazamiento sobre cuatro ruedas motorizadas.

Tal que así


Como ustedes ya sabrán, es moneda de cambio habitual entre muchos bitácoras dedicados al mundo del motor el enumerar las fases por las que pasa un conductor a lo largo de su vida como propietario de un coche: que si la ilusión inicial con ese mimo casi infantil a la hora de cuidarlo que raya en la enfermedad, que si los primeros disgustos, que si uno acaba por despreciarlo porque te falla cuando menos te lo esperas y el cariño cargado de recuerdos que se le tiene segundos antes de cambiarlo por uno nuevo.

Todo eso está muy bien, y a servidor le gustan tanto los coches como para usarlos como motivo inicial (aunque obviamente, no único) de este blog, pero a pesar de ello, uno tiene que tener en cuenta que los coches sirven, básica y principalmente, para llevarnos de A hasta B. O de llevar mucho equipaje de R a Z, la cuestión es que si va hacía delante, hacía detrás y a los lados, cualquier coche es “bueno”. Y si no fuera así, Dacia y Tata no tendrían negocio. En este entrada ya hemos visto que los inteligentes sistemas de seguridad de otras marcas pueden ser muy molestos, por mucho que nos ayuden a circular cuando funcionen correctamente. La cuestión es si nos gusta más un coche que circule en base exclusivamente a nuestra pericia al volante o uno con “ayuda adicional” a la hora de conducir, corriendo el riesgo de que una avería en ese sistema nos deje sin poder avanzar.

Un niño tonto

Existe una famosa frase sobre el hecho de tener un coche que resulta despreciable incluso dentro del siempre permisivo contexto de “comentario de bar”. La frase es “tener un coche es como tener un niño tonto”. El sentido del comentario implica que ser propietario de cuatro ruedas equivale a los continuos gastos y disgustos que dan el ser padre de un hijo con algún tipo de minusvalía, claro, porque los niños “normales” no dan ningún problema, ¿verdad? En fin...

No en vano, en una revista de prensa social (nótese el eufemismo), se realiza (o se solía realizar, hace ya tiempo que no la ojeo por motivos estrictamente profesionales), una encuesta a algún famoso – término relativo -, en la que se les preguntaba “¿Qué es lo mas caro que te has comprado después de tu casa y tu coche?” Esa es la cuestión, el coche es probablemente la inversión mas cara que realizamos en nuestra vida y hasta podríamos vivir en él si las cosas se nos torcieran mucho...

La sangría viene por diversas brechas en nuestra economía: impuestos de circulación, el seguro, las revisiones, las inspecciones técnicas, las reparaciones de la chapa tras el ataque de alguna columna malvada, los peajes... Buena parte de todos esos gastos (hay quien diría que todos) están justificados por todos este siglo y pico que llevamos de circulación motorizada, porque las responsabilidades sociales o incluso jurídicas que se derivan de los accidentes de circulación no son ninguna tontería.

Por eso, no existe muchas sensaciones que se puedan equiparar a la primera vez que te pones al volante de tu primer coche y te preparas a enfilar una carretera vacía mientras cae la noche, salvo cuando te das cuenta de que tienes que echar gasolina y empiezas a darte cuenta de que el sacarte el carné es la parte mas barata de esto de conducir. Glups.

A pesar de esto, y dándome igual el tipo de acepción, me encanta conducir, me encanta no tener que correr a lo largo de un puente (de TODO un puente, literalmente, y no me refiero a un puente de vacaciones como el del Pilar) para atrapar un autobús que me va a dejar en un pueblo para dar clases y tener que esperar en una parada durante lo mas crudo del invierno para la vuelta. Otra cosa no, pero la independencia que te da un turismo es algo que para los que prácticamente hemos sido accionistas de las empresas de transporte público – exagerando en aras del humor – resulta, incluso después de tantos años de carné, refrescante.

Probablemente, mi señor padre y yo financiamos este coche entero


Como muestra, otro botón: hace unos días tenía que ir, por motivos laborales, a un centro cívico cuya existencia ignoraba, me encantó tener que internarme en otro (sí, otro) polígono industrial para desayunar, en cuya cafetería había una mesa de billar. Al igual que a Roger Waters (su estudio de grabación se llama “La habitación del billar” – las grandes mentes piensan igual, motherfucker -), en cuanto un espacio tiene un tapete verduzco, bolas y unos tacos, gana muchos puntos de simpatía en mi ranking particular. Aunque servidor sea tan tóxico jugando como Ronaldo a la hora de seguir una dieta, me encanta este deporte que tendría que considerarse olímpico a la voz de YA. A lo que iba: si hubiera cogido el autobús, me hubiera dejado en la mismísima puerta del centro cívico y me hubiera tomado la tostada en el bar Juancojone ™, lo cual sirve como testimonio de lo bien que funcionan las redes de transporte urbano en Sevilla. Pero al tener que partirme la cabeza para aparcar, encontré un sitio mucho mas simpático. Y les voy a revelar uno de esos grandes secretos de la vida que son gratuitos: en los polígonos industriales es donde mejor se desayuna.

Siguiendo con los símiles de grandes de la música, Steven Wilson, genial compositor e ideólogo del progresivo actual (aunque a veces resulte un poco cargante), admite en el documental sobre su primer disco en solitario, “Insurgentes” que aunque en sus temas incluya muchas referencias al sistema ferroviario – incluso Porcupine Tree tiene una canción que se llama “Trenes”, tal cual -, lo más lógico para él estos días, es subirse en el coche e ir a donde tenga que ir. Digo esto porque yo también estoy enamorado del supuesto romanticismo que tiene ver cómo cambia el paisaje durante un largo trayecto sobre los “caminos de hierro”. Si hasta me he ido a Barcelona en coche-cama, la culpa de todo es de Phil Collins...

Por supuesto, no nos engañemos, el coche también tiene su dependencia, en parte culpa de la forma en que están estructuradas las ciudades hoy en día, esos polígonos industriales que tanto menciono no están precisamente a mano y las alternativas para llegar a ellos, muchas veces no están tan bien preparadas como el acceso a un Centro Cívico. Salvo que uno esté dispuesto a atravesar un paso a nivel a según qué horas...

Otra cosa que me encanta es andar, algo que la gente que me conoces señala como una rareza, quizás porque ando MUCHO (y aquí no estoy exagerando en aras de la risa) y si puedo hacer un camino de 6 Km sin recurrir al coche, lo hago, porque a veces no tengo ganas de descubrir nuevos bares con mesa de billar incorporada. Igualmente, puedo pasar días sin coger el coche, sin sentir ningún síndrome de abstinencia especialmente cruento.

En parte, eso se debe a ese odio que le cojo al coche a los pocos minutos de estar circulando, con esa indignación por la torpeza de los otros conductores que solo puede comprender otro piloto que opina lo mismo de mis formas al volante. Porque los conductores somos así, tajantes con los errores ajenos y permisivos con los propios. Como un niño pequeño, como un Gollum.



Posdata: Salvo que las cosas cambien mucho, y viendo que sin las limitaciones de una publicación en prensa escrita soy incapaz de escribir nada que baje de las 5 páginas en A4, fuente tamaño 12 del OpenOffice, las otras cosas a las que me dedico me hacen bajar el ritmo de entradas al blog a una por semana... que de todas formas es la periodicidad que estábamos alcanzando. Avisados quedan.

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