Esta es nuestra tesis |
Si
usted ha visto / leído “El Señor de los Anillos” de JRR Tolkien
(la novela) / Peter Jackson (la película), sabrá de la ambivalente
relación que mantiene el otrora tranquilo hobbit Gollum -
antiguamente conocido como Sméagol, antes de ser corrompido por el
Anillo Único – con el nuevo portador del anillo, Frodo Bolsón.
Dependiendo de si se cree traicionado o no, la cosa va así:
- Amamos al amo, queremos al amo, el amo es bueno...o
- Odiamos al amo, el amo nos engañó, sucio, ¡sucio! Hobbit.
Bien,
el propietario medio de un vehículo pasa por esos dos estadios – y
cualquier fase intermedia - alrededor de unas 500 veces durante su
primer cuarto de hora diario al volante.
Como
muestra, un botón: Por diversas vicisitudes llevo mi coche – o el
coche de mi padre, del cual me he apropiado – a la revisión de los
80.000 km justo cuando está cayendo LA tromba de agua sobre toda
España. No solo eso, sino que además, para ahorrarme unos dineros,
decido llevarlo a un taller situado en el pueblo de mis padres, a 24
Km de Sevilla. El taller está en un polígono industrial, y la
parada de autobús – no hay acceso por tren de cercanías y no hay
nadie que pueda venir a recogerme – mas cercana está a 20 minutos
de paseo.
El
viaje de ida sucede en uno de esos días en los que no hay gran cosa
que hacer, me paro en una de mis estaciones de servicio preferidas,
donde, por una vez, no me importa pagar tres euros y pico por una
tostada y un café. Eso sí, la tostada es de pan de pueblo y me sabe
a gloria, alargo un poco mas la estancia porque saco el notebook y me
llevo un rato escribiendo. La cafetería de la estación está hasta
arriba de gente, da la impresión de que se ha parado un bus lleno de
ejecutivos o comerciales, ya que hay predominancia de trajes de
chaqueta y corbata. En el aparcamiento, junto a mi coche hay un
Mercedes SL AMG, da alegría el solo verlo, aunque su dueño
probablemente sea un capullo integral. O una bellísima persona,
hagan sus apuestas.
La foto no es mía, pero se hacen una idea... |
No
llueve demasiado y prosigo mi viaje: la vida es hermosa, amo mi coche
que lleva mucho tiempo sin darme ningún disgusto. Lo dejo en el
taller y empieza el complicado viaje de vuelta, aunque tenía una
idea muy clara de cómo llegar a la parada de autobús, para cuando
me quiero dar cuenta parece que he entrado en una realidad paralela
de soportales en los que finaliza el pueblo.
Sigo
andando, y, o yo soy muy despistado (altamente probable), o durante
mi estancia en el taller, alguien me ha cambiado las calles de sitio
con el fin de que la lluvia me cale hasta los huesos (poco probable).
Odio mi coche, odio no poder desprenderme de más dinero para hacer
la revisión en el taller oficial que me pilla mucho mas cerca de
casa, odio este pueblo y odio equivocarme.
El
siguiente objetivo de mi odio es el conductor del autobús, para
cuando llego a la parada / estación quedan diez minutos para que
salga, pero el tipo prefiere hablar con una mujer a abrirnos la
puerta a los pocos futuros pasajeros y resguardarnos del frío y la
lluvia. En el bar, una tele de tubo y los parroquianos ven pasar las
horas.
Afortunadamente,
el recorrido hasta Sevilla no hace paradas, pero sigue lloviendo y me
sigo calando. Al llegar a casa, los calcetines podrían provocar un
agradable charco, una vez exprimidos. Sigo mis quehaceres hasta que
por la tarde me llaman del taller, mañana por la mañana podré
recoger el coche y el presupuesto de la revisión es mucho menor del
que me esperaba. Todo perfecto, amo a mi coche por estar tan bien
después de 80.000 kilómetros.
A
la mañana siguiente, LA tromba no solo no ha bajado el ritmo, sino
que ha pisado el acelerador hasta atravesar el chasis, “chuzos de
punta” se queda corto. Me bajo en la parada correcta, y el paraguas
lucha por no volverse del revés, llego al taller, pago y me subo en
mi coche. En mi calentito y seguro coche. A medio camino, salta la
alarma de la presión de los neumáticos y, curiosamente, a renglón
seguido también me chiva que el sistema que detecta dicha presión
anda un poco regular ¡maldita sea! ¿Qué clase de revisión me han
hecho? Parar a comprobar los neumáticos no es una opción porque
llueve tanto que ni el mejor techado de cualquier gasolinera me
evitaría volver como recién salido de la ducha al asiento de
conductor.
Además,
llueve tanto que tampoco me atrevo a circular a mucha velocidad, he
visto las ruedas en el taller y no me parecía apreciar nada raro,
así que tampoco creo que se desinflen en el camino. De hecho, todos
vamos bastante lentos, por una autopista a la que todo el mundo
intenta ir a 140 en circunstancias normales, los coches avanzan con
una mezcla de paciencia y miedo, se puede notar como todo el mundo se
hace caquíta en sus respectivos camiones, deportivos y utilitarios.
Mi limpiaparabrisas (y me imagino que los de los demás coches) hace
horas extra intentando despejarme el camino. Odio tener que conducir
en estas condiciones, un poco de lluvia está bien, puede ser
melancólico, pero esto... esto es una tortura china, no tiene nada
de divertido, de hecho es bastante peligroso.
En
Sevilla, hay que sumar la lluvia a la desesperada búsqueda de
aparcamiento, porque si ya a la gente le bastan cuatro gotas como
excusa para sacar el coche en masa, con esta hecatombe fluvial –
les encanta mi vocabulario ¿verdad? - parece que la chapa y las
ruedas hayan sustituido al asfalto. Desesperación,
desesperación...Odio, Odio...
Como
insulto final, tras estas maniobras, me llevo unos cuantos días sin
necesidad de coger el coche y para cuando me vuelve a hacer falta es
para oficiar como chófer para mi madre, que va, obviamente, al
pueblo de visita. Oigo un desagradable ruido que me suena de antes, y
la vez anterior no significó nada bueno. Los pitidos de los otros
coches confirman mis miedos, paramos en una gasolinera y,
efectivamente, el neumático está prácticamente desinflado. Como
estamos en una Galp, tengo que echar un euro – no es mucho, pero
cuando te obligan a pagar por algo que siempre ha sido gratis...-
para llenarlo con suficiente aire para volver a casa, ya que no tengo
ni ganas de poner la de repuesto ni de llamar a la grúa del seguro.
(No, ni de cambiarla yo mismo).
Finalmente,
claudico y llevo el coche al taller oficial donde me aseguran que con
un cambio de rueda todo (incluido el sistema que se dedica a
monitorizar la presión de las ruedas) se va a solucionar. El
presupuesto final de la revisión en el otro taller más el del nuevo
neumático no supera al de la revisión si la hubiera realizado en el
oficial, pero aún así no es barato. Para cuando llego a mi casa,
reparo en que no me han dado ningún papel a modo de resguardo y que
las llaves del coche siguen en mi bolsillo, esto es un poco
preocupante ya que mi vehículo quedó estacionado fuera de la nave
de la casa oficial, sigue existiendo una valla que protege el
recinto, pero aún así... “Bueno” - pienso - “lo mismo tienen
una llave universal para los modelos como el mío”. Por la tarde me
llaman de la casa oficial, han encontrado la rueda – porque para
redondear, es una neumático que la marca está “descontinuando”
- y para la mañana siguiente la tienen en su poder. Estupendo.
Pasan
dos días sin noticias del taller, así que asumo que simplemente
están esperando que me pase a recoger el coche. Una tarde de otoño
me dejo caer por allí, he visto mi coche en la misma posición en la
que lo dejé, en el mismo cuadrante... sí, lo adivinan, se acerca un
momento totalmente absurdo.
Pregunto
a la chica de recepción, me indica que no sabe nada del asunto, se
nos suma su compañero mecánico, el cual tampoco lo tiene claro
hasta que indico que es el coche que está al lado de la puerta de
entrada. “¡Ah! ¡Y yo preguntándome qué hacía ahí tanto
tiempo!”
Grrrrrr......
Llegados
a este punto, tengo que dejar clara una cosa; en el otro taller
oficial al que servidor solía ir – durante el periodo de garantía,
esto es - el trato era horrible, cuando se producía una avería, te
dejaban con la impresión de que la culpa era del usuario. En este,
el trato es mucho mejor, pero la tranquilidad con la que tratan los
asuntos pondría nervioso a un gato de escayola, atiborrado de
Valiums.
En
un exabrupto nada habitual en mi, acabo diciendo en voz alta “Qué
pasa, que si no vengo yo, mi coche se queda ahí todo el fin de
semana”. Lo mejor viene cuando el hombre que me atiende (y que me
rellena el conveniente resguardo) me dice como respuesta que
“perdone, pero es que mi compañero está en un curso...” Que es
como si un director
de cine decidiera no hacer una película porque sólo le han dado dos
años de plazo para terminarla.
En
fin, ahora SÍ, entrego mi llave (aparentemente, mi creencia de que
existe un “mando universal” era infundada) y, one more time, me
espero a que me llamen para decirme que la rueda está cambiada y el
eje trasero equilibrado. Me dicen que para la mañana siguiente sobre
las once estará todo solucionado. Como se pueden imaginar, a las
once y media acabo llamando yo, afortunadamente, la rueda está
cambiada y todo solucionado, aparentemente.
Opción que llegué a sopesar |
Presiento
que los niveles industriales de odio y enajenación que siento hacia
mi coche disminuirán hasta desaparecer cuando me halle al frente del
volante. El mecánico que estaba en un curso me atiende y me pide
disculpas, como voy a volver a circular sobre cuatro ruedas, todo me
parece correcto, además, como es el taller oficial, me creo que se
han tomado las suficientes molestias para hacerlo todo como es debido
y que si han tenido que echar tres horas en cambiar una rueda, se han
asegurado de que todo va bien. Craso error.
Para
cuando estoy saliendo del polígono industrial en el que también se
hallan las instalaciones de la marca, me salta el chivato en la
pantalla de que la supervisión del inflado de las ruedas vuelve a no
funcionar. No solo eso, uno de los sistemas de seguridad adicional –
que no es obligatorio para la circulación, pero la facilita, según
me informa el propio experto que me atiende -, tampoco funciona. Me
encanta la electrónica moderna de los coches, si además de decirte
lo que tienen (como un médico enfermo), además pudiesen auto
arreglarse (como algunos cirujanos de un reportaje de la televisión
inglesa ¡puaj!) sería la leche.
Con
una actitud que se me antoja residual de los caballeros que me
atendían en el otro taller oficial, el mecánico se sube conmigo
para comprobar si realmente existe la avería. El coche pasa ahora
por el ordenador de la marca y se confirma: una pieza electrónica
situada en el volante, debajo del airbag – no, no podía tener un
acceso mas difícil, aparentemente – está estropeada. Ahora el
presupuesto de TODAS las reparaciones SÍ se iguala al de la revisión
presupuestada inicialmente aquí.
En
estos momentos, yo mismo conduciría hasta el Monte del Destino y
depositaría el vehículo en la lava impía de la que surgió,
saltando segundos antes de que empezara a caer, como un Nicolas
Cage de la vida.
Me
llevo el presupuesto y el coche a casa, ya que mi madre no puede
pasar mas tiempo sin visitar a los familiares. Como me han dicho que
salvo que vaya a conducir como un suicida, el sistema de seguridad
adicional no es imprescindible (siendo sinceros, nunca conduzco mas
allá de cualquier límite de seguridad, lo que me hace un piloto muy
aburrido), pues hago mi camino con cierta normalidad. Salvo por una
cosa, por la mañana, nada mas despertarme he sentido la clase de
dolor/irritación en el área de la nariz que me avisa de que mi
cuerpo va a empezar un proceso viral. Y no me refiero a que empiezo a
ver vídeos
extraños que luego se demuestra que pertenecen a una campaña de
marketing. Y por favor, ahórrense los comentarios sobre dormir
con el culo al aire, que no vienen al caso. Ni al vaso.
Esto es un vaso y una demostración del nivel de humor que me gasto en este blog |
Lo
bueno de estar resfriado cuando aún hace calor – porque en
Sevilla, después de LA tromba de agua, volvió el “otoño
veraniego” para otro par de semanas – es que es menos insufrible
que cuando hace frío, con la salvedad de que en todas partes se
sigue poniendo el aire acondicionado. En el caso de hacer de chófer
de mi progenitora, eso se traduce en que o ella se asa de calor, o yo
potencio mi mala salud al utilizar el climatizador.
En
cualquier caso, sudo como un pollo.
Inicialmente,
este artículo terminaba aquí, demostrando que no siempre tengo por
qué escribir entradas kilométricas, y me dedicaba a repasar
brevemente las fases de amor y odio de un propietario con respecto a
su coche. Y concluía con un interesante “me voy a Madrid a
entrevistar al cantautor progresivo Peter Hammill, adivinen en qué
tipo de transporte NO voy a ir”. Pero claro, tratándose de mí, no
todo podía ser tan sencillo...
Madrid
El
plan era simple: cojo el tradicional Socibús a la una de la
madrugada para llegar a las siete A.M. a Madrid. “Durmiendo” lo
posible, dejo la maleta en el hotel (demasiado temprano para hacer el
check-in), me doy unas
cuantas vueltas por la capital del Reino – incluyendo la
ineludible, al menos para mi, visita a Madrid Cómics – para
después regresar al hotel, descansar un poco y después llegar a la
cita con el líder de Van
Der Graaf Generator. Después, a hacer tiempo antes del show en
Clamores, quizás visitar a un amigo, que lleva un club por Tribunal
y después descansar, aprovechando el hotel hasta última hora, y
después volver a Méndez Álvaro para empezar la vuelta a Sevilla.
La
lógica del viaje en bus es más o menos comprensible: la semana
siguiente me esperaba un periodo de actividad laboral interesante,
así que con el añadido de un resfriado, lo mas lógico era estar lo
antes posible de vuelta para poder agonizar bajo las sabanas,
expulsando toda la mucosa posible en el universo conocido. Y parte
del desconocido. Para que un viaje tan relámpago no me costara
ciento y pico de euros en AVE o avión, el autobús parecía la
opción mas recomendable. A pesar de lo que pudiera parecer por un
billete de ida y vuelta que no sale por más de 40 euros, el viaje es
mucho mas llevadero de lo que pueda parecer, además, ventajas de
haber currado de técnico de sonido: puedo dormir en la rueda de un
camión, mientras ésta da vueltas. No solo eso, sino que tenemos un
inestable (por las curvas) servicio a la mitad del “coche”,
enchufes para recargar los móviles (dependiendo del modelo, debajo
de los asientos o encima del cubículo del water) y...aire
acondicionado. Me cago en... Por cierto, desde hace un tiempo, la
parada a mitad de camino ha dejado de ser la Guarromán,
siendo ahora Bailén
el sitio en el que te puedes pelear por ponerte delante de una taza
de WC a las cuatro de la mañana. Bueno, aún es Jaén...
Otro
de mis impepinables de este trasiego era la pastelería Mallorca,
auténtico lujo para los que nos gustan los dulces, aunque después
de tanto tiempo sin visitarla, el sistema de pedido me tuvo un poco
despistado momentáneamente (te dan una ficha de un material que
parece querer ser mármol y te la rellenan con lo que vas
consumiendo). Elegí la sucursal situada en el barrio obrero de
Serrano (sarcasmo), que estaba a rebosar, incluso a media mañana. Mi
pequeña selección de pasteles estaba deliciosa, así como el menta
poleo (durante los próximos días, mi mas fiel amigo), lástima que
mi paladar no estuviera en su mejor momento para disfrutarlos.
Aprovechando
la coyuntura me acerqué al Sony Gallery, algo que yo siempre he
considerado como el pobre intento por parte de la compañía japonesa
por replicar los Apple Store (aunque sean mas antiguos que los
locales de La Manzana), y donde pude comprobar que las
gafas-televisión 3D son tan timo como los antiguos “cascos de
realidad virtual”. Nada convincentes, 1.000 euros a la basura si se
las compran. Mucho mejor están sus televisores y sus Home Cinema,
sobre todo proyectando Harry Potter. Por no hablar de una suntuosa
oferta de una sus últimas unidades de cámaras de video
semiprofesionales, lástima de ser una inversión un tanto
arriesgada.
El
hotel, por su parte, estaba muy bien situado, aunque como hice la
reserva por una web que no pertenecía a la cadena, no me pude
aprovechar del descuento ofrecido por ser mi cumpleaños. Desde aquí
quiero agradecer a NH su oferta al 50%, ahora, si me hubieran mandado
el correo ANTES de mi cumpleaños y ANTES de reservar por otros
medios, estaría mucho mas agradecido. También me gusto mucho la
selección de quesos que me esperaba al llegar a la habitación,
lástima que los picos de pan fueran un poco chiclosos. Está claro
que el tema del pan, en cuanto uno cruza Despeñaperros, es ya otro
rollo. Lamentablemente, en cuanto uno cruza esa frontera montañosa,
también se da cuenta de que en algunas cosas el otro rollo
somos los andaluces.
Tras
ponerme el despertador a una hora adecuada para acicalarme de cara a
la cita con PH,
me quedé muy dormido mientras en el televisor echaban “Españoles
por el Mundo”. Al volver en mi, pasé a National Geographic, donde
Richard Hammond – fuck yeah – intentaba inútilmente darle forma
a una espada en una fragua. Es decir, el reportaje típico que se
puede esperar de un presentador de Top Gear cuando va en solitario.
A sus 63 años, y en el momento de hacer la entrevista, Hammill tenía mucha mejor salud que yo. Por cierto, los dos llevábamos rebeca. |
Una
cosa que me encanta de los hoteles NH - ¿donde está mi cheque,
señores? - es que apenas tengo que utilizar nada de mi neceser, ya
que en el cuarto de baño me dejan hasta body milk y una especie de
crema after-shave que me va a dejar la cara más suave que el culo de
un bebé. Una vez preparado, el resfriado ataca con suficiente
virulencia (nunca mejor dicho) para hacer que me acueste un poco
antes de salir a la calle, cuando me levanto miro la cama y para mi
horror descubro manchas de sangre. ¡Me van a oír en recepción!
¡Voy a poner una queja que se va a cagar la perra!¿Acaso aquí no
pasan el Luminol como en CSI? Pero al poco reparo que la toalla que
he utilizado para secarme el rostro después de afeitarme tiene las
mismas manchas, parece ser que he apurado demasiado la cuchilla. No
se preocupen, esto me pasa hasta usando un Wilkinson de 20 euros.
Luminol in action |
Tras
devorar una deliciosa crepe – en mi cabeza seguía siendo mi
cumpleaños y puedo bloquear mis arterias como más me plazca -, me
encaminé al hotel de Hammill. Sobre la entrevista y el concierto
tendrán que leer en “This is
Rock”, pero tengo que contarles que mientras el veterano músico
me contaba cómo era muy normal que los grandes popes del progresivo
se encontraran a menudo en los bares de Londres y en las vías de
servicio de las carreteras británicas durante los primeros setenta,
yo llegué a pensar “Dios mío, estoy malo como una perra, espero
no estar pegándole nada a este señor y provocar que suspenda la
gira europea por mi culpa”.
Igualmente,
durante su corto (90
minutos) recital
en la sala madrileña, me estuvo llorando un ojo. Eso no era por
la emoción (aunque “Refugees” estuvo genial), sino por la
combinación de, una vez mas, resfriado y climatización para gente
sana en verano. La idea de visitar el bar de mi amigo fue totalmente
desechada y servidor decidió derrumbarse, mas que dormir, en la cama
del hotel. Después de enfrentarme, eso si, al nuevo sistema de Metro
de la capital, por el que tienes que pagar en base a tu destino,
maldita la gracia.
La
mañana siguiente se produjo esa rareza que es que me despierte
después de oír la alarma del móvil (y no antes). Me tomé un caro
desayuno en un VIPS en el que se necesitó de dos camareras para
aclarar que el café con leche condesada que pedía después del
menta poleo y el croissant, era, básicamente, un café bombón.
Recogí las cosas a una velocidad aceptable, con todavía la cabeza
un poco rara, me enfrenté a una absurda cola para el check-out
a pesar de que me podría haber
limitado a dejar la llave-tarjeta e irme, ya que la habitación
estaba pagada de antemano y no había acudido al minibar.
Como
había escogido una hora tan rara, a priori, como la una del mediodía
para salir, me compré un bocata en el Rodilla, y llegué al Socibús
por los pelos, gracias en parte a la señora que decidió colarse en
la cola de “para llevar”. El viaje transcurrió con normalidad,
entrando y saliendo de cortos periodos de sueño (no, en ningún
momento del fin de semana me sentí descansado) y repasando los
podcasts que tenía
en el móvil, llegando a la conclusión de que nunca más iba a
escuchar nada por los auriculares, promesa que rompí a los pocos
días en el gimnasio, lógicamente.
El
problema es que algunos trayectos del Socibús realizan parada en
pueblos, lo cual no tiene nada de malo, excepto por lógico retraso
en la llegada a Sevilla, pero en fin, no se puede hacer nada al
respecto. El problema vino después de abandonar la estación de
Écija, al llegar a
una rotonda, el bús dejó de avanzar. El motor arrancaba, pero cada
vez que intentaba recorrer un milímetro, sonaba una preocupante
alarma. Tras varias intentonas, el chófer echó a andar a lo largo
del bus, revisando todas las puertas y compartimentos para el
equipaje, incluso la del water. El motivo de una búsqueda tan
exhaustiva era que el ordenador de a bordo informaba de que una
puerta seguía sin cerrarse, ergo, por seguridad, impedía el avance.
Benditos sistemas de seguridad.
Esto
lo supimos una vez que el conductor superó la decena de intentonas,
mientras las motos de la policía local llegaban, colocaban un cono
estriado y hasta una cinta policial - ¡nuestra propia cinta
policial!¡qué guay! - para que al resto de conductores no les diera
por embestir casualmente al autobús blanco que estaba parado en la
entrada de la rotonda. Finalmente, después de que nuestro chófer
diera por imposible el salir a carretera, se nos informó de que un
autobús de otra compañía, desde una localidad cercana, acudiría a
nuestro rescate.
A
mi y a algunos pasajeros nos dio tiempo para ir a tomar un café a
una gasolinera cercana mientras bromeábamos con que , lo mismo, el
nuevo medio transporte se iba a ir sin nosotros. Como no pudo ser de
otra manera, mientras comentábamos la jugada con el empleado de
Socibús nos enteramos de que la empresa era muy rígida en el
cumplimiento de la normas de seguridad, lo cual incluía no abusar de
las horas que pasaban sus trabajadores frente al volante (bien por
ellos) y avisarnos de que cualquier reclamación tendría que esperar
a que llegáramos a la taquilla de nuestro destino (no tan bien por
ellos).
Después,
la conversación (a la que se sumó uno de los policías locales)
derivó en la gracia del sistema ideado por Volvo (fabricantes del
bus) y en que, probablemente, “el sueco” que viniera a arreglar
el desaguisado solo tendría que darle a un par de botones en su
terminal para hacer que nuestro vehículo volviera a funcionar con
normalidad. Porque como ya habrán adivinado, no había ninguna
puerta realmente sin cerrar, sino que el ordenador informaba de ello
porque se le había cruzado algún cable.
A
un mesón que hacía esquina con la rotonda le dio tiempo a abrir, y se
nos hizo de noche hasta que llego el “nuevo” autobús, un poco
mas humilde que el que veníamos usando, pero cumplió dignamente su
labor de llevarnos a Sevilla. Tras llegar con tres horas de retraso
respecto al horario previsto originalmente y bajarnos con una
velocidad olímpica, algunos de los pasajeros tuvieron la alcoyana
moral de dirigirse a la taquilla, como uno tiene 15 días para
reclamar y mi salud no había mejorado (porque en el “sustituto”
el aire acondicionado estaba aún mas fuerte que en el “Soci”),
decidí pasar del asunto reclamatorio. Total, para cuando realicé
las gestiones pertinentes se me informó de que probablemente tendría
derecho a una indemnización mas generosa si hubiera contratado el
“Seguro de viaje” por un euro mas. Me da a mi que lo que me va a
caer es un billete gratis, ay si me cayera a tiempo para la "Monstrua de Cine Chungo"... En mi caso realmente no importa porque
no me hacía ningún agujero importante en mi plan para la semana,
pero había gente con hoteles, trabajos y amigos a los que atender, y
espero que la empresa tenga estos detalles en cuenta a la hora de
atender sus reclamaciones.
La
moraleja de esta historia podría ser “no viaje por carretera”,
pero, sinceramente, he sufrido retrasos en todas las formas de
transporte que existen por lo motivos mas variados y ridículos: se
me viene a la memoria ese trayecto en avión a Barcelona que se
retrasó sesenta minutos porque (en palabras de los trabajadores de
la empresa) ese día coincidió con el cambio de hora para el
verano....¿?¿?¿?¿?¿?¿
Así
que si acaso, la conclusión sería: no viaje, quédese en casa
viendo la TV, hay un mundo ahí fuera maravilloso esperándolo, pero
hay una miríada de posibles fallos técnicos esperando a
estropearles la experiencia. Nah, salgan de viaje, en el riesgo está
la gracia.
Ahora
sí: Amor y odio
Hubo
un momento, después de arrancar el coche tras cambiarle la rueda
pero antes de que saltara el chivato con la nueva avería, en el que
pensé que estaba en uno de esos “momentos perfectos”. Esperando
en un semáforo, con Pink Floyd reproduciéndose en el equipo del
coche, con el resfriado sin haberse manifestado en su totalidad y un
día con buen tiempo: la sensación de que todo iba a ir bien me
embriagaba como un aura celestial proyectándose desde el cielo.
Entonces vi el mensaje del ordenador de a bordo y odié a toda la
humanidad, deseando que un monstruo lovecraftiano devorara las almas
de todos aquellos relacionados con la invención del desplazamiento
sobre cuatro ruedas motorizadas.
Tal que así |
Como
ustedes ya sabrán, es moneda de cambio habitual entre muchos
bitácoras dedicados al mundo del motor el enumerar las fases por las
que pasa un conductor a lo largo de su vida como propietario de un
coche: que si la ilusión inicial con ese mimo casi infantil a la
hora de cuidarlo que raya en la enfermedad, que si los primeros
disgustos, que si uno acaba por despreciarlo porque te falla cuando
menos te lo esperas y el cariño cargado de recuerdos que se le tiene
segundos antes de cambiarlo por uno nuevo.
Todo
eso está muy bien, y a servidor le gustan tanto los coches como para
usarlos como motivo inicial (aunque obviamente, no único) de este
blog, pero a pesar de ello, uno tiene que tener en cuenta que los
coches sirven, básica y principalmente, para llevarnos de A hasta B.
O de llevar mucho equipaje de R a Z, la cuestión es que si va hacía
delante, hacía detrás y a los lados, cualquier coche es “bueno”.
Y si no fuera así, Dacia y Tata no tendrían negocio. En este
entrada ya hemos visto que los inteligentes sistemas de seguridad de
otras marcas pueden ser muy molestos, por mucho que nos ayuden a
circular cuando funcionen correctamente. La cuestión es si nos gusta
más un coche que circule en base exclusivamente a nuestra pericia al
volante o uno con “ayuda adicional” a la hora de conducir,
corriendo el riesgo de que una avería en ese sistema nos deje sin
poder avanzar.
Un
niño tonto
Existe
una famosa frase sobre el hecho de tener un coche que resulta
despreciable incluso dentro del siempre permisivo contexto de
“comentario de bar”. La frase es “tener un coche es como tener
un niño tonto”. El sentido del comentario implica que ser
propietario de cuatro ruedas equivale a los continuos gastos y
disgustos que dan el ser padre de un hijo con algún tipo de
minusvalía, claro, porque los niños “normales” no dan ningún
problema, ¿verdad? En fin...
No
en vano, en una revista de prensa social (nótese el eufemismo), se
realiza (o se solía realizar, hace ya tiempo que no la ojeo por
motivos estrictamente profesionales), una encuesta a algún famoso –
término relativo -, en la que se les preguntaba “¿Qué es lo mas
caro que te has comprado después de tu casa y tu coche?” Esa es la
cuestión, el coche es probablemente la inversión mas cara que
realizamos en nuestra vida y hasta podríamos vivir en él si las
cosas se nos torcieran mucho...
La
sangría viene por diversas brechas en nuestra economía: impuestos
de circulación, el seguro, las revisiones, las inspecciones
técnicas, las reparaciones de la chapa tras el ataque de alguna
columna malvada, los
peajes... Buena parte de todos esos gastos (hay quien diría que
todos) están justificados por todos este siglo y pico que llevamos
de circulación motorizada, porque las responsabilidades sociales o
incluso jurídicas que se derivan de los accidentes de circulación
no son ninguna tontería.
Por
eso, no existe muchas sensaciones que se puedan equiparar a la
primera vez que te pones al volante de tu primer coche y te preparas
a enfilar una carretera vacía mientras cae la noche, salvo cuando te
das cuenta de que tienes que echar gasolina y empiezas a darte cuenta
de que el sacarte el carné es la parte mas barata de esto de
conducir. Glups.
A
pesar de esto, y dándome igual el
tipo de acepción, me encanta conducir, me encanta no tener que
correr a lo largo de un puente (de TODO un puente, literalmente, y no
me refiero a un puente de vacaciones como el del Pilar) para atrapar
un autobús que me va a dejar en un pueblo para dar clases y tener
que esperar en una parada durante lo mas crudo del invierno para la
vuelta. Otra cosa no, pero la independencia que te da un turismo es
algo que para los que prácticamente hemos sido accionistas de las
empresas de transporte público – exagerando en aras del humor –
resulta, incluso después de tantos años de carné, refrescante.
Probablemente, mi señor padre y yo financiamos este coche entero |
Como
muestra, otro botón: hace unos días tenía que ir, por motivos
laborales, a un centro cívico cuya existencia ignoraba, me encantó
tener que internarme en otro (sí, otro) polígono industrial para
desayunar, en cuya cafetería había una mesa de billar. Al igual que
a Roger Waters (su estudio de grabación se llama “La habitación
del billar” – las
grandes mentes piensan igual, motherfucker -), en cuanto un
espacio tiene un tapete verduzco, bolas y unos tacos, gana muchos
puntos de simpatía en mi ranking particular. Aunque servidor sea tan
tóxico jugando como Ronaldo a
la hora de seguir una dieta, me encanta este deporte que tendría
que considerarse olímpico a la voz de YA. A lo que iba: si hubiera
cogido el autobús, me hubiera dejado en la mismísima puerta del
centro cívico y me hubiera tomado la tostada en el bar Juancojone ™,
lo cual sirve como testimonio de lo bien que funcionan las redes de
transporte urbano en Sevilla. Pero al tener que partirme la cabeza
para aparcar, encontré un sitio mucho mas simpático. Y les voy a
revelar uno de esos grandes secretos de la vida que son gratuitos: en
los polígonos industriales es donde mejor se desayuna.
Siguiendo
con los símiles de grandes de la música, Steven
Wilson, genial compositor e ideólogo del progresivo actual
(aunque a veces resulte un poco cargante), admite en el documental
sobre su primer disco en solitario, “Insurgentes” que aunque en
sus temas incluya muchas referencias al sistema ferroviario –
incluso Porcupine Tree tiene una canción que se llama “Trenes”,
tal cual -, lo más lógico para él estos días, es subirse en el
coche e ir a donde tenga que ir. Digo esto porque yo también estoy
enamorado del supuesto romanticismo que tiene ver cómo cambia el
paisaje durante un largo trayecto sobre los “caminos de hierro”.
Si hasta me he ido a Barcelona en coche-cama, la culpa de todo es de
Phil Collins...
Por
supuesto, no nos engañemos, el coche también tiene su dependencia,
en parte culpa de la forma en que están estructuradas las ciudades
hoy en día, esos polígonos industriales que tanto menciono no están
precisamente a mano y las alternativas para llegar a ellos, muchas
veces no están tan bien preparadas como el acceso a un Centro
Cívico. Salvo que uno esté dispuesto a atravesar un paso a nivel a
según qué horas...
Otra
cosa que me encanta es andar, algo que la gente que me conoces señala
como una rareza, quizás porque ando MUCHO (y aquí no estoy
exagerando en aras de la risa) y si puedo hacer un camino de 6 Km sin
recurrir al coche, lo hago, porque a veces no tengo ganas de
descubrir nuevos bares con mesa de billar incorporada. Igualmente,
puedo pasar días sin coger el coche, sin sentir ningún síndrome de
abstinencia especialmente cruento.
En
parte, eso se debe a ese odio que le cojo al coche a los pocos
minutos de estar circulando, con esa indignación por la torpeza de
los otros conductores que solo puede comprender otro piloto que opina
lo mismo de mis formas al volante. Porque los conductores somos así,
tajantes con los errores ajenos y permisivos con los propios. Como
un niño pequeño, como un Gollum.
Posdata:
Salvo que las cosas cambien
mucho, y viendo que sin las limitaciones de una publicación en
prensa escrita soy incapaz de escribir nada que baje de las 5 páginas
en A4, fuente tamaño 12 del OpenOffice, las otras cosas a las que me
dedico me hacen bajar el ritmo de entradas al blog a una por
semana... que de todas formas es la periodicidad que estábamos
alcanzando. Avisados quedan.
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