“El
otro día la duquesa nos dio un susto”, con esas palabras, un
fotógrafo, sin él saberlo, me acababa de anunciar un declive en la
salud de Doña Cayetana Fitz-James Stuart, el cual, a diferencia de
en otras ocasiones, no iba a quedarse en ese mero susto, sino que
significó el comienzo de un adiós final a una mujer cuyo nombre
está innegablemente ligado a Sevilla. Ya sea porque fijara aquí su
residencia durante casi toda la vida, por lo mucho que se involucrara
en muchos actos sociales o religiosos, ya fuera porque, simplemente,
la ciudad, parece ser, le guardaba mucho cariño.
Escribo
estas líneas sin buena parte del sarcasmo habitual. Con la esperanza
de que salgan “al mundo” cuando ya hayan terminado los
innumerables golpes en el pecho, panegíricos y comunicados oficiales
que habrán jalonado los distintos medios, redes sociales así como
demostraciones públicas de afecto – o rechazo – hacia la figura
de La Duquesa de Alba.
Porque
es lógico y normal. Mis amigos de derechas incluso se habrán
personado en la capilla ardiente para mostrarle sus respetos,
mientras que mis amigos de izquierdas – sí, porque yo no soy tan
imbécil como para decir “yo no tendría como amigo a alguien que
pensara de tal o cuál manera”, ya que de todo aprende uno -, no
han perdido fuelle en llenar sus muros con reflexiones del tipo “¡No
os dejéis engañar, no era una mujer del pueblo, formaba parte de la
oligarquía que oprime a este país!”
Y
probablemente, los razonamientos para llevar a cabo esas
manifestaciones sean totalmente acertados. Bien por ellos. Uy,
perdón, sí, el sarcasmo...
Después
de la muerte de Doña Cayetana, de hecho, otro fotógrafo, al
coincidir en una “convocatoria” me comentó que se había
empezado a recolectar unos 8 euros para una corona que se enviaría a
nombre de la prensa sevillana. Decliné amablemente la invitación a
participar, no por tacaño, sino por dos razones: Primero para evitar
un acto de hipocresía por mi parte (lo explico más abajo), y
segundo, porque tal y como dije en voz alta “ya le rendiré
homenaje a mi manera”. Este es.
Pero
no quiero llenar estas líneas de ditirambos y parabienes a
posteriori. No tendría sentido, por mucho que a más de un
periodista o a más de un reportero gráfico se le llene la boca con
afirmaciones del tipo “yo es que he estado mucho tiempo a su lado”
- ¿Perdón? ¿Eso no tendría más sentido que lo dijera que lo
dijesen sus amigos más cercanos y sus familiares? -, a la hora de
hablar de La Duquesa, en realidad, yo tan sólo puedo ofrecer una
visión de cercana lejanía. Ésa a la que tiene acceso buena parte
de los que nos hemos subido una cámara al hombro para grabar a esta
mujer en algún momento.
Si
en la entrada sobre Sevilla
Magazine explicaba mi cariño por El Correo de Andalucía por un
hecho tan simple y fortuito como que hice las prácticas en dicho
periódico, sentir esa extraña cercanía por Doña Cayetana también
tiene que ver con que ella fue la primera persona “conocida” (las
comillas son por el eufemismo) la que grabé con una cámara
profesional, en este caso una Betacam SP – sí, han leído bien, en
esa liga jugamos – durante mi periodo inicial en una agencia de
noticias.
Lo
recuerdo bastante bien aunque se me escapen no pocos detalles. Fue en
Utrera, yo aún no me había sacado el carnet de conducir (si bien me
faltaba poco) y tuvo que conducir la redactora hasta la localidad
sevillana. Se inauguraba una exposición de objetos antiguos, algo
difícil de olvidar, ya que por el hecho de querer posicionarme
correctamente para una toma, le dí una patada a una especie de gong
arcaico, con el consiguiente ruido delator de que algo se había
caído al suelo. Ustedes ya saben, los cámaras siempre andamos así.
No
recuerdo lo que se le preguntó a La Duquesa, probablemente alguna
tontería sobre su vida privada, o la vida privada de alguno de sus
hijos, o de alguna ex-pareja de algunos de sus hijos, o... vamos,
nada que fuera a cambiar el mundo. De eso hace ya unos 8 años, sería
la primera de muchas ocasiones.
Pero
no se crean que soy capaz de responder a la pregunta de “¿Cómo
era Cayetana?” Primero porque yo nunca la nombraría sin añadir un
“Doña” por delante. No por sus innumerables títulos nobiliarios
– los cuales, sumados resultan en más de los que posee Don Juan
Carlos de Borbón, como no pocas personas que trabajan en los medios
han recalcado en múltiples ocasiones – sino por el mero hecho de
ser una mujer, una señora mucho mayor que yo.
En
mi caso, tan solo puedo aportar las cosas que he visto, aquellas de
las que puedo estar seguro hasta cierto punto, pequeñas historias,
pero, insisto, es mi homenaje particular.
Hasta
donde yo sé, y como suele ocurrir en estos casos, Doña Cayetana era
mucho más cercana o accesible que buena parte de la gente que le
rodeaba. Es un clásico: alguien famoso o rico es seguido por
personas que quieren salir en una foto a toda costa con el personaje
y se extralimita por hacerle la pelota. La Duquesa, como buena
presumida – y que conste que no lo digo como algo malo, sino como
un mero rasgo de personalidad – se dejaba agasajar por esta gente,
pero siempre me dio la impresión de que era muy consciente de
quiénes eran las personas que realmente eran sus amigas, entre
ellas, figuras públicas y algunos de sus empleados, por no hablar,
por supuesto, de su tercer marido, Don Alfonso Diez.
En
este punto, me gustaría tener un recuerdo para Manolo, su chófer de
muchos años. Un hombre eternamente preocupado porque su jefa – una
mujer para la que había trabajado durante casi toda su vida laboral
– no pasara malos tragos con la prensa, siempre intentando
despistar a los vehículos en los que iban subidos fotógrafos,
dispuesto a inducir a error a los redactores - “no hombre, yo he
traído el coche para otra cosa, La Señora no ha venido” - o por
no aparecer en televisión a toda costa, “a mi me borráis
después”, con la desafortunada profecía de “Esta mujer me va a
enterrar” (refiriéndose a la férrea salud de Doña Cayetana)
siempre en la boca.
Desafortunada
porque al final fue cierto, Don
Manolo falleció de un infarto a pesar de ser mucho más joven
que La Duquesa. Cosas de este loco mundo, cuando lo supe, yo no
estaba trabajando “en la calle”, pero me dio mucha pena, no era
una lealtad quebrantable la que este señor profería a Doña
Cayetana.
A
diferencia, me temo, de algunas personas de su entorno, para las
cuales la consabida frase de “30 piezas de plata” les vendría
incluso grande. Sí, lo que acabo de escribir es una de esas
crípticas afirmaciones que sólo yo entiendo. O no.
Pero
otra cosa que recuerdo de La Duquesa es que siempre estaba dispuesta
a darle la mano o unos besos a cualquier niño que le ofreciera un
caramelo – como el hijo de mi primo – o de asistir a una gala
benéfica para darle algo de notoriedad extra, aunque eso implicara
el mal trago de vérselas con algunas preguntas no muy agradables por
parte de los micrófonos de las agencias... y la gente que los
sujetaba, claro.
En
este sentido, La Duquesa era complicada de interpretar, cualquier que
haya visto “Aquí hay tomate”, recordará la poco disimulada
alegría que le deba a la mujer cuando veía a Miquel
abordarla en algún acto. Sin duda, tenía una capacidad innegable
para reírse de sí misma, aunque con toda probabilidad, reportajes
como el presentado por Toñi
Moreno – lo que Monegal
definiría como “un masaje” -, eran mucho más de su gusto. Con
todo, me da la impresión de que para Doña Cayetana, la prensa,
salvo algunas de sus amistades en los periódicos, era un mal
necesario.
Ahora,
echando la vista atrás, muchos dicen “La Duquesa fue una mujer que
vivió como quiso”, a lo que otros responden “claro, ella se lo
podía permitir”. Y ambos tienen razón, pero, insisto, hay
personas en una posición similar a la que estaba Doña Cayetana –
y me temo que sólo puede ser similar porque
no se me ocurre nadie que pueda estar en una posición realmente
parecida-, que llevaron y llevan una vida mucho más alambicada,
forzando una imagen de absurda respetabilidad.
En sus últimos años,
antes de que Don Alfonso entrase en su vida como pareja – y después
como esposo -, llevaba una rutina muy sencilla a diario: comer fuera
con sus amigas, ir al cine, hacer algunas compras en sus tiendas
favoritas (sobre todo de antigüedades) y, cuando se terciaba, acudir
a algún evento.
En
este sentido, hay una cantidad interesante de pequeños detalles y
anécdotas absurdas. Por ejemplo, Doña Cayetana iba mucho al Avenida
Cinco Cines, especializado en proyectar películas en versión
original subtitulada, y no precisamente de Hollywood. No sé cuántos
idiomas hablaba esta mujer, pero desde luego su elección de
géneros podía epatar al más pintado. En todo caso, uno de los días
que eligió esta sala, se pasó por allí su ex-yerno, Francisco
Rivera, justo en uno de esos momentos en los que todo el mundo
buscaba declaraciones de La Duquesa. El torero no estaba haciendo
otra cosa que sacar su perro a pasear (vivía muy cerca del cine en
aquel entonces), y los fotógrafos bromearon con él para que se
esperase a que Doña Cayetana saliera y se hicieran una foto los dos
juntos. La cara de Francisco de “ehhh, mejor no” era digna de un
marco. En aquella época, el hijo de Paquirri ya había hecho un par
de gestos públicos que vaticinaban el deterioro de su relación con
Eugenia Martínez de Irujo.
Otra
historia relacionada con su afición tiene que ver con la época en
la que el Multicine de Camas se transformó en su predilecto: vimos
desde la puerta de acceso a las salas que llegaba al final del
pasillo y torcía a la derecha. Preguntamos a la gente del cine qué
salas había en ese lado, más por mera curiosidad que por auténtico
interés periodístico. Resulta que podía haberse metido en la 13 o
la 14, en una estaba “Death
Race” (con lo cual nos metemos en territorio más típico del
blog) y en la otra... “Camino”.
Aunque
me haga mucha gracia imaginarme a Doña Cayetana viendo una cosa tan
salida de madre como “La
carrera de la muerte”, la realidad era que se metió a ver el
film de Fesser. Nuestra vida como trabajadores de los medios se
hubiera vuelto mucho más interesante si le hubiéramos preguntado a
La Duquesa qué opinaba de un largometraje que daba una visión tan
poco amable del Opus Dei. Pero, probablemente había asunto de
importancia mundial mucho más interesantes por los que preguntar,
como algún fuego cruzado de declaraciones sobre alguna nimiedad
privada.
Pero
una pequeña tontería que a mi me sirvió de revelación fue el
intercambio de palabras que tuvo La Duquesa con el otrora alcalde de
Sevilla, Don
Alfredo Sánchez Monteseirín. Estábamos en una entrega de
premios – la del Festival de las Naciones, si no me equivoco - y
tanto la duquesa como el edil llevaban unas cuantas citas durante la
misma semana, lo cual provocó el siguiente intercambio de palabras
durante el posado con Don Alfredo para la prensa:
La
Duquesa: Hay que ver que nos hemos visto Lunes, Martes y Miércoles.
Alcalde:
Bueno, pues nos tendremos que inventar algo para vernos el jueves.
Tras
lo cual Doña Cayetana se echó a reír, una buena carcajada
completamente sincera. Y ese detalle siempre me ha hecho pensar que
esta señora había visto pasar a gobernadores civiles, alcaldes,
obispos, presidentes... distintas ideologías, distintos tiempos,
distintas zonas de influencia. Pero todos se acababan haciendo una
foto con ella, como si fuera una distinción, por eso mismo no pude
evitar la tentación de pedirle hacernos una foto juntos hace años
durante su asistencia a una de las ediciones del Rastrillo Nuevo
Futuro en el hotel Meliá Lebreros.
Y
sí, Tom Cruise, también tiene una foto con La Duquesa. Un día
hablaremos de la pesadilla que fue para los medios el rodaje de
“Knight and day”.
La
cuestión es que La Duquesa siempre estaba ahí, no era un bastión
de ningún viejo régimen, creo yo, ni tampoco pretendía ser un
símbolo de la mujer independiente y moderna. Simplemente vivía,
cierto, lo tuvo más fácil que la mayoría de nosotros para ser
madre de cinco y casarse en tres ocasiones, pero supongo que la
endereza con la que superó algunas desgracias personales sirven como
reflejo de aquella vieja verdad que dice que hay cosas que no puede
comprar el dinero.
Pero
sí, las penas con la barriga llena son menos pena. Ahora bien ¿Qué
se supone que tenía que haber hecho? ¿Vender todas sus propiedades
y mudarse a un pisito en el extrarradio? Yo no lo acabo de ver...
Ya
he mencionado a sus hijos, me gustaría resaltar que la relación que
estos han mantenido con la prensa ha sido mucho más complicada que
el pulso ambivalente que su madre siempre mantuvo con los focos y los
objetivos.
Pero,
observado con frialdad ¿Cómo han podido nunca creer que la atención
mediática no iba a centrarse en sus vidas en un momento u otro?
Además de ser los retoños de una Grande de España, cada uno tuvo
su buena ración de bombas informativas, incluso si no eran
provocadas por ellos mismos.
Eugenia
se casó con, no sólo un torero, sino con el hijo de una mujer que
no pocos llamaban “La
reina de corazones”, Cayetano mantuvo una relación muy pública
con Mar
Flores – fugaz pero intensa acaparadora de portadas en el papel
cuché -, mientras que Jacobo se casó en segundas nupcias con una
ex-presentadora de
televisión. Y eso por no hablar de rumorologías, traiciones por
parte de supuestos “amigos” en la prensa u otros disparos a
ciegas por parte de contertulios o comentaristas.
En
este sentido, la actitud de Don Alfonso Diez siempre me ha parecido
la correcta: nunca ha dado motivos para pensar que su afecto nacía
de cualquier tipo de interés. Aunque en muchas cabezas no cabe que
semejante relación, la que mantuvo con Doña Cayetana, tuviese una
explicación racional – ustedes no saben nada de Edith
Piaf ¿Cierto? -, yo tengo muy claro que, más allá de
chascarrillos malintecionados, este hombre sentía (y siente) un
cariño por La Duquesa que se puede traducir fácilmente en múltiples
términos que resulten más digeribles para nuestras bienpensantes
cabezas: “Amor otoñal”, “Ella necesitaba alguien con quien
estar, ahora que cada hijo hacía su vida”...
Educado
pero sin hacer ninguna declaración que se prestase a ser
interpretada de un modo extraño (ya hay demasiada gente con un
máster en esas lides), Don Alfonso siempre ha sabido mantenerse como
el discreto acompañante que nunca pudo ser. Desde aquí mi más
sentido pésame.
Pero
antes de acabar esta entrada me gustaría compartir tres imágenes.
La primera no la tengo a mano, pero espero que tengan capacidad para
imaginársela. Cuando La Duquesa tuvo que pasar en una ocasión por
quirófano, todos sus hijos acudieron a la Clínica Sagrado Corazón,
LA clínica privada de Sevilla. Y aquello, desde mi humilde punto de
vista, fue LA foto de la operación: alrededor de una mesa, los
herederos de una inmensa fortuna, tomando café como cualquier
familia preocupada porque una intervención salga bien. Sí, vale,
como cualquier familia con dinero para costearse una clínica
privada.
La
segunda corresponde a, precisamente, la entrega de premios solidarios
de El Festival de las Naciones, en el Hotel Alfonso XIII. Como me
señaló una periodista que había entrevistado a Doña Cayetana en
múltiples ocasiones, le gustaba mi foto porque “era muy ella”.
Sin duda no es una foto simpática como en la que salimos los dos
sonriendo. Empero, a mí, como a mucha gente que alguna vez ha tenido
una cámara entre las manos, La Duquesa me ha sonreído, me ha
gritado (literalmente, al menos todo lo que podía a su edad), me ha
ignorado y ha respondido sin problema algunas preguntas que me ha
tocado hacerle. En cierta ocasión – de la que no tengo prueba
documental, lamentablemente -, me llegó a decir que a ella no había
ni que andarle detrás ni nada por el estilo porque, según sus
propias palabras “no soy una persona pública”.
Como
ustedes se pueden imaginar, semejante afirmación me dejó un poco
perplejo – sí, ya sé que ustedes están pensando en una expresión
equivalente a “perplejo” pero no voy a usarla en este post -, ya
que, para mis adentros me pregunté “Bueno, si ella no es una
persona pública ¿Quién lo va a ser???”
De
ahí que quiera terminar con el siguiente vídeo, que es, de hecho,
cómo quiero recordarla. Les explico, era la primera vez que veía a
Doña Cayetana después de las “vacaciones”, La Duquesa había
pasado parte del periodo estival en Madrid, donde, según sus
empleados, siempre se aburría un poco porque no tenía las amistades
de las que podía disfrutar en Sevilla.
Yo
estaba casi al final de un periodo en una agencia y Manolo salió a
la puerta para pedirme que no siguiera a su coche, que su jefa tan
sólo iba a ir a una tienda de antigüedades para volver al rato, por
lo que le gustaría poder visitarla tranquila. Accedí, no recuerdo
si a cambio de que me atendiese a la vuelta o si eso fue proposición
del propio Manolo. La cuestión es que su Volvo, con los cristales de
atrás tintados, salió sin que mi cámara saliese de la mochila.
Jugándomela un poco, todo hay que decirlo, en ese momento no había
ningún cámara, fotógrafo o periodista cerca, o mejor expresado, no
daba la impresión de que hubiese ninguno cerca.
Al
rato, volvió el coche, y tal como se puede ver en el vídeo, se
para, el cristal empieza a bajarse y Doña Cayetana me sonríe. De
hecho, me da las gracias y... me miente. Por escrito se pierde un
poco la intención, no es un “me miente” con un tono dolido sino
más bien en plan “¡Y va y me miente!” Ya que a mi
pregunta-pefecta-para-ganar-un-Pulitzer “¿Se va usted a casar?”
Ella me contesta “no”, aunque, en honor a la verdad, redondeó la
respuesta con un “no quiero hablar de nada en particular”. Pero
sí, planeaba casarse.
Odio
los artículos sobre personas que acaban de fallecer que se cierran
con un “fue un amasijo de contradicciones, como todos nosotros, en
el fondo, una persona”. Pero en esta ocasión en particular me
permito parafrasear a un amigo que, como a veces ocurre (si bien, no
tan a menudo como me gustaría) dio en el clavo en su estado de
Facebook: “Con admiradores y detractores, ha muerto una madre y una
abuela”.
Descanse
en paz.
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