Miró
el móvil en cuanto abrió los ojos. Muy mal, sin duda, porque era la
clase de actitud que mostraba una adicción al teléfono – y las
redes sociales y ¿A qué más? - probablemente tóxica. Había
correos y mensajes que esperaban respuesta, incluso llamadas que
debía hacer, sitios a los que ir, cosas por hacer.
Pero
lo primero de la lista era el dolor de cabeza, era muy consciente de
que el dolor iba a desaparecer en cuanto se pegara una ducha, si bien
cruzar la invisible frontera de la cama al cuarto de baño le costaba
horrores. Con todo y con ello, logró reunir las energías
suficientes para ejecutar ese acto de fuerza sobre humana – visto
desde dentro – o para simplemente ejecutar la rutina diaria –
visto desde fuera -. Por supuesto, antes hubo algunos momentos de
apoyar las sienes en la almohada por si esta aún guardara un poco de
magia del sueño que permitiera volver a quedarse sopa. Como si se lo
pudiera permitir.
Siempre
le había gustado desayunar en las cafeterías, en parte por la misma
razón que no fregaba los platos y los cubiertos nada más
despertarse, no se fiaba de manejar un cuchillo cuando aún quedaban
trazos de modorra en su cabeza.
Reparó
en el atril, presidiendo su diminuta sala
de música, entre
las “cosas por hacer” había progresiones de acordes y letras que
aprenderse. Puede que incluso antes de que se terminara el café
acompañado de una buena tostada, ya le habría sonado el teléfono
para algún tema familiar o, incluso mejor, una llamada para
trabajar. Ahh, los placeres de freelance.
El
último sorbo al café, pagar, sellar la tarjeta de los desayunos y
salir a la calle para ver qué deparaba el día. Ya le gustaría ser
una de esas personas que se puede permitir horas y horas delante de
una pantalla consumiendo todas las series del universo – todas eran
ahora “la mejor serie de la historia” -, para después
destriparlas en Twitter. “Os vais a cagar”, se dijo, “voy a
verme seguidas todas las temporadas de True Detective, Breaking Bad,
Homeland, Daredevil, Juego de Tronos y cuando llegue ese día... ¡No
tendré nadie con quién comentarlas!!!”
Las
horas pasaron, y pudo hacer las cosas que otras personas querían que
hiciera, cosas que, en el fondo, preferiría no hacer, pero le
pagaban por ellas, lo que se suele llamar trabajo. También hubo
tiempo para hacer cosas que él quería hacer, hasta consiguió robar
un rato para hacer un poco de ejercicio, pero para cuando se quiso
dar cuenta, ya era muy de noche y había entrado en la hora que sólo
serviría para que se lamentara de las pocas horas de sueño a la
mañana siguiente.
Bueno,
ya está bien de dramatismos, que he usado más de 400 palabras para
resumir algo que se merece un post ÉPICO que no se leerá nadie.
Ustedes
se estarán pensando que el blog estaba muerto y bien muerto, que “en
teniendo” Twitter, Facebook y Tumblr (este último sí que está
bastante defenestrado, aunque en honor a la verdad, he de decir que
ni llegó a nacer), ya era suficiente como para saber de mis
desventuras. Bueno, tampoco les faltaría algo de razón.
Pero
al final, qué quieren que les diga, le he cogido cariño al
bitácora, que en esta época de youtubers, podcasters y todo lo
demás... pues como que se ha quedado, no ya en irrelevante, sino en
una mota a pie de página en un libro que vende un señor en la
calle, sobre una manta, al lado de un quinqué más viejo que andar
de pie.
Encima,
este blog no es ni una cosa continuamente desternillante, ni tampoco
una visión continuamente escéptica y amargada de la realidad –
los dos extremos que parecen triunfar en este mundillo -. Demonios,
si ni siquiera consigo ningún titular tan explosivo como WillyToledo ¿Qué carajo estoy haciendo con mi vida?
Pues,
haga lo que haga, parece ser que nunca tengo suficiente tiempo. O no
lo tenía, hasta hace poco. Lo cual explica la falta de
actualizaciones en el blog desde el centenario artículo sobre “La
Elegancia”
¿Qué ha ocurrido desde entonces?
Bueno,
aparte del rutinario caos que es mi vida personal, y otros artículos
adyacentes de la familia, he estado un poco colapsado con temas de la
revista – dentro de unos cuantos párrafos contaré todo, TODO el
anecdotario de mis contribuciones a la This is Rock -, sin olvidar
los ensayos con dos grupos (que se transformaron en 3 tras la
disolución de uno de ellos), mi regreso a ser un “artista en
solitario” - si bien no descarto separarme de Francisco Roldán por
“diferencias creativas” o “incompatibilidad de caracteres” -
bolos en distintos puntos de la geografía española, y, por
supuesto, trabajar.
Sobre
lo de los bolos, bueno, Eco – anteriormente “Grial” - consiguió
dar un concierto en la sala hispalense “La Hollander” acompañando
a la buena gente de El tubo Elástico. Desde mi humilde punto de
vista, dimos un conciertazo, y nuestro dominio de las circunstancias
sólo se vio desafiado por el del combo que vino después de
nosotros. Lamentablemente, la única
reseña del chou
dio a entender algo un poco distinto. A mí como que me da un poco
igual – que hablen de uno aunque sea mal -, mucho más me escoció
(y no me estoy dando un codazo donde tendría que haber una colleja,
que conste) el tono de casi excusa que tuvo el autor de la crónica
al hablar del Progresivo. Que aún exista esa forma de pensar en
pleno 2016 – joder tío, ya hace 40 años del pretendido “año
cero” del Punk, a estas alturas tendríamos que haber superado
según qué traumas – sólo hace que me entren aún más ganas de
entrevistar a señores de pelo raro que tocan con ritmos aún más
raros.
Lamentablemente,
yo ya estaba con el síndrome de “24 horas no son suficientes”
encima y tuve que dejar una banda con tanto potencial como Eco, a la
que le deseo toda la suerte del mundo. Seguro que encuentran a un
teclísta o a un cantante mejor que yo, ahora bien, no tengo tan
claro que encuentren a otro al que le sienten tan bien las Converse
negras.
Interludio:
Momentos
congelados con la reina de la paz
Estoy bastante
seguro de que a todos os ha ocurrido alguna ocasión: ese momento en
el que has escuchado una canción increíble por vez primera, que se
te queda grabado en el cerebro para siempre. Algo así me ocurrió
con “Queen of peace”, single de adelanto del “How big, how
blue, how beatiful”, para mí uno de los discos del 2015.
A los que nos
consideran “medios de interés” suelen enviarnos los discos en
distintos formatos antes que al público en general – normalmente,
para que la reseña coincida con la salida a la venta del álbum -,
algo que en algunas ocasiones es genial... con los artistas que te
gustan. El problema viene cuando en una discográfica grande tienes
que navegar por los links para los nuevos Bisbales y los Bustamantes
de este mundo – nada en contra, pero no es la clase de estilo que
suelo escuchar por placer.... ni por trabajo, si nos ponemos -, hasta
que te encuentras con algo realmente desafiante.
He de reconocer
que me pasé al teléfono las canciones de Florence Welch y compañía
sin mucha fe, de hecho, cada vez que empezaba a oír la introducción
instrumental de su tema estrella, pasaba a otra canción “seguro
que después de ese principio, resulta decepcionante”.
El momento fue la
espera en la estación de tren que conecta el aeropuerto del Prat con
Barcelona, yo me encontraba camino del concierto de Steven Wilson
(para ser más exacto, iba en camino de mi hotel), cuando, rodeado de
mochileros y otra gente de mal vivir, los arreglos de cuerda
empezaron a sonar en mis auriculares. Después de esa dramática
entrada orquestal, llegó un ritmo deudor de la mejor música soul y
una voz tremenda, acompañada de unas enigmáticas letras: “Oh, el
rey, volviéndose loco en su sufrimiento...”
Quizás fuera la
unión del lugar, las circunstancias y cualquier otra cosa que se le
ocurra lo que motivó que me gustara tanto. Lo que está claro es que
después me fui escuchando el resto del disco, me quedé obnubilado
con la presencia sobre las tablas de Florence – en vídeo, claro,
de las tropecientas visualizaciones que tiene su actuación en el
festival Glastonbury, creo que la mitad son mías -, y decidí que me
había transformado en un fan recalcitrante. Sobre todo al escuchar
temas más antiguos, porque claro, Florence lleva ya 10 años de
carrera. La clase de fenómeno que hace que uno se pregunte “¿¡¡Dónde
carajo estuve yo ese tiempo!!?'” Pero ya está uno acostumbrado a
ese síndrome, sólo yo puedo hacerme un fanático de Split Enz
cuando hace ya 10 años de su última reunión.
Ahora
hagamos eso tan moderno como un flash-forward
a
abril de este año. De hecho, detengámonos unas semanas antes.
Servidor estaba trabajando mucho – y los ensayos también estaban
pisando el acelerador – y sopesaba el ir a uno de los conciertos de
Florence + The Machine en España. Esto iba a ser una salida de tono
absoluta en mi rutina musical, por primera vez en mucho tiempo estaba
pensando en ir a un recital que no era ni Progresivo (despídete de
encontrarte con la peña habitual), ni Jazz ni nada por el estilo.
Encima, era una artista pop (despídete de acreditaciones para la
revista) en una de sus giras más masivas, pasando por poliderpotivos
y otros grandes recintos. Vamos, que a poco que me descuidase, me
quedaba sin entrada. Y con mi habitual maniobra de marear la perdiz -
“no sé si ir” - pues, efectivamente, me quedé sin entrada para
Madrid o Barcelona. En honor a la verdad, he de decir que para la
ciudad condal aún quedaban tickets de “visibilidad reducida”.
Qué quieren que les diga, recorrer algo más de 800 km para no ver
una mierda, pues como que no.
Además, de
haberme comprado las entradas, es muy probable que las hubiera tenido
que mal vender, ya que en Sevilla estábamos en plena Feria de Abril,
que como ustedes ya saben, hace que todo el mundo que no esté de
fiesta trabaje mucho. Y sí, eso incluye a los operadores de cámara.
Después de esa semana mortal, llegó el temido “lunes de resaca”,
el lunes siguiente al final de la Feria. Con la perspectiva de cobrar
los no pocos días trabajados y con un ensayo que se había tenido
que aplazar – yo os contaría las vicisitudes previas al concierto
de la Hollander si no fuera porque son demasiado increíbles incluso
para mí -, me planté delante del ordenador y vi que ese mismo día
actuaban Florence y los suyos en Lisboa.
Era una
posibilidad que había sopesado anteriormente: coger el coche,
plantarme en Portugal, ver el concierto y volverme como si tal cosa.
Estuve mordiendo un delicioso bocata de nudillos hasta cierta hora de
la mañana del lunes, llegado cierto punto me dije “si entro en la
web que vende las entradas antes de las 12, las compro y me voy del
tirón”. Y eso es justamente lo que hice.
Esto
que voy a decir va a sonar un poco a copia barata de escritor de la
generación
beat,
pero he de reconocer que una de las pocas cosas que se parecen más a
la libertad es poder ponerte el volante e ir a donde te plazca...
Siempre y cuando puedas permitirte una tarde de lunes para ti mismo,
amén del coste tanto de la gasolina como de los peajes.
Como servidor es
tan burro para según qué cosas, me “subí” a Portugal por
Huelva, un trayecto la mar de interesante porque me permitió parar
por Aracena, lugar que probablemente no pisara desde alguna excursión
con el colegio o, si me apuran, para hacer algún reportaje de boda.
Siempre he tenido buen recuerdo de la localidad y aún lo mantengo.
Ahora bien, el nubarrón que se me empezaba a plantar sobre la cabeza
era “¿Todo esto me lo tendré que hacer a la vuelta con horas de
cansancio encima?”
Claro, la cuestión
es que yo estaba haciendo una entrada “discreta” en el país
luso, intentado evitar la famosa cadena de peajes ultra caros – ya
inexistente, por cierto – que puede desembocar en otra cadena (pero
de multas) a poco te despistes. Todo lo que veía eran carreteras
secundarias de pueblecitos cuyo nombre nunca recordaré, con cambios
de rasante, curvas y poca (por no decir ninguna) iluminación
artificial que me pudiera servir de ayuda para guiar mi camino.
Mientras esas
preocupaciones iban saltando sobre mí, llegaban mensaje al móvil
con información sobre el consulado español en Portugal – y su
teléfono de emergencias, caso de ocurrirme algo -, y de los precios
del roaming. Al poco, y mientras llegaba a la capital, unos
nubarrones de verdad se cernían en el horizonte. Porque sí, después
de unos cuantos días con un sol de justicia, tenía que tocarme el
de la lluvia lisboeta, con su fado (sonando MUCHO en la radio) y su
saudade.
Llegados a este
punto, Dios bendiga al GPS, que me llevó sin problemas hasta el
lugar del concierto, donde encontré un parking privado con un precio
muy ajustado y con abundante sitio, algo que me extrañó, pues
estaba al ladito del MEO Arena, recinto del show. Del mismo modo que
me extrañó ver a tan poca gente en la fila para entrar, faltaba
poco menos de una hora para que se abrieran las puertas del
polideportivo.
“Con
suerte, conseguiré un sitio cerca de la mesa de mezclas”, me había
dicho antes de llegar, pero ahora tenía tan poca gente delante que
estar cerca del escenario se hacía bastante plausible. Hagamos otro
flash-forward, esta vez al concierto de los AC/DC en el Estadio
Olímpico de Sevilla. Estoy hablando con un señor que escribe para
Rockdelux en el lujoso palco que nos ha reservado la promotora –
una de esas cosas, me temo, que sólo ocurren una vez en la vida -, y
le comento lo de mi escapada al país vecino. Su comentario desde la
experiencia “ah, pues verías bien el concierto porque los
portugueses son muy de llegar una hora antes de empezar”.
Correcto.
También ayuda el
que uno haya desarrollado un “kit de emergencia para conciertos”.
Hoy en día todos llevamos algún tipo de mochila / bolso masculino
para llevar cosas que resulta muy práctico pero que, teniendo en
cuenta cómo están las cosas en materia de seguridad en los
conciertos (y en los aeropuertos, y en las estaciones de tren...), se
vuelve un poco “ortopédico” - como solía decirme una amiga -, a
la hora de moverse por según qué sitios, en especial uno que parece
el Palau Sant Jordi cargado de esteroides y que tiene toda la pinta,
a juzgar por la cola que se estaba formando a mis espaldas, de que se
va a llenar. Ergo, he desarrollado un pequeño conjunto de todo lo
imprescindible para sobrevivir en las calles de cualquier ciudad,
extranjera o no, que cabe perfectamente en el bolsillo de un
pantalón. Aunque más que “caber”, diría que “encaja” con
precisión, porque llego a poner un elemento más y no podría ni
sacarlo. Eso, en el caso de que una pandilla de punks estilo película
de los 80 con Charles Bronson me atacara, me garantiza que podré al
menos llamar a la policía. Caso de sobrevivir, claro. Caso de
sobrevivir ellos, quiero decir.
Por supuesto, sólo
los planes meticulosamente preparados pueden fallar estrepitosamente.
El hecho de no llevar mochila me garantizaba también pasar poco
tiempo siendo examinado por la gente de seguridad... de no ser porque
la chica que iba delante de mí cuando abrieron las puertas llevaba
todo el kit de... bueno, absolutamente todo. Entre el gigantesco
bolso, los piercings, las pulseras... vosotros sólo imaginaros a
Francisco Roldán haciendo un doble facepalm (con una sola cara)
mientras la otra cola iba avanzando.
Y os oigo
preguntar “Fran, si era una chica, la estaría cacheando una mujer,
a ti te tocaría un hombre”. Muy buena observación, pero resulta
que el examen “preliminar” lo estaba haciendo el hombre de la
pareja de agentes de seguridad, la mujer se encargaba de vigilar el
avance civilizado de la cola y sólo pasaba a cachear cuando era
requerida, y claro, con la cantidad de metales que llevaba la chica,
tuvo que pasar por las manos de la agente femenina.
Pero os podéis
imaginar que si bien aquello se me hizo eterno, en tiempo real
tampoco fue mucho, y eso os lo puede confirmar el hecho de que acabé
prácticamente en segunda fila – así como las fotos del concierto
que ilustran esta parte del post -, quedándome bastante flipado
conmigo mismo y con la situación en general.
He de decir que me
avergüenza enormemente el hecho de no hablar prácticamente nada de
portugués. Y con “prácticamente nada” estoy siendo muy amable
con mi capacidad de decir nada que sea comprensible para un luso. Yo,
que dependiendo de cómo amanezca soy capaz de ser tan tímido que
rozo la catatonia o puedo hablar hasta con una pared, me quedé
bastante apagado al estar rodeado de tanta gente hablando un idioma
del que no entendía ni papa. A mi lado había un par de chicas
hablando en inglés, pero me parecía un poco maleducado meterme en
su conversación por las buenas.
Como todo lo que
rodea a Florence, la selección de música previa que sonaba por la
PA fue de un gran gusto, pero mí momento fue cuando sonó el “You
make lovin' fun” de Fleetwood Mac, ah, los viejos amigos vienen al
rescate, supongo. Para aquel entonces, el MEO Arena estaba ya
prácticamente lleno. Y llegaron los teloneros.
He de decir que
recordaba haber leído en alguna parte que el show iba a tener a un
“guest artist”, pero como estaba tan contento con tener por fin
mi entrada, el hecho se me había pasado por alto completamente.
Resultó que Gabriel Bruce era un tipo que estaba al frente de una
formación que funcionaba a las mil maravillas. Con su voz grave y su
sonido cercano a Joy Division / Interpol, creo que se fue a casa con
algunos fans en el bolsillo. Lamentablemente, no se puede decir lo
mismo del tipo de los teclados. La joven pandilla que estaba en
primera fila no paraba de reírse de él, algo que me parecía un
poco cruel porque el pobre lo único que hacía era bailar... como
hacen los alemanes borrachos en una terraza de Tenerife a las 5 de la
mañana. En fin.
Al muy poco empezó
a llenarse el escenario con los músicos que acompañan a Florence,
entre ellos la inefable Isabella Summers – a la que prácticamente
se podría considerar la “Machine” -, sin olvidar la sección de
viento, coristas, y... ¡Un arpa! Con su decoración a lo teatro de
music-hall y un elegante diseño de luces, la verdad es que me quedé
bastante sorprendido. Ya hacía tiempo que no iba a un concierto con
una escenografía medianamente espectacular.
Con las notas de
“What the water gave me” empezó un derroche de energía que la
propia Florence se encargó de potenciar a base de acercarse a la
primera fila y dejarse agasajar por el público. He de decir que esto
me hizo sentir un poco extraño, vale, Florence es una mujer muy
atractiva, pero os puedo asegurar que en mis planes para el concierto
no entraba el llegar a tocarla. Tranquilos, que tampoco fue nada del
otro jueves.
Lo que pasa es
que, a pesar de tener 10 años de trayectoria discográfica, Florence
and the Machine tiene un público en su mayoría bastante joven. Os
podéis imaginar la fuerza colectiva que tienen bastantes personas
entre los 16-24 años que empujan para alcanzar a su ídola. Welch
estuve cerca de hacer “crowdsurfing”, o al menos había bastante
intención por parte del público porque lo hiciera. Como ni siquiera
los fortachones de seguridad podían agarrarla todo lo bien que sería
deseable para asegurar su equilibrio sin dar la impresión de que le
estaban metiendo mano, la pobre tuvo que sustentarse entre los que
estábamos más cerca de la barrera de seguridad. Y eso me incluye a
mí, lo cual me da derecho a deciros que, al menos las manos de
Florence son muy suaves.
Por cierto, y como
demostración de que la señorita Welch es una de esas personas que
son “todo amor”, le pasó su corona de flores a una niña pequeña
cuyo padre, minutos antes de empezar el concierto, había sembrado un
poco de mal rollo al usar a su hija para colarse. Los dos volvieron a
ponerse unas filas atrás y todo estuvo perdonado.
Si todo esto no
fue suficiente, mejoró cuando el segundo tema fue “Ship to wreck”
y allí es cuando creo que todos nos quedamos bastante locos. Sólo
hubo un momento en el que me sentí realmente raro y fue cuando
Florence animó al público a que cada uno abrazara a la persona que
tuviera al lado, fuese un desconocido o no. Obviamente, yo había
cometido la locura de ser tan “loco divertido independiente” como
para plantarme sólo en otro país – por muy cerca que esté, sigue
siendo otro país -, sin conocer a nadie, y me había retratado con
aún más rareza al no intentar entablar conversación con ningún
otro miembro del público. Así que creo que habría quedado un poco
de acosador el abrazarme a nadie en particular, afortunadamente, una
desconocida que sí iba acompañada se apiadó de mí con un
respetuoso abrazo.
Amén de lo
espectacular del concierto, imagino que el carisma de la propia
Florence también lo hizo todo muy divertido, daba la impresión de
ser una persona que aún no se podía creer que su banda estuviese
agotando las localidades en sitios tan grandes. Rara vez he visto a
un público tan de parte del artista, que quiere que todo salga tan
bien como la propia cantante. Supongo que por eso su siguiente
petición de que nos quitáramos una prenda de ropa y nos pusiéramos
a girarla sobre nuestras cabezas también fue correspondida con toda
la fidelidad posible.
Por mi parte no
fue mucho problema, debajo de mi abrigo “borrego” aún llevaba mi
camiseta, pero la chica que estaba justo delante mía se quedó en
sujetador, lo más gracioso fue la cara de su pandilla que la miraron
en plan “¡Tía, cómo te pasas!” Porque no hay nada mejor que
describir las cosas con expresiones que ya estaban pasadas de moda en
los 80.
A la salida, una
amiga me preguntó por mensaje si aquello sonó bien. Lo cierto es
que es la clase de pregunta que me esperaba de cualquier colega
músico y no de una periodista. Siendo honesto, no fui muy consciente
de la calidad sonora del sitio o de la mezcla de los instrumentos a
la hora de salir por la PA, sólo tenemos una multitud de vídeos en
Youtube que atestiguan que aquello sonó de fábula, y, demonios, yo
oí el arpa. En un polideportivo gigantesco. Sí, tuvo que sonar
bien.
Lo gracioso de la
vuelta fue que, a diferencia de otros grandes conciertos en mega
recintos, me llevé el coche y aparqué cerca. Por regla general, o
voy andando (si es en Sevilla) o uso el transporte público (si estoy
en una ciudad que no es la mía), lo del coche es más raro. Sobre
todo cuando se juntan más de 2.000 personas (y aquí hablamos de
cerca de 18.000) en un sólo lugar y las posibilidades de que al
menos un 25% se traiga su vehículo. Nunca va a ser bonito.
Con todo, la
salida del parking fue bastante civilizada, a diferencia del atasco
mortal que sufrí (mos) una vez que estábamos en la superficie. Mi
intento de pasarme de listo en una rotonda buscando una forma más
rápida de salir de allí se saldó con tener que darme la vuelta
tras encontrarme con un callejón sin salida. Mejor aún, en un punto
de mi lento recorrido por las calles de Lisboa, puse la radio y bajé
la ventanilla. Empezó a llover un poco, sonaba “I'm not in love”
de los 10cc y una pareja pasó delante mía. La mujer me miró con
cara de “Oh, qué bonito”. Y yo arqueé una ceja. ¿Qué se
supone que era tan bonito, que estuviera escuchando una canción tan
lacrimógena???
Llegado a este
punto, la cuestión principal era no dejarse vencer por el cansancio,
así que no paré mucho en el camino de vuelta. En un intento de no
reconocer mi ignorancia del portugués, traté de no parar hasta
cruzar la frontera, pero llegó un punto en el que eso ya no
resultaba operativo porque mi estómago empezó a protestar más que
un funcionario sin su segundo desayuno.
Al final, creo que
a una hora tan buena como las dos y media de la madrugada, me tomé
un croissant con crema acompañado de un café que me supieron a pura
gloria. Cuando llegué a mi casa (y sobre todo a mi cama), era aún
más consciente de la locura cometida, prometiéndome no hacer algo
así nunca más. Ay, esas promesas que se rompen en tan sólo unos
meses...
Fin
del interludio
Y
ahora; Las colaboraciones con la This is Rock
¡Uff! Como diría
el Joker, tantas cosas que contaros y qué poco tiempo. Un segundo
¡Si este es mi blog, puedo eternizarlo cuánto quiera! No, en serio,
vamos a ir resumiendo, que lo de Florence ha sido porque no tenía
otra plataforma en la que contarlo.
El número 141 de
la revista trajo algunas modificaciones en el diseño – en las
cuales no tengo mucho que ver más allá de que me preguntaran qué
formato me gustaba más -, y mi entrevista (vía mail, algo muy
cómodo para las dos partes, pero menos gratificante que cualquier
otro método), con Adam Wakeman, hijísimo de Rick y también
teclados en el supergrupo de Progresivo Headspace. A pesar del método
elegido para la entrevista, creo que quedó bastante resultona y
hasta divertida en algunos momentos (más que nada por el sentido del
humor de Adam).
Si bien el disco
no me volvió especialmente loco, ese mes sí que salieron cosas como
el álbum de Aliasing - “Spell Rising” - que me emocionaron un
poco más. Aunque he de reconocer que lo estoy recordando ahora mismo
que estoy repasando la revista, porque ya hace algo de tiempo y,
aparte, por mis manos / oídos llegan a pesar MUCHOS discos.
También fue
víctima de mi crítica el “The lay of the land / Wading the river”
de Stormy Mondays y el concierto de The Aristocrats... aunque sería
más correcto decir que el bolo del mágico trío instrumental fue
sólo víctima de mi objetivo fotográfico, porque la reseña la
escribió Javier Cosme. Hasta cierto punto lo puedo entender, lo
cierto es que mi crítica era más bien demasiado concisa. Por
cierto, aparte de ser un concierto brutal, creo que no hubo músico a
unos 300 km a la redonda que no asistiera a la Custom aquella noche.
Para
el 142, mis aportaciones se redujeron a algunas reseñas de las que
os he ido dejando entre párrafos para que podáis juzgar por
vosotros mismos, pero si sois tan flojos como para no “aplicar
play” - qué me gusta robar términos de las webs
sudamericanas de fantástico
que consulto casi cada día -, baste deciros que incluyeron el “Dust”
de The Enid – en este
artículo
Paco Fox explica lo básico que necesitáis para engancharos a la
banda, como me ocurrió a mí y como envió algunas preguntas, pues
firmamos el articulo a medias – y las remasterizaciones
de los dos primeros álbumes de mi amado Tony
Banks.
Por supuesto, el
reseñar “Dust” sólo podía servir como prólogo para una larga
entrevista con el hombre que lleva al frente de The Enid durante
prácticamente toda su existencia: Robert John Godfrey. Aquí hubo un
momento de discrepancia con el director de la revista, en un
principio se nos propuso entrevistar al cantante y aparente sucesor
de Godfrey, Joe Payne. El dire argumentó que tenía mucho más
sentido entrevistar al líder histórico porque ya es bastante
desconocido el grupo como para encima intentar resumir su trayectoria
hablando con una persona que sólo ha aparecido en los últimos 3
álbumes.
Esta es una de
esas ocasiones en las que agradeces haber cedido al razonamiento de
otra persona. A pesar de estar aquejado de un principio de Alzheimer,
Robert – que al final accedió a la entrevista – demostró estar
alarmántemente lúcido. Y eso que me informó convenientemente de
que antes de iniciar la conversación se había “fumado un buen
porro”. Claro que sí, muchacho y yo preocupado.
Pero ese no es el
motivo por el que estoy agradecido de ceder ante la insistencia de
otra persona. Algunos de los shows de The Enid se habían tenido que
transformar en espectáculos instrumentales – lo cual tampoco es un
gran drama porque de hecho buena parte del repertorio de la banda es
un Progresivo-Sinfónico que no cuenta con voz alguna -, debido a la
baja de Joe por enfermedad. Pasado el tiempo descubrimos que Payne
llevaba ya algún tiempo sufriendo episodios depresivos. Eso, sumado
a la deserción de varios de los miembros de la banda en las semanas
siguiente hacían peligrar la intención de Godfrey de mantener el
legado de la banda a pesar de su paulatina retirada de la misma. Así
que a última hora, hablar con el sempiterno guía de la banda fue de
lo más acertado.
En los últimos
meses parece que algo se está cociendo en las oficinas del grupo (o
eso dejan caer en su perfil de Facebook), así que ya sólo nos queda
esperar para que la enésima mutación de The Enid – de nuevo con
Robert John al frente - tome forma. Yo no me lo pienso perder. Y eso
que en un principio no me hacían nada de gracia.
Lo mejor de la
entrevista, para mí, fue que me permitió atisbar un poco de la vida
en la Inglaterra de las últimas décadas. Del mismo modo que hablar
con el líder de Riverside me llevó a la Polonia tras el telón de
acero en los 80 (a ver, de una forma muy sui generis), charlar sobre
cómo era estar interno en una institución para “chicos con
problemas” (en una época en la que la homosexualidad estaba
dejando de ser un crimen punible en las islas británicas) me pareció
tan revelador como extraño. Como si hablara de otro planeta.
Y
de forma bastante marciana comenzó mi entrevista con Richard
Henshall, de Haken. Se había medio acordado una hora para el phoner
–
ah, ya saben, argot de periodista musical subidito -, cuando digo
“medio” es porque no había recibido confirmación por parte de
la gente que se ocupa de la prensa en nuestro país. De forma que
estaba yo tan tranquilo tomando un café con una amiga cuando sonó
el teléfono con un “desconocido” llamando. Y entonces una voz
con un inconfundible acento británico se presentó. Ouch.
Unas horas después
me mandaron un correo diciéndome que los de Haken habían respondido
positivamente a mi petición de hora para la entrevista – lunes al
mediodía, que aunque resulte extraño suele ser el momento más
relajado de mi semana -, por supuesto, para entonces ya había
despedido a mi amiga, corrido a casa, donde, afortunadamente, tenía
todo preparado para grabar y pude mantener unos razonables minutos de
charla con el señor Henshall.
Recomiendo
encarecidamente su último “Affinity”, y aunque después de
verlos en el Be Prog no puedo decir que sean una de las bandas de mi
vida, me sorprendió cómo fueron capaces de ganarse un público.
Sólo puedo desearles el mejor de los futuros.
Algo
que también me gustaría desearles a los Messenger, cuyo debut los
transformó, para mí, en la banda revelación de 2015.
Lamentablemente, tuvieron un pase un poco caótico por Barcelona –
también dentro del marco del festival Be Prog -y daba la impresión
de que estaban virando a un Rock más convencional. Eso se tradujo en
el siempre
complicado segundo
disco “Threnodies”, que a mi me pareció tan bueno como el
anterior, a pesar de algunos convencionalismos. Bueno, pues resulta
que debió ser lo bastante difícil encaminar esa grabación porque
unos meses después de girar, el grupo anuncia que se disuelve. Una
verdadera lástima, tenían todo el potencial del mundo.
Ese mes también
cayó en mis manos el nuevo álbum de Tony Patterson, a quien yo
conocía como cantante de la banda tributo ReGenesis, la cual, como
su nombre indica, hace versiones de Estopa. Nah, tocan temas de
Genesis. Y, por supuesto, no podía faltar otro Genesis ese mes,
Anthony Phillips en conjunción con Esoteric Records lanzó su
versión “remasterizada, remezclada, recauchutada, 5.1 y con extras
que te cagas” de su disco de canciones “Wise after the event”.
Otra joyita de un genio desconocido.
Para terminar, un
poco de nepotismo. Mis amigos de Malabriega sacaron su EP “La Duda”
y, obviamente, no podía pasar sin una reseña laudatoria. Porque se
lo merecen, no sólo porque sean mis colegas y hasta los haya
teloenado, sino porque son la hostia.
Ya en el número
144 le tocó el turno de responder mi cuestionario a Jem Godfrey
(nada que ver con el señor de The Enid), voz, teclados y
prácticamente compositor de todo lo que hace Frost* (no busquen
ningún tipo de nota a pie de página, es que se escribe con
apostrofe, lo más gracioso es que me lo respetaran en la revista),
una de las bandas más inesperadamente frescas del panorama
Progresivo actual.
Godfrey
demostró ser un tipo con el que se podía hablar de todo y acabar
riéndote incluso de las cosas más serias. Aún recuerdo con algo de
emoción cómo explicó la muerte de su padre: “de repente, me
había quedado sólo en la habitación de aquel hospital en la que
minutos antes había dos personas. Al salir del cuarto pensé ¡Joder,
tengo que aprovechar cada minuto que tengo!”
Cada día lo tengo
más claro, y en qué aprovecharlos. O al menos en qué no
malgastarlos.
Fue uno de esos
casos en los que me quedé sin tiempo para hacer más preguntas, lo
cual suele ser un buen síntoma. Además, no deja de ser gracioso que
unos meses antes yo hubiera hablado con Joe Satriani, que toca
algunas locas líneas de guitarra loca en “Falling Satellites”
(el nuevo álbum de Frost*) y no mucho después acabara en la
recepción del hotel en una larga (además de terapéutica para mí)
con Mike Kenneally, segundo de a bordo de Satch y artífice en cierta
forma de esa colaboración.
Ah, y una pequeña
tontería que no puedo evitar compartir con todos vosotros: Jem
ejerce de productor Pop y tiene una relación más o menos estrecha
con Gary Barlow (Take that), a quién le gusta mucho ¿Os lo
imagináis? La Electric Light Orchestra. Es una gilipollez, pero me
hace mucha gracia.
Pasamos al 145,
con mi entrevista al buenazo de Jon Anderson que ha firmado un disco
más que decente con Roine Stolt (Flower Kings, Transatlantic),
“Invention of knowledge”. En realidad, entrevisté antes a Stolt,
pero el director decidió que una charla, aunque fuera por email con
Anderson atraería más a los lectores.
Algo parecido se
puede contar mi entrevista con Anneke Van Giersbergen (algún día
aprenderé a escribir sus nombres y apellidos sin tener que mirar
Wikipedia o la propia revista), la cual en su versión impresa es a
duras penas un tercio de la entrevista original. Es una lástima
porque creo que la “versión extendida” cubría algunas cosas que
no ha dicho en ninguna otra parte. En fin, en este caso el motivo
para hablar con ella tendría que haber sido el disco de The Gentle
Storm (“The diary”, 2015), pero como se retrasó tanto la
publicación de la entrevista... pues terminó enlazada a la
actuación de la banda en el Be Prog! Y a la caja “Day after
yesterday” que resumía la carrera en solitario de la siempre
agradable Anneke.
En lo concerniente
a las reseñas, fue el turno de analizar lo nuevo de Airbag – por
fin “mataron” a sus padres creativos, esto es, Pink Floyd -, y el
director de la revista me mandó la agradable sorpresa de descubrir a
Ali Ferguson. Y en materia concertil, pues... ¿Se acuerdan de cuando
dije que no iba a repetir la locura de ir y volver de una ciudad
lejana en el mismo día? Ay, Elvis Costello...
Me encanta Elvis
Costello, su auto biografía es tan buena como alguna de sus mejores
canciones y me hubiera encantando ir a verlo a Zaragoza,
entrevistarlo, dar yo mismo un concierto allí, visitar a la familia
que tengo allí... Idílico ¿Verdad? Pues nada de eso, a tomar por
culo la bicicleta.
Por
un lado, no hubo forma de encontrarme un hueco en la agenda cultural
de la capital aragonesa (eso aún tardaría unos meses), por otro,
Costello no parece haberse vuelto mucho más suave con la edad, tal y
como deja patente su abreviada entrevista con
Manrique.
Y para terminar, la promotora sólo nos dejó la opción de hacer
fotos en Madrid ¡Todo son facilidades!
Pues no se vayan
todavía que aún hay más. Estuve dudando hasta última hora, con lo
cual, nada de AVE, ni avión, ni siquiera un triste Socibus... De
nuevo, promesa interior: si a las 12 estoy subido en mi coche con la
mochila de la cámara... pues sí, a las 12 (de hecho, creo que un
poco antes) estaba ya cogiendo carretera. Lo más curioso es que mi
camino fue de lo más placentero hasta que tuve que dejar el coche en
un parking cercano al Monumental. La cantidad de Smarts y Minis
aparcados alrededor tendría que haberme hecho sospechar de que las
dimensiones del sitio no eran las más apropiadas para mi vehículo.
En fin, después
de firmar el dichoso documento por el cual te comprometes a utilizar
las fotos que hagas en ningún otro sitio que no sea la publicación
en cuyo nombre has venido - ¡Mierda, y yo que pensaba hacerme rico
vendiendo copias de esto por Internet! -, nos informan de que sólo
vamos a poder hacer fotos desde la mesa mezclas y únicamente durante
la primera canción.
Por supuesto, y
como suele pasar cuando hay tanta exigencia de por medio... te sale
el tiro un poco por la culata. Durante el primer tema el escenario
está prácticamente a oscuras, con lo cual, a menos que quieras ver
fotos de Costello con un grano que ni las primeras fotos nocturnas de
los albores del siglo XX, casi mejor que nos esperamos al segundo
tema, a ver si a alguien se le ocurre hacernos la vida un poco más
fácil.
Efectivamente,
para el segundo tema tenemos iluminación “normal” de teatro (que
para algo el monumental es donde la orquesta de RTVE ha grabado
durante décadas sus recitales), y la persona que se ocupa de
coordinar a la prensa nos deja hacer el trabajo sin problemas. Por lo
demás, el señor Costello dio un concierto alucinante.
Algo de calma
llegó con el número 146, empezando con una pequeña entrevista a
los muchachos de Malabriega (yo es que busco el significado de la
palabra “favoritismo” en el diccionario y es que no lo encuentro,
oiga) que, obviamente, tuvo una extensión mucho más corta de lo que
yo hubiera deseado.
Y de una
entrevista pasamos directamente a las reseñas, empezando por un
destacado del combo Lennon / Claypool. Un álbum que, tal y como
comenté en mi Facebook, por poco consigue que se me derritiera el
cerebro. No tanto por el contenido – que tampoco se queda atrás –
sino por el hecho de tener que terminarlo un poco contrarreloj. Lo
más curioso es que otra crítica que podría haber tenido una
extensión “destacada” fue la del nuevo de Eric Clapton - “I
still do” - pero a pesar de las excelencias de esa grabación, se
quedó en una cosa más pequeña. Una lástima, porque si es cierto
que va a ser lo último que grabe el de Ripley (una afección
nerviosa parece ser la causa), es una despedida merecedora de más
líneas.
Le pegué una
pequeña hostia – tampoco es que se vaya a enterar ni a dolerle –
a lo nuevo de CIRCA, el proyecto de Billy Sherwood. Yo es que sigo
sin explicarme que un señor que canta y toca tantos instrumentos tan
bien componga (y produzca, que esa es otra) tan mal. Terminamos con
mi breve examen al “pirata oficial” de The Enid “Live at Claret
Farm & Stonehenge, 1984”. Ah, y no se me puede olvidar que mi
colega Oscar da pistas sobre la presencia de un tal Steven Wilson en
el nuevo álbum de Ray Wilson, “Song for a friend”. Yo sé que
parece que no pasa un mes sin nombrar al “Frank Zappa de nuestra
generación” - como en una ocasión se le describió en una
entrevista -, de una forma u otra en las webs dedicadas al
progresivo, pero en este caso es que se trata de OTRO Steven Wilson.
Lo que viene siendo el hermano de Ray. Y no, no es el ex-líder de
Porcupine Tree.
En lo concerniente
a los directos, pues se da el caso contrario a los Aristocrats, en
lugar de usar mis fotos, usaron mis palabras ¿Usted lo entiende? Yo
tampoco.
Ya en el número
147 empezamos fuerte con el buenazo de Devin Townsend. Siempre es un
placer hablar con el canadiense, sobre todo cuando ha publicado un
disco tan bueno como “Trascendence”, una enérgica colección de
temas épicos que, creo, resumen lo mejor de su Project ¡Y a ver si
se decide a disolverlo o no, porque me vuelve loco con el tema en
cada entrevista! Como soy un fan un tanto atípico del señor
Townsend, puedo decir que, con todo, lo que más me gusta de su
discografía es el “Casualties of cool”. Por supuesto,
despreciado por los militantes del Metal.
Al pasar las
páginas nos encontramos con otra entrevista que se ha llevado no
poco tiempo en el frigorífico. En este caso, Steve Hackett (¿He
dicho ya que ADORO a Steve Hackett?), al cual conseguimos liar para
hacer una segunda entrevista al poco de haber empezado la campaña
promocional de “Wolflight”. En este caso el propósito era más
que nada pegarle un repaso a su carrera individual. Lo más gracioso
es que cuando se nos ocurrió la idea, todo giraba alrededor de las
futuras reediciones de “Please don't touch” (1978) y “Spectral
Mornings” (1979), segundo y tercer disco en solitario del
ex-Genesis, además de, en mi humilde opinión, dos de las muestras
más importantes de su talento.
Pues como pasa el
tiempo, para cuando se publicó la entrevista, esas dos reediciones
se transformaron en “Premonitions – The Charisma years”, con
mucho más material extra del que me esperaba. Pero en lo
concerniente a dar un repaso a su carrera y su filosofía creo que
salimos bastante bien parados. Al menos tanto como para que un
compañero me felicitara. Qué fácil soy de contentar.
Otra
cosa que recuerdo de este phoner
es
que, al igual que ocurrió con Haken, me pilló fuera de casa (y no
en las circunstancias más convenientes para empezar una entrevista),
de nuevo gracias a un fallo de comunicación entre la gente que lleva
la ídem de InsideOut en España. No problemo, al final hubo que
quitar un poco de tiempo de entrevista para que a mí me diera tiempo
para armar, one more time, el chiringuito.
El pobre Steve
tampoco estaba en la mejor circunstancia para hablar, tenía un
severo resfriado encima y para colmo tenía que llamarme desde la
casa de un vecino pues se encontraba en plena mudanza. Para redondear
la jugada de una conversación que podía acabar como una con Elvis
Costello, le mencioné (y prometo que a modo de broma) que Mike
Rutherford, en su auto biografía “The living years” había
contado que tanto él como Phil Collins tocaron en el primer álbum
en solitario de Hackett – el gigantesco “Voyage of the Acolyte”
de 1975 – cuando todos eran aún miembros de Genesis, por lo que
“Steve pensaría que no tendría que pagarnos (no lo hizo)”.
Yo pensaba que
Steve diría algo así como “Jaja, Mike, cabronazo” pero no, en
un momento dado pensé que se estaba rebotando de verdad...¡Conmigo
por haber sacado el tema! Desde luego no le hizo la gracia que yo
pensaba que iba a hacer, pero como Hackett es un caballero de pies a
cabeza, pues lo dejó estar y seguimos hablando como si nada.
Después
de aparecer la entrevista, se la mandé a Steve. Ya sea él mismo o
su esposa Jo, esos correos siempre reciben respuesta (algo de lo que
podrían aprender algunos artistas) y en este caso, Hackett me añadió
un “mi nuevo disco saldrá a principios de 2017”. Guiño, guiño,
entonces. Tampoco es que fuera una cosa que el guitarrista llevara
con un gran secretismo, pero no puedo dejar de sentirme un
poquito, sólo un poquito privilegiado
por momentos así.
En lo referente a
las reseñas, pues puse bajo la lupa crítica – es una forma de
hablar – a lo nuevo de The Dear Hunter (un destacado más que
merecido), el “Dot” de Karmakanic (mucho mejor disco de lo que me
esperaba, he de confesar), el que pueda ser, literalmente, el último
álbum de Van der Graaf Generator – en palabras del propio Hammill,
si bien por Twitter después aclaró que no lo tenía tan claro -, y
la reedición del “Blues with a feeling” del propio Hackett.
Y, por supuesto,
el “Transcendence” del bueno de Devin.
En la materia de
música en vivo se acumularon un par de críticas en dos puntos muy
distintos de la geografía. Por un lado, Iron Maiden tocaron en
Sevilla durante uno de los días más tórridos del verano
hispalense. Cuando tocaron AC and Roses DC les acompañó unos
cuantos días de lluvia que dieron a la noche un toque mágico a
pesar de las circunstancias. Ey, me pusieron en palco e invité a
Mariskal Romero a un perrito caliente, puro Rock and Roll.
En el caso de la
Dama de Hierro las pasamos todos un poco canutas. Yo creo que si no
me llego a tirar lo que quedaba de botella de agua encima poco antes
de entrar en el estadio, me hubiera derretido. Además, aquel día
recuerdo andar un poco bajo de ánimos y no creo que me viniera
arriba hasta llegar a casa. A pesar de las circunstancias, un gran
concierto.
Lo otro fue
distinto.
David Gilmour
De nuevo, David
Gilmour.
Aunque “Rattle
that lock” no me parece lo mejor que ha salido del cerebro del
ex-guitarrista y ex-cantante de Pink Floyd, siempre he estado seguro
de que sus directos no decepcionan. Cuando surgió la oportunidad de
comprar entradas para su concierto en el Teatro Orange (Francia), las
pude reservar durante unos minutos en la pantalla del ordenador...
para después dejarlas ir
Y ustedes dirán
¡¡¿Por qué Fran, por qué?!!!! Básicamente por lo de siempre,
suma de temas familiares y laborales, además de alguna reticencia
con respecto al repertorio, que en aquel momento era desconocido.
Pero vamos, que lo mismo me ocurrió meses antes con el concierto “de
estreno” en Bristol. Aunque en mi descargo puedo decir que en
aquella ocasión fue porque encontrar un hotel a un precio razonable
resultó imposible imposible.
Ahora bien, cuando
se anunció el nuevo tramo europeo de la gira no me lo pensé dos
veces. Sobre todo después de comprobar que España
(¡¡¡¡HAHAHAHAHAHAHA!!!) no estaba incluida en el mismo. Compré
una entrada para Nimes porque me parecía lo más razonablemente
cercano con no pocas dudas de si realmente podría acudir.
Pero al final, las
estrellas se alienaron y pude llegar, junto con otros flipados de la
música, en el Arénes de Nimes, un coliseo romano imponente (si bien
no gigantesco, garantizando la buena visibilidad desde casi cualquier
parte), al que se le había doblado o triplicado la seguridad después
de los tristes acontecimientos de Niza.
Hubo un par de
momentos curiosos a la hora de organizar mi llegada a la ciudad
francesa. Algunos miembros del grupo español que fuimos al concierto
llegó en coche, otros en avión y tren (desde dentro del país
galo), pero yo no paraba de darle vueltas a una forma más segura de
llegar. Cuando digo “segura” me refiero a que si se produjera una
huelga de pilotos o de controladores aéreos (una posibilidad nada
desdeñable en pleno julio) o incluso en el caso de que la compañía
aérea quebrara inesperadamente (ídem de ídem), tuviera opción de
reorganizarme y llegar el día del concierto.
Entré un poco en
pánico cuando encontré un articulo según el cual, “estará
genial cuando terminen la línea ferroviaria que va a unir Barcelona
con el Sur de Francia”. La cosa es que no fue hasta que terminé de
leer la noticia que me di cuenta de que databa de.... 2009. La línea
estaba ya más que terminada y funcional. Así que nada, a Barcelona
en avión (el colmo de la precaución habría sido irme en AVE hasta
la ciudad condal) y desde allí un tren de alta velocidad que pasaba
por Cadaqués, Lyon... (eh, Genesis tocó allí en el 92 ¿Hace una
paradita?)
De nuevo, fue
gracioso comprobar cómo el paisaje iban cambiando, así como los
acentos de las voces que hablaban por megafonía. No tan divertido
resultaba ver a los gendarmes franceses entrando a cada parada de las
distintas estaciones. Ya puedo decir que he estado en un país con
alerta máxima anti-terrorista, y no tiene ni puta gracia.
Lo que resultó un
poco más interesante fue preguntar a la pareja revisores cómo
llegar al coliseo romano, sobre todo cuando uno me confesó que
después de tantos años haciendo ese trayecto NUNCA lo había visto.
Pero, con todo, he de decir, como buen cateto andaluz “que lo
tienen muy bien montao”. El coliseo está a una avenida de
distancia con respecto a la estación de tren, y a 5 minutos más del
hotel que reservamos (Serafín, nunca podré estar más agradecido
por la gestión). Lamentablemente, ni siquiera en el idílico Sur de
Francia me pude librar de la ola de calor. Así que mis paseos para
conocer la ciudad e ir haciendo tiempo mientras llegaba el resto del
destacamento se vieron frustrados.
Solución: meterme
en una cafetería con el libro que me había comprado un poco antes
de salir de viaje mientras degustaba una tostada pedida con mi mejor
francés (el idioma, asquerosos) y un café. Mi consejo para el
lector viajero es coger algo que no resulte especialmente absorbente
(yo tengo muchas papeletas para quedarme leyendo en la habitación
del hotel mientras en el exterior se celebra el carnaval de Rio de
Janeiro, por decir algo), ni de muchas páginas – a fin de cuentas,
no es lo que tendría que pesarte más en la mochila / maleta -, y en
mi caso eso desembocó en... ¡Woody Allen!
Tal y como le
escribí a algunos de mis amigos, me sentí “muy continental”
leyendo “Cómo acabar de una vez por todas con la cultura” en un
café francés. El colmo habría sido hacerlo en la terraza, pero no
quería darle un nuevo significado a la palabra “torrar”.
Cosas que hice en
Nimes: tocar un poco el piano de la estación de tren – cosa que
dejé después de comprobar que estaba MUY desafinado -, encontrar
una librería de cómics sin casi proponermelo, encontrar un bar
taurino de fuerte ambientación española (esto ya era más lógico),
comprobar que las visitas turísticas al coliseo romano se atajaban
por “culpa” del concierto y creerme que la promoción del show
había llegado a unas cotas increíbles.
Me
explico, la canción-tema-título de “Rattle that rock” empieza
con un soniquete que David Gilmour había escuchado en las estaciones
de tren francesas, el que avisa de una llegada. Un soniquete que
grabó con su Iphone para después formar la base de la composición.
Por supuesto, estando en una estación francesa, era lógico que el
jingle
sonara
cada dos por tres, pero hasta que caí en la cuenta de que no iba a
sonar la batería ni una frase de guitarra seguida de “Whatever it
takes to break...” me quedé un poco Katacrocker.
Cuando nuestro
improvisado grupo de freaks se reunió, comprobamos que la legendaria
fobia de los galos hacia el inglés es bastante real (lo siento mucho
por la camarera que nos atendió) pero del mismo modo que con
Portugal, a nosotros también nos valía no ser capaces de
aprendernos algunas nociones básicas de francés (el idioma,
asquerosos) para sobrevivir. En honor a la verdad, yo le pedí a una
amiga un pequeño “breviario de frases de emergencia ligeramente
ofensivas” por hacer la gracia. A Dios gracias que no lo tuve que
usar en ningún momento.
Sobre el concierto
no puedo contar gran cosa salvo que fue INCREIBLE, y el resto está
en la revista. He de decir que hubo una posible opción de conseguir
pase de fotógrafo, pero me temo que hubiera implicado quedarme en la
mesa de mezclas y no disfrutar como público del concierto. Y esto es
David Gilmour, copón, la voz y la guitarra de una de mis bandas
favoritas, quería absorber la experiencia todo lo posible. Por eso
incluso mis vídeos son tan cortos, que si no me da la impresión de
que no he visto realmente el concierto.
Dos cosas que me
gustaría recordar sobre el show son meras curiosidades (pero si no
lo cuento en mi propio blog ¿En qué otro foro público si no?). Por
un lado, que “Sorrow” (de “A momentary lapse of reason, Pink
Floyd, 1987), me resultó genial en directo (la versión del “Pulse”,
1995, casi siempre me la he saltado) hasta el punto que notaba la
distorsión de la guitarra en el estómago y no me importó lo más
mínimo.
Por otro, yo había
entrevistado a Phil Manzanera unos meses antes a propósito de su
nuevo álbum. Durante la coversación yo había intentado sonsacarle
algo del nuevo álbum (y de la gira) de Gilmour. Pero él sólo me
contestó con excusas de ser un “mero empleado” en estas cosas
(¡No te lo compro para nada, Phil!), pero al menos aseguraba que iba
a formar parte de la próxima tourneé.
Hagámos
flashback: Gira “In the Flesh” de Roger Waters. Parada en el
Palau Sant Jordi (2003 si no recuerdo mal), el ex-bajista de Pink
Floyd se planta con una banda que incluye a Jon Carin (teclísta de
las últimas giras de PF sin el propio Waters ya en la formación) y
al guitarrista Chester Kamen sustituyendo al más guapo (y bluesero)
Doyle Bramhall II.
Volvamos a Nimes:
para esta segunda manga europea, el bueno de Phil decide no
embarcarse por la cantidad de compromisos musicales que colman sus
días. Jon Carin tampoco está porque se va a preparar los conciertos
del Desert Trip (aka, el cementerio de Dinosaurios al que yo habría
ido de tener mucha pasta) con Roger Waters y su puesto lo ocupa Greg
Phillinganes (Toto, Eric Clapton...)
Y con esas dos
tonterías, campana y se acabó Nimes. A la mañana siguiente llovió,
lo cual templó un poco el clima. En el tren de vuelta a Barcelona
sufrí el tener a unos estudiantes americanos sentados cerca de mí,
chavales que estaban comprobando cuánto tiempo puede estar uno de
viaje sin visitar la ducha. Como dice Robert Fripp, si alguien huele
mal en público, yo no me lo tomo como un ataque personal. Pero me
tapo la nariz.
Regresé a
Barcelona, para variar, se me ocurrió visitar la calle Tallers
demasiado tarde, con la consiguiente carrera posterior para llegar a
tiempo al aeropuerto. Total, para nada, ya que sufrí en mis carnes
(ya estaba tardando) el gran retraso aeronáutico. Con la pata en
alto en una incómoda silla del Prat (había conseguido hacerme una
herida en el pie a base de tanto andar con unas zapas nuevas), vi los
90 minutos pasar con exasperante lentitud. Hay veces que ni siquiera
juguetear con el móvil es suficiente consuelo, directamente, lo que
quieres es llegar a casa. Para cuando mi aeroplano tocó suelo
andaluz, servidor había tomado algunas decisiones. Lástima que el
hombre proponga y que la vida disponga.
Algo
de calma llegó con el número 148, en este caso, mis aportaciones se
limitaron a reseñar lo nuevo de John
Wesley,
“A way you'll never be”, amén del también flamante “The
machine stops” de Hawkind (ay, aquella entrevista con Dave Brock
que nunca se materializó) y la IMPRESCINDIBLE reedición del “1984”
de Anthony Phillips.
La cosa se vuelve
a animar para el 149, incluyendo mi segunda entrevista con Mariusz
Duda, voz, bajo y líder de Riverside. Aunque me puedo permitir el
lujo de contaros que está severamente editada (mucho me temo que la
línea editorial de This is Rock parece apuntar a los reportajes), os
puedo decir que cuando el bueno de Mariusz me contó que su banda se
iba a quedar como trío con guitarristas invitados después de la
inesperada muerte de Piotr Grudzinski era una exclusiva... que me
pidió guardar en secreto. Es una tontería, incluso en este momento
en el que las webs de música se mueven por titulares que tienen
tanta importancia como lo que desayunó Jimmy Page hace 15 años –
exagero en aras del humor -, pero cuando el bajista me preguntó si
la entrevista era para un medio escrito yo me quedé un poco a
cuadros al principio. Bueno, tampoco creo que todos los medios del
mundo hubieran acampado en su jardín para comprobar si era cierto de
haberlo contado antes de tiempo. Vamos, 4 días antes del comunicado
oficial.
También
os puedo contar que fue en una mesa de roble y cerca de una piscina
donde transcribí las respuestas que me mandó el señor Peter
Hammill por correo electrónico. No me acabo de acostumbrar a que un
señor con el que fue una delicia hablar cara a cara hace
unos años,
se le tengan que hacer las preguntas por mail. En fin, lo más
gracioso es que terminó su misiva con un “espero que no haya
muchas erratas”, a lo que sólo mi dolor de córneas puede servir
como respuesta.
El
motivo de la conversación virtual fue el nuevo “Do not disturb”
y la firmamos a medias el insigne Carlos Romeo y un servidor porque
éste envió algunas preguntas que sumar a las mías propias. Y
porque siempre está bien compartir crédito con un señor que ha
escrito un volumen sobre King Crimson, cojones ¿Recuerdan mi post
sobre
UK?
Pues eso.
Para
terminar la ronda de charlas, le toca de nuevo a John Wesley, que de
nuevo fue una dulzura de hombre. Rematamos con reseñas: empezamos
con el ofrecimiento instrumental de Riverside “Eye of the
soudscape” (en torno al cual giró mi conversación con Duda),
seguimos con un destacado para lo nuevo de Marillion, de los cuales
pude disfrutar en directo este verano con una compañía...
sospechosa.
Había pensado ampliar mi reseña del F.E.A.R aquí pero lo mismo lo
dejo para cuando me haga youtuber o algo...
Estoy bastante
seguro de que me dejo cosas en este recorrido de cosas, perooooo....
Joer, según el procesador de textos llevo ya unas 21 páginas y ya
es mucho que siga escribiendo ¡Tanto como que usted siga leyendo! En
fin, si usted ha llegado hasta aquí le hago saber que a través de
los distintos enlaces multimedia voy a intentar suplir aquellos
huecos de mis colaboraciones en la TiR que se hayan quedado fuera.
Pero vamos, que las redes sociales existen y me pueden seguir por
ellas ¿Saben?
Un
concierto por Marco.
Había pensado
dedicar una entrada en exclusiva a esto, mientras que otra parte de
mí prefería “enterrarlo” dentro de la presente entrada. Esta
iba a ser la parte en la que iba a dar buena cuenta de los últimos
conciertos de “Canciones Desnudas”, pero, de nuevo, las
circunstancias imponen su ley.
Tampoco quiero
ahondar en el dolor ajeno. Marco era el hijo de una buena amiga mía
y su fallecimiento, por leucemia, ha sido una tragedia terrible, no
sólo por su muerte en sí – ningún padre debería vivir para ver
a su hijo irse -, sino también por lo temprano de su marcha. Aún no
había cumplido los 20 años.
Me voy a poner un
poco egoísta y (ahora sí) iluminado. Para mí fue un duro golpe,
más que nada porque en los últimos 3 años había visto a Marco –
ya fuera en persona o a través de su madre -, desanimarse,
levantarse, hacer sus exámenes, ilusionarse con su nueva carrera...
Este es uno de esos casos en los que las palabras no me llegan para
explicar la gran tragedia que es que una vida se apague cuando tenía
tanto por hacer.
Se suelen decir
muchas cosas en estos casos “siempre se van los mejores” es una
de las primeras que se me viene a la cabeza. Yo sé, por cosas que
decían sus amigos, que Marco, era indudablemente de Los Mejores.
Pero ese hecho no es consuelo alguno. Yo sé que era de Los Buenos, y
ya con eso tendría que ser suficiente para que no se fuera de este
mundo, en el que no andamos con exceso de Buenos, precisamente.
Podría dedicarle párrafos y párrafos a todo esto, más que a
cualquiera de mis desventuras musicales o alguna otra de las cosas de
las que suelo hablar en el bitácora. Lo mucho que me extendiera no
serviría de mucho. Un buen chaval se ha ido y los que le hemos
sobrevivido nos preguntamos si no sería ya el momento de dejarse de
gilipolleces y centrarnos en las cosas importantes. Como me dijo una
persona muy cercana a mí “la vida es sólo una vez”. Hay que
tener cuidado con nuestras decisiones.
Siguiendo con mi
egoísmo, mi filosofía al respecto fue en cierta forma lo que me
llevó a hacer “12 canciones tristes / Canciones Desnudas”. Si
tanto me gusta cantar, tocar y componer ¿Qué tal si simplemente no
salgo ahí fuera para ver si mis canciones sobreviven? Y por ahora
han sobrevivido, no siempre ante públicos masivos, pero ahí siguen.
Dijo tito Phil en
una entrevista “cuando hay una gran desgracia, dar un concierto
benéfico no soluciona la desgracia”. No le faltaba razón, y mira
que este es el señor que tocó en los dos conciertos de Live Aid.
Pero de haber sido por mí, habría estudiado medicina, habría
intentado adquirir los poderes para curar a Marco con una mera
imposición de manos. Pero ni los médicos pudieron salvarlo – y me
consta que hicieron todo lo posible - ni tampoco apareció ningún
mago que a última hora pudiera ofrecer una cura milagrosa.
Por mi parte, lo
único que me quedó fue ofrecer mi guitarra, mi teclado y mi voz
para dar un concierto en el trianero local de La Tregua. Todo lo que
se sacó del concierto – incluyendo la venta de tazas con diseños
que nos dejó Marco antes de marcharse -, fue a parar a la asociaciónfundada por su madre. A la que os exhorto que os unáis ipso-facto.
No me queda mucho
más que contar, por ahora. 2016, que está tocando a su fin mientras
escribo estas líneas, ha sido un año raro de cojones. Con una
concentración de altibajos que, como se suele decir, para mí se
quedan. Si no tuviera ninguna vergüenza, diría aquello
(parafraseando a Jimmy Page) de “2016 no existió, 2017 será
mejor”. Pero aún me queda vergüenza, así que me limito a decir
que, como diría la madre de Marco, vamos a construir, que es lo que
quería hacer su hijo. Prometo una entrada mucho más corta la
próxima vez. Con un montón de construcciones en proceso de hacerse
realidad.
Os dejo una enigmáticas imagen al respecto.
Epico. Y me has dado ideas sobre musica que hay que investigar.
ResponderEliminarSiento mucho leer sobre Marco
¡Muchas gracias por tus palabras, Marlow! Pero sobre todo por leerme.
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