Como
ustedes ya saben, en este blog no tenemos problemas en reconocer que
se hacen cosas por puro amiguismo, que es una cosa que funciona muy
mal en las instituciones públicas (y no tanto en las empresas
privadas, pero se hace más o menos igual). En todo caso, y al igual
que sucedió con Doppler,
también hay un genuino interés por mi parte con respecto a lo que
hace la banda. Así que hoy nos ocupamos del segundo disco del grupo:
“Los años remendados”
¿Quienes
son? ¿A qué suenan?
Münchausen
son, básicamente, un cuarteto formado por veteranos de la escena del
Rock andaluz: Antonio Navarro (guitarra solista, coros), Alex Maroto (bajo), Juanma
Silva (batería) y David Cala (voz, guitarra rítmica). Cantan en castellano y practican
un estilo que a mi me recuerda mucho a los primeros M-Clan, con
vestigios de Héroes del Silencio y otros referentes del Rock'n'Roll
patrio. Con sus diez temas, “Los años remendados”, conforman un
compacto repertorio que suena más variado y efectivo que el anterior
“Hoc Voluerunt” (2011).
“Con
el tiempo que nos queda” es un principio bastante dramático, una
canción con diversos parones, subidas y bajadas, “somos polvo,
sangre, barro” se canta con bastante convencimiento hacia el final
de un tema que ya marca los principales aspectos del grupo: ejecución
al servicio de la música y no al revés, así como una producción
de altos vuelos. Muy buena mezcla y masterización de la mano de Marco A. Rondán, de Infërno Productions.
“Ulises”
se empieza con un eficiente (si bien no muy largo) solo de guitarra,
como también corta es la canción, más que nada que un vehículo
para un estribillo que amenaza con quedarse en la cabeza del oyente.
Hay un efecto interesante en la voz en la coda del segundo
estribillo, en el que se imita el efecto de cantar a través de un
megáfono al que sigue otro solo de guitarra en los que el músico se
dedica a exprimir el pedal del wah-wah, muy bueno.
Con
todo, era algo más que inevitable que el optimismo de “Que nadie borre tu sonrisa” se transformara en una de las cartas de
presentación de “Los años remedados”. Puede que sea uno de los
momentos más conservadores de todo el disco, pero consigue conjurar
ese optimismo al que antes hacíamos referencia sin caer en ñoñerías.
Por
algún motivo, se me antoja “Patente de corso” como un tema que
desentona en el disco. Quizás porque tiene el sonido de un montón
de buenas ideas que, una vez unidas en una sola composición, no
acaban de cuajar, eso no quita para que me encante esa línea de
guitarra que parece sacada del “All the young dudes” the Bowie /
Mott the hopple.
No
llega a los cuarenta segundos el “entreacto” un corte para voz y
guitarra acústica que sirve como fuerte contraste con respecto a
“Nadando contra el aguacero”. Probablemente la letra más peleona
de todo el álbum, con no pocas referencias bastante envenenadas para
el que las sepa leer: “el mayor pecado es pensar, tu regresa pronto
al rebaño / los mercaderes tomaron el templo y la curia se dejó
acariciar...” El grupo saca su lado más rockero y además de sacar
brillo a las guitarras, hay unos platos bastante explosivos en la
sección rítmica. Ah, y un pequeño intermedio electrónico, un
diminuto aviso de lo que viene después.
Pero
antes, un preciosista dueto con Priscila Gago (de Naked
Nana) es el protagonista de “Ángeles”, para mí, el momento
más pop de todo el disco, ojo, no lo digo como algo negativo, pero
sin duda es lo más suave que van a encontrarse nuestros oídos
durante la escucha.
Vuelve
la energía en “Por el ojo de una aguja”, y unos textos que, a
pesar del romanticismo que despliegan, son en realidad mucho más
descarnados si se analizan cuidadosamente. Lo que más me gusta de
esta canción son los pequeños quiebros que sirven de puente entre
las distintas secciones y ese momento de guitarra a lo Andy Summers
después del segundo estribillo, lo cual es sólo un pequeño detalle
en el canal derecho que una mente tan enferma como la mía podría
señalar.
Otro
tipo de empaque tienen los seis minutos de “A barlovento”, un
tema que se va desplegando poco a poco, con un efectivo riff de
guitarra que empieza con las cuerdas muteadas pero que da paso a un
medio tiempo con aires de balada de estadio. Atención a las líneas
de Hammond de Pedro Dominguez (invitado de lujo), canela fina.
La electrónica de la que habíamos hablado antes se deja ver de modo mucho más obvio en “Caracola”. Los ritmos programados y los sintes dominan el paisaje sonoro, algo que puede chocar después de los ambientes más orgánicos de las temas que le han precedido, pero sobre todo los pequeños toques de piano funcionan muy bien. Aparte de como fuerte contraste, (y cierre) también le da a la producción una oportunidad para jugar con los espacios, probablemente lo más minimalísta de todo el cancionero, con un pequeño texto recitado a modo de despedida.
¿Balance?
Pues no es la primera vez – ni será la última, me temo -, que me
encuentro con un álbum auto producido que suena tan bien como esos
lanzamientos en los que se invierten miles – decenas de miles,
cientos de miles - de euros. La clave del asunto es ¿De qué es esto
realmente señal? ¿De que el futuro está en la independencia más
absoluta o de que la industria discográfica prefiere rechazar
ciertas propuestas en favor de A) Nombres ya establecidos o B) sólo
posibles ídolos de jovencitas cuya edad no suele sobrepasar la media
de sus propias fans?
Vaya
usted a saber, lo cierto es que “Los años remendados” es la
confirmación del talento de una maquinaria bien engrasada, un buen
disco de Pop / Rock español. Lo cual no es algo que se diga muy a
menudo.
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