En
mi post ÉPICO “24 horas no fueron suficientes” sufrí de un mal
que suele asomar la cabeza cuando algo se alarga demasiado, esto es,
se me ocurren cosas que incluir pero al pasar tanto tiempo gestando
la susodicha entrada, para cuando llegó el momento de dichas
inclusiones, estaba ya tan hasta los huevos que mi cerebro pasó por
alto darles el toque definitivo.
Eso
sin olvidar las faltas de ortografía.
Pero
hubo dos momentos especialmente flagrantes y ambos se refieren al
concierto de David Gilmour (¿Hasta cuando puede colear algo que
ocurrió en Julio del año pasado? Pues parece que bastante tiempo).
Por un lado empecé una reflexión sobre el hecho de que Chester
Kamen estuviese en la banda de Roger Waters la primera vez que lo vi
en directo... olvidando concluir que lo más gracioso de todo el
asunto es que, tantos años después acabara viendo a Gilmour con
Kamen entre sus filas ¡Pero sin Jon Carin que, como quien dice,
había estado en su grupo hasta antes de ayer! Y sin Phil Manzanera,
a quién un
año antes había preguntado por Gilmour durante una entrevista.
Para ser más exactos, le pedí que hiciera entrar en razón al bueno
de David para que visitara España en su próxima gira. Obviamente,
no funcionó.
Todo
esto me recuerda un comentario muy gracioso – dentro de su
contexto, he de aclarar -, que se realizó en los inevitablemente
foros sobre Pink Floyd. Aclaración: los foros es lo que teníamos
antes de existir Facebook. Cuando apareció “On an island” (2006)
- tercer álbum en solitario de Gilmour, aunque da la impresión de
que para él fue el primero -, le preguntaron al guitarrista y
cantante si no pensaba volver a girar con Pink Floyd. La respuesta de
Gilmour fue “no me veo saliendo a la carretera con la misma banda
en la que me pasé 25 años”. Por supuesto, el fan quisquilloso que
uno puede encontrarse en los foros no tardó en señalar que, de
hecho, el grupo que había formado para presentar “On an island”
en directo, era, básicamente, el mismo con el que había estado
tocando durante, al menos, los 18 años anteriores. Recordemos, Guy
Pratt y Jon Carin (bajo y teclados, respectivamente), se sumaron a
las filas de Pink Floyd en 1988, mientras que Rick Wright...
¡Cojones, Rick Wright era miembro fundador de Pink Floyd!
Supongo
que la incorporación de Manzanera o el hecho de tener a un batería
que no fuera Nick Mason en su banda eran suficientes para que Gilmour
diferenciara a su combo con respecto a lo hecho anteriormente. Pues
vale.
La
otra cosa es que, durante la entrada me refería a la “poca
duración de mis vídeos del concierto”. No hace falta ser
especialmente avispado para darse cuenta de que, ninguno de los
vídeos que jalonaban el post había sido grabados por servidor. La
cosa va como que así: desde que la buena gente de Youtube
permitieron que la aún más buena gente de Porcupine Tree Limited
(la oficina de representación de Steven Wilson) me tumbara mi vídeo
del show del propio Wilson en Barcelona - “tumbar” es que
reclamaron una violación de su copyright, lo cual desemboca en que
te borran el vídeo y Youtube te da un tirón de orejas, junto con un
cursillo animado de pocos minutos sobre la autoría de los contenidos
que uno sube, sí, en serio -, tengo mucho cuidado de lo que añado a
mis canales. Leñe, sólo tengo dos y ambos con mi nombre.
El
equipo de Gilmour no es muy permisivo con según qué cosas, creo que
sólo dejan un vídeo en Youtube si está terriblemente grabado, con
una calidad de imagen y sonido tan horrenda que sólo el fan más
acérrimo dedicaría algo más que un par de segundos a verlo. Bueno,
o si pertenece a una agencia de noticias de verdad.
Así
que realmente me la juego al incluir algunos en este post, pero me
debo a vosotros, mi enorme, ENORME público ¿Quién dijo miedo? Lo
más gracioso es que cuando opté por hacer un pequeño montaje de
todos los vídeos del concierto y lo subí a mi Facebook personal, la
increíblemente buena gente de Zuckerberg me informó de que David
Gilmour tenía que autorizar la difusión del mismo. Obviamente,
imagino que no se trataba de Gilmour y Polly (su esposa) delante del
portátil juzgando todos y cada uno de los vídeos que aparecían con
su nombre en el titulo, sino del equipo dedicado a las redes sociales
del músico.
Empero,
y esto es importante. Al igual que pasa con algunos vídeos que uno
sube con versiones de temas ajenos, Youtube no tarda en informarte,
en base a sus logaritmos internos de reconocimiento, que tal
discográfica o editora tiene los derechos de una canción y que si
te han incrustado anuncios en tu canal de cara a ganar dinero, los
beneficios que devengan de los visionados irán a manos de los que
poseen tales derechos. Está muy mal que casi todas las canciones del
universo estén disponibles en Youtube por la cara ¿Verdad? Ahí os
dejo mi enésima reflexión sobre las incongruencias de la malvada
piratería.
Y
ahora, las colaboraciones en los dos últimos ejemplares de la This
is Rock
PROG...
Y NO TAN PROG.
Creo
que aquí ya he hablado en unas cuantas ocasiones de lo que opino de
Neal
Morse. Sigo opinando más o menos igual porque él tampoco es que
haya cambiado mucho... ni yo, ya que nos ponemos. A riesgo de
repetirme, ahí va eso: Neal es una figura especialmente inspiradora
para mí. Creo que Spock's Beard – grupo del que era líder y con
el que yo lo conocí -, a pesar de sus aires retro, fue una de las
mejores bandas de Progresivo surgidas en los 90, aunque sus miembros
ya estuvieran mayorcitos a la hora de publicar su impresionante
debut, “The light” (1995). Después de leer su libro “Testimony”
(2011), entiendo mucho mejor su conversión al cristianismo... al
mismo tiempo que a veces la fuerte influencia de su fe en la música
que hace se me atraganta. Como le dije a él mismo y a Mike
Portnoy durante nuestras entrevistas, yo soy un ateo bastante
convencido – no por nada, es que los dos me lo preguntaron -, pero
eso no quita para que aprecie la belleza de lo que hace.
De
hecho, en las entrevistas, ese espíritu de buen rollo cristiano se
traduce en que hay ocasiones en las que me da la impresión de que a
Morse le gustaría decir algunas cosas pero no se atreve por miedo a
quedar como un bocas, o simplemente, porque iría en contra de las
ediciones éticas que implica su práctica religiosa.
En
esta última ocasión, que por fin fue por Skype en lugar de la
terrible línea telefónica que provoca más problemas que otra cosa,
Neal pareció estar más relajado para hablar de su nueva obra, “The
similitude of a dream”. El doble disco conceptual aparece como una
reseña destacada en el número 150 de la revista, amén de mi
conversación con Neal, así que ya ahí podréis apreciar lo más
relajado que estuvo en esta ocasión el músico. Yo lo sigo
considerando un genio, a pesar de lo repetitivo que pueda llegar a
ser en algunas ocasiones.
Otras
cosas que cayeron en mis manos fue el nuevo álbum de Gong, la
reedición del fabuloso primer y único álbum de How we live
(próximamente en “Discos Locos”, por cierto), terminando con el
sexto volumen de los “Homebrew” de Steve Howe. Para aquellos que
gusten de escuchar las maquetas del guitarrista...
Ya
para el número 151 se concentra bastante material de un servidor: al
pasar las primeras páginas nos encontramos con mi crítica del libro
“Buck'em”, una auto biografía de esa gran figura del country que
fue Buck Owens. Qué quieren que les diga, a mi el Country como
género siempre me ha hecho mucha gracia, es como la copla para los
estadounidenses. Entendiéndolo como ese estilo de música que cuenta
“las cosas como son” en sus letras, acompañadas de una música
que puede entender desde el redneck más
paleto en Texas hasta la it girl más
sofisticado del Upper Manhattan. Y basta ya de usar anglicismos que
parezco gilipollas, y ya se me va mucho con serlo.
La
primera vez que entré en contacto con la música de Owens fue, como
a veces ocurre, sin que yo fuera consciente de qué demonios estaba
escuchando. Su versión del tema “Act naturally” abría el
documental “Capturing the Friedmans” (Andrew Jarecki, 2003), que
si a mí me preguntan, es el más acojonante film de terror jamás
estrenado. Curiosamente, no ha sido hasta leer el volumen que he
descubierto que el tema no es realmente suyo, sino una versión. No
es tan raro que un artista sea conocido por una versión, pero al
leer las palabras de Owens – básicamente, el libro se vertebra
alrededor de las cintas que dejó grabadas el músico, contando su
vida oralmente -, uno cae en la conclusión de que en el mundo
Country las canciones casi que se pasan como cromos para ver quién
tiene más suerte con cada una.
Tal
es la forma que tiene el bueno de Buck de describir los
acontecimientos de su vida. Hay sin lugar a dudas, espacio para el
arrepentimiento – no tiene problemas en admitir que las mujeres
siempre han sido su perdición, llevándole a una serie de conductas
del todo incongruentes -, pero también para llevar al lector a una
época en la que no existía casi nada del mundo que conocemos ahora.
Casas en las que no había cuartos de baño, trabajos eventuales en
el campo, peleas, antros en los que tocar horas y horas... Y
Nashville.
No
deja de ser curioso esto último. Como mucha gente sabe – o debería
saber -, Nashville es una ciudad cuya vida se sostiene, en un alto
porcentaje, alrededor de la música, y para ser más concretos, de la
música country. Demonios, si hasta Robert Altman le dedicó una
película al tema. Por eso no deja de ser curioso que uno de los
nombres más destacados del estilo prefiriese su pequeña localidad
californiana como base de operaciones, y que prácticamente tilde de
mafia a la gente instalada en la ciudad de Tennesse.
Aunque
hay momentos en los que se hace un poco cuesta arriba – los
comentarios sobre los Beatles, que habían versionado a su vez “Act
naturally” en base a la toma de Owens quedan un poco rancios – ha
resultado una lectura muy entretenida. Y recordemos, Owens grabó
OTRA versión de “Act naturally” con, según Paco Fox, el mejor
actor de la historia. Sí, Ringo Starr, a fin de cuentas, era su
momento estelar en los shows de los Fab Four.
Pasamos
las páginas y mi siguiente aportación es una charla con el israelí
Aviv Geffen, 50% de Blackfield, siendo la otra mitad el bueno de
Steven Wilson. Una pequeña consideración sobre Blackfield: desde
que conocí la música de Porcupine Tree y la miríada de proyectos
en los que, aparentemente, Wilson estaba siempre metido, me
preguntaba cómo encajaría su forma de componer dentro de un marco
exclusivamente pop. Algo parecido me preguntaba con el otro “hombre
más ocupado del Progresivo” como es Mike Portnoy. Al batería le
costó un poco más y ha terminado con dos proyectos que siguen
demostrando a veces un alto octanaje instrumental como son The Winery
Dogs y Flying Colours. Pero Wilson se le adelantó con el primer
álbum de Blackfield (2004). De acuerdo, es discutible si Steven ya
había puesto un pie en el terreno más convencional con los discos
“Stupid Dream” (1999) y “Lightbulb sun” (2000) de Porcupine.
Pero la magia de Blackfield se basa en que sigue con esas oscuras
texturas sonoras y la perenne melancolía al tiempo que se apoya en
melodías que uno puede tocar fácilmente con una guitarra acústica.
Para
mí, los dos primeros discos del dúo y su directo en Nueva York
conforman una trilogía envidiable que ilustran perfectamente el por
qué de esta colaboración. Reconozco que desde el momento en que
Wilson se distanció del proyecto para dejarlo casi todo en manos de
Geffen – aunque siguiera aportando voces y guitarras -, perdí un
poco de interés en su trayectoria. Me seguían gustando los singles,
pero empezaba a ver que se había instalado una cierta rutina
alrededor de su modus operandi. Ni siquiera las colaboración
especial de Brett Anderson me llamaban especialmente.
Con
“V”, vuelve a la palestra Wilson, también aparece Alan Parsons
tras los mandos de producción en varias canciones y los temas tienen
más enjundia. Hay algo de vuelta a los “buenos malos tiempos”,
aunque eso también conlleva cierta sensación de rutina. Para hablar
de todo eso, nos citamos vía telefónica con Geffen desde las
oficinas londinenses de su discográfica.
Fue
una conversación interesante, como otros melancólicos musicales –
Tim Bowness, el propio Steven Wilson -, Geffen es de risa fácil,
pero a diferencia de sus colegas, se diría que se nota el peso de su
seriedad artística en la conversación. O dicho de otra forma, no
creo que su música sea tanto una válvula de escape como un fiel
retrato de su forma de pensar, aunque espero que eso no incluya
algunos de sus textos más simplistas y denostados como “Que te
jodan, vete al Infierno” (y así 3 minutos).
Un
aspecto interesante de la charla – y que el dire de la revista se
ha afanado de poner como titular – es el enfrentamiento de Geffen
con Waters debido al apoyo del último al boicot contra Israel. Sí,
este blog empieza a parecer un monográfico sobre Pink Floyd y su
mundo... ¡Y eso que aún no he dicho mi opinión sobre el imposible
cofre de “Early Years”!
Vayamos
por partes, en todo caso. Siempre he admirado mucho a Roger Waters,
principalmente como músico y artista visionario. Hubo una época en
la que me sentía especialmente identificado – como buena parte de
la población mundial – con “The Wall”, hasta el punto de
pensar que era mi disco favorito... hasta que recapacité. Me sigue
pareciendo genial, pero también conviene darse cuenta de que es un
álbum compuesto por un músico millonario que se estaba quejando de
lo mal que estaba su mundo. Por supuesto, un artista con varios
millones en su cuenta corriente puede crear algo tan valido como
alguien que está al borde de dormir en la calle, pero esa no es la
cuestión. La cuestión es que tener éxito contando tus mierdas y
emocionando a la gente con ello – porque tus mierdas se parecen de
alguna forma a las suyas -, no te da carta blanca para opinar de
todo.
Empero,
Waters lleva años con su particular cruzada contra Israel y los
artistas que actúan allí, entre ellos el muy llorado Leonard Cohen
que tocó en Tel-Aviv hace algunos años. A diferencia de los dos
temas que lanzó como protesta contra la Invasión de Irak - “To
kill the child” y “Leaving Beirut”-, en los que señalaba una
cierta caridad por las victimas de los movimientos de la “Alianza
de Civilizaciones”, sus declaraciones contra Israel han sido
ataques frontales, bordeando el insulto personal hacia algunos de sus
colegas.
La
contradicción es esta, Roger dice que no se puede actuar en países
que apoyan la masacre de sus vecinos, que levantan muros y que
invaden territorio ajeno... Esteeeee, supongo que las millonarias
giras por Estados Unidos no entran en la ecuación. Lo más gracioso
de todo el asunto es que cuando Waters actuó por primera vez en
Israel, su argumentación sobre el tema fue que no era consciente del
conflicto con Palestina. Supongo que lamentarse durante tantos años
de lo mal que le trata la vida desde su mansión en los Hamptons
neoyorquinos tiene esos efectos colaterales, dejas de interesarte por
las noticias de la sección de Internacional.
Lo
mejor del asunto es que intentara discutir del tema con Geffen, esto
es, un señor que protesta contra los movimientos de su gobierno
DESDE DENTRO y aún así intentara llevar la razón. En fin...
Mi
siguiente aportación a la revista tiene forma de una animada charla
con Daniel Gildenlöw, líder de los muy suecos, muy metálicos y muy
progresivos Pain of Salvation. En realidad, Daniel y yo deberíamos
haber hablado hace tiempo, cuando la banda lanzó el acústico
“Falling Home” (2014), pero fue uno de esos casos en los que
servidor se quedó mirando el teléfono... y no pasó nada.
La
cosa quedó compensada con creces con una conversación de 45 minutos
- tal y como el músico me advirtió “suelo dar respuestas muy
largas” - en la que tocamos varios temas, no siempre musicales.
Conviene recordar que antes de grabar “In the passing light of
day”, Daniel pasó por una absurda infección que estuvo cerca de
acabar con su vida, poca tontería. Por supuesto, eso abrió la
puerta a hablar de la religión, un tema que a la gente del Norte de
Europa parece tener bastante pillada, y me muero de ganas por leer un
estudio bien informado por parte de algún sociólogo sobre el tema.
Aunque
reconozco que Pain of Salvation no es una de mis bandas favoritas,
creo que hay algunos momentos realmente conseguidos en el nuevo
álbum, y Daniel ya me caía bien desde antes de entrevistarlo, así
que resultó en una tarde muy entretenida. Me gustaría darle un
final más épico a este párrafo, pero de dónde no hay no se puede
sacar.
Terminamos
la sección “entrevistas” con una banda de la que yo había oído
hablar antes de enfrentarme a
su líder, pero cuya música nunca había escuchado. Hablo de The
Dear Hunter (la banda) y de Casey Crescenzo (su líder). Lo de este
grupo es un poco extraño, son una formación que tienen un estilo
muy particular, en cierta forma Progresivo pero también deudor de
formulas que al mismo tiempo son muy convencionales y muy
experimentales.
Ya
lo comenté en otra entrada, pero tal y como pasa con ciertos grupos
– en especial cuando el grueso de su obra grabada es una serie de
discos conceptuales con una historia en común -, tienen un mundo
propio que está muy bien si consigues meterte en él, pero al mismo
tiempo te puedes sentir un poco rechazado si no sintonizas del todo.
Yo creo que he conseguido meterme bastante de cara a la entrevista,
pero al mismo tiempo me da la impresión de que necesito algo más de
tiempo y calma para ver si me engancha del todo.
Casey
es un tipo intenso pero de trato afable, se toma muy en serio lo que
hace pero nunca llega a acaparar la conversación con los “porque
yo, porque yo, porque yo...” que suelen ser característicos de
algunos artistas. Y ya cuando nos pusimos a hablar de guitarras... en
fin, pueden ver el resultado en la entrevista. En todo caso,
recomiendo encarecidamente, una vez más, su nuevo “Hymns with the
devil in confessional”.
Ya
en la sección de reseñas, cayó la reedición del disco “perdido”
de Gary Wright, el “regreso al Rock” de Sting (lo que tiene que
hacer es dejar de hacer giras de Grandes Éxitos, que tiene
suficientes canciones buenas en el repertorio, cojones), y un
“nuevo-viejo” directo de Eric Clapton.
Ea,
otra entrada que creía que iba a ser cortita y he acabado... en fin,
que sí, que debería ser capaz de comprimir un poco más mis
ideas...