De
meiyor
Este
artículo iba a empezar con un tópico, en plan “los globos de oro
son la antesala de los Oscars”, o “Al nuevo gobierno hay que
darle los 100 días de gracia”. Como ustedes ya saben, los tópicos
son errores de concepto que se mantiene de forma tradicional para
emitir un juicio de valor. En este caso, el tópico era “el alcalde
lo está haciendo bien”.
Cuidado,
¡achtung! No estoy diciendo que Don Juan Ignacio Zoido no esté
realizando convenientemente su labor, ni que sea mal alcalde, ni
mucho menos. De hecho, diría que me cae bien, incluso personalmente.
Durante un espacio de tiempo muy breve estuve compitiendo – y con
altas puntuaciones - en la competición de “encuentros aleatorios
con Zoido” -, a saber: un acto con la prensa antes de ser elegido
(vale, eso es mas esperable) – después en una boda en la que
estuve trabajando como cámara, mas tarde en la cafetería de mi
barrio (por supuesto, le mencioné la boda a sabiendas de que no se
iba a acordar, yo soy así) y después en otro acto de prensa.
Juan Ignacio Zoido |
Fue
en este último en el que se me ocurrió hacerle un comentario
divertido sobre la supresión de el llamado “Plan
Centro” - nada incendiario, no se crean, mas bien al revés –
y se me recordó que los políticos no llegan a sus cargos por
casualidad, y que siempre tienen el “modo discurso” en la
posición de “on”. Obviamente, cuatro encuentros fortuitos no te
hacen coleguita de un alcalde, y no me cabe duda de que el señor
Zoido se toma muy en serio lo que hace, yo por mi parte me tomo muy
en serio las promesas electorales. Por cierto, ¿pañales
para los caballos de los paseos turísticos? Bueno, si se respeta
siempre...
Y
como habrán visto en este blog, no me importa mucho el signo
político siempre y cuando se hagan las cosas “bien” y que den
lugar a “ideas prácticas”. Entre ellas, fue un plan de actuación
por parte del Ayuntamiento para atajar la problemática de los
“gorrillas” o aparcacoches ilegales. Cuando un alcalde promete
suprimir esta clase de cosas, pienso lo mismo que cuando un
mandatario dice que va a erradicar la prostitución de su localidad:
loable pero poco realista.
Sevilla
93
La
problemática de la prostitución
da, ya no para un post en el bitácora, sino para un libro. Así que
un servidor se va a concentrar en los gorrillas. Aunque parezca
increíble, antes de la actual crisis económica, España pasó por
un proceso recesivo al poco de apagarse los fuegos artificiales del
92. Ya saben, la Expo, los Juegos Olímpicos, Madrid capital cultural
europea... Todos fueron importantes acontecimientos que sirvieron
para poner a nuestro país en el punto de mira de los destinos
turísticos (más de lo que ya estaba, quiero decir), las noticias
internacionales y mejorar nuestra imagen entre nuestros vecinos del
continente.
El
año 1992, con su quinto centenario del descubrimiento de América y
otros fastuosos fastos, no estuvo exento de polémicas en lo que se
refiere a su gestión. Llega un punto en el que es difícil
diferenciar entre los acontecimientos reales y la rumorología,
quizás lo mas adecuado es decir que cada uno se crea las mentiras
que considere mas convenientes o que la ley llegó hasta donde pudo
llegar para esclarecer ciertos hechos.
Si
aceptamos que la actual crisis está causada por el endeudamiento
continuado de la población y los gobiernos en una estructura
macroeconómica tan fuerte como un castillo de naipes, entonces la
crisis de 1993 (extensible hasta 1997), se podría explicar como
el despilfarro desmesurado durante otra etapa de bonanza, pensando
que los beneficios en las diferentes inversiones iban a dar un fruto
mayor del que dieron.
Eso
se puede interpretar sobre todo en el caso español, si bien se trató
de una desgracia que alcanzó a buena parte del mundo, países como
Canadá, en apariencia siempre blindados frente al paro y la
criminalidad, también entraron en recesión. Quizás otra muestra de
que la “globalización” y la “macroeconomía” no son
conceptos especialmente novedosos, al menos en su significación mas
hiriente y lamentable.
A
los que nos pilló con una edad adolescente – o sea, con bastante
pesimismo de serie – nos dio un toque de atención. Sobre todo por
parte del perfil del parado medio mas desesperante, tal y como nos lo
presentaban los medios: mas de 40 años, con amplia experiencia y
formación. Es decir, gente con muy poco sitio a donde ir, ya sea por
su escasa movilidad, el sueldo al que debían estar acostumbrados o
por el “corto” periodo de tiempo que les restaba para jubilarse.
Una
demostración palpable del sentir general sería el cambio que se
produjo en la Isla de la Cartuja tras el paso de la Exposición
Universal del 92. De los abundantes puestos de trabajo, el derroche
de medios tecnológicos y la innovación técnica, pasamos a “Cartuja
'93”, un intento de volver a utilizar las infraestructuras
existentes que no pocos argumentan fue un buen principio para el
fenómeno conocido como “agujero presupuestario”. Para las
empresas y organismos que se ubicaron en los antiguos pabellones de
la Expo, la jugada no les salió precisamente mal, aunque la isla
tampoco es un paraíso para el aparcamiento, desde luego dista mucho
de tener el aspecto lúgubre del clásico polígono industrial.
El
problema, por supuesto, es para el resto de las instalaciones, como
el apeadero de Renfe – lugar que ha tenido que volver a su función
original, después hacer suya la palabra “cruising” - o la
estación de teleféricos que sobrevolaban la isla, la cual se ha
transformado en un ecosistema propio, con culebras de alarmante
tamaño campando a sus anchas. (Una historia verídica que un día
relataré con más detalle).
Se
podría establecer un paralelismo entre el panorama laboral
“posnoventaydos” y la Cartuja, con mucha gente en la calle sin un
rumbo fijo, a los que hay que sumar a los señores que se dedican a
menesteres menos... aceptables y que habían visto sus actividades
mermadas durante el año de la Hispanidad. Si aceptáramos como
cierto que el gobierno central llegó a un acuerdo con ETA para que
no atentará durante las celebraciones olímpicas, o que la policía
sevillana hizo todo lo posible para limpiar las calles de drogas de
cara a la llegada de familias europeas acomodadas dispuestas a ver
los últimos avances en espectáculos multimedia, ¿por qué no creer
que muchos chorizillos y criminales de rango menor decidieron
reinventarse en esa figura de vacío legal que es un aparcacoches
hasta que el ambiente se relajara? Lo dicho, que cada uno se crea la
película más
conveniente, pero lo cierto es que el fenómeno de los
aparcacoches ilegales se recrudeció en ese año e incluso fue
protagonista de chanzas
a nivel nacional.
Un
señor con chaqueta corta y modales exquisitos
Tuve
una profesora de latín – o mas bien, LA profesora de latín -, que
intentando hacernos recordar los plurales nos propuso relacionarlo
con el colectivo de los “vovis”. Esta palabra que lucía en las
gorras de estos señores, indicaba que formaban parte de ese grupo de
hombres en la cuarentena que ayudaban a los conductores a aparcar sus
vehículos, y que, hasta donde podían, vigilaban que no les pasara
nada “malo”. La “oficilización” - mediante
convenio - de este puesto de trabajo puede verse como una de las
múltiples ocurrencias de un ayuntamiento que intenta paliar como
puede el paro a mediado de los noventa.
Por
supuesto, los vovis se dieron de bruces contra los señores que
ejercían la misma actividad oficiosamente, con las técnicas de un
mafioso neoyorquino pero con un vocabulario peor y un olor corporal
mucho menos agradable, a la par con el aliento. En lugar de un “creo
que su coche necesita un poco de protección extra”,
uno se encontraba con un “bueno bueno, si al coshe le pasa argo yo
no me hago responsable”. Dicho esto, me gustaría recordar una
interesante anécdota: un amigo de un amigo – lo que se llama un
amigo consorte – al
que llamaban “Tanque” (jugador de rugby, creo recordar) le
respondió con una seriedad preocupante lo siguiente al simpático
“gorrilla”: “Como le pase algo al coche, te mato”. No digo
que sea ésta la forma de proceder mas conveniente, porque no se
puede ir por la vida amenazando a todo el mundo, pero el vehículo no
sufrió desperfecto alguno y el señor gorrilla desapareció durante
un tiempo de las inmediaciones de la facultad, qué tiempos aquellos.
Y siempre que puedo cuento esta historia.
Por
supuesto, la existencia de los vovis, con sus pantalones rojos
tirando a morado y sus camisas blancas, era de una complicación
importante. Algunos de ellos se habían visto avocados a trabajar
bajo el inclemente sol sevillano, dependiendo de la generosidad de
los conductores – los “gorrillas” dependen mas bien de su
tolerancia – después de muchos años ganándose el pan en empleos
mas organizados y regulados.
La
cuestión es muy simple, ¿Cómo es posible que un trabajo que
anteriormente se asociaba a un señor con chaqueta corta y modales
exquisitos, que te aparcaba el coche al llegar a una fiesta privada,
se haya transformado en un incordio? Aunque tengo que admitir que lo
de las fiestas privadas con aparcacoches es algo que he visto más en
la tele que en la realidad.
El
problema reside en que la calle se ha transformado en una jungla, en
la que las plazas de aparcamiento sin complicaciones se ha
transformado en una especie en peligro de extinción. Entre la
saturación de vehículos, peatonalizaciones, zonas azules y
gorrillas, el conductor medio se las ve y se las desea para dejar el
coche medianamente cerca de su destino sin tener que apoquinar.
Un
viejo amigo dice que él no suelta ni un duro, ni por las susodichas
zonas azules ni por los gorrillas porque la calle es de todos. Por
supuesto, este razonamiento tiene algo de trampa, ya que si esto
fuera así de verdad, uno podría aparcar encima de la acera o en las
salidas de los parkings, sí, estoy exagerando.
Puede
que en algún momento, en según qué zonas, todos hayamos agradecido
que un señor nos señalase un lugar libre para dejar nuestro
vehículo, pero no creo que justifiquen el entramado de personas que
te sueltan una fresca – por
decir algo suave – en cuanto no aflojas un poco de dinero
suelto por el servicio prestado. Y ahora viene la parte divertida...
Bami
Otra
dificultad a la hora de hablar de este tema es que es muy complicado
debatir algunos aspectos sin que a uno lo acusen de derechón y
racista. Como puede que no lo haya dejado claro anteriormente,
sinceramente creo que un señor blanco puede ser tan hijoputa como un
señor negro o amarillo. Y pertenecer a una tendencia política o
tener carné de un partido en concreto nunca te exime de ser un
gilipollas.
Bami |
Aclarado
lo cual, a nadie se le escapa que muchos gorrillas, vendedores de
pañuelos o collares en los semáforos pertenecen a minorías
étnicas. Algunos de ellos se han transformado en personajes
relativamente conocidos en Sevilla – si,
el de Plaza de Armas – y son un vecino más en algunos barrios.
Pero una visión tan idílica no se repite en otras partes de la
ciudad, como por ejemplo Bami.
Para
el que no lo sepa, Bami
es una zona de fuertes contrastes, barrio obrero que limita por un
lado con la Avenida de la Palmera, por otro con las Tres Mil
Viviendas y por otro con el hospital Virgen del Rocío – aka Garcia
Morato -, amén del privado Sagrado Corazón. Es decir, una equis
marca el lugar. La confluencia de seres y estares se complica en
épocas como la que nos encontramos, en las que el paro da tan fuerte
en las costillas de la población – por no decir otra parte del
cuerpo -, y el que más o el que menos tiene que hacer lo que pueda
para poner comida encima de la mesa.
En
este barrio (y alrededores) conectan los pintores de brocha gorda, el
prestigioso periodista, la estudiante de arquitectura y el médico
residente. La mayoría de ellos tienen un coche que aparcar y todos
en un momento dado se las ven con el vovi oficial, con el señor que
desaparecerá en cuanto el suelto le dé para comprar una papelina o
con el caballero cuya ropa es demasiado fina como para ser de un
aparcacoches veterano.
Todos
ellos tienen que comer.
Herramientas
para la policía
Siempre
digo que la policía es, para muchos, un poco como Dios, no nos
acordamos de ella salvo en los momentos de apuro. Un ejemplo sencillo
de nuestra relación con las fuerzas de seguridad es cuando somos un
poco más jóvenes y hacemos botellona (el término “botellón”
es más casi de los medios, en Sevilla siempre utilizamos su acepción
femenina) en la calle y un vecino se queja de que no puede dormir por
nuestras actividades recreativas. Pero hasta hace unos años, la
policía no podía hacer gran cosa porque beber en la calle no era
ilegal, pasamos la cinta unos cuantos años hacia delante y nos hemos
transformado en esos vecinos que necesitan una horas vitales de sueño
para no presentarse en el trabajo con la cara de un extra de “The
Walking Dead”.
Y
ahora la policía sí puede multarte, en otras palabras, los cuerpos
de seguridad tienen una herramienta para realizar una parte de sus
funciones, en este caso, preservar el orden público. ¿Aboga un
servidor por el derecho de cualquier español para poder beber en la
calle? Tengo que admitir que al respecto tengo una actitud un poco
egoísta: si no me toca el botellón en mi ventana, pues la verdad es
que no me importa mucho. Pero entiendo la postura de las dos partes,
a fin de cuentas beber una litrona no se diferencia demasiado de
apurar unas cañas en la terraza de algún bar. Pero claro, el bar
tiene una hora determinada de cierre, y si no, tiene la acústica
convenientemente aislada.
Con
los gorrillas pasa tres cuartos de lo mismo, hasta que Zoido no
empezó a dar ciertos “poderes legales” a los agentes, éstos no
podían hacer gran cosa salvo dar vueltas por las zonas mas
conflictivas (Bami, el centro de la ciudad, Nervión o Triana),
momento en el que los gorrillas ilegales se ocultaban, no vaya a ser
que los policías estuvieran buscando algo más que alguien que cobre
por decirte lo poco que le queda al coche para darse con el morro del
vehículo que tienes detrás.
Pero
una solución a veces significa otro problema; en el caso de los
gorrillas se trata en muchas ocasiones de sujetos que si bien no han
estudiado leyes, saben la diferencia entre una falta y un delito,
entre un robo y un hurto, por lo cual, si un policía les multa por
ejercer una actividad estipulada como ilegal, ellos se declaran
insolventes. Aunque la policía tenga la disposición legal de
“expropiarles” lo que lleven en los bolsillos, como mucho han
perdido el trabajo de una mañana, todavía les queda la tarde.
Tipos,
distribución y presidentas
Desde
que el alcalde recrudeció
la lucha por “limpiar” las calles, se han sucedido toda una
clase de infortunios para aquellos en primera fila del conflicto (una
palabra quizás demasiado grande para algunos). Un ejemplo claro es
la presidenta de la asociación de vecinos de Bami, que después de
ver su coche con pintadas desagradables, y sufrir diversas amenazas
por parte de los gorrillas de la zona decidió dimitir,
acompañada por su junta directiva, los cuales ya tenían
bastante con una labor ya de por si ingrata.
Para
las personas que progresivamente se dejan de forma diaria una pequeña
pero continua cantidad de su paga en aparcar, la palabra “conflicto”
no les parece excesiva. No todo el mundo es igual, obviamente, hay
señores en el barrio nervionense o en las inmediaciones de la
Clínica Sagrado Corazón (para todo hay clases, aparentemente) que
van con sus camisas planchadas y sus pantalones de pinza, dispuestos
a aparcar coches con toda la tranquilidad del mundo. Pero por uno de
estos, existen tres o cuatro a los que no les hace falta ni siquiera
que les niegues el suelto para ponerte cara de extrañeza, o algo
peor.
Son
los mismos de los que puedes sospechar que no van a usar el dinero
para comer, sino para actividades ilícitas, de las que te dejan el
esmalte dental hecho una pena y te quitan mas kilos o salud que la
dieta Dukan combinada con cinco horas de método Pilates diarias.
Para que vean que el vigoréxico mas pijo, como todos los extremos,
se toca con el yonko (mas allá del yonki) mas arrastrado.
Exageración realizada con fines humorísticos.
La
cuestión es...¿Qué hacemos? ¿Dónde ponemos el límite? Un
compañero me comentó que un equipo de un programa de televisión
bajó una vez desde Madrid, y a la hora de comer afirmaron que en
Sevilla era la ciudad en la que más veces habían tenido que repetir
la expresión “no, gracias” por todos aquellos vendedores de
kleenex en los semáforos, músicos callejeros con movimiento
incorporado (teclados, acordeón) y aparcacoches.
Tiendo
a pensar que esto es un intento de imitar la cacareada exageración
andaluza, porque en Madrid los gorrillas tampoco es que se cuenten
con los dedos de la mano, precisamente, y por lo general son un poco
más agresivos que en la capital hispalense. Cosas de una vida mas
rápida y tensa, digo yo.
Pero
como dije al principio, los aparcacoches ilegales son un poco como la
prostitución callejera, uno los puede amonestar, incluso detenerlos,
pero como mucho esto se traduce en un cambio de ubicación. Igual que
ha sucedido con el fenómeno del botellón, lo que se ha conseguido
es escindir a la juventud en pequeños grupos que se compran su lote
y ya irán quedando después para beber juntos, o no.
La
reforma legal que consiga resolver estos problemas no se puede
sostener sólo en la vertiente jurídica. Hacen
falta efectivos, algo de lo que no vamos muy sobrados, y con ello
terminamos en la queja que algunos podrían esgrimir para no
considerar este asunto lo bastante molesto como para buscar una
solución pronto: “¿No habrá, acaso, delitos mas importantes de
los que preocuparse?”
Descampado
El
coche de empresa de uno de mis antiguos empleos se aparcaba en un
descampado que utilizan casi todos los trabajadores de la zona que no
tienen plaza en alguno de los edificios colindantes (es decir, el
90%). Por la mañana, una... ¿señora? te cuenta sus penas, la mala
salud de su compañero y el frío (o calor, dependiendo de la época)
que está pasando. A media tarde aparece el compañero y entre semana
no hay nadie por la noche.
Los
fines de semana, cuando cae la noche, unos señores, probablemente de
procedencia africana (o sea, piel de ébano, sí, negros ¿vale?) se
reparten el descampado entre aquellos que van a las discotecas
cercanas o disfrutan bebiendo en la palpitante oscuridad (referencia
lovecraftiana) del sitio (¿¿¿?????). A estos señores no les
importa lo cargado con equipo que salgas del coche, siempre te van a
pedir algo.
Igualmente,
en algunas zonas, los vovis te dan un ticket (difícil de incluir en
la contabilidad, por tratarse de una “participación voluntaria”)
mientras se pelean por la imaginativa distribución que los gorrillas
mellados de mandíbula desencajada han hecho de la zona. Y estos
también se pelean entre ellos, comparando una frágil antigüedad o
veteranía en el barrio. Otra zona de aparcamiento de esas que
llevaban muchos años preparadas para un gran bloque de pisos,
transformada en una suerte de parking privado, sin casi ninguna de
sus ventajas.
¿Y
el resto de nosotros? Mientras rezamos para no vernos en la situación
de tener que salir a la calle para hacer lo mismo, nos preguntamos si
el problema es la falta de empleo – más que probable -, la droga –
tampoco se queda muy atrás – o la legalidad vigente. En realidad,
lo que queremos es poder aparcar sin tener que está mirando otra
cosa que no sea el hueco que hay para meter el coche. Ah, y que
nuestro vehículo esté como lo dejamos a la vuelta. Pero eso no es
garantizable, ni siquiera sin gorrillas.
Mientras
eso sucede, algunos abogan por un “Lo siento, pero no tengo nada”.
Y eso cada vez es más verdad que excusa.
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