Otra crónica realizada imitando la velocidad a la que Peter Gabriel hace un disco. El peligro de no haberme puesto una fecha límite... y sí, con más fotos cutres de mi móvil. Compréndanlo, la cámara réflex me la llevo cuando tengo pase de prensa...
Secuelas
Crear
la segunda parte de una obra que muchos consideran clásica no es un
concepto artístico muy elevado. Quiero decir, Rodin nunca esculpió
“El regreso del pensador, Judgment Day”, ni Picasso pintó “Las
señoritas de Avignon vs. Zombies”, aunque teniendo el cuenta el
nivel de ciertas ocurrencias literario-cinematográficas,
tampoco lo voy a decir muy alto...
Incluso
Spielberg se negó a realizar la secuela de “Tiburón” por
considerarlo un truco barato para hacer que el público pasara de
nuevo por taquilla. Curiosamente no pareció opinar lo mismo de la
saga de Indiana Jones, (vale, “El templo maldito” es
estrictamente una precuela, pero “La última cruzada” no). Aunque
en su descargo hay que decir que solo accedió a dirigir “El mundo
perdido” y la tercera película jurásica porque no quería ver a
una franquicia creada por él mismo hundirse en la mas absoluta
miseria, como sucedió con la del escualo. Dónde deja eso a “Indiana
Jones y la calavera de cristal” es un enigma...
En
música, el asunto se complica, porque todavía en el cine tienes la
excusa de desarrollar unos personajes a los que el público les puede
coger cariño, pero en un contexto rock/pop - y en el que a veces no
hace falta hacer “secuelas” porque algunas bandas graban la misma
obra y una otra vez, hola Maná... - o incluso progresivo como el que
nos ocupa, eso solo tiene sentido si has hecho una obra... atención,
redoble de tambores, fanfarria
para un hombre común y fuegos
artificiales... ¡CONCEPTUAL!
Si
amigos, un disco conceptual de progresivo. Juntar todas esas palabras
en una sola frase es como si un chaval se presentara diciendo: “Me
gusta Star Trek, jugar al rol, y hacer cosplay en las convenciones de
Manga”. Es decir, a algunas personas les caerá bien de forma
inmediata y otros estarán pensando que ojalá no encuentre forma
humana (o de otro tipo) para reproducirse.
Siendo
justos, las obras conceptuales no son territorio exclusivo de Yes,
Genesis y compañía, los Who le dieron la vuelta afirmando que
“Tommy” y “Quadrophenia” eran “operas-rock”, lo cual las
debería poner en el mismo departamento que “Jesucristo Superstar”
o “Hair”. Pero éstas últimas ahora se consideran musicales,
¿dónde está la diferencia? ¿A quién le importa? ¿Se estrenará
en Broadway una versión de “Tales from topographic Oceans” con
Manolo Banderas comiendo curry debajo de los sintetizadores? ¿Puedo
hacer un chiste mas retorcido que solo unos pocos ciudadanos del
mundo pueden entender? ¡Claro que si, aquí va! “Tienes mas
peligro que Rayo Negro en un karaoke”. Por favor, no abandone el
blog que ahora mismo retomo el tema original.
Un
disco conceptual no es más que un álbum en el que desarrolla una
historia de principio a fin, con motivos en las letras y en la música
que a veces resultan autoreferenciales. Para algunos grupos han
significado un batacazo, como “The lamb lies down on Broadway” lo
fue para Genesis (mi disco favorito de TODOS los tiempos), y para
otros como Pink Floyd o el caso que nos ocupa, significó su
consagración.
Jethro
Ian Tull Anderson
Ahora
bien, ¿cómo planteas una segunda parte? Vale, Meat Loaf se plantó
con un épico “Bat Out of Hell II: Back to Hell” (uno de los
discos favoritos de mi hermana, en casa eramos poco de Los Fresones
Rebeldes), pero eso sólo significaba que Jim Steinman componía las
canciones (recordemos, el señor que hizo un musical sobre “El
baile de los vampiros” de Roman Polanski), mientras que una
obra conceptual progresiva, aunque tenga un final abierto, no da para
desarrollar mucho más un tema. Bueno, Rick Wakeman hizo “Journey
to the center of the earth” y para continuar la historia, lo que
hizo fue...¡mandar a nuevos personajes al centro de la tierra! Bajo
el imaginativo nombre de “Return to the center of the eart”
(próximamente en “Cultura Barata”). En el campo mas metalero,
Queensryche se plantó con una segunda parte de su “Operation
Mindcrime” y Dream Theater desarrollaron el tema principal de
“Metropolis” (canción del “Images and Words”) para ahondar
en las regresiones por hipnosis y sus consecuencias con el álbum
“Scenes from a Memory”.
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Tullianos haciendo el Jethro |
Pero
claro, aquí hablamos de Jethro Tull, o como reza mi entrada Ian
Anderson's Jethro Tull.
Antes
de proseguir con la historia de “Thick as a brick” y su segunda
parte presentadas en vivo en la capital cordobesa, me gustaría
aclarar la situación en la que se encuentra una de las bandas mas
longevas del género. Hace ya tiempo que Martin Barre, el guitarrista
y miembro mas veterano del grupo (aunque no fundador), declaró su
negativa a seguir la apretada agenda de directos que a veces exigía
Anderson. En particular, un atraco sufrido en Moscú le quitó
bastante las ganas de irse muy lejos. Por otro lado, Ian, quién
siempre ha estado en el combo y que todos entendemos ES Jethro Tull
(pues firma casi toda la música de su historia), ha afirmado que
prefería sacar esta “revisitación” de “Thick as Brick” bajo
su propio nombre porque el de la banda suele atraer a un público que
lo quiere es pasárselo bien mientras se emborracha escuchando
“Aqualung”.
Pero
me imagino que los promotores le habrán dicho: “Muy bien Ian,
majo, todos estamos contigo, pero... qué tal si haces como Roger
Waters y pones el nombre del grupo por el que se te conoce en algún
sitio y así nos aseguramos un alto porcentaje de ventas de entradas
durante la gira, por no hablar ya del disco?”
Dicho
y hecho, optamos por la decisión salomónica de plantarle un
genitivo sajón, y ala, a llenar salas grandes, vender... ¿Cds?
...que no está la cosa para arriesgar.
Retomando
la obra conceptual en cuestión: “Thick as a Brick” ha sido
descrito por Anderson como una suerte de “parodia de los discos
conceptuales” ¡ah! ¡Claro! ¡Eso era! Ian nos demostró en 1972
que el género se estaba tomando a si mismo demasiado en serio y
decidió cargar las tintas con las autoreferencias descritas
anteriormente, “la madre de los álbumes conceptuales”. Porque si
no lo sabían, el flautista cojo es el que hacía bromas fálicas con
su instrumento en uno de los vídeos
musicales de la banda, cuando no estaba lanzando una vomitona mas
falsa que un duro de madera en
otro...
Y
es que a Ian le gustan las bromas, siempre y cuando las haga él, no
en vano no temió en echar... ¡por carta! A algunos de los veteranos
de Jethro... Dicho de otra manera, a pesar de que los tullianos le
tengan mucho aprecio a este hombre – lógico, porque es un grande
de la música -, yo nunca he podido evitar sentir un cierto resquemor
ante sus maneras sobre el escenario. Quiero decir, cuando alguien
como Peter Gabriel, Alice Cooper o Jarvis Cocker exageran sus
manierísmos en base a una canción, sabes que están haciendo un
papel. El problema con Anderson es que actúa casi siempre con esa
excentricidad exagerada que le acerca mas al cabaret que al rock.
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El autor se hace un auto retrato en un bar cordobés |
Por
supuesto, todo esto se basa en sus actuaciones en vídeo, ya que ésta
es la primera vez que veía a Anderson en directo. La idea básica
parece muy simple: interpretar el álbum original al completo durante
la primera parte del show y su secuela íntegramente después, más
unos bises ¿Qué puede salir mal?
Principalmente,
podría ocurrir que la segunda parte, auspiciada por Derek Shulman –
ex-miembro de Gentle Giant -, desluciera tristemente frente a su
predecesora, haciendo que el respetable se refugiara en el water o la
barra, hasta que volviesen los viejos éxitos hacia el final del
concierto.
Nada
de eso, les digo desde ya que el show fue un éxito de público, no
solo porque se vendieran todas las entradas, sino que la gente se
quedó encantada con el ofrecimiento del grupo, se supusiera o no que
eran los “auténticos” Tull.
Llegados
a este punto, y a pesar de que pueden aprender en la wikipedia lo que
les voy a contar a continuación, aclaremos de qué van “Tonto como
un ladrillo” y su sucesora “Lo que le pasara a Gerald Bostock”:
La primera parte, con su compleja – y famosa – presentación como
periódico local, se basaba en un supuesto poema épico perpetrado
por el susodicho Gerald, niño que aparecía en la portada del álbum
y que obviamente, no era el autor auténtico de nada, siendo todo una
coña de Anderson. Básicamente, se trataba de las diatribas sobre el
hacerse mayor, repleto de todas las influencias que el grupo había
acumulado hasta entonces: el folk británico, elementos de música
clásica, potentes acordes de rock de vez en cuando, muchos cambios
de ritmo y algunos ramalazos del blues de sus principios.
Intermedio:
En el documental sobre la banda, dentro de la serie “Classic
Artists”, el grupo afirma que el mítico DJ John Peel les
retiró el saludo en cuanto abandonaron el blues. Como respuesta,
Anderson dice que decidió dejar el estilo del delta del Missisipi
porque no era ni negro ni americano y no se sentía auténtico cuando
lo interpretaba. Si, yo pienso lo mismo, levántese usted y
explíqueselo a Eric Clapton, que le va a dar un guantazo con un fajo
de billetes. Fin del Intermedio.
La
secuela, el retonno, no se nos presenta en la cuidada edición
periodística de su predecesor, ya que no están los tiempos para
semejantes despilfarros, aunque existe una versión con DVD,
incluyendo una suntuosa mezcla del disco en sonido 5.1 auspiciada por
Steven Wilson, que parece competir en menos horas de sueño con su
tocayo Hackett. Además, el St Cleeve ya no es un periódico local,
sino una web, ¡qué signo de los tiempos! ¡Qué ironía! Por si
fuera poco, el contenido desglosa las posibles diatribas de Gerald en
el caso de que se hubiese transformado en un banquero, un hombre
casado, o un sintecho homosexual, er... Bueno, es su disco y hace con
él lo que quiere...
¿Es
tan bueno como el primer “Thick as a Brick”? Mmm, hay quién
podría discutir que para hacer una secuela como tal, tendría que
haber contado con el mismo equipo de músicos que en el álbum
original, o que tendría que al menos haber utilizado la misma
instrumentación. Pero eso es lo bueno de Jethro/Ian, ¡siempre han
hecho lo mismo! Salvo algunos lapsos en los ochenta en los que se les
fue un poco la mano con los sintetizadores y las cajas de ritmo, las
guitarras acústicas, el hammond, el piano y la flauta siempre han
sido las señas de identidad del grupo.
La
verdad es que ni en casa ni en concierto, el álbum desluce frente al
original, pero antes, pasemos a una de esas interesantes peroratas
sobre el ambiente previo al concierto que tanto gustan...
Córdoba
Salí
de Sevilla con mucha antelación porque, aparte de buscar
aparcamiento y ponerme en la fila para conseguir un buen sitio dentro
del teatro Axerquía, tenía que intentar vender la entrada sobrante
– como en el caso de El
Boss, me tocó ir solo al final – al mejor postor.
Afortunadamente, a una hora tan temprana como las siete de las tarde
– las puertas del recinto se abrían a las diez de la noche y el
espectáculo debía empezar a las once y media – ya había gente en
la puerta, y dentro de un grupo de chavales, había uno que se la
había jugado tanto como para esperar a que abriera la taquilla del
teatro para comprar su entrada.
Solventado
ese problema me fui a dar una vuelta, ya que no tenía mucho sentido
ponerse ya a esperar. Siempre menciono haber tenidos recuerdos muy
negativos sobre la capital cordobesa cuando era pequeño, ya que
yendo con mis padres, nos cayó la mundial. Así que en mi interior,
durante algunos años Córdoba significó “ciudad oscura en la que
llueve mucho”. No fue hasta tiempo después que empecé a visitarla
de forma más asidua cuando mi aprecio por ella empezó a crecer.
Pero antes de que esto acabe como un articulo en plan “Córdoba,
qué hermosa eres”, baste decir que conozco los monumentos, bares y
restaurantes suficientes como para decir que merece mucho la pena
visitarla.
Y
conducir por ella es tan coñazo como cualquier otra capital que se
conoce pero sólo te has movido por ella en transporte público.
Con
todo, tengo que decir que aparqué de forma gratuita y no demasiado
lejos del teatro. El trayecto fue tan tranquilo como puede serlo de
camino a una ciudad sin playa durante la sobremesa de un sábado
veraniego. Lo único que me tocó un poco la moral era la progresiva
– nótese lo adecuado de la palabra, según el contexto – pérdida
de presión en una de las ruedas, que tiempo después se revelo como
un molesto tornillo incrustado en la goma. En fin, nada que un
parcheo de taller no solucionase.
De
vuelta al teatro, realicé las pertinentes llamadas de “he llegado,
todo bien” y me puse a esperar con los demás tullianos. Desde el
recinto nos llegaba la prueba de sonido, sigo sin entender la gracia
que puede tener para nadie el ganar una invitación para estas cosas,
durante el tiempo que trabajé de pipa, el soundcheck siempre
me ha parecido una de las cosas mas aburridas y tediosas a las que
uno puede asistir por placer. Quiero decir, ¿de verdad te hace
ilusión escuchar al batería diciendo “un poco mas de graves en la
caja y reverb en los
platillos” mientras el guitarrista dice que no se escucha lo
bastante a pesar de que tiene el ampli a punto de reventar?
Como
en cualquier grupo veterano el rango de edad entre los asistentes era
absurdamente amplio: muchas camisetas de giras pasadas, no solo de
Jethro, sino también de Genesis, Pink Floyd, Roger Waters, algún
heavy que otro... Un señor con un pequeño nivel de embriaguez se
paseaba alrededor de una vela depositada por él mismo en el suelo.
Desconozco los motivos del ritual, pero este caballero estaría a
punto de ser víctima de su propia desgracia durante la segunda parte
del concierto, cuando, un poco “alegre” estuvo a punto de caerse
sobre un pequeño grupo del respetable mientras intentaba volver a su
sitio.
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Menú concierto, 5 tenedores |
La
hora tan tardía para empezar el concierto tiene mucho sentido: en
Córdoba hace tanto fresquito durante el día como en la capital
hispalense – o sea, ninguno tirando a signo negativo – así que
los asistentes que no se tomaran tan en serio lo de estar cerca del
escenario, no tenían porque arriesgarse a una insolación. Tampoco
había mucho riesgo que correr, los muros del recinto daban una buena
sombra y el día no era especialmente caluroso.
El
concierto se enmarcaba dentro del “festival de guitarra”, que en
temporadas anteriores ha tenido a virtuosos del instrumento tan
conocidos como Bob Dylan, en un claro homenaje a su participación
en el Festival de Guitarra en la Expo 92 junto a otro mandamás de
las seis cuerdas como Miguel Bosé. Estoy de coña, aunque
probablemente JT tendría más sentido dentro de un hipotético
“Festival de la flauta travesera”, se trata más bien de la serie
de conciertos que se celebran en muchas ciudades que aunque
ciertamente tienen mucho protagonismo de la guitarra – sobre todo
en la vertiente de flamenco -, tienen estas pequeñas concesiones a
otros estilos y públicos.
El
Axerquía es un recinto en forma de anfiteatro, con mucha vegetación
natural, una interesante terraza, y un ambigú con precios normales,
no de los que te vacían la cartera después de un refresco y un
bocata. No llegué a pasarme por el puesto de merchandising - ¿ya
estoy muy mayor para esta mierda o es que me sale más barato
comprarla por Internet?-, pero había flyers de fiesta en la propia
terraza del teatro para aquellos que quisieran seguir disfrutando de
la caña del rock progresivo.
Una
vez que empezamos a sentarnos en las civilizadas sillas – pude
conseguir sitio en la primera fila -, reparé en la música de
ambientación pre-concierto. Sonó “Golden Brown” de los
Stranglers, lo cual me descolocó un poco ya que llevaba unos
cuantos días pensando en esa canción sin llegar a ponerla en ningún
momento. También sonó una versión de ”21st
century schizoid man”, aunque no la original, sino que me atrevería
a insinuar a que era la de alguno de los discos en directo de Greg
Lake, lo cual no deja de ser apropiado, ya que al actual guitarrista
de Anderson lo conocí por el DVD en directo de la banda del
vocalista de ELP.
Hubo
un par de momentos tontunos antes de empezar el show: por un lado,
parte del respetable que llegó a última hora – sus motivos
tendrían – decidieron situarse en el espacio que mediaba entre las
sillas y el escenario. Increpados a este respecto por la parte del
respetable que no veríamos mucho del espectáculo si permanecían de
esa manera todo el rato, un señor se rebotó y se puso a gritar
“¡esto ha sido siempre de estar de pie y no sé por qué han
tenido que poner esto con tantas sillas!” Desconozco si este
caballero tendría la razón, aunque me cuesta creer que el teatro
haya tenido nunca otra estructura diferente – a menos que haya
pasado por una remodelación monstruosa -, tampoco es para ponerse
así. Afortunadamente, accedió a quedarse sentado en la dura piedra,
por lo menos hasta el par de de canciones finales.
El
otro momento tuvo que ver con los fotógrafos, los cuales se estaban
situando de la forma que les parecía mas oportuna a lo largo del
escenario. El problema vino cuando el roadie que se encargaba de
organizarlos empezó a gritarle a uno de ellos, en inglés. Como el
reportero gráfico no las tenía todas consigo en lo referido al
idioma de Shakespeare, pareció pensar que le estaban echando una de
esas broncas que de vez en cuando a uno le caen sin motivo aparente.
Lo que en realidad pasaba es que a los fotógrafos los querían
concentrar a un lado del escenario, aunque había bastante personal y
el espacio al que los destinaban era tan reducido que quizás
“atocinados” sería un adjetivo más correcto. Por supuesto,
después del límite de las dos primeras canciones, cada uno hizo lo
que le pareció mas conveniente, le gustara al stage
manager o no, haciendo las fotos
que podían desde los ángulos que les quedaban al ir alejándose del
escenario, o en palabras del fotógrafo que recibió la “bronca”:
“¡pues ahora me voy a poner ahí!”
La
flauta es un instrumento de ¿heavy? metal
Al
igual que el show original, la cosa empezó con los miembros de la
banda vestidos como mozos de almacén que barren el escenario con sus
cepillos, mientras en el fondo del escenario se proyectaban los
cortos preparados para acompañar la acción: empezando por uno en el
que Anderson ataviado con un peluquín demasiado obvio para querer
aparentar ser auténtico, y con una bata de médico, le da la
bienvenida a Gerald, (está grabado en modo subjetivo, así que
nosotros somos Bostock), presentándose como su terapeuta y
preguntando si no sería mejor ver cómo empezó todo...
En
el escenario, los músicos se despojan de sus disfraces y dejan ver
su ropa, y creo que más de uno pensaría que para esto hubiera sido
mejor dejarse los abrigos de mozo. En el documental que mencionamos
anteriormente, el bajista Dave Pegg ya ponía sus pegas sobre los
estrafalarios ropajes que tuvo que lucir durante su etapa en el
grupo. Yo, sinceramente, tampoco entiendo la necesidad de dar la
impresión de haber salido de una función teatral aficionada de
“Robin Hood”, aunque en esta ocasión la cosa era un poco más
contenida: los tirantes rojos del Florian Ophale, la chaqueta –
también roja – del bajista David Goodier, o el uniforme colonial
del batería daban la impresión de...bueno, de estar en un concierto
de Jethro Tull.
Anderson
hizo acto de presencia y se plantó en el extremo derecho del
escenario para cantar las míticas líneas del disco original, con el
micrófono inalámbrico causando algunos problemas, así que no tardó
en recurrir al situado en el centro de la escena, con su conveniente
cable. No tardamos en darnos cuenta de que Ian contaba con algo de
“ayuda” extra, una comprensible y otra no tanto.
La
comprensible era el actor / bailarín Ryan O'Donnell, quién cantaría
muchas de las líneas cuya tonalidad le resulta muy difícil de
alcanzar al líder del grupo – los años no perdonan -, además de
realizar algunos interesantes escorzos mientras se desplaza por el
escenario. La no tan comprensible son los sonidos de flauta y capas
de teclado que parecían salir de ninguna parte. Vale, muchos grupos
usan partes secuenciadas en sus directos, pero ¿era necesario ser
tan obvio? En las entrevistas pertinentes, Anderson se ha justificado
diciendo que la alternativa era tener a alguien dos horas y pico en
el escenario, pero sin llegar a tocar mas de diez minutos en total.
Lo puedo entender, pero no me creo que no haya por ahí ningún
flautista que también toque los teclados que se pueda imaginar unas
texturas mínimamente interesantes para enriquecer el directo. En
fin...
Actualizando
algunas de las bromas del show original – llama a una violinista
por el móvil para tocar su solo, mientras la vemos interpretarlo
como si se conectara por webcam desde su casa -, la primera parte del
concierto se nos pasó en un suspiro. También es cierto que por las
limitaciones del vínilo “Thick as a Brick” tampoco podía ser
especialmente largo.
En
lo que se refiere a la escenografía, tengo que decir que fue un
poco... cutre. Vale, Jethro Tull no han sido nunca una banda que
destaque por su despliegue técnico, pero después de ver la
enormidad de “The
Wall” reconstruida por Roger Waters, o la sencilla – pero
elegante – solución de Peter
Gabriel para su gira orquestal, pues uno se queda un poco
decepcionado de que Anderson defienda su repertorio con un proyector
de vídeo no especialmente brillante – las partes cinemáticas no
llenaban el fondo del escenario ni de coña – y un diseño
luminotécnico que no destacaba por su dramatismo.
Para
añadir un poco de sal a la herida, en las proyecciones se añadían
momentos del show en directo, ¿Cómo era esto posible si no había
cámaras sobre el escenario? Muy sencillo, si uno se fijaba en los
movimientos, se podía adivinar que esas tomas se habrían grabado en
algún otro sitio (como por ejemplo, el ensayo general) y se
intentaban sincronizar con la acción de ese momento. Como idea no
está mal, siempre que uno tenga de verdad sus evoluciones sobre la
escena milimetradas.
La
banda consiguió una reproducción muy fiel del álbum original,
incluso de la difícil cara B del vinilo, así que en este respecto
pocas faltas pude notar. En ningún momento eché en falta a ninguno
de los músicos que grabaron “Thick as a Brick” y la adición del
actor fue realmente un acierto ya que con sus gestos – me recordó
al Doctor Who cuando lo interpretaba Tom Baker – conseguía añadir
elementos a la narrativa.
El
regreso del ladrillo
Muy
contentos, nos fuimos al descanso mientras otro vídeo sazonado con
el sentido del humor “andersoniano” - incluyendo mención a Phil
Collins – nos entretenía. La segunda parte comienza de una forma
mas indirecta, con un fade-in muy bien interpretado en directo, y con
un mayor acento folk – la flauta de Ian se torna celta en varios
momentos -, menos rockera. Con todo, es cierto que se trata de una
secuela con todos los derechos, actualizada pero respetando los
aspectos básicos del disco original.
Una
vez dicho esto, tengo que decir que es ligeramente inferior a su
predecesora, quizás por las expectativas que su título pueda
suponer, quizás porque es más difícil que a uno le cojan por
sorpresa. Al ser un disco hecho tras más de cuarenta años de
carrera y diseñado para el rango vocal que posee Ian actualmente, el
actor estuvo relegando al papel que tanto temía para el músico
adicional: algunas participaciones vocales aquí y allá, apretar
varias teclas en un pequeño teclado, pero en realidad no le quedaba
mucho mas que hacer hasta los bises.
Hay
momentos, no obstante, como en “A change of Horses”, en los que
la música es un poco derivativa, un poco alargada a la fuerza. El
final con “What ifs, maybes and might have beens”, enlazando con
el inicio del primer “Thick” resulta lo bastante resultón para
hacer gracia y quedar como broche adecuado.
El
sonido fue genial durante todo el concierto, y los músicos
sobrepasaron la corrección en algunas ocasiones, especial mención,
por supuesto, al nuevo guitarrista, que a pesar de su escuálida
pedalera, consiguió sacar una gran variedad de sonidos para su
instrumento. Habrán notado que a estas alturas he hablado muy poco
de la música, pero en realidad, no hay mucho que decir de, por
ejemplo, “Thick as a brick”, que sigue sonando tan increíble y
(hasta cierto punto” revolucionario como hace...¡40 años! O tan
bueno como hace 23, cuando lo escuché por vez primera.
A
continuación, los bises. Si hubiera sido por mi, habrían tocado
“Songs from the wood”, “Aqualung”, “Locomotive Breath”,
“Budapest” y “Living in the past”. Ya puestos, Anderson se
podría haber hecho una foto conmigo, llamar a Greg Lake e
interpretar los dos su versión de “I
believe in Father Christmas” en mi salón. No, una curiosa “My
God” y “Locomotive Breath”, con su apabullante intro de piano,
fueron los temas que cerraron el espectáculo.
Es
obvio que el público también quería mas música y menos
chascarrillos con marca de fábrica Anderson, ya que parecía
producir una cierta sensación de hartazgo – la gente se reía,
pero tampoco era una cosa desternillante, quizás ya lo habían
vivido anteriormente -, y hacía un rato bastante largo que todos
estábamos de pie, dándolo todo por la caña del rock progresivo.
No
sirvió de nada, tras situarse la flauta en la entrepierna mientras
los músicos se despedían e ignorar la petición de una fan
arrastrada por las emociones – haciendo señas con su vinilo de
“Thick as a Brick” para que se lo firmara -, Anderson salió
definitivamente del escenario mientras al poco regresaba la música
ambiente.
Concluyendo,
un gran show, a pesar de las limitaciones escénicas – esas escenas
imitando la cutrez del Movie Maker, ¿de verdad era a posta? -, los
músicos estuvieron a un nivel envidiable y Anderson sigue siendo un
maestro, aunque a servidor no le acaben de gustar todo lo que hace y
lo forzado de parte de su repertorio postural. “Thick as a brick 1
& 2 + bises” permitirá a la banda – sea Jethro o no –
seguir con un buen ciclo de giras por todo el mundo, y no me cabe
duda de que todos los fans van a a poder disfrutarla como lo que es:
una confirmación del talento de este hombre.
A
diferencia del camino de ida, a la vuelta no realicé parada alguna,
llegué cerca de las cuatro de la mañana, a una ciudad prácticamente
dormida.
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