martes, 25 de septiembre de 2012

HOPPER, EL INSTANTE PERDIDO





A pesar de que estudié Historia del Arte – durante COU, al menos – nunca he sido mucho de ir a exposiciones de muto propio. Quizás porque no hay nada mejor para quitarle la gracia al arte que estudiarlo, quizás por la idea de que “si tengo casi todo en las fotos del libro, ¿para qué voy a ir a verlo en persona?” Yo siempre he ido mas a exposiciones a rebufo de las circunstancias, en plan; “ya que estamos en la ciudad X ¿Cómo no vamos a ir a ver el museo B?” A pesar de mi desidia inicial, he acabado con grandes hallazgos, como el museo de arte abstracto de Cuenca (¡¡¡visítenlo ya!!) o encontrarme de casualidad con una exposición de Andy Warhol en Cáceres, lata de Campbell y silla eléctrica incluidas.

A pesar de estas alegrías, si yo fuera rico no me veo coleccionando obras de arte, aunque entiendo que es una buena forma de invertir – sobre todo cuando al artista le quedan 2 telediarios de vida -, pero al igual que Indiana Jones, creo que ciertas cosas deberían estar en un museo, en lugar de en las paredes del water de algún cateto con la cartera llena. A menos, claro, que alguien me ofreciera una ganga por obras de Edward Hopper, que han sido la exposición estrella de este verano (según El País, LA exposición del verano) en el museo Thyseen de Madrid, acompañada de conferencias, retrospectivas y otros extras que suelen conllevar estas miradas a la obra de un pintor tan importante como este.



No recuerdo exactamente la primera vez que vi “Nighthawks” (traducido como “noctambulos” aunque yo prefiero la literal “halcones nocturnos”) pero recuerdo que fue una de las pocas veces que un cuadro me emocionó de forma profunda e inmediata. Para alguien a quién la gente regala libros de HR Giger, que se suman a los que ya tengo de Luis Royo, puede sonar rara mi devoción por el pintor americano, pero lo cierto es que ha sido hasta ahora la única vez que he ido a otra ciudad con el deseo expreso de ver una exposición.

La verdad sea dicha, tampoco era el plan original, podría haberme esperado a los últimos días y hacer doblete con el concierto de los Flower Kings, ya que el hecho de viajar para ver a un grupo sí es mas común en mi. Pero a veces uno siente un impulso raro, y antes de darse cuenta, ya ha reservado una habitación baratita y tiene un ticket para el bus nocturno, Hopper se merece mucho, pero no sé si eso incluye el AVE o conducir por la capital del Reino. Una vez allí, y a pesar de haberme llevado solo una muda, no dejé de sopesar algunas opciones extra, como ir al concierto de Marlango (que tampoco es que me apasionen) o quedarme unos días mas para ver al Boss, de nuevo, en concierto. Opciones que fueron finalmente desechadas porque una cosa es una escapadíta rápida para ver cuadros y otra montarte unas vacaciones con tanta improvisación.

El hit-single, versión Lego


Dos artistas

Tras sobrevivir a las creativas cerraduras de la habitación del hotel – un día de estos abrimos las puertas con un escáner de retina hasta en los moteles de carretera, se lo digo yo – y a un contumaz freestyle en el metro, llegué al Thyssen. Un par de días antes de mi visita había sido la inauguración, con asistentes tan insignes como Rodrigo Rato – probablemente mas de un accionista de Bankia habría ido armado con unos cuantos cartones de huevos podridos, de haberlo adivinado – o, por supuesto, la Baronesa. Siempre me pregunto si sería capaz de llevar a cabo mi infantil deseo de plantarme ante Tita Cervera y decirle a la cara: “Señora Baronesa, ¿se acuerda de cuando usted salía en la portada del LIB? Qué tiempos ¿Verdad?”

Probablemente lo recuerda demasiado bien, así que no tendría demasiado sentido.

Pero hablemos de Hopper, que es para lo que estamos aquí.

Nacido a finales del siglo XIX, Edward Hopper (nada que ver con Dennis), es un artista de un talante hasta cierto punto esquizofrenico, extraño. Dos palabras que no mucha gente suele asociar con este hombre. En parte, esto se debe a su trayectoria vital, a diferencia de otros genios – porque para mi, no cabe duda de que lo es -, Hopper llevó una vida sin excesivas complicaciones: con un ambiente familiar libre de grandes dramas, pasó un año viviendo en París, volvió a los Estados Unidos, se casó una sola vez, consiguió un reconocimiento respetable en vida, pasaba los veranos en la playa y murió sin demasiada pompa.



Por si fuera poco, todo esto lo consiguió sin ganarse la fama de pesetero o inestable de Pollock. Pero si alguien piensa que Hopper es un artista un poco extraño porque sufriera un repentino cambio en sus maneras de pintar, se equivoca. No, no se trata de un Picasso, sus obras casi siempre utilizan una gama de colores pastel apagados (aunque con los años intensificó la luminosidad de estos, quizás por predilección, quizás porque así le era más fácil distinguir las figuras) y no tienen, en apariencia, grandes cambios en su temática.

En apariencia.

Les avisó ya de que mi obra favorita, su gran éxito, su hit single, “Nighthawks” no estuvo incluida en esta exposición, mucho me temo que sigue la mar de tranquila en Chicago, una lástima. Pero el resto de obras que se han traído son igualmente útiles para desgranar los recursos, hallazgos y vericuetos de la obra de Hopper. Aparte de sus óleos, también tenemos una colección de grabados y acuarelas, así como una presentación de algunas portadas que realizó el artista para diversas publicaciones – el oficio de ilustrador le sirvió para ganarse el pan durante bastante tiempo, a pesar de que cada vez le satisfacía menos - . Por no hablar de una reproducción del también emblemático “Sol de Mañana”, a tamaño natural, (estatua, cama, paredes, una especie de diorama gigante, por describirlo de alguna manera) incluyendo proyecciones de lo que tendría que ser el exterior de la ventana. El espectador tiene unos escalones en los que subirse y ver la obra a través de un marco, como si fuera la pintura o girarse para ver cómo habría sido el rostro completo de la mujer que recibe los rayos solares.

El hit-single, tal cual


Es en las obras menos conocidas de Hopper, en las que se ve el contraste dentro de su cuerpo creativo. De siempre, se le ha conocido como el retratista del estilo de vida americano pero desprovisto de la pompa y el autobombo, los ojos de sensibilidad europea (esto suele querer decir “mas artísticos”) que diseccionan sin miramientos el aislamiento de las personas dentro de las grandes ciudades. Como en una película de Kubrick, no parece haber misericordia en su forma de retratar a los personajes, hastiados en su existencia, solitarios o ignorantes de lo que sucede a su alrededor.

Pero es en sus cuadros que retratan la vida en las costas, con jóvenes compartiendo una pequeña embarcación, en las que se deja ver que el artista también era muy capaz de conjurar el espíritu de las tardes placenteras, de la amistad que une a aquellos que practican la misma afición o, simplemente, los beneficios de observar el mar calmo sin mas prisa que la de ver pasar las horas, sin pena ni dolor.

Desde luego, es una “esquizofrenia creativa” muy alejada de, pongamos, Francisco de Goya, cuyas obras también estaban siendo protagonista de una exposición mas prosaica en el metro de Madrid. Pero que ha provocado que muchos lo sitúen en el extremo contrario a Norman Rockwell, a quién le ha caído no pocas veces – por no decir siempre - el San Benito de ser el representante de esa actitud placentera para con el American way of life de la que hablábamos anteriormente. En una biografía no autorizada sobre Steven Spielberg se echaba un poco más de sal en la herida comparando su cine con las caricaturas costumbristas de Rockwell, esas que aludían al americano simple que lo que quiere es entretenimiento sin complicaciones, el Johnny Sixpack, que se dice.



Lamento expresarme de este modo – o no -, pero esa opinión me parece una mierda.

Tanto Rockwell como Spielberg (o su versión mexicana sin sindicar), tienen ciertos puntos autoparódicos en sus obras, y nunca me he creído demasiado que en las caricaturas de Norman no hubiese también algunos elementos de crítica acerca de su país. Otra cuestión es si esa crítica era tan mordaz como a algunos les hubiera gustado, pero el principal motivo por el que la clase de opinión expuesta anteriormente me parece tan mierdosa es porque parece querer desacreditar el arte de otro maestro con el equivalente intelectual de el “¡y tu con las gafas!”, del famoso chiste.

Que vengan los payasos

Soy consciente de que a muchos les puede pasar con Hopper lo mismo que a alguien a punto de ver una película recomendada por todas las guías de cine, todos sus amigos e incluso el profesor que te tenía manía en la EGB (siglas de mundo viejuno), pero que después del visionado dice “¿Y tanto para esto?”

Las obras del americano no son obviamente bellas, si se parecen a otro tipo de arte sería a Bob Dylan (sobre todo al Dylan de los últimos discos), en que probablemente te echen para atrás al principio, pero después algo te hace repetir, detenerte en los detalles, dejarte llevar por la historia que te cuenta. O por la que tu crees que te cuentan.

Aunque me las arreglé para asistir el día que no se daban ninguna de las conferencias que hablaban de la influencia de Hopper en, por ejemplo, la estética del cine, ni sé si alguien hablaría de que el abuelo Simpson aparece durante un fotograma de la serie integrado dentro de “Nighthawks”, pude estirar la oreja a las visitas guiadas (conseguí pase de prensa, imaginen que hago el gesto de quitarme polvo del hombro) para aprender algunos detalles que desconocía de las vicisitudes “Hopperianas”.

"Love Songs" de Rockwell


Pero la historia que más me gustó estaba a la vista. En una pequeña reproducción de “Two Comedians” (dos comediantes) se contaba la historia de cómo ese cuadro servía como paralelismo de la canción “Send in the clowns” de Sondheim, un clásico popularizado por Sinatra – propietario del lienzo hasta su muerte – que se transformaría en habitual del repertorio de Barbra Streisand, y cuya anécdota mas jugosa para mi es la siguiente: Por culpa de las habituales improvisaciones vocales de Bono (el de U2), el grupo tuvo que pagar una pequeña multa en concepto de derechos de autor después de que al señor Hewson se le ocurriera citar un trocito del tema durante el directo “Under a blood red sky”. El directo que además se supone tenía que cubrir los gastos de grabación por el vídeo del concierto en Red Rocks. Ay, Bono, Bono...

Hay una diferencia importante entre el tema de Sondheim y la pintura. En la canción se nos describe a una pareja que llega al final de sus relaciones con cada uno de los implicados en posturas diametralmente opuestas. Uno “girando sobre si mismo”, el otro “a medio aire” (mas bien, flotando a media distancia, distante, ni triste ni alegre).

La pintura, por su parte, nos presenta a dos comediantes dando el saludo final al proscenio, como si dijeran “Esto es todo”. Son figuras envejecidas, y no es para menos, ya que sus rostros son los de su propio autor y su esposa – la cual sirvió como modelo femenino para buena parte de su obra – a la altura de 1965, dos años antes del fallecimiento de Edward. Ésta pintura sí que estaba dentro de la exposición, y poder admirarla de tan cerca – por cierto, todo hay que decirlo, el lienzo está un poco abombado – me produjo la misma emoción que la primera vez que me encontré con “Nighthawks”, la misma admiración de un talento singular. Pero no solo eso, puede que por el hecho de saber que éste era el último testamento de Hopper, otra emoción se apoderó de mi: la de ser consciente de que estar leyendo su carta de despedida, el mensaje cifrado de alguien que dice “no tengo nada más que ofrecer”, parafraseando los créditos de un álbum de Leonard Cohen: “Esto (todas mis obras), es lo mejor que pude hacer con el tiempo dado en este mundo y bajo las circunstancias”.

Otra sensación curiosa que tuve al andar por los pasillos del museo – y siguiendo con el paralelismo musical – es que una exposición como esta equivale a defender tus canciones en directo. Nada de la cómoda apreciación en libros de Taschen sobre la mesa, ni una interesante reseña en el periódico o en un reportaje televisivo, aquí el espectador viene al artista y no al revés. Y si uno realiza el peregrinaje sin guías de ningún tipo, solo tiene sus ojos y su cabeza para interpretar lo que tiene delante.



La tristeza contenida de “Soir Bleu”o en “Habitación de Hotel”, la sensualidad poco atractiva de “Mañana en la ciudad”, o el gusto por las edificaciones solitarias como “Casa junto a la vía” muestran a un hombre que parece disfrutar dejando el peso del encuadre en personas que son casi objetos, y en objetos que adquieren personalidad.

Hopper fue, es, y será siempre, el instante perdido, el retratista de las soledades que al mismo tiempo no dudaba en presentar momentos de camaradería sincera, un conformista disconforme, mas allá del típico “amasijo de contradicciones” que somos la mayoría de la población. O quizás consciente de ello, no le daba ningún resquemor trasladarlo al pincel.

Lamento no haber publicado esta entrada ANTES de que terminara la exposición, pero algún motivo se me tenía que ocurrir para publicarlo y tampoco quería dejar de hablar del maestro, aunque éste sea mi blog y le ponga el cardado ochentero que a mi me dé le gana, me parece conveniente explicar el por qué de lanzarlo al cyberespacio ahora. Además, si he conseguido picar a alguien para que ahonde un poco en la obra de este maestro, pues mucho mejor...


Anécdota: Mi hermana había visto una oferta de "merchandising" de la exposición... en la revista "Woman", que me encontré en la habitación de mi hotel, huelga decir que la oferta no se correspondía con la realidad, el arte no es siempre cultura barata...


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