A
pesar de que estudié Historia del Arte – durante COU, al menos –
nunca he sido mucho de ir a exposiciones de muto propio. Quizás
porque no hay nada mejor para quitarle la gracia al arte que
estudiarlo, quizás por la idea de que “si tengo casi todo en las
fotos del libro, ¿para qué voy a ir a verlo en persona?” Yo
siempre he ido mas a exposiciones a rebufo de las circunstancias, en
plan; “ya que estamos en la ciudad X ¿Cómo no vamos a ir a ver el
museo B?” A pesar de mi desidia inicial, he acabado con grandes
hallazgos, como el museo
de arte abstracto de Cuenca (¡¡¡visítenlo ya!!) o encontrarme
de casualidad con una exposición de Andy
Warhol en Cáceres, lata de Campbell y silla eléctrica incluidas.
A
pesar de estas alegrías, si yo fuera rico no me veo coleccionando
obras de arte, aunque entiendo que es una buena forma de invertir –
sobre todo cuando al artista le quedan 2 telediarios de vida -, pero
al igual que Indiana Jones, creo que ciertas cosas deberían estar en
un museo, en lugar de en las paredes del water de algún cateto
con la cartera llena. A menos, claro, que alguien me ofreciera
una ganga por obras de Edward Hopper, que han sido la exposición
estrella de este verano (según El País, LA
exposición del verano) en el museo Thyseen de Madrid, acompañada
de conferencias, retrospectivas y otros extras que suelen conllevar
estas miradas a la obra de un pintor tan importante como este.
No
recuerdo exactamente la primera vez que vi “Nighthawks”
(traducido como “noctambulos” aunque yo prefiero la literal
“halcones nocturnos”) pero recuerdo que fue una de las pocas
veces que un cuadro me emocionó de forma profunda e inmediata. Para
alguien a quién la gente regala libros de HR Giger, que se suman a
los que ya tengo de Luis Royo, puede sonar rara mi devoción por el
pintor americano, pero lo cierto es que ha sido hasta ahora la única
vez que he ido a otra ciudad con el deseo expreso de ver una
exposición.
La
verdad sea dicha, tampoco era el plan original, podría haberme
esperado a los últimos días y hacer doblete con el concierto de los
Flower Kings, ya que el hecho de viajar para ver a un grupo sí es
mas común en mi. Pero a veces uno siente un impulso raro, y antes de
darse cuenta, ya ha reservado una habitación baratita y tiene un
ticket para el bus nocturno, Hopper se merece mucho, pero no sé si
eso incluye el AVE o conducir por la capital del Reino. Una vez allí,
y a pesar de haberme llevado solo una muda, no dejé de sopesar
algunas opciones extra, como ir al concierto de Marlango (que tampoco
es que me apasionen) o quedarme unos días mas para ver al Boss,
de nuevo, en concierto. Opciones que fueron finalmente desechadas
porque una cosa es una escapadíta rápida para ver cuadros y otra
montarte unas vacaciones con tanta improvisación.
El hit-single, versión Lego |
Dos
artistas
Tras
sobrevivir a las creativas cerraduras de la habitación del hotel –
un día de estos abrimos las puertas con un escáner de retina hasta
en los moteles de carretera, se lo digo yo – y a un contumaz
freestyle en el metro, llegué al Thyssen. Un par de días antes de
mi visita había sido la inauguración, con asistentes tan insignes
como Rodrigo Rato – probablemente mas de un accionista de Bankia
habría ido armado con unos cuantos cartones de huevos podridos, de
haberlo adivinado – o, por supuesto, la Baronesa. Siempre me
pregunto si sería capaz de llevar a cabo mi infantil deseo de
plantarme ante Tita Cervera y decirle a la cara: “Señora Baronesa,
¿se acuerda de cuando usted salía en la portada del LIB?
Qué tiempos ¿Verdad?”
Probablemente
lo recuerda demasiado bien, así que no tendría demasiado sentido.
Pero
hablemos de Hopper, que es para lo que estamos aquí.
Nacido
a finales del siglo XIX, Edward Hopper (nada que ver con Dennis), es
un artista de un talante hasta cierto punto esquizofrenico, extraño.
Dos palabras que no mucha gente suele asociar con este hombre. En
parte, esto se debe a su trayectoria vital, a diferencia de otros
genios – porque para mi, no cabe duda de que lo es -, Hopper llevó
una vida sin excesivas complicaciones: con un ambiente familiar libre
de grandes dramas, pasó un año viviendo en París, volvió a los
Estados Unidos, se casó una sola vez, consiguió un reconocimiento
respetable en vida, pasaba los veranos en la playa y murió sin
demasiada pompa.
Por
si fuera poco, todo esto lo consiguió sin ganarse la fama de
pesetero o inestable de Pollock. Pero si alguien piensa que Hopper es
un artista un poco extraño porque sufriera un repentino cambio en
sus maneras de pintar, se equivoca. No, no se trata de un Picasso,
sus obras casi siempre utilizan una gama de colores pastel apagados
(aunque con los años intensificó la luminosidad de estos, quizás
por predilección, quizás porque así le era más fácil distinguir
las figuras) y no tienen, en apariencia, grandes cambios en su
temática.
En
apariencia.
Les
avisó ya de que mi obra favorita, su gran éxito, su hit single,
“Nighthawks” no estuvo incluida en esta exposición, mucho me
temo que sigue la mar de tranquila en Chicago, una lástima. Pero el
resto de obras que se han traído son igualmente útiles para
desgranar los recursos, hallazgos y vericuetos de la obra de Hopper.
Aparte de sus óleos, también tenemos una colección de grabados y
acuarelas, así como una presentación de algunas portadas que
realizó el artista para diversas publicaciones – el oficio de
ilustrador le sirvió para ganarse el pan durante bastante tiempo, a
pesar de que cada vez le satisfacía menos - . Por no hablar de una
reproducción del también emblemático “Sol de Mañana”, a
tamaño natural, (estatua, cama, paredes, una especie de diorama
gigante, por describirlo de alguna manera) incluyendo proyecciones de
lo que tendría que ser el exterior de la ventana. El espectador
tiene unos escalones en los que subirse y ver la obra a través de un
marco, como si fuera la pintura o girarse para ver cómo habría sido
el rostro completo de la mujer que recibe los rayos solares.
El hit-single, tal cual |
Es
en las obras menos conocidas de Hopper, en las que se ve el contraste
dentro de su cuerpo creativo. De siempre, se le ha conocido como el
retratista del estilo de vida americano pero desprovisto de la pompa
y el autobombo, los ojos de sensibilidad europea (esto suele querer
decir “mas artísticos”) que diseccionan sin miramientos el
aislamiento de las personas dentro de las grandes ciudades. Como en
una película de Kubrick, no parece haber misericordia en su forma de
retratar a los personajes, hastiados en su existencia, solitarios o
ignorantes de lo que sucede a su alrededor.
Pero
es en sus cuadros que retratan la vida en las costas, con jóvenes
compartiendo una pequeña embarcación, en las que se deja ver que el
artista también era muy capaz de conjurar el espíritu de las tardes
placenteras, de la amistad que une a aquellos que practican la misma
afición o, simplemente, los beneficios de observar el mar calmo sin
mas prisa que la de ver pasar las horas, sin pena ni dolor.
Desde
luego, es una “esquizofrenia creativa” muy alejada de, pongamos,
Francisco de Goya, cuyas obras también estaban siendo protagonista
de una exposición mas prosaica en el metro de Madrid. Pero que ha
provocado que muchos lo sitúen en el extremo contrario a Norman
Rockwell, a quién le ha caído no pocas veces – por no decir
siempre - el San Benito de ser el representante de esa actitud
placentera para con el American way of life de la que
hablábamos anteriormente. En una biografía no autorizada sobre
Steven Spielberg se echaba un poco más de sal en la herida
comparando su cine con las caricaturas costumbristas de Rockwell,
esas que aludían al americano simple que lo que quiere es
entretenimiento sin complicaciones, el Johnny Sixpack, que se
dice.
Lamento
expresarme de este modo – o no -, pero esa opinión me parece una
mierda.
Tanto
Rockwell como Spielberg (o su versión mexicana sin sindicar), tienen
ciertos puntos autoparódicos en sus obras, y nunca me he creído
demasiado que en las caricaturas de Norman no hubiese también
algunos elementos de crítica acerca de su país. Otra cuestión es
si esa crítica era tan mordaz como a algunos les hubiera gustado,
pero el principal motivo por el que la clase de opinión expuesta
anteriormente me parece tan mierdosa es porque parece querer
desacreditar el arte de otro maestro con el equivalente intelectual
de el “¡y tu con las gafas!”, del famoso chiste.
Que
vengan los payasos
Soy
consciente de que a muchos les puede pasar con Hopper lo mismo que a
alguien a punto de ver una película recomendada por todas las guías
de cine, todos sus amigos e incluso el profesor que te tenía manía
en la EGB (siglas de mundo viejuno), pero que después del visionado
dice “¿Y tanto para esto?”
Las
obras del americano no son obviamente bellas, si se parecen a otro
tipo de arte sería a Bob Dylan (sobre todo al Dylan de los últimos
discos), en que probablemente te echen para atrás al principio, pero
después algo te hace repetir, detenerte en los detalles, dejarte
llevar por la historia que te cuenta. O por la que tu crees que te
cuentan.
Aunque
me las arreglé para asistir el día que no se daban ninguna de las
conferencias que hablaban de la influencia de Hopper en, por ejemplo,
la estética del cine, ni sé si alguien hablaría de que el abuelo
Simpson aparece durante un fotograma de la serie integrado dentro de
“Nighthawks”, pude estirar la oreja a las visitas guiadas
(conseguí pase de prensa, imaginen que hago el gesto de quitarme
polvo del hombro) para aprender algunos detalles que desconocía de
las vicisitudes “Hopperianas”.
"Love Songs" de Rockwell |
Pero
la historia que más me gustó estaba a la vista. En una pequeña
reproducción de “Two Comedians” (dos comediantes) se contaba la
historia de cómo ese cuadro servía como paralelismo de la canción
“Send in the clowns” de Sondheim, un clásico popularizado por
Sinatra –
propietario del lienzo hasta su muerte – que se transformaría en
habitual del repertorio de Barbra Streisand,
y cuya anécdota mas jugosa para mi es la siguiente: Por culpa de las
habituales improvisaciones vocales de Bono (el de U2), el grupo tuvo
que pagar una pequeña multa en concepto de derechos de autor después
de que al señor Hewson se le ocurriera citar un trocito del tema
durante el directo “Under a blood red sky”. El directo que además
se supone tenía que cubrir los gastos de grabación por el vídeo
del concierto en Red
Rocks. Ay, Bono, Bono...
Hay
una diferencia importante entre el tema de Sondheim y la pintura. En
la canción se nos describe a una pareja que llega al final de sus
relaciones con cada uno de los implicados en posturas diametralmente
opuestas. Uno “girando sobre si mismo”, el otro “a medio aire”
(mas bien, flotando a media distancia, distante, ni triste ni
alegre).
La
pintura, por su parte, nos presenta a dos comediantes dando el saludo
final al proscenio, como si dijeran “Esto es todo”. Son figuras
envejecidas, y no es para menos, ya que sus rostros son los de su
propio autor y su esposa – la cual sirvió como modelo femenino
para buena parte de su obra – a la altura de 1965, dos años antes
del fallecimiento de Edward. Ésta pintura sí que estaba dentro de
la exposición, y poder admirarla de tan cerca – por cierto, todo
hay que decirlo, el lienzo está un poco abombado – me produjo la
misma emoción que la primera vez que me encontré con “Nighthawks”,
la misma admiración de un talento singular. Pero no solo eso, puede
que por el hecho de saber que éste era el último testamento de
Hopper, otra emoción se apoderó de mi: la de ser consciente de que
estar leyendo su carta de despedida, el mensaje cifrado de alguien
que dice “no tengo nada más que ofrecer”, parafraseando los
créditos de un álbum de Leonard Cohen: “Esto (todas mis obras),
es lo mejor que pude hacer con el tiempo dado en este mundo y bajo
las circunstancias”.
Otra
sensación curiosa que tuve al andar por los pasillos del museo – y
siguiendo con el paralelismo musical – es que una exposición como
esta equivale a defender tus canciones en directo. Nada de la cómoda
apreciación en libros de Taschen sobre la mesa, ni una interesante
reseña en el periódico o en un reportaje televisivo, aquí el
espectador viene al artista y no al revés. Y si uno realiza el
peregrinaje sin guías de ningún tipo, solo tiene sus ojos y su
cabeza para interpretar lo que tiene delante.
La
tristeza contenida de “Soir Bleu”o en “Habitación de Hotel”,
la sensualidad poco atractiva de “Mañana en la ciudad”, o el
gusto por las edificaciones solitarias como “Casa junto a la vía”
muestran a un hombre que parece disfrutar dejando el peso del
encuadre en personas que son casi objetos, y en objetos que adquieren
personalidad.
Hopper
fue, es, y será siempre, el instante perdido, el retratista de las
soledades que al mismo tiempo no dudaba en presentar momentos de
camaradería sincera, un conformista disconforme, mas allá del
típico “amasijo de contradicciones” que somos la mayoría de la
población. O quizás consciente de ello, no le daba ningún
resquemor trasladarlo al pincel.
Lamento
no haber publicado esta entrada ANTES de que terminara la exposición,
pero algún motivo se me tenía que ocurrir para publicarlo y tampoco
quería dejar de hablar del maestro, aunque éste sea mi blog y le
ponga el cardado ochentero que a mi me dé le gana, me parece
conveniente explicar el por qué de lanzarlo al cyberespacio ahora.
Además, si he conseguido picar a alguien para que ahonde un poco en
la obra de este maestro, pues mucho mejor...
Anécdota: Mi hermana había visto una oferta de "merchandising" de la exposición... en la revista "Woman", que me encontré en la habitación de mi hotel, huelga decir que la oferta no se correspondía con la realidad, el arte no es siempre cultura barata...
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