LUGAR:
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Esta es la pinta que tiene, sin la absenta y la dedicatoria, claro
No
les voy a engañar, el cultura barata de hoy es ocupado por el grupo
en el que toca y canta una amiga de un amigo – el regreso del
concepto amiga consorte -, pero,
aparte de eso, realmente me ha gustado mucho la música que
contiene, y como ha dicho otra compañera, la escucha se te pasa muy
rápido, así que lo tienes que poner otra vez. Y eso solo puede ser
un buen síntoma.
Doppler
son Cristina Alonso (guitarra, voz), Rafa Galvez-Cañero (guitarra),
Juan Sánchez (bajo) y Antonio Alcántara (bateria), con la
participación de Jesús Muñuzuri en tres temas. No hay ninguna
versión y se trata de un compacto auto producido, con 11 canciones
que demuestran la variedad de influencias del grupo, tal y como ellos
mismos las describen: los Who, Muse o Eric Clapton, aunque yo
añadiría buenas dosis de garage, la Velvet Underground, los U2 de
sus inicios y quizás un poco de Dover, de los Dover de antes de
sucumbir a la electrónica, claro.
La
producción es muy buena, aunque echo de menos un sonido de batería
mas contundente, por otro lado el bajo suena genial, con cuerpo y
siempre dando unas líneas muy interesantes, todo el grupo está a un
gran nivel y en directo ganan en fuerza, aunque por supuesto,
aprovechando la coyuntura de los overdubs, servidor hubiera incluido
un poco de órgano hammond con su buena distorsión en algunos temas,
como en “So quite”.
Cristina
canta con mucha convicción, con un tono rasgado natural, nada
forzado, y en un inglés convincente. A la hora de destacar temas,
creo que mi favorito sin duda sería “Lonely”, con una gran
melodía de guitarra y unos cambios de ritmo muy interesantes. “The
way you love me” es sin duda una buena competidora para ser la
canción que recuerda a las vacaciones de verano - de cualquier
verano -, mientras que en “Tale song” destacaría la buena labor
de Antonio con las baquetas y el gran solo de guitarra que se marca
Galvez-Cañero.
Echo
de menos, no obstante, algunos coros en el estribillo de “The
rhythm of my feelings”, que es a veces demasiado cruda. Pero en “I
don't care anymore” recupera esa actitud descarada que tan bien le
sienta al grupo, que a veces parece jugar bajo la sombra de ZZ Top, muy
bueno. Aunque el lado mas calmo del grupo se revela en “A different
view” en la que Rafa toma la voz solista y se echa de menos un poco
mas de garra, que llega a los dos minutos, por cierto.
Aunque
solo un pequeño porcentaje de las letras de “Restart” está
incluido en el libreto, la dicción de Cris es lo bastante buena como
para entender lo que canta, en temas rápidos y enérgicos como
“Being me” el matrimonio entre los textos y la música es
prácticamente perfecto. Hablando de “Restart” (que cierra el
disco), es una buena despedida con las acústicas tomando el
protagonismo y con la cantante dejando una declaración de
principios: “I just wanna be... myself”, dejando un sonido de
piano invertido - como el principio del “Roundabout”
de Yes – a modo de interrogante final.
Un
buen debut, y una gran demostración del talento de un grupo del que
solo cabe esperar el 02, o como se vaya a llamar su próximo CD. Ya
están tardando en darle una oportunidad...
A
pesar de que estudié Historia del Arte – durante COU, al menos –
nunca he sido mucho de ir a exposiciones de muto propio. Quizás
porque no hay nada mejor para quitarle la gracia al arte que
estudiarlo, quizás por la idea de que “si tengo casi todo en las
fotos del libro, ¿para qué voy a ir a verlo en persona?” Yo
siempre he ido mas a exposiciones a rebufo de las circunstancias, en
plan; “ya que estamos en la ciudad X ¿Cómo no vamos a ir a ver el
museo B?” A pesar de mi desidia inicial, he acabado con grandes
hallazgos, como el museo
de arte abstracto de Cuenca (¡¡¡visítenlo ya!!) o encontrarme
de casualidad con una exposición de Andy
Warhol en Cáceres, lata de Campbell y silla eléctrica incluidas.
A
pesar de estas alegrías, si yo fuera rico no me veo coleccionando
obras de arte, aunque entiendo que es una buena forma de invertir –
sobre todo cuando al artista le quedan 2 telediarios de vida -, pero
al igual que Indiana Jones, creo que ciertas cosas deberían estar en
un museo, en lugar de en las paredes del water de algún cateto
con la cartera llena. A menos, claro, que alguien me ofreciera
una ganga por obras de Edward Hopper, que han sido la exposición
estrella de este verano (según El País, LA
exposición del verano) en el museo Thyseen de Madrid, acompañada
de conferencias, retrospectivas y otros extras que suelen conllevar
estas miradas a la obra de un pintor tan importante como este.
No
recuerdo exactamente la primera vez que vi “Nighthawks”
(traducido como “noctambulos” aunque yo prefiero la literal
“halcones nocturnos”) pero recuerdo que fue una de las pocas
veces que un cuadro me emocionó de forma profunda e inmediata. Para
alguien a quién la gente regala libros de HR Giger, que se suman a
los que ya tengo de Luis Royo, puede sonar rara mi devoción por el
pintor americano, pero lo cierto es que ha sido hasta ahora la única
vez que he ido a otra ciudad con el deseo expreso de ver una
exposición.
La
verdad sea dicha, tampoco era el plan original, podría haberme
esperado a los últimos días y hacer doblete con el concierto de los
Flower Kings, ya que el hecho de viajar para ver a un grupo sí es
mas común en mi. Pero a veces uno siente un impulso raro, y antes de
darse cuenta, ya ha reservado una habitación baratita y tiene un
ticket para el bus nocturno, Hopper se merece mucho, pero no sé si
eso incluye el AVE o conducir por la capital del Reino. Una vez allí,
y a pesar de haberme llevado solo una muda, no dejé de sopesar
algunas opciones extra, como ir al concierto de Marlango (que tampoco
es que me apasionen) o quedarme unos días mas para ver al Boss,
de nuevo, en concierto. Opciones que fueron finalmente desechadas
porque una cosa es una escapadíta rápida para ver cuadros y otra
montarte unas vacaciones con tanta improvisación.
El hit-single, versión Lego
Dos
artistas
Tras
sobrevivir a las creativas cerraduras de la habitación del hotel –
un día de estos abrimos las puertas con un escáner de retina hasta
en los moteles de carretera, se lo digo yo – y a un contumaz
freestyle en el metro, llegué al Thyssen. Un par de días antes de
mi visita había sido la inauguración, con asistentes tan insignes
como Rodrigo Rato – probablemente mas de un accionista de Bankia
habría ido armado con unos cuantos cartones de huevos podridos, de
haberlo adivinado – o, por supuesto, la Baronesa. Siempre me
pregunto si sería capaz de llevar a cabo mi infantil deseo de
plantarme ante Tita Cervera y decirle a la cara: “Señora Baronesa,
¿se acuerda de cuando usted salía en la portada del LIB?
Qué tiempos ¿Verdad?”
Probablemente
lo recuerda demasiado bien, así que no tendría demasiado sentido.
Pero
hablemos de Hopper, que es para lo que estamos aquí.
Nacido
a finales del siglo XIX, Edward Hopper (nada que ver con Dennis), es
un artista de un talante hasta cierto punto esquizofrenico, extraño.
Dos palabras que no mucha gente suele asociar con este hombre. En
parte, esto se debe a su trayectoria vital, a diferencia de otros
genios – porque para mi, no cabe duda de que lo es -, Hopper llevó
una vida sin excesivas complicaciones: con un ambiente familiar libre
de grandes dramas, pasó un año viviendo en París, volvió a los
Estados Unidos, se casó una sola vez, consiguió un reconocimiento
respetable en vida, pasaba los veranos en la playa y murió sin
demasiada pompa.
Por
si fuera poco, todo esto lo consiguió sin ganarse la fama de
pesetero o inestable de Pollock. Pero si alguien piensa que Hopper es
un artista un poco extraño porque sufriera un repentino cambio en
sus maneras de pintar, se equivoca. No, no se trata de un Picasso,
sus obras casi siempre utilizan una gama de colores pastel apagados
(aunque con los años intensificó la luminosidad de estos, quizás
por predilección, quizás porque así le era más fácil distinguir
las figuras) y no tienen, en apariencia, grandes cambios en su
temática.
En
apariencia.
Les
avisó ya de que mi obra favorita, su gran éxito, su hit single,
“Nighthawks” no estuvo incluida en esta exposición, mucho me
temo que sigue la mar de tranquila en Chicago, una lástima. Pero el
resto de obras que se han traído son igualmente útiles para
desgranar los recursos, hallazgos y vericuetos de la obra de Hopper.
Aparte de sus óleos, también tenemos una colección de grabados y
acuarelas, así como una presentación de algunas portadas que
realizó el artista para diversas publicaciones – el oficio de
ilustrador le sirvió para ganarse el pan durante bastante tiempo, a
pesar de que cada vez le satisfacía menos - . Por no hablar de una
reproducción del también emblemático “Sol de Mañana”, a
tamaño natural, (estatua, cama, paredes, una especie de diorama
gigante, por describirlo de alguna manera) incluyendo proyecciones de
lo que tendría que ser el exterior de la ventana. El espectador
tiene unos escalones en los que subirse y ver la obra a través de un
marco, como si fuera la pintura o girarse para ver cómo habría sido
el rostro completo de la mujer que recibe los rayos solares.
El hit-single, tal cual
Es
en las obras menos conocidas de Hopper, en las que se ve el contraste
dentro de su cuerpo creativo. De siempre, se le ha conocido como el
retratista del estilo de vida americano pero desprovisto de la pompa
y el autobombo, los ojos de sensibilidad europea (esto suele querer
decir “mas artísticos”) que diseccionan sin miramientos el
aislamiento de las personas dentro de las grandes ciudades. Como en
una película de Kubrick, no parece haber misericordia en su forma de
retratar a los personajes, hastiados en su existencia, solitarios o
ignorantes de lo que sucede a su alrededor.
Pero
es en sus cuadros que retratan la vida en las costas, con jóvenes
compartiendo una pequeña embarcación, en las que se deja ver que el
artista también era muy capaz de conjurar el espíritu de las tardes
placenteras, de la amistad que une a aquellos que practican la misma
afición o, simplemente, los beneficios de observar el mar calmo sin
mas prisa que la de ver pasar las horas, sin pena ni dolor.
Desde
luego, es una “esquizofrenia creativa” muy alejada de, pongamos,
Francisco de Goya, cuyas obras también estaban siendo protagonista
de una exposición mas prosaica en el metro de Madrid. Pero que ha
provocado que muchos lo sitúen en el extremo contrario a Norman
Rockwell, a quién le ha caído no pocas veces – por no decir
siempre - el San Benito de ser el representante de esa actitud
placentera para con el American way of life de la que
hablábamos anteriormente. En una biografía no autorizada sobre
Steven Spielberg se echaba un poco más de sal en la herida
comparando su cine con las caricaturas costumbristas de Rockwell,
esas que aludían al americano simple que lo que quiere es
entretenimiento sin complicaciones, el Johnny Sixpack, que se
dice.
Lamento
expresarme de este modo – o no -, pero esa opinión me parece una
mierda.
Tanto
Rockwell como Spielberg (o su versión mexicana sin sindicar), tienen
ciertos puntos autoparódicos en sus obras, y nunca me he creído
demasiado que en las caricaturas de Norman no hubiese también
algunos elementos de crítica acerca de su país. Otra cuestión es
si esa crítica era tan mordaz como a algunos les hubiera gustado,
pero el principal motivo por el que la clase de opinión expuesta
anteriormente me parece tan mierdosa es porque parece querer
desacreditar el arte de otro maestro con el equivalente intelectual
de el “¡y tu con las gafas!”, del famoso chiste.
Que
vengan los payasos
Soy
consciente de que a muchos les puede pasar con Hopper lo mismo que a
alguien a punto de ver una película recomendada por todas las guías
de cine, todos sus amigos e incluso el profesor que te tenía manía
en la EGB (siglas de mundo viejuno), pero que después del visionado
dice “¿Y tanto para esto?”
Las
obras del americano no son obviamente bellas, si se parecen a otro
tipo de arte sería a Bob Dylan (sobre todo al Dylan de los últimos
discos), en que probablemente te echen para atrás al principio, pero
después algo te hace repetir, detenerte en los detalles, dejarte
llevar por la historia que te cuenta. O por la que tu crees que te
cuentan.
Aunque
me las arreglé para asistir el día que no se daban ninguna de las
conferencias que hablaban de la influencia de Hopper en, por ejemplo,
la estética del cine, ni sé si alguien hablaría de que el abuelo
Simpson aparece durante un fotograma de la serie integrado dentro de
“Nighthawks”, pude estirar la oreja a las visitas guiadas
(conseguí pase de prensa, imaginen que hago el gesto de quitarme
polvo del hombro) para aprender algunos detalles que desconocía de
las vicisitudes “Hopperianas”.
"Love Songs" de Rockwell
Pero
la historia que más me gustó estaba a la vista. En una pequeña
reproducción de “Two Comedians” (dos comediantes) se contaba la
historia de cómo ese cuadro servía como paralelismo de la canción
“Send in the clowns” de Sondheim, un clásico popularizado por
Sinatra –
propietario del lienzo hasta su muerte – que se transformaría en
habitual del repertorio de Barbra Streisand,
y cuya anécdota mas jugosa para mi es la siguiente: Por culpa de las
habituales improvisaciones vocales de Bono (el de U2), el grupo tuvo
que pagar una pequeña multa en concepto de derechos de autor después
de que al señor Hewson se le ocurriera citar un trocito del tema
durante el directo “Under a blood red sky”. El directo que además
se supone tenía que cubrir los gastos de grabación por el vídeo
del concierto en Red
Rocks. Ay, Bono, Bono...
Hay
una diferencia importante entre el tema de Sondheim y la pintura. En
la canción se nos describe a una pareja que llega al final de sus
relaciones con cada uno de los implicados en posturas diametralmente
opuestas. Uno “girando sobre si mismo”, el otro “a medio aire”
(mas bien, flotando a media distancia, distante, ni triste ni
alegre).
La
pintura, por su parte, nos presenta a dos comediantes dando el saludo
final al proscenio, como si dijeran “Esto es todo”. Son figuras
envejecidas, y no es para menos, ya que sus rostros son los de su
propio autor y su esposa – la cual sirvió como modelo femenino
para buena parte de su obra – a la altura de 1965, dos años antes
del fallecimiento de Edward. Ésta pintura sí que estaba dentro de
la exposición, y poder admirarla de tan cerca – por cierto, todo
hay que decirlo, el lienzo está un poco abombado – me produjo la
misma emoción que la primera vez que me encontré con “Nighthawks”,
la misma admiración de un talento singular. Pero no solo eso, puede
que por el hecho de saber que éste era el último testamento de
Hopper, otra emoción se apoderó de mi: la de ser consciente de que
estar leyendo su carta de despedida, el mensaje cifrado de alguien
que dice “no tengo nada más que ofrecer”, parafraseando los
créditos de un álbum de Leonard Cohen: “Esto (todas mis obras),
es lo mejor que pude hacer con el tiempo dado en este mundo y bajo
las circunstancias”.
Otra
sensación curiosa que tuve al andar por los pasillos del museo – y
siguiendo con el paralelismo musical – es que una exposición como
esta equivale a defender tus canciones en directo. Nada de la cómoda
apreciación en libros de Taschen sobre la mesa, ni una interesante
reseña en el periódico o en un reportaje televisivo, aquí el
espectador viene al artista y no al revés. Y si uno realiza el
peregrinaje sin guías de ningún tipo, solo tiene sus ojos y su
cabeza para interpretar lo que tiene delante.
La
tristeza contenida de “Soir Bleu”o en “Habitación de Hotel”,
la sensualidad poco atractiva de “Mañana en la ciudad”, o el
gusto por las edificaciones solitarias como “Casa junto a la vía”
muestran a un hombre que parece disfrutar dejando el peso del
encuadre en personas que son casi objetos, y en objetos que adquieren
personalidad.
Hopper
fue, es, y será siempre, el instante perdido, el retratista de las
soledades que al mismo tiempo no dudaba en presentar momentos de
camaradería sincera, un conformista disconforme, mas allá del
típico “amasijo de contradicciones” que somos la mayoría de la
población. O quizás consciente de ello, no le daba ningún
resquemor trasladarlo al pincel.
Lamento
no haber publicado esta entrada ANTES de que terminara la exposición,
pero algún motivo se me tenía que ocurrir para publicarlo y tampoco
quería dejar de hablar del maestro, aunque éste sea mi blog y le
ponga el cardado ochentero que a mi me dé le gana, me parece
conveniente explicar el por qué de lanzarlo al cyberespacio ahora.
Además, si he conseguido picar a alguien para que ahonde un poco en
la obra de este maestro, pues mucho mejor...
Anécdota: Mi hermana había visto una oferta de "merchandising" de la exposición... en la revista "Woman", que me encontré en la habitación de mi hotel, huelga decir que la oferta no se correspondía con la realidad, el arte no es siempre cultura barata...
Otra
crónica realizada imitando la velocidad a la que Peter Gabriel hace
un disco. El peligro de no haberme puesto una fecha límite... y sí,
con más fotos cutres de mi móvil. Compréndanlo, la cámara réflex
me la llevo cuando tengo pase de prensa...
Secuelas
Crear
la segunda parte de una obra que muchos consideran clásica no es un
concepto artístico muy elevado. Quiero decir, Rodin nunca esculpió
“El regreso del pensador, Judgment Day”, ni Picasso pintó “Las
señoritas de Avignon vs. Zombies”, aunque teniendo el cuenta el
nivel de ciertas ocurrencias literario-cinematográficas,
tampoco lo voy a decir muy alto...
Incluso
Spielberg se negó a realizar la secuela de “Tiburón” por
considerarlo un truco barato para hacer que el público pasara de
nuevo por taquilla. Curiosamente no pareció opinar lo mismo de la
saga de Indiana Jones, (vale, “El templo maldito” es
estrictamente una precuela, pero “La última cruzada” no). Aunque
en su descargo hay que decir que solo accedió a dirigir “El mundo
perdido” y la tercera película jurásica porque no quería ver a
una franquicia creada por él mismo hundirse en la mas absoluta
miseria, como sucedió con la del escualo. Dónde deja eso a “Indiana
Jones y la calavera de cristal” es un enigma...
En
música, el asunto se complica, porque todavía en el cine tienes la
excusa de desarrollar unos personajes a los que el público les puede
coger cariño, pero en un contexto rock/pop - y en el que a veces no
hace falta hacer “secuelas” porque algunas bandas graban la misma
obra y una otra vez, hola Maná... - o incluso progresivo como el que
nos ocupa, eso solo tiene sentido si has hecho una obra... atención,
redoble de tambores, fanfarria
para un hombre común y fuegos
artificiales... ¡CONCEPTUAL!
Si
amigos, un disco conceptual de progresivo. Juntar todas esas palabras
en una sola frase es como si un chaval se presentara diciendo: “Me
gusta Star Trek, jugar al rol, y hacer cosplay en las convenciones de
Manga”. Es decir, a algunas personas les caerá bien de forma
inmediata y otros estarán pensando que ojalá no encuentre forma
humana (o de otro tipo) para reproducirse.
Siendo
justos, las obras conceptuales no son territorio exclusivo de Yes,
Genesis y compañía, los Who le dieron la vuelta afirmando que
“Tommy” y “Quadrophenia” eran “operas-rock”, lo cual las
debería poner en el mismo departamento que “Jesucristo Superstar”
o “Hair”. Pero éstas últimas ahora se consideran musicales,
¿dónde está la diferencia? ¿A quién le importa? ¿Se estrenará
en Broadway una versión de “Tales from topographic Oceans” con
Manolo Banderas comiendo curry debajo de los sintetizadores? ¿Puedo
hacer un chiste mas retorcido que solo unos pocos ciudadanos del
mundo pueden entender? ¡Claro que si, aquí va! “Tienes mas
peligro que Rayo Negro en un karaoke”. Por favor, no abandone el
blog que ahora mismo retomo el tema original.
Un
disco conceptual no es más que un álbum en el que desarrolla una
historia de principio a fin, con motivos en las letras y en la música
que a veces resultan autoreferenciales. Para algunos grupos han
significado un batacazo, como “The lamb lies down on Broadway” lo
fue para Genesis (mi disco favorito de TODOS los tiempos), y para
otros como Pink Floyd o el caso que nos ocupa, significó su
consagración.
Jethro
Ian Tull Anderson
Ahora
bien, ¿cómo planteas una segunda parte? Vale, Meat Loaf se plantó
con un épico “Bat Out of Hell II: Back to Hell” (uno de los
discos favoritos de mi hermana, en casa eramos poco de Los Fresones
Rebeldes), pero eso sólo significaba que Jim Steinman componía las
canciones (recordemos, el señor que hizo un musical sobre “El
baile de los vampiros” de Roman Polanski), mientras que una
obra conceptual progresiva, aunque tenga un final abierto, no da para
desarrollar mucho más un tema. Bueno, Rick Wakeman hizo “Journey
to the center of the earth” y para continuar la historia, lo que
hizo fue...¡mandar a nuevos personajes al centro de la tierra! Bajo
el imaginativo nombre de “Return to the center of the eart”
(próximamente en “Cultura Barata”). En el campo mas metalero,
Queensryche se plantó con una segunda parte de su “Operation
Mindcrime” y Dream Theater desarrollaron el tema principal de
“Metropolis” (canción del “Images and Words”) para ahondar
en las regresiones por hipnosis y sus consecuencias con el álbum
“Scenes from a Memory”.
Tullianos haciendo el Jethro
Pero
claro, aquí hablamos de Jethro Tull, o como reza mi entrada Ian
Anderson's Jethro Tull.
Antes
de proseguir con la historia de “Thick as a brick” y su segunda
parte presentadas en vivo en la capital cordobesa, me gustaría
aclarar la situación en la que se encuentra una de las bandas mas
longevas del género. Hace ya tiempo que Martin Barre, el guitarrista
y miembro mas veterano del grupo (aunque no fundador), declaró su
negativa a seguir la apretada agenda de directos que a veces exigía
Anderson. En particular, un atraco sufrido en Moscú le quitó
bastante las ganas de irse muy lejos. Por otro lado, Ian, quién
siempre ha estado en el combo y que todos entendemos ES Jethro Tull
(pues firma casi toda la música de su historia), ha afirmado que
prefería sacar esta “revisitación” de “Thick as Brick” bajo
su propio nombre porque el de la banda suele atraer a un público que
lo quiere es pasárselo bien mientras se emborracha escuchando
“Aqualung”.
Pero
me imagino que los promotores le habrán dicho: “Muy bien Ian,
majo, todos estamos contigo, pero... qué tal si haces como Roger
Waters y pones el nombre del grupo por el que se te conoce en algún
sitio y así nos aseguramos un alto porcentaje de ventas de entradas
durante la gira, por no hablar ya del disco?”
Dicho
y hecho, optamos por la decisión salomónica de plantarle un
genitivo sajón, y ala, a llenar salas grandes, vender... ¿Cds?
...que no está la cosa para arriesgar.
Retomando
la obra conceptual en cuestión: “Thick as a Brick” ha sido
descrito por Anderson como una suerte de “parodia de los discos
conceptuales” ¡ah! ¡Claro! ¡Eso era! Ian nos demostró en 1972
que el género se estaba tomando a si mismo demasiado en serio y
decidió cargar las tintas con las autoreferencias descritas
anteriormente, “la madre de los álbumes conceptuales”. Porque si
no lo sabían, el flautista cojo es el que hacía bromas fálicas con
su instrumento en uno de los vídeos
musicales de la banda, cuando no estaba lanzando una vomitona mas
falsa que un duro de madera en
otro...
Y
es que a Ian le gustan las bromas, siempre y cuando las haga él, no
en vano no temió en echar... ¡por carta! A algunos de los veteranos
de Jethro... Dicho de otra manera, a pesar de que los tullianos le
tengan mucho aprecio a este hombre – lógico, porque es un grande
de la música -, yo nunca he podido evitar sentir un cierto resquemor
ante sus maneras sobre el escenario. Quiero decir, cuando alguien
como Peter Gabriel, Alice Cooper o Jarvis Cocker exageran sus
manierísmos en base a una canción, sabes que están haciendo un
papel. El problema con Anderson es que actúa casi siempre con esa
excentricidad exagerada que le acerca mas al cabaret que al rock.
El autor se hace un auto retrato en un bar cordobés
Por
supuesto, todo esto se basa en sus actuaciones en vídeo, ya que ésta
es la primera vez que veía a Anderson en directo. La idea básica
parece muy simple: interpretar el álbum original al completo durante
la primera parte del show y su secuela íntegramente después, más
unos bises ¿Qué puede salir mal?
Principalmente,
podría ocurrir que la segunda parte, auspiciada por Derek Shulman –
ex-miembro de Gentle Giant -, desluciera tristemente frente a su
predecesora, haciendo que el respetable se refugiara en el water o la
barra, hasta que volviesen los viejos éxitos hacia el final del
concierto.
Nada
de eso, les digo desde ya que el show fue un éxito de público, no
solo porque se vendieran todas las entradas, sino que la gente se
quedó encantada con el ofrecimiento del grupo, se supusiera o no que
eran los “auténticos” Tull.
Llegados
a este punto, y a pesar de que pueden aprender en la wikipedia lo que
les voy a contar a continuación, aclaremos de qué van “Tonto como
un ladrillo” y su sucesora “Lo que le pasara a Gerald Bostock”:
La primera parte, con su compleja – y famosa – presentación como
periódico local, se basaba en un supuesto poema épico perpetrado
por el susodicho Gerald, niño que aparecía en la portada del álbum
y que obviamente, no era el autor auténtico de nada, siendo todo una
coña de Anderson. Básicamente, se trataba de las diatribas sobre el
hacerse mayor, repleto de todas las influencias que el grupo había
acumulado hasta entonces: el folk británico, elementos de música
clásica, potentes acordes de rock de vez en cuando, muchos cambios
de ritmo y algunos ramalazos del blues de sus principios.
Intermedio:
En el documental sobre la banda, dentro de la serie “Classic
Artists”, el grupo afirma que el mítico DJ John Peel les
retiró el saludo en cuanto abandonaron el blues. Como respuesta,
Anderson dice que decidió dejar el estilo del delta del Missisipi
porque no era ni negro ni americano y no se sentía auténtico cuando
lo interpretaba. Si, yo pienso lo mismo, levántese usted y
explíqueselo a Eric Clapton, que le va a dar un guantazo con un fajo
de billetes. Fin del Intermedio.
La
secuela, el retonno, no se nos presenta en la cuidada edición
periodística de su predecesor, ya que no están los tiempos para
semejantes despilfarros, aunque existe una versión con DVD,
incluyendo una suntuosa mezcla del disco en sonido 5.1 auspiciada por
Steven Wilson, que parece competir en menos horas de sueño con su
tocayo Hackett. Además, el St Cleeve ya no es un periódico local,
sino una web, ¡qué signo de los tiempos! ¡Qué ironía! Por si
fuera poco, el contenido desglosa las posibles diatribas de Gerald en
el caso de que se hubiese transformado en un banquero, un hombre
casado, o un sintecho homosexual, er... Bueno, es su disco y hace con
él lo que quiere...
¿Es
tan bueno como el primer “Thick as a Brick”? Mmm, hay quién
podría discutir que para hacer una secuela como tal, tendría que
haber contado con el mismo equipo de músicos que en el álbum
original, o que tendría que al menos haber utilizado la misma
instrumentación. Pero eso es lo bueno de Jethro/Ian, ¡siempre han
hecho lo mismo! Salvo algunos lapsos en los ochenta en los que se les
fue un poco la mano con los sintetizadores y las cajas de ritmo, las
guitarras acústicas, el hammond, el piano y la flauta siempre han
sido las señas de identidad del grupo.
La
verdad es que ni en casa ni en concierto, el álbum desluce frente al
original, pero antes, pasemos a una de esas interesantes peroratas
sobre el ambiente previo al concierto que tanto gustan...
Córdoba
Salí
de Sevilla con mucha antelación porque, aparte de buscar
aparcamiento y ponerme en la fila para conseguir un buen sitio dentro
del teatro Axerquía, tenía que intentar vender la entrada sobrante
– como en el caso de El
Boss, me tocó ir solo al final – al mejor postor.
Afortunadamente, a una hora tan temprana como las siete de las tarde
– las puertas del recinto se abrían a las diez de la noche y el
espectáculo debía empezar a las once y media – ya había gente en
la puerta, y dentro de un grupo de chavales, había uno que se la
había jugado tanto como para esperar a que abriera la taquilla del
teatro para comprar su entrada.
Solventado
ese problema me fui a dar una vuelta, ya que no tenía mucho sentido
ponerse ya a esperar. Siempre menciono haber tenidos recuerdos muy
negativos sobre la capital cordobesa cuando era pequeño, ya que
yendo con mis padres, nos cayó la mundial. Así que en mi interior,
durante algunos años Córdoba significó “ciudad oscura en la que
llueve mucho”. No fue hasta tiempo después que empecé a visitarla
de forma más asidua cuando mi aprecio por ella empezó a crecer.
Pero antes de que esto acabe como un articulo en plan “Córdoba,
qué hermosa eres”, baste decir que conozco los monumentos, bares y
restaurantes suficientes como para decir que merece mucho la pena
visitarla.
Y
conducir por ella es tan coñazo como cualquier otra capital que se
conoce pero sólo te has movido por ella en transporte público.
Con
todo, tengo que decir que aparqué de forma gratuita y no demasiado
lejos del teatro. El trayecto fue tan tranquilo como puede serlo de
camino a una ciudad sin playa durante la sobremesa de un sábado
veraniego. Lo único que me tocó un poco la moral era la progresiva
– nótese lo adecuado de la palabra, según el contexto – pérdida
de presión en una de las ruedas, que tiempo después se revelo como
un molesto tornillo incrustado en la goma. En fin, nada que un
parcheo de taller no solucionase.
De
vuelta al teatro, realicé las pertinentes llamadas de “he llegado,
todo bien” y me puse a esperar con los demás tullianos. Desde el
recinto nos llegaba la prueba de sonido, sigo sin entender la gracia
que puede tener para nadie el ganar una invitación para estas cosas,
durante el tiempo que trabajé de pipa, el soundcheck siempre
me ha parecido una de las cosas mas aburridas y tediosas a las que
uno puede asistir por placer. Quiero decir, ¿de verdad te hace
ilusión escuchar al batería diciendo “un poco mas de graves en la
caja y reverb en los
platillos” mientras el guitarrista dice que no se escucha lo
bastante a pesar de que tiene el ampli a punto de reventar?
Como
en cualquier grupo veterano el rango de edad entre los asistentes era
absurdamente amplio: muchas camisetas de giras pasadas, no solo de
Jethro, sino también de Genesis, Pink Floyd, Roger Waters, algún
heavy que otro... Un señor con un pequeño nivel de embriaguez se
paseaba alrededor de una vela depositada por él mismo en el suelo.
Desconozco los motivos del ritual, pero este caballero estaría a
punto de ser víctima de su propia desgracia durante la segunda parte
del concierto, cuando, un poco “alegre” estuvo a punto de caerse
sobre un pequeño grupo del respetable mientras intentaba volver a su
sitio.
Menú concierto, 5 tenedores
La
hora tan tardía para empezar el concierto tiene mucho sentido: en
Córdoba hace tanto fresquito durante el día como en la capital
hispalense – o sea, ninguno tirando a signo negativo – así que
los asistentes que no se tomaran tan en serio lo de estar cerca del
escenario, no tenían porque arriesgarse a una insolación. Tampoco
había mucho riesgo que correr, los muros del recinto daban una buena
sombra y el día no era especialmente caluroso.
El
concierto se enmarcaba dentro del “festival de guitarra”, que en
temporadas anteriores ha tenido a virtuosos del instrumento tan
conocidos como Bob Dylan, en un claro homenaje a su participación
en el Festival de Guitarra en la Expo 92 junto a otro mandamás de
las seis cuerdas como Miguel Bosé. Estoy de coña, aunque
probablemente JT tendría más sentido dentro de un hipotético
“Festival de la flauta travesera”, se trata más bien de la serie
de conciertos que se celebran en muchas ciudades que aunque
ciertamente tienen mucho protagonismo de la guitarra – sobre todo
en la vertiente de flamenco -, tienen estas pequeñas concesiones a
otros estilos y públicos.
El
Axerquía es un recinto en forma de anfiteatro, con mucha vegetación
natural, una interesante terraza, y un ambigú con precios normales,
no de los que te vacían la cartera después de un refresco y un
bocata. No llegué a pasarme por el puesto de merchandising - ¿ya
estoy muy mayor para esta mierda o es que me sale más barato
comprarla por Internet?-, pero había flyers de fiesta en la propia
terraza del teatro para aquellos que quisieran seguir disfrutando de
la caña del rock progresivo.
Una
vez que empezamos a sentarnos en las civilizadas sillas – pude
conseguir sitio en la primera fila -, reparé en la música de
ambientación pre-concierto. Sonó “Golden Brown” de los
Stranglers, lo cual me descolocó un poco ya que llevaba unos
cuantos días pensando en esa canción sin llegar a ponerla en ningún
momento. También sonó una versión de ”21st
century schizoid man”, aunque no la original, sino que me atrevería
a insinuar a que era la de alguno de los discos en directo de Greg
Lake, lo cual no deja de ser apropiado, ya que al actual guitarrista
de Anderson lo conocí por el DVD en directo de la banda del
vocalista de ELP.
Hubo
un par de momentos tontunos antes de empezar el show: por un lado,
parte del respetable que llegó a última hora – sus motivos
tendrían – decidieron situarse en el espacio que mediaba entre las
sillas y el escenario. Increpados a este respecto por la parte del
respetable que no veríamos mucho del espectáculo si permanecían de
esa manera todo el rato, un señor se rebotó y se puso a gritar
“¡esto ha sido siempre de estar de pie y no sé por qué han
tenido que poner esto con tantas sillas!” Desconozco si este
caballero tendría la razón, aunque me cuesta creer que el teatro
haya tenido nunca otra estructura diferente – a menos que haya
pasado por una remodelación monstruosa -, tampoco es para ponerse
así. Afortunadamente, accedió a quedarse sentado en la dura piedra,
por lo menos hasta el par de de canciones finales.
El
otro momento tuvo que ver con los fotógrafos, los cuales se estaban
situando de la forma que les parecía mas oportuna a lo largo del
escenario. El problema vino cuando el roadie que se encargaba de
organizarlos empezó a gritarle a uno de ellos, en inglés. Como el
reportero gráfico no las tenía todas consigo en lo referido al
idioma de Shakespeare, pareció pensar que le estaban echando una de
esas broncas que de vez en cuando a uno le caen sin motivo aparente.
Lo que en realidad pasaba es que a los fotógrafos los querían
concentrar a un lado del escenario, aunque había bastante personal y
el espacio al que los destinaban era tan reducido que quizás
“atocinados” sería un adjetivo más correcto. Por supuesto,
después del límite de las dos primeras canciones, cada uno hizo lo
que le pareció mas conveniente, le gustara al stage
manager o no, haciendo las fotos
que podían desde los ángulos que les quedaban al ir alejándose del
escenario, o en palabras del fotógrafo que recibió la “bronca”:
“¡pues ahora me voy a poner ahí!”
La
flauta es un instrumento de ¿heavy? metal
Al
igual que el show original, la cosa empezó con los miembros de la
banda vestidos como mozos de almacén que barren el escenario con sus
cepillos, mientras en el fondo del escenario se proyectaban los
cortos preparados para acompañar la acción: empezando por uno en el
que Anderson ataviado con un peluquín demasiado obvio para querer
aparentar ser auténtico, y con una bata de médico, le da la
bienvenida a Gerald, (está grabado en modo subjetivo, así que
nosotros somos Bostock), presentándose como su terapeuta y
preguntando si no sería mejor ver cómo empezó todo...
En
el escenario, los músicos se despojan de sus disfraces y dejan ver
su ropa, y creo que más de uno pensaría que para esto hubiera sido
mejor dejarse los abrigos de mozo. En el documental que mencionamos
anteriormente, el bajista Dave Pegg ya ponía sus pegas sobre los
estrafalarios ropajes que tuvo que lucir durante su etapa en el
grupo. Yo, sinceramente, tampoco entiendo la necesidad de dar la
impresión de haber salido de una función teatral aficionada de
“Robin Hood”, aunque en esta ocasión la cosa era un poco más
contenida: los tirantes rojos del Florian Ophale, la chaqueta –
también roja – del bajista David Goodier, o el uniforme colonial
del batería daban la impresión de...bueno, de estar en un concierto
de Jethro Tull.
Anderson
hizo acto de presencia y se plantó en el extremo derecho del
escenario para cantar las míticas líneas del disco original, con el
micrófono inalámbrico causando algunos problemas, así que no tardó
en recurrir al situado en el centro de la escena, con su conveniente
cable. No tardamos en darnos cuenta de que Ian contaba con algo de
“ayuda” extra, una comprensible y otra no tanto.
La
comprensible era el actor / bailarín Ryan O'Donnell, quién cantaría
muchas de las líneas cuya tonalidad le resulta muy difícil de
alcanzar al líder del grupo – los años no perdonan -, además de
realizar algunos interesantes escorzos mientras se desplaza por el
escenario. La no tan comprensible son los sonidos de flauta y capas
de teclado que parecían salir de ninguna parte. Vale, muchos grupos
usan partes secuenciadas en sus directos, pero ¿era necesario ser
tan obvio? En las entrevistas pertinentes, Anderson se ha justificado
diciendo que la alternativa era tener a alguien dos horas y pico en
el escenario, pero sin llegar a tocar mas de diez minutos en total.
Lo puedo entender, pero no me creo que no haya por ahí ningún
flautista que también toque los teclados que se pueda imaginar unas
texturas mínimamente interesantes para enriquecer el directo. En
fin...
Actualizando
algunas de las bromas del show original – llama a una violinista
por el móvil para tocar su solo, mientras la vemos interpretarlo
como si se conectara por webcam desde su casa -, la primera parte del
concierto se nos pasó en un suspiro. También es cierto que por las
limitaciones del vínilo “Thick as a Brick” tampoco podía ser
especialmente largo.
En
lo que se refiere a la escenografía, tengo que decir que fue un
poco... cutre. Vale, Jethro Tull no han sido nunca una banda que
destaque por su despliegue técnico, pero después de ver la
enormidad de “The
Wall” reconstruida por Roger Waters, o la sencilla – pero
elegante – solución de Peter
Gabriel para su gira orquestal, pues uno se queda un poco
decepcionado de que Anderson defienda su repertorio con un proyector
de vídeo no especialmente brillante – las partes cinemáticas no
llenaban el fondo del escenario ni de coña – y un diseño
luminotécnico que no destacaba por su dramatismo.
Para
añadir un poco de sal a la herida, en las proyecciones se añadían
momentos del show en directo, ¿Cómo era esto posible si no había
cámaras sobre el escenario? Muy sencillo, si uno se fijaba en los
movimientos, se podía adivinar que esas tomas se habrían grabado en
algún otro sitio (como por ejemplo, el ensayo general) y se
intentaban sincronizar con la acción de ese momento. Como idea no
está mal, siempre que uno tenga de verdad sus evoluciones sobre la
escena milimetradas.
La
banda consiguió una reproducción muy fiel del álbum original,
incluso de la difícil cara B del vinilo, así que en este respecto
pocas faltas pude notar. En ningún momento eché en falta a ninguno
de los músicos que grabaron “Thick as a Brick” y la adición del
actor fue realmente un acierto ya que con sus gestos – me recordó
al Doctor Who cuando lo interpretaba Tom Baker – conseguía añadir
elementos a la narrativa.
El
regreso del ladrillo
Muy
contentos, nos fuimos al descanso mientras otro vídeo sazonado con
el sentido del humor “andersoniano” - incluyendo mención a Phil
Collins – nos entretenía. La segunda parte comienza de una forma
mas indirecta, con un fade-in muy bien interpretado en directo, y con
un mayor acento folk – la flauta de Ian se torna celta en varios
momentos -, menos rockera. Con todo, es cierto que se trata de una
secuela con todos los derechos, actualizada pero respetando los
aspectos básicos del disco original.
Una
vez dicho esto, tengo que decir que es ligeramente inferior a su
predecesora, quizás por las expectativas que su título pueda
suponer, quizás porque es más difícil que a uno le cojan por
sorpresa. Al ser un disco hecho tras más de cuarenta años de
carrera y diseñado para el rango vocal que posee Ian actualmente, el
actor estuvo relegando al papel que tanto temía para el músico
adicional: algunas participaciones vocales aquí y allá, apretar
varias teclas en un pequeño teclado, pero en realidad no le quedaba
mucho mas que hacer hasta los bises.
Hay
momentos, no obstante, como en “A change of Horses”, en los que
la música es un poco derivativa, un poco alargada a la fuerza. El
final con “What ifs, maybes and might have beens”, enlazando con
el inicio del primer “Thick” resulta lo bastante resultón para
hacer gracia y quedar como broche adecuado.
El
sonido fue genial durante todo el concierto, y los músicos
sobrepasaron la corrección en algunas ocasiones, especial mención,
por supuesto, al nuevo guitarrista, que a pesar de su escuálida
pedalera, consiguió sacar una gran variedad de sonidos para su
instrumento. Habrán notado que a estas alturas he hablado muy poco
de la música, pero en realidad, no hay mucho que decir de, por
ejemplo, “Thick as a brick”, que sigue sonando tan increíble y
(hasta cierto punto” revolucionario como hace...¡40 años! O tan
bueno como hace 23, cuando lo escuché por vez primera.
A
continuación, los bises. Si hubiera sido por mi, habrían tocado
“Songs from the wood”, “Aqualung”, “Locomotive Breath”,
“Budapest” y “Living in the past”. Ya puestos, Anderson se
podría haber hecho una foto conmigo, llamar a Greg Lake e
interpretar los dos su versión de “I
believe in Father Christmas” en mi salón. No, una curiosa “My
God” y “Locomotive Breath”, con su apabullante intro de piano,
fueron los temas que cerraron el espectáculo.
Es
obvio que el público también quería mas música y menos
chascarrillos con marca de fábrica Anderson, ya que parecía
producir una cierta sensación de hartazgo – la gente se reía,
pero tampoco era una cosa desternillante, quizás ya lo habían
vivido anteriormente -, y hacía un rato bastante largo que todos
estábamos de pie, dándolo todo por la caña del rock progresivo.
No
sirvió de nada, tras situarse la flauta en la entrepierna mientras
los músicos se despedían e ignorar la petición de una fan
arrastrada por las emociones – haciendo señas con su vinilo de
“Thick as a Brick” para que se lo firmara -, Anderson salió
definitivamente del escenario mientras al poco regresaba la música
ambiente.
Concluyendo,
un gran show, a pesar de las limitaciones escénicas – esas escenas
imitando la cutrez del Movie Maker, ¿de verdad era a posta? -, los
músicos estuvieron a un nivel envidiable y Anderson sigue siendo un
maestro, aunque a servidor no le acaben de gustar todo lo que hace y
lo forzado de parte de su repertorio postural. “Thick as a brick 1
& 2 + bises” permitirá a la banda – sea Jethro o no –
seguir con un buen ciclo de giras por todo el mundo, y no me cabe
duda de que todos los fans van a a poder disfrutarla como lo que es:
una confirmación del talento de este hombre.
A
diferencia del camino de ida, a la vuelta no realicé parada alguna,
llegué cerca de las cuatro de la mañana, a una ciudad prácticamente
dormida.