miércoles, 26 de septiembre de 2012

CULTURA BARATA: 01 DE DOPPLER


FORMATO: 1 CD
PRECIO: 7 EUROS
LUGAR: UNO DE SUS BOLOS, PERO SEGURO QUE PODÉIS CONSEGUIR UNO A TRAVÉS DE SU WEB: WWW.DOPPLER-THE BAND.COM

Esta es la pinta que tiene, sin la absenta y la dedicatoria, claro


No les voy a engañar, el cultura barata de hoy es ocupado por el grupo en el que toca y canta una amiga de un amigo – el regreso del concepto amiga consorte -, pero, aparte de eso, realmente me ha gustado mucho la música que contiene, y como ha dicho otra compañera, la escucha se te pasa muy rápido, así que lo tienes que poner otra vez. Y eso solo puede ser un buen síntoma.

Doppler son Cristina Alonso (guitarra, voz), Rafa Galvez-Cañero (guitarra), Juan Sánchez (bajo) y Antonio Alcántara (bateria), con la participación de Jesús Muñuzuri en tres temas. No hay ninguna versión y se trata de un compacto auto producido, con 11 canciones que demuestran la variedad de influencias del grupo, tal y como ellos mismos las describen: los Who, Muse o Eric Clapton, aunque yo añadiría buenas dosis de garage, la Velvet Underground, los U2 de sus inicios y quizás un poco de Dover, de los Dover de antes de sucumbir a la electrónica, claro.

La producción es muy buena, aunque echo de menos un sonido de batería mas contundente, por otro lado el bajo suena genial, con cuerpo y siempre dando unas líneas muy interesantes, todo el grupo está a un gran nivel y en directo ganan en fuerza, aunque por supuesto, aprovechando la coyuntura de los overdubs, servidor hubiera incluido un poco de órgano hammond con su buena distorsión en algunos temas, como en “So quite”.

Cristina canta con mucha convicción, con un tono rasgado natural, nada forzado, y en un inglés convincente. A la hora de destacar temas, creo que mi favorito sin duda sería “Lonely”, con una gran melodía de guitarra y unos cambios de ritmo muy interesantes. “The way you love me” es sin duda una buena competidora para ser la canción que recuerda a las vacaciones de verano - de cualquier verano -, mientras que en “Tale song” destacaría la buena labor de Antonio con las baquetas y el gran solo de guitarra que se marca Galvez-Cañero.



Echo de menos, no obstante, algunos coros en el estribillo de “The rhythm of my feelings”, que es a veces demasiado cruda. Pero en “I don't care anymore” recupera esa actitud descarada que tan bien le sienta al grupo, que a veces parece jugar bajo la sombra de ZZ Top, muy bueno. Aunque el lado mas calmo del grupo se revela en “A different view” en la que Rafa toma la voz solista y se echa de menos un poco mas de garra, que llega a los dos minutos, por cierto.

Aunque solo un pequeño porcentaje de las letras de “Restart” está incluido en el libreto, la dicción de Cris es lo bastante buena como para entender lo que canta, en temas rápidos y enérgicos como “Being me” el matrimonio entre los textos y la música es prácticamente perfecto. Hablando de “Restart” (que cierra el disco), es una buena despedida con las acústicas tomando el protagonismo y con la cantante dejando una declaración de principios: “I just wanna be... myself”, dejando un sonido de piano invertido - como el principio del “Roundabout” de Yes – a modo de interrogante final.

Un buen debut, y una gran demostración del talento de un grupo del que solo cabe esperar el 02, o como se vaya a llamar su próximo CD. Ya están tardando en darle una oportunidad...


martes, 25 de septiembre de 2012

HOPPER, EL INSTANTE PERDIDO





A pesar de que estudié Historia del Arte – durante COU, al menos – nunca he sido mucho de ir a exposiciones de muto propio. Quizás porque no hay nada mejor para quitarle la gracia al arte que estudiarlo, quizás por la idea de que “si tengo casi todo en las fotos del libro, ¿para qué voy a ir a verlo en persona?” Yo siempre he ido mas a exposiciones a rebufo de las circunstancias, en plan; “ya que estamos en la ciudad X ¿Cómo no vamos a ir a ver el museo B?” A pesar de mi desidia inicial, he acabado con grandes hallazgos, como el museo de arte abstracto de Cuenca (¡¡¡visítenlo ya!!) o encontrarme de casualidad con una exposición de Andy Warhol en Cáceres, lata de Campbell y silla eléctrica incluidas.

A pesar de estas alegrías, si yo fuera rico no me veo coleccionando obras de arte, aunque entiendo que es una buena forma de invertir – sobre todo cuando al artista le quedan 2 telediarios de vida -, pero al igual que Indiana Jones, creo que ciertas cosas deberían estar en un museo, en lugar de en las paredes del water de algún cateto con la cartera llena. A menos, claro, que alguien me ofreciera una ganga por obras de Edward Hopper, que han sido la exposición estrella de este verano (según El País, LA exposición del verano) en el museo Thyseen de Madrid, acompañada de conferencias, retrospectivas y otros extras que suelen conllevar estas miradas a la obra de un pintor tan importante como este.



No recuerdo exactamente la primera vez que vi “Nighthawks” (traducido como “noctambulos” aunque yo prefiero la literal “halcones nocturnos”) pero recuerdo que fue una de las pocas veces que un cuadro me emocionó de forma profunda e inmediata. Para alguien a quién la gente regala libros de HR Giger, que se suman a los que ya tengo de Luis Royo, puede sonar rara mi devoción por el pintor americano, pero lo cierto es que ha sido hasta ahora la única vez que he ido a otra ciudad con el deseo expreso de ver una exposición.

La verdad sea dicha, tampoco era el plan original, podría haberme esperado a los últimos días y hacer doblete con el concierto de los Flower Kings, ya que el hecho de viajar para ver a un grupo sí es mas común en mi. Pero a veces uno siente un impulso raro, y antes de darse cuenta, ya ha reservado una habitación baratita y tiene un ticket para el bus nocturno, Hopper se merece mucho, pero no sé si eso incluye el AVE o conducir por la capital del Reino. Una vez allí, y a pesar de haberme llevado solo una muda, no dejé de sopesar algunas opciones extra, como ir al concierto de Marlango (que tampoco es que me apasionen) o quedarme unos días mas para ver al Boss, de nuevo, en concierto. Opciones que fueron finalmente desechadas porque una cosa es una escapadíta rápida para ver cuadros y otra montarte unas vacaciones con tanta improvisación.

El hit-single, versión Lego


Dos artistas

Tras sobrevivir a las creativas cerraduras de la habitación del hotel – un día de estos abrimos las puertas con un escáner de retina hasta en los moteles de carretera, se lo digo yo – y a un contumaz freestyle en el metro, llegué al Thyssen. Un par de días antes de mi visita había sido la inauguración, con asistentes tan insignes como Rodrigo Rato – probablemente mas de un accionista de Bankia habría ido armado con unos cuantos cartones de huevos podridos, de haberlo adivinado – o, por supuesto, la Baronesa. Siempre me pregunto si sería capaz de llevar a cabo mi infantil deseo de plantarme ante Tita Cervera y decirle a la cara: “Señora Baronesa, ¿se acuerda de cuando usted salía en la portada del LIB? Qué tiempos ¿Verdad?”

Probablemente lo recuerda demasiado bien, así que no tendría demasiado sentido.

Pero hablemos de Hopper, que es para lo que estamos aquí.

Nacido a finales del siglo XIX, Edward Hopper (nada que ver con Dennis), es un artista de un talante hasta cierto punto esquizofrenico, extraño. Dos palabras que no mucha gente suele asociar con este hombre. En parte, esto se debe a su trayectoria vital, a diferencia de otros genios – porque para mi, no cabe duda de que lo es -, Hopper llevó una vida sin excesivas complicaciones: con un ambiente familiar libre de grandes dramas, pasó un año viviendo en París, volvió a los Estados Unidos, se casó una sola vez, consiguió un reconocimiento respetable en vida, pasaba los veranos en la playa y murió sin demasiada pompa.



Por si fuera poco, todo esto lo consiguió sin ganarse la fama de pesetero o inestable de Pollock. Pero si alguien piensa que Hopper es un artista un poco extraño porque sufriera un repentino cambio en sus maneras de pintar, se equivoca. No, no se trata de un Picasso, sus obras casi siempre utilizan una gama de colores pastel apagados (aunque con los años intensificó la luminosidad de estos, quizás por predilección, quizás porque así le era más fácil distinguir las figuras) y no tienen, en apariencia, grandes cambios en su temática.

En apariencia.

Les avisó ya de que mi obra favorita, su gran éxito, su hit single, “Nighthawks” no estuvo incluida en esta exposición, mucho me temo que sigue la mar de tranquila en Chicago, una lástima. Pero el resto de obras que se han traído son igualmente útiles para desgranar los recursos, hallazgos y vericuetos de la obra de Hopper. Aparte de sus óleos, también tenemos una colección de grabados y acuarelas, así como una presentación de algunas portadas que realizó el artista para diversas publicaciones – el oficio de ilustrador le sirvió para ganarse el pan durante bastante tiempo, a pesar de que cada vez le satisfacía menos - . Por no hablar de una reproducción del también emblemático “Sol de Mañana”, a tamaño natural, (estatua, cama, paredes, una especie de diorama gigante, por describirlo de alguna manera) incluyendo proyecciones de lo que tendría que ser el exterior de la ventana. El espectador tiene unos escalones en los que subirse y ver la obra a través de un marco, como si fuera la pintura o girarse para ver cómo habría sido el rostro completo de la mujer que recibe los rayos solares.

El hit-single, tal cual


Es en las obras menos conocidas de Hopper, en las que se ve el contraste dentro de su cuerpo creativo. De siempre, se le ha conocido como el retratista del estilo de vida americano pero desprovisto de la pompa y el autobombo, los ojos de sensibilidad europea (esto suele querer decir “mas artísticos”) que diseccionan sin miramientos el aislamiento de las personas dentro de las grandes ciudades. Como en una película de Kubrick, no parece haber misericordia en su forma de retratar a los personajes, hastiados en su existencia, solitarios o ignorantes de lo que sucede a su alrededor.

Pero es en sus cuadros que retratan la vida en las costas, con jóvenes compartiendo una pequeña embarcación, en las que se deja ver que el artista también era muy capaz de conjurar el espíritu de las tardes placenteras, de la amistad que une a aquellos que practican la misma afición o, simplemente, los beneficios de observar el mar calmo sin mas prisa que la de ver pasar las horas, sin pena ni dolor.

Desde luego, es una “esquizofrenia creativa” muy alejada de, pongamos, Francisco de Goya, cuyas obras también estaban siendo protagonista de una exposición mas prosaica en el metro de Madrid. Pero que ha provocado que muchos lo sitúen en el extremo contrario a Norman Rockwell, a quién le ha caído no pocas veces – por no decir siempre - el San Benito de ser el representante de esa actitud placentera para con el American way of life de la que hablábamos anteriormente. En una biografía no autorizada sobre Steven Spielberg se echaba un poco más de sal en la herida comparando su cine con las caricaturas costumbristas de Rockwell, esas que aludían al americano simple que lo que quiere es entretenimiento sin complicaciones, el Johnny Sixpack, que se dice.



Lamento expresarme de este modo – o no -, pero esa opinión me parece una mierda.

Tanto Rockwell como Spielberg (o su versión mexicana sin sindicar), tienen ciertos puntos autoparódicos en sus obras, y nunca me he creído demasiado que en las caricaturas de Norman no hubiese también algunos elementos de crítica acerca de su país. Otra cuestión es si esa crítica era tan mordaz como a algunos les hubiera gustado, pero el principal motivo por el que la clase de opinión expuesta anteriormente me parece tan mierdosa es porque parece querer desacreditar el arte de otro maestro con el equivalente intelectual de el “¡y tu con las gafas!”, del famoso chiste.

Que vengan los payasos

Soy consciente de que a muchos les puede pasar con Hopper lo mismo que a alguien a punto de ver una película recomendada por todas las guías de cine, todos sus amigos e incluso el profesor que te tenía manía en la EGB (siglas de mundo viejuno), pero que después del visionado dice “¿Y tanto para esto?”

Las obras del americano no son obviamente bellas, si se parecen a otro tipo de arte sería a Bob Dylan (sobre todo al Dylan de los últimos discos), en que probablemente te echen para atrás al principio, pero después algo te hace repetir, detenerte en los detalles, dejarte llevar por la historia que te cuenta. O por la que tu crees que te cuentan.

Aunque me las arreglé para asistir el día que no se daban ninguna de las conferencias que hablaban de la influencia de Hopper en, por ejemplo, la estética del cine, ni sé si alguien hablaría de que el abuelo Simpson aparece durante un fotograma de la serie integrado dentro de “Nighthawks”, pude estirar la oreja a las visitas guiadas (conseguí pase de prensa, imaginen que hago el gesto de quitarme polvo del hombro) para aprender algunos detalles que desconocía de las vicisitudes “Hopperianas”.

"Love Songs" de Rockwell


Pero la historia que más me gustó estaba a la vista. En una pequeña reproducción de “Two Comedians” (dos comediantes) se contaba la historia de cómo ese cuadro servía como paralelismo de la canción “Send in the clowns” de Sondheim, un clásico popularizado por Sinatra – propietario del lienzo hasta su muerte – que se transformaría en habitual del repertorio de Barbra Streisand, y cuya anécdota mas jugosa para mi es la siguiente: Por culpa de las habituales improvisaciones vocales de Bono (el de U2), el grupo tuvo que pagar una pequeña multa en concepto de derechos de autor después de que al señor Hewson se le ocurriera citar un trocito del tema durante el directo “Under a blood red sky”. El directo que además se supone tenía que cubrir los gastos de grabación por el vídeo del concierto en Red Rocks. Ay, Bono, Bono...

Hay una diferencia importante entre el tema de Sondheim y la pintura. En la canción se nos describe a una pareja que llega al final de sus relaciones con cada uno de los implicados en posturas diametralmente opuestas. Uno “girando sobre si mismo”, el otro “a medio aire” (mas bien, flotando a media distancia, distante, ni triste ni alegre).

La pintura, por su parte, nos presenta a dos comediantes dando el saludo final al proscenio, como si dijeran “Esto es todo”. Son figuras envejecidas, y no es para menos, ya que sus rostros son los de su propio autor y su esposa – la cual sirvió como modelo femenino para buena parte de su obra – a la altura de 1965, dos años antes del fallecimiento de Edward. Ésta pintura sí que estaba dentro de la exposición, y poder admirarla de tan cerca – por cierto, todo hay que decirlo, el lienzo está un poco abombado – me produjo la misma emoción que la primera vez que me encontré con “Nighthawks”, la misma admiración de un talento singular. Pero no solo eso, puede que por el hecho de saber que éste era el último testamento de Hopper, otra emoción se apoderó de mi: la de ser consciente de que estar leyendo su carta de despedida, el mensaje cifrado de alguien que dice “no tengo nada más que ofrecer”, parafraseando los créditos de un álbum de Leonard Cohen: “Esto (todas mis obras), es lo mejor que pude hacer con el tiempo dado en este mundo y bajo las circunstancias”.

Otra sensación curiosa que tuve al andar por los pasillos del museo – y siguiendo con el paralelismo musical – es que una exposición como esta equivale a defender tus canciones en directo. Nada de la cómoda apreciación en libros de Taschen sobre la mesa, ni una interesante reseña en el periódico o en un reportaje televisivo, aquí el espectador viene al artista y no al revés. Y si uno realiza el peregrinaje sin guías de ningún tipo, solo tiene sus ojos y su cabeza para interpretar lo que tiene delante.



La tristeza contenida de “Soir Bleu”o en “Habitación de Hotel”, la sensualidad poco atractiva de “Mañana en la ciudad”, o el gusto por las edificaciones solitarias como “Casa junto a la vía” muestran a un hombre que parece disfrutar dejando el peso del encuadre en personas que son casi objetos, y en objetos que adquieren personalidad.

Hopper fue, es, y será siempre, el instante perdido, el retratista de las soledades que al mismo tiempo no dudaba en presentar momentos de camaradería sincera, un conformista disconforme, mas allá del típico “amasijo de contradicciones” que somos la mayoría de la población. O quizás consciente de ello, no le daba ningún resquemor trasladarlo al pincel.

Lamento no haber publicado esta entrada ANTES de que terminara la exposición, pero algún motivo se me tenía que ocurrir para publicarlo y tampoco quería dejar de hablar del maestro, aunque éste sea mi blog y le ponga el cardado ochentero que a mi me dé le gana, me parece conveniente explicar el por qué de lanzarlo al cyberespacio ahora. Además, si he conseguido picar a alguien para que ahonde un poco en la obra de este maestro, pues mucho mejor...


Anécdota: Mi hermana había visto una oferta de "merchandising" de la exposición... en la revista "Woman", que me encontré en la habitación de mi hotel, huelga decir que la oferta no se correspondía con la realidad, el arte no es siempre cultura barata...


lunes, 24 de septiembre de 2012

IAN ANDERSON'S JETHRO TULL EN CÓRDOBA, 14 DE JÚLIO DE 2012 – TEATRO AXERQUÍA


Otra crónica realizada imitando la velocidad a la que Peter Gabriel hace un disco. El peligro de no haberme puesto una fecha límite... y sí, con más fotos cutres de mi móvil. Compréndanlo, la cámara réflex me la llevo cuando tengo pase de prensa...




Secuelas

Crear la segunda parte de una obra que muchos consideran clásica no es un concepto artístico muy elevado. Quiero decir, Rodin nunca esculpió “El regreso del pensador, Judgment Day”, ni Picasso pintó “Las señoritas de Avignon vs. Zombies”, aunque teniendo el cuenta el nivel de ciertas ocurrencias literario-cinematográficas, tampoco lo voy a decir muy alto...

Incluso Spielberg se negó a realizar la secuela de “Tiburón” por considerarlo un truco barato para hacer que el público pasara de nuevo por taquilla. Curiosamente no pareció opinar lo mismo de la saga de Indiana Jones, (vale, “El templo maldito” es estrictamente una precuela, pero “La última cruzada” no). Aunque en su descargo hay que decir que solo accedió a dirigir “El mundo perdido” y la tercera película jurásica porque no quería ver a una franquicia creada por él mismo hundirse en la mas absoluta miseria, como sucedió con la del escualo. Dónde deja eso a “Indiana Jones y la calavera de cristal” es un enigma...

En música, el asunto se complica, porque todavía en el cine tienes la excusa de desarrollar unos personajes a los que el público les puede coger cariño, pero en un contexto rock/pop - y en el que a veces no hace falta hacer “secuelas” porque algunas bandas graban la misma obra y una otra vez, hola Maná... - o incluso progresivo como el que nos ocupa, eso solo tiene sentido si has hecho una obra... atención, redoble de tambores, fanfarria para un hombre común y fuegos artificiales... ¡CONCEPTUAL!

Si amigos, un disco conceptual de progresivo. Juntar todas esas palabras en una sola frase es como si un chaval se presentara diciendo: “Me gusta Star Trek, jugar al rol, y hacer cosplay en las convenciones de Manga”. Es decir, a algunas personas les caerá bien de forma inmediata y otros estarán pensando que ojalá no encuentre forma humana (o de otro tipo) para reproducirse.



Siendo justos, las obras conceptuales no son territorio exclusivo de Yes, Genesis y compañía, los Who le dieron la vuelta afirmando que “Tommy” y “Quadrophenia” eran “operas-rock”, lo cual las debería poner en el mismo departamento que “Jesucristo Superstar” o “Hair”. Pero éstas últimas ahora se consideran musicales, ¿dónde está la diferencia? ¿A quién le importa? ¿Se estrenará en Broadway una versión de “Tales from topographic Oceans” con Manolo Banderas comiendo curry debajo de los sintetizadores? ¿Puedo hacer un chiste mas retorcido que solo unos pocos ciudadanos del mundo pueden entender? ¡Claro que si, aquí va! “Tienes mas peligro que Rayo Negro en un karaoke”. Por favor, no abandone el blog que ahora mismo retomo el tema original.

Un disco conceptual no es más que un álbum en el que desarrolla una historia de principio a fin, con motivos en las letras y en la música que a veces resultan autoreferenciales. Para algunos grupos han significado un batacazo, como “The lamb lies down on Broadway” lo fue para Genesis (mi disco favorito de TODOS los tiempos), y para otros como Pink Floyd o el caso que nos ocupa, significó su consagración.

Jethro Ian Tull Anderson

Ahora bien, ¿cómo planteas una segunda parte? Vale, Meat Loaf se plantó con un épico “Bat Out of Hell II: Back to Hell” (uno de los discos favoritos de mi hermana, en casa eramos poco de Los Fresones Rebeldes), pero eso sólo significaba que Jim Steinman componía las canciones (recordemos, el señor que hizo un musical sobre “El baile de los vampiros” de Roman Polanski), mientras que una obra conceptual progresiva, aunque tenga un final abierto, no da para desarrollar mucho más un tema. Bueno, Rick Wakeman hizo “Journey to the center of the earth” y para continuar la historia, lo que hizo fue...¡mandar a nuevos personajes al centro de la tierra! Bajo el imaginativo nombre de “Return to the center of the eart” (próximamente en “Cultura Barata”). En el campo mas metalero, Queensryche se plantó con una segunda parte de su “Operation Mindcrime” y Dream Theater desarrollaron el tema principal de “Metropolis” (canción del “Images and Words”) para ahondar en las regresiones por hipnosis y sus consecuencias con el álbum “Scenes from a Memory”.

Tullianos haciendo el Jethro


Pero claro, aquí hablamos de Jethro Tull, o como reza mi entrada Ian Anderson's Jethro Tull.

Antes de proseguir con la historia de “Thick as a brick” y su segunda parte presentadas en vivo en la capital cordobesa, me gustaría aclarar la situación en la que se encuentra una de las bandas mas longevas del género. Hace ya tiempo que Martin Barre, el guitarrista y miembro mas veterano del grupo (aunque no fundador), declaró su negativa a seguir la apretada agenda de directos que a veces exigía Anderson. En particular, un atraco sufrido en Moscú le quitó bastante las ganas de irse muy lejos. Por otro lado, Ian, quién siempre ha estado en el combo y que todos entendemos ES Jethro Tull (pues firma casi toda la música de su historia), ha afirmado que prefería sacar esta “revisitación” de “Thick as Brick” bajo su propio nombre porque el de la banda suele atraer a un público que lo quiere es pasárselo bien mientras se emborracha escuchando “Aqualung”.

Pero me imagino que los promotores le habrán dicho: “Muy bien Ian, majo, todos estamos contigo, pero... qué tal si haces como Roger Waters y pones el nombre del grupo por el que se te conoce en algún sitio y así nos aseguramos un alto porcentaje de ventas de entradas durante la gira, por no hablar ya del disco?”

Dicho y hecho, optamos por la decisión salomónica de plantarle un genitivo sajón, y ala, a llenar salas grandes, vender... ¿Cds? ...que no está la cosa para arriesgar.

Retomando la obra conceptual en cuestión: “Thick as a Brick” ha sido descrito por Anderson como una suerte de “parodia de los discos conceptuales” ¡ah! ¡Claro! ¡Eso era! Ian nos demostró en 1972 que el género se estaba tomando a si mismo demasiado en serio y decidió cargar las tintas con las autoreferencias descritas anteriormente, “la madre de los álbumes conceptuales”. Porque si no lo sabían, el flautista cojo es el que hacía bromas fálicas con su instrumento en uno de los vídeos musicales de la banda, cuando no estaba lanzando una vomitona mas falsa que un duro de madera en otro...

Y es que a Ian le gustan las bromas, siempre y cuando las haga él, no en vano no temió en echar... ¡por carta! A algunos de los veteranos de Jethro... Dicho de otra manera, a pesar de que los tullianos le tengan mucho aprecio a este hombre – lógico, porque es un grande de la música -, yo nunca he podido evitar sentir un cierto resquemor ante sus maneras sobre el escenario. Quiero decir, cuando alguien como Peter Gabriel, Alice Cooper o Jarvis Cocker exageran sus manierísmos en base a una canción, sabes que están haciendo un papel. El problema con Anderson es que actúa casi siempre con esa excentricidad exagerada que le acerca mas al cabaret que al rock.

El autor se hace un auto retrato en un bar cordobés


Por supuesto, todo esto se basa en sus actuaciones en vídeo, ya que ésta es la primera vez que veía a Anderson en directo. La idea básica parece muy simple: interpretar el álbum original al completo durante la primera parte del show y su secuela íntegramente después, más unos bises ¿Qué puede salir mal?

Principalmente, podría ocurrir que la segunda parte, auspiciada por Derek Shulman – ex-miembro de Gentle Giant -, desluciera tristemente frente a su predecesora, haciendo que el respetable se refugiara en el water o la barra, hasta que volviesen los viejos éxitos hacia el final del concierto.

Nada de eso, les digo desde ya que el show fue un éxito de público, no solo porque se vendieran todas las entradas, sino que la gente se quedó encantada con el ofrecimiento del grupo, se supusiera o no que eran los “auténticos” Tull.

Llegados a este punto, y a pesar de que pueden aprender en la wikipedia lo que les voy a contar a continuación, aclaremos de qué van “Tonto como un ladrillo” y su sucesora “Lo que le pasara a Gerald Bostock”: La primera parte, con su compleja – y famosa – presentación como periódico local, se basaba en un supuesto poema épico perpetrado por el susodicho Gerald, niño que aparecía en la portada del álbum y que obviamente, no era el autor auténtico de nada, siendo todo una coña de Anderson. Básicamente, se trataba de las diatribas sobre el hacerse mayor, repleto de todas las influencias que el grupo había acumulado hasta entonces: el folk británico, elementos de música clásica, potentes acordes de rock de vez en cuando, muchos cambios de ritmo y algunos ramalazos del blues de sus principios.

Intermedio: En el documental sobre la banda, dentro de la serie “Classic Artists”, el grupo afirma que el mítico DJ John Peel les retiró el saludo en cuanto abandonaron el blues. Como respuesta, Anderson dice que decidió dejar el estilo del delta del Missisipi porque no era ni negro ni americano y no se sentía auténtico cuando lo interpretaba. Si, yo pienso lo mismo, levántese usted y explíqueselo a Eric Clapton, que le va a dar un guantazo con un fajo de billetes. Fin del Intermedio.

La secuela, el retonno, no se nos presenta en la cuidada edición periodística de su predecesor, ya que no están los tiempos para semejantes despilfarros, aunque existe una versión con DVD, incluyendo una suntuosa mezcla del disco en sonido 5.1 auspiciada por Steven Wilson, que parece competir en menos horas de sueño con su tocayo Hackett. Además, el St Cleeve ya no es un periódico local, sino una web, ¡qué signo de los tiempos! ¡Qué ironía! Por si fuera poco, el contenido desglosa las posibles diatribas de Gerald en el caso de que se hubiese transformado en un banquero, un hombre casado, o un sintecho homosexual, er... Bueno, es su disco y hace con él lo que quiere...



¿Es tan bueno como el primer “Thick as a Brick”? Mmm, hay quién podría discutir que para hacer una secuela como tal, tendría que haber contado con el mismo equipo de músicos que en el álbum original, o que tendría que al menos haber utilizado la misma instrumentación. Pero eso es lo bueno de Jethro/Ian, ¡siempre han hecho lo mismo! Salvo algunos lapsos en los ochenta en los que se les fue un poco la mano con los sintetizadores y las cajas de ritmo, las guitarras acústicas, el hammond, el piano y la flauta siempre han sido las señas de identidad del grupo.

La verdad es que ni en casa ni en concierto, el álbum desluce frente al original, pero antes, pasemos a una de esas interesantes peroratas sobre el ambiente previo al concierto que tanto gustan...

Córdoba

Salí de Sevilla con mucha antelación porque, aparte de buscar aparcamiento y ponerme en la fila para conseguir un buen sitio dentro del teatro Axerquía, tenía que intentar vender la entrada sobrante – como en el caso de El Boss, me tocó ir solo al final – al mejor postor. Afortunadamente, a una hora tan temprana como las siete de las tarde – las puertas del recinto se abrían a las diez de la noche y el espectáculo debía empezar a las once y media – ya había gente en la puerta, y dentro de un grupo de chavales, había uno que se la había jugado tanto como para esperar a que abriera la taquilla del teatro para comprar su entrada.

Solventado ese problema me fui a dar una vuelta, ya que no tenía mucho sentido ponerse ya a esperar. Siempre menciono haber tenidos recuerdos muy negativos sobre la capital cordobesa cuando era pequeño, ya que yendo con mis padres, nos cayó la mundial. Así que en mi interior, durante algunos años Córdoba significó “ciudad oscura en la que llueve mucho”. No fue hasta tiempo después que empecé a visitarla de forma más asidua cuando mi aprecio por ella empezó a crecer. Pero antes de que esto acabe como un articulo en plan “Córdoba, qué hermosa eres”, baste decir que conozco los monumentos, bares y restaurantes suficientes como para decir que merece mucho la pena visitarla.

Y conducir por ella es tan coñazo como cualquier otra capital que se conoce pero sólo te has movido por ella en transporte público.

Con todo, tengo que decir que aparqué de forma gratuita y no demasiado lejos del teatro. El trayecto fue tan tranquilo como puede serlo de camino a una ciudad sin playa durante la sobremesa de un sábado veraniego. Lo único que me tocó un poco la moral era la progresiva – nótese lo adecuado de la palabra, según el contexto – pérdida de presión en una de las ruedas, que tiempo después se revelo como un molesto tornillo incrustado en la goma. En fin, nada que un parcheo de taller no solucionase.



De vuelta al teatro, realicé las pertinentes llamadas de “he llegado, todo bien” y me puse a esperar con los demás tullianos. Desde el recinto nos llegaba la prueba de sonido, sigo sin entender la gracia que puede tener para nadie el ganar una invitación para estas cosas, durante el tiempo que trabajé de pipa, el soundcheck siempre me ha parecido una de las cosas mas aburridas y tediosas a las que uno puede asistir por placer. Quiero decir, ¿de verdad te hace ilusión escuchar al batería diciendo “un poco mas de graves en la caja y reverb en los platillos” mientras el guitarrista dice que no se escucha lo bastante a pesar de que tiene el ampli a punto de reventar?

Como en cualquier grupo veterano el rango de edad entre los asistentes era absurdamente amplio: muchas camisetas de giras pasadas, no solo de Jethro, sino también de Genesis, Pink Floyd, Roger Waters, algún heavy que otro... Un señor con un pequeño nivel de embriaguez se paseaba alrededor de una vela depositada por él mismo en el suelo. Desconozco los motivos del ritual, pero este caballero estaría a punto de ser víctima de su propia desgracia durante la segunda parte del concierto, cuando, un poco “alegre” estuvo a punto de caerse sobre un pequeño grupo del respetable mientras intentaba volver a su sitio.

Menú concierto, 5 tenedores


La hora tan tardía para empezar el concierto tiene mucho sentido: en Córdoba hace tanto fresquito durante el día como en la capital hispalense – o sea, ninguno tirando a signo negativo – así que los asistentes que no se tomaran tan en serio lo de estar cerca del escenario, no tenían porque arriesgarse a una insolación. Tampoco había mucho riesgo que correr, los muros del recinto daban una buena sombra y el día no era especialmente caluroso.

El concierto se enmarcaba dentro del “festival de guitarra”, que en temporadas anteriores ha tenido a virtuosos del instrumento tan conocidos como Bob Dylan, en un claro homenaje a su participación en el Festival de Guitarra en la Expo 92 junto a otro mandamás de las seis cuerdas como Miguel Bosé. Estoy de coña, aunque probablemente JT tendría más sentido dentro de un hipotético “Festival de la flauta travesera”, se trata más bien de la serie de conciertos que se celebran en muchas ciudades que aunque ciertamente tienen mucho protagonismo de la guitarra – sobre todo en la vertiente de flamenco -, tienen estas pequeñas concesiones a otros estilos y públicos.

El Axerquía es un recinto en forma de anfiteatro, con mucha vegetación natural, una interesante terraza, y un ambigú con precios normales, no de los que te vacían la cartera después de un refresco y un bocata. No llegué a pasarme por el puesto de merchandising - ¿ya estoy muy mayor para esta mierda o es que me sale más barato comprarla por Internet?-, pero había flyers de fiesta en la propia terraza del teatro para aquellos que quisieran seguir disfrutando de la caña del rock progresivo.

Una vez que empezamos a sentarnos en las civilizadas sillas – pude conseguir sitio en la primera fila -, reparé en la música de ambientación pre-concierto. Sonó “Golden Brown” de los Stranglers, lo cual me descolocó un poco ya que llevaba unos cuantos días pensando en esa canción sin llegar a ponerla en ningún momento. También sonó una versión de ”21st century schizoid man”, aunque no la original, sino que me atrevería a insinuar a que era la de alguno de los discos en directo de Greg Lake, lo cual no deja de ser apropiado, ya que al actual guitarrista de Anderson lo conocí por el DVD en directo de la banda del vocalista de ELP.

Hubo un par de momentos tontunos antes de empezar el show: por un lado, parte del respetable que llegó a última hora – sus motivos tendrían – decidieron situarse en el espacio que mediaba entre las sillas y el escenario. Increpados a este respecto por la parte del respetable que no veríamos mucho del espectáculo si permanecían de esa manera todo el rato, un señor se rebotó y se puso a gritar “¡esto ha sido siempre de estar de pie y no sé por qué han tenido que poner esto con tantas sillas!” Desconozco si este caballero tendría la razón, aunque me cuesta creer que el teatro haya tenido nunca otra estructura diferente – a menos que haya pasado por una remodelación monstruosa -, tampoco es para ponerse así. Afortunadamente, accedió a quedarse sentado en la dura piedra, por lo menos hasta el par de de canciones finales.



El otro momento tuvo que ver con los fotógrafos, los cuales se estaban situando de la forma que les parecía mas oportuna a lo largo del escenario. El problema vino cuando el roadie que se encargaba de organizarlos empezó a gritarle a uno de ellos, en inglés. Como el reportero gráfico no las tenía todas consigo en lo referido al idioma de Shakespeare, pareció pensar que le estaban echando una de esas broncas que de vez en cuando a uno le caen sin motivo aparente. Lo que en realidad pasaba es que a los fotógrafos los querían concentrar a un lado del escenario, aunque había bastante personal y el espacio al que los destinaban era tan reducido que quizás “atocinados” sería un adjetivo más correcto. Por supuesto, después del límite de las dos primeras canciones, cada uno hizo lo que le pareció mas conveniente, le gustara al stage manager o no, haciendo las fotos que podían desde los ángulos que les quedaban al ir alejándose del escenario, o en palabras del fotógrafo que recibió la “bronca”: “¡pues ahora me voy a poner ahí!”

La flauta es un instrumento de ¿heavy? metal

Al igual que el show original, la cosa empezó con los miembros de la banda vestidos como mozos de almacén que barren el escenario con sus cepillos, mientras en el fondo del escenario se proyectaban los cortos preparados para acompañar la acción: empezando por uno en el que Anderson ataviado con un peluquín demasiado obvio para querer aparentar ser auténtico, y con una bata de médico, le da la bienvenida a Gerald, (está grabado en modo subjetivo, así que nosotros somos Bostock), presentándose como su terapeuta y preguntando si no sería mejor ver cómo empezó todo...

En el escenario, los músicos se despojan de sus disfraces y dejan ver su ropa, y creo que más de uno pensaría que para esto hubiera sido mejor dejarse los abrigos de mozo. En el documental que mencionamos anteriormente, el bajista Dave Pegg ya ponía sus pegas sobre los estrafalarios ropajes que tuvo que lucir durante su etapa en el grupo. Yo, sinceramente, tampoco entiendo la necesidad de dar la impresión de haber salido de una función teatral aficionada de “Robin Hood”, aunque en esta ocasión la cosa era un poco más contenida: los tirantes rojos del Florian Ophale, la chaqueta – también roja – del bajista David Goodier, o el uniforme colonial del batería daban la impresión de...bueno, de estar en un concierto de Jethro Tull.



Anderson hizo acto de presencia y se plantó en el extremo derecho del escenario para cantar las míticas líneas del disco original, con el micrófono inalámbrico causando algunos problemas, así que no tardó en recurrir al situado en el centro de la escena, con su conveniente cable. No tardamos en darnos cuenta de que Ian contaba con algo de “ayuda” extra, una comprensible y otra no tanto.

La comprensible era el actor / bailarín Ryan O'Donnell, quién cantaría muchas de las líneas cuya tonalidad le resulta muy difícil de alcanzar al líder del grupo – los años no perdonan -, además de realizar algunos interesantes escorzos mientras se desplaza por el escenario. La no tan comprensible son los sonidos de flauta y capas de teclado que parecían salir de ninguna parte. Vale, muchos grupos usan partes secuenciadas en sus directos, pero ¿era necesario ser tan obvio? En las entrevistas pertinentes, Anderson se ha justificado diciendo que la alternativa era tener a alguien dos horas y pico en el escenario, pero sin llegar a tocar mas de diez minutos en total. Lo puedo entender, pero no me creo que no haya por ahí ningún flautista que también toque los teclados que se pueda imaginar unas texturas mínimamente interesantes para enriquecer el directo. En fin...

Actualizando algunas de las bromas del show original – llama a una violinista por el móvil para tocar su solo, mientras la vemos interpretarlo como si se conectara por webcam desde su casa -, la primera parte del concierto se nos pasó en un suspiro. También es cierto que por las limitaciones del vínilo “Thick as a Brick” tampoco podía ser especialmente largo.



En lo que se refiere a la escenografía, tengo que decir que fue un poco... cutre. Vale, Jethro Tull no han sido nunca una banda que destaque por su despliegue técnico, pero después de ver la enormidad de “The Wall” reconstruida por Roger Waters, o la sencilla – pero elegante – solución de Peter Gabriel para su gira orquestal, pues uno se queda un poco decepcionado de que Anderson defienda su repertorio con un proyector de vídeo no especialmente brillante – las partes cinemáticas no llenaban el fondo del escenario ni de coña – y un diseño luminotécnico que no destacaba por su dramatismo.

Para añadir un poco de sal a la herida, en las proyecciones se añadían momentos del show en directo, ¿Cómo era esto posible si no había cámaras sobre el escenario? Muy sencillo, si uno se fijaba en los movimientos, se podía adivinar que esas tomas se habrían grabado en algún otro sitio (como por ejemplo, el ensayo general) y se intentaban sincronizar con la acción de ese momento. Como idea no está mal, siempre que uno tenga de verdad sus evoluciones sobre la escena milimetradas.

La banda consiguió una reproducción muy fiel del álbum original, incluso de la difícil cara B del vinilo, así que en este respecto pocas faltas pude notar. En ningún momento eché en falta a ninguno de los músicos que grabaron “Thick as a Brick” y la adición del actor fue realmente un acierto ya que con sus gestos – me recordó al Doctor Who cuando lo interpretaba Tom Baker – conseguía añadir elementos a la narrativa.

El regreso del ladrillo

Muy contentos, nos fuimos al descanso mientras otro vídeo sazonado con el sentido del humor “andersoniano” - incluyendo mención a Phil Collins – nos entretenía. La segunda parte comienza de una forma mas indirecta, con un fade-in muy bien interpretado en directo, y con un mayor acento folk – la flauta de Ian se torna celta en varios momentos -, menos rockera. Con todo, es cierto que se trata de una secuela con todos los derechos, actualizada pero respetando los aspectos básicos del disco original.



Una vez dicho esto, tengo que decir que es ligeramente inferior a su predecesora, quizás por las expectativas que su título pueda suponer, quizás porque es más difícil que a uno le cojan por sorpresa. Al ser un disco hecho tras más de cuarenta años de carrera y diseñado para el rango vocal que posee Ian actualmente, el actor estuvo relegando al papel que tanto temía para el músico adicional: algunas participaciones vocales aquí y allá, apretar varias teclas en un pequeño teclado, pero en realidad no le quedaba mucho mas que hacer hasta los bises.

Hay momentos, no obstante, como en “A change of Horses”, en los que la música es un poco derivativa, un poco alargada a la fuerza. El final con “What ifs, maybes and might have beens”, enlazando con el inicio del primer “Thick” resulta lo bastante resultón para hacer gracia y quedar como broche adecuado.

El sonido fue genial durante todo el concierto, y los músicos sobrepasaron la corrección en algunas ocasiones, especial mención, por supuesto, al nuevo guitarrista, que a pesar de su escuálida pedalera, consiguió sacar una gran variedad de sonidos para su instrumento. Habrán notado que a estas alturas he hablado muy poco de la música, pero en realidad, no hay mucho que decir de, por ejemplo, “Thick as a brick”, que sigue sonando tan increíble y (hasta cierto punto” revolucionario como hace...¡40 años! O tan bueno como hace 23, cuando lo escuché por vez primera.



A continuación, los bises. Si hubiera sido por mi, habrían tocado “Songs from the wood”, “Aqualung”, “Locomotive Breath”, “Budapest” y “Living in the past”. Ya puestos, Anderson se podría haber hecho una foto conmigo, llamar a Greg Lake e interpretar los dos su versión de “I believe in Father Christmas” en mi salón. No, una curiosa “My God” y “Locomotive Breath”, con su apabullante intro de piano, fueron los temas que cerraron el espectáculo.

Es obvio que el público también quería mas música y menos chascarrillos con marca de fábrica Anderson, ya que parecía producir una cierta sensación de hartazgo – la gente se reía, pero tampoco era una cosa desternillante, quizás ya lo habían vivido anteriormente -, y hacía un rato bastante largo que todos estábamos de pie, dándolo todo por la caña del rock progresivo.

No sirvió de nada, tras situarse la flauta en la entrepierna mientras los músicos se despedían e ignorar la petición de una fan arrastrada por las emociones – haciendo señas con su vinilo de “Thick as a Brick” para que se lo firmara -, Anderson salió definitivamente del escenario mientras al poco regresaba la música ambiente.

Concluyendo, un gran show, a pesar de las limitaciones escénicas – esas escenas imitando la cutrez del Movie Maker, ¿de verdad era a posta? -, los músicos estuvieron a un nivel envidiable y Anderson sigue siendo un maestro, aunque a servidor no le acaben de gustar todo lo que hace y lo forzado de parte de su repertorio postural. “Thick as a brick 1 & 2 + bises” permitirá a la banda – sea Jethro o no – seguir con un buen ciclo de giras por todo el mundo, y no me cabe duda de que todos los fans van a a poder disfrutarla como lo que es: una confirmación del talento de este hombre.

A diferencia del camino de ida, a la vuelta no realicé parada alguna, llegué cerca de las cuatro de la mañana, a una ciudad prácticamente dormida.