domingo, 15 de diciembre de 2013

MÁS AUTOBOMBO DEL QUE USTED PUEDE SOPORTAR










Bueno, si usted sobrevivió a la épica de la última entrada, aquí tiene uno de esos relajados post en los que verso sobre todo lo que no es estrictamente el blog pero de lo que se puede hablar. De otras cosas no se puede hablar... pues porque aún no han fructificado... así que ya pueden abandonar las teorías conspiparanóicas.


Empezamos por las colaboraciones en papel, el número 114 de This is Rock contiene varias entrevistas realizadas por un servidor, cada una con su particular idiosincrasia. 

Para empezar, Roine Stolt, guitarrista, cantante y principal compositor de la banda sueca de retroprog The Flower Kings, amén, por supuesto, de ser parte del supergrupo Transatlantic o unos cuantos proyectos musicales paralelos más. Nuestra conversación gira sobre todo en torno al nuevo "Desolation Rose", conversación que se vio salpicada por el hecho de que, poco antes de empezar, a TODO el mundo le dio por llamarme por teléfono a la hora convenida, y eso que la entrevista era a las tres de la tarde, afortunadamente, Roine se retrasó...


El finés Tuomas Holopainen, teclísta y líder fáctico de Nightwish (¿Son góticos? ¿Son progresivos? ¿Son metaleros?) por su parte, demostró una puntualidad casi dolorosa: ahí estaba el tío a las 10,30 de la mañana de un domingo. Con un par, y un servidor también, que no se diga. 


La motivación principal para nuestra charla fue el nuevo directo "Showtime, storytime", concierto y documental que registran la convulsa existencia de este grupo en el último año, cambio de cantante en mitad de una gira incluido.


Aparte del "obligado" clip de la nueva obra, no puedo evitar incluir un enlace a la canción del grupo que sirvió como parte de la banda sonora de "Alone in the dark", porque no hay blog completo sin una referencia a Uwe Boll...


Mis siguientes entrevistados son Osada Vida, un grupo procedente de Polonia que habló a través de su guitarrista, Bartek Bereska (en realidad no se escribe así, pero me da que mi teclado no puede reproducir fielmente la grafía polaca), y cuyo último "Particles" representa todo un giro de 180 grados en su trayectoria neoprog ¡Hay estrbillos! ¡Referencias a Murakami! ¡Y hasta una versión de Metallica!



Ya en un formato más extendido, (4 páginas), le toca el turno a uno de los lanzamientos estrella de la factoria InsideOut: Ayreon. O lo que es lo mismo, el excéntrico Arjen Lucassen y sus desmedidas óperas - rock - progresivo - metal - repletas de invitados ilustres.


Al igual que Holopainen, Arjen fue increíblemente puntual, y probablemente sea una de las veces que más me he reído con un entrevistado, algo que espero transmita la versión por escrito.



Los enlaces de las reseñas de las que me he ocupado en este número se los pongo así, a cholón, así como sus nombres, en este caso por pura flojera y también porque este post empieza a parecerse demasiado en longitud a cualquier otro (sobre el tamaño de los artículos en el bitácora hablaré mas adelante, por cierto).


Ergo, aquí van, primero, nombre del artista, después el de la obra: Triana - Recuerdos de una noche, The Flower Kings - Desolation Rose, Ayreon - The theory of everything, Time Simmetry - Tetrakys, John Lees' Barclay James Harvest - North, Portnoy/Sherinian/Sheehan/Macalpine - Live in Tokyo, Dave Martone & Glen Drover - Live at Metalworks.





Terminando con los contenidos del This is Rock de los que soy responsable, señalar que me he encargado de las fotos de uno de los conciertos del año (¡a ver quién es el guay que me lo discute!): Steven Wilson en Madrid.

El texto lo firma el sin par Oscar LG, quien ha resumido perfectamente la velada. No obstante, no descarto en un futuro hacer una crónica en inglés, por aquello de darle proyección internacional al blog. (Y si cuela, cuela)

Por supuesto, más allá de mis aportaciones, hay cantidad de cosas a las que el aficionado medio al Rock le puede hincar el diente, quiero decir ¡Tenemos a The Beatles en portada! ¿Qué más quieren? ¿Roger Taylor? Ahí está ¿Haken? ¡Por supuesto! ¿Un "lo esencial" sobre Lou Reed? Efectivamente...

Hablar sobre Lou Reed me permite enlazar con mi tardío homenaje a uno de los compositores más importantes del Rock en La Musicoteca. En dicha web sobre música, también podrán encontrar mi crónica de la primera noche de Blues con Raimundo Amador + Invitados, así como mi entrevista con Rafa Madina - de Reincidentes -, realizada antes de que el cantante y bajista pasara por el "incidente Miami".

Para terminar con el capitulo musical, servidor ha subido a Youtube su versión del "Where are we now?" de David Bowie. ¿Por qué? Pues porque lo vi bien. Cierto es que, como consecuencia de que el Delgado Duque Blanco siga deshojando la margarita sobre si sale de gira o no con su "The Next Day", la web se ha llenado de versiones de este tema y muchos otros. Pero, a menos que esté equivocado, ninguna puede disfrutar del arreglo de cuerdas producido por mi Korg TritonLe (eso es un modelo de teclado).



Lo mejor es que, como mi educación musical se basa, como en muchas otras cosas, en pura cabezonería, no me emperré en grabar dicha versión hasta que un pianista "ofreció" los acordes a cambio de hacerse seguidor suyo en Facebook... y claro... cómo resistirme. Con todo y con eso, al final, como uno es así (o sea, testarudo), cambié algunos acordes porque pensaba que eran mejores para mi voz. No todos somos Bowie ¿Sabe usted?

Y ahora, for something completely different (tampoco un blog está completo sin una referencia a los Python), una pieza sobre poetas jóvenes. Porque sí.


Bueno, ahora lo prometido hace unos párrafos: tal y como yo lo veo, al blog le quedan unos tres artículos cinematográficos, dos sobre películas y uno sobre un libro que en realidad es la autobiografía de un director de cine.

En otras palabras, posts en los que hablaré de muchos cosas y de vez en cuando haré referencia a un film o a un libro. 

Después de eso, prometo que el blog será mucho más fácil de leer, con artículos más cortos y que, de verdad, hablaremos sobre coches. Ahora, como lleve a cabo mi artículo sobre Top Gear, se va a cagar la perra, porque ese sí que va a ser largo.

Y otro del que no quiero hablar también va a ocupar muchas paginas del procesador de textos, pero su contenido es tan inesperado, que prefiero dejar el misterio (por lo chorra, no por otro motivo).

Eso es todo por ahora. Como si fuera poco...



viernes, 6 de diciembre de 2013

CULTURA PRESTADA: SHAME (gente que hace cosas sucias)


Ésta es la pinta que tiene... sin la absenta, claro



Evolución del aficionado al cine

No me duelen prendas al admitir que lo que más me ha gustado de siempre ha sido el cine de ciencia ficción, fantasía o acción / aventuras. Por supuesto, también me gusta mucho la comedia – si bien hay gente que no las soporta, o solo soporta algunos tipos muy concretos -, pero siempre ha sido raro que yo me enchufe una película para llorar a moco tendido o para sufrir, aunque por relación con lo fantástico, también acabo con el terror sumando un buen porcentaje de lo que veo. Y ahí también se sufre de lo lindo. Aunque a veces sea por los macarrónicos niveles de producción más que por la trama o el ambiente de la película.

Pero nunca he tenido mucha afición al cine que yo, de chico, llamaba “feo”, todavía me acuerdo de lo mucho que a mi padre, por ejemplo, siempre le han gustado films como “Apocalypse now” (1979), y el terror que me provocaban los gritos de “¡te mataré yanki, juro que te mataré!” Incluso la visión del sacerdote eunuco de “El nombre de la Rosa” (Jean-Jacques Annaud, 1986) ahogado en la bañera – que tanto los avances televisivos de la cinta se afanaban en mostrar – me quitaba todas las ganas de verla.

Por supuesto, las cosas cambian, el film “no sobre el Vietnam sino que es Vietnam” de Coppola es hoy en día uno de mis favoritos llevándome incluso a leer la novela de Joseph Conrad en la que se basa. Lo mismo con el largometraje que se realizó, tomando como partida el libro de Umberto Eco, aunque, lamentablemente, nunca me pude terminar “La abadía del crimen”. Eso es porque uno crece y se da cuenta de que, por mucho que le guste Spielberg, por mucho que uno se crea que la animación introductoria de la Cannon es sinónimo de que lo que se va a a ver es de calidad – realmente, yo lo pensaba cuando era niño, para que se hagan ustedes una idea -, uno tiene que abrirse a otras clases de cine porque hay muchas cosas buenas por ahí que no requieren de dragones, naves espaciales ni robots ligeramente homosexuales.

Empero, eso no quiere decir que yo me ponga cintas de Bergman, Pasolini o Haneke por regla general, pero alterno mis buenas raciones de cine Marvel o Pixar – probablemente de las que salgo más contento cuando voy a una sala – con mi propio catálogo de pedantes. Y mira que, a pesar de que mantengo la firma creencia de que si me encontrara a Winterbottom en un bar acabaríamos a hostia limpia, film que veo suyo, film que me gusta. A eso, súmele usted un Woody Allen, los Python, Gonzalo Suárez... ya, tampoco son la élite intelectual, pero es que yo tampoco lo soy.

Es normal, uno cambia, se harta de que la enésima producción chunga sobre magos o bárbaros tenga unos efectos especiales peores que una función de fin de curso en un colegio público, con actuaciones a la par. El montaje no lineal, las historias alternativas, las cosas más cercanas a la realidad o las más alucinadas (ese Terry Gilliam que me pone bien), empiezan a despertar tu interés. Incluso las tramas de viajes iniciáticos, gente que se busca a si misma o personas que intentan recuperarse de un trauma te interesan. En parte porque te haces mayor, en parte porque te sientes identificado.

Después de una maratón de "Piratas del caribe", éste es el mejor film para echarse una risas... err, o no.

...Por no hablar de que un día cualquiera tu padre vuelve flipando tras ver “Mujeres al borde de un ataque de nervios” en el cine, con lo que, antes de querer darte cuenta, ya tienes en casa ese VHS haciendo compañía a “Las cosas del querer”, “Ay Carmela” y tu gastada grabación de “Los Cazafantasmas”.

También es cierto que uno acaba volviendo a lo que más le gusta, y lo mejor es que lo que más te gusta, también triunfa entre la gente normal o aficionada a otra clase de cine. Donde no triunfa es entre la gente que no le gusta en realidad el cine, como Carlos Boyero, el equipo de “Días de Cine” o los que escriben en “Dirigido Por...” Vale, yo sigo comprando de vez en cuando el “Dirigido” a pesar de esto ¿Qué pasa?

"Dirigido" SIEMPRE pone películas buenas en la portada... SIEMPRE...


Lo que quería decir es que cosas como “El Señor de los Anillos” / “El hobbit”, o los héroes de la Marvel ahora tiene el beneplácito de la taquilla, ¡Si hasta hemos visto una adaptación cinematográfica bastante fiel de “Watchmen” que pensábamos que nunca íbamos a tener en nuestras manos!

Con todo y con ello, siguen siendo películas “de estudio”, que se dice, por mucho o poco arriesgadas que sean sus puntos de partida, pasan por muchos procesos para que resulten atractivas al público no iniciado, incluso un cómic tan friko como el Hellboy de Mike Mignola tuvo que ablandarse un poco para conocer su paso al celuloide. Y eso que una de las condiciones de su director- Guillermo del Toro - para llevarla a cabo era tener a Ron Perlman como protagonista sí o sí, ¡Para que después vaya el tío mierda y diga que no va a protagonizar más secuelas porque el maquillaje le agobia! ¡Como si se hubiera visto en otra! ¡Y aún así Guillermo le sigue llamando para Pacific Rim!

Pero ya está bien de divagar, casi.

Hay películas que te llegan por motivos muy diferentes, por ejemplo, mucha gente se enganchó a Almodovar por el desfile de travestis, monjas drogatas y ex-mujeres vengativas. Simplemente, les hacía gracia el cocktail, sin entender del todo que aquello no era una muestra un modo de vida alternativo, sino, como diría William S. Borroughs, era un modo de vida. Los que desprecian el cine del manchego por ese mismo motivo, quizás se rindieron a historias más convencionales. Para mí, “La flor de mi secreto” (1995) es su particular cima, más que nada por esa descarga de romanticismo desbordado que parece salir de ninguna parte. Y porque no abusa tanto del legado de John Waters

El megaposter "extraído" de una parada de autobús, con un bonito marco, presidió el dormitorio de mi hermana durante AÑOS


Que es lo contrario a lo que sucede en “Shame”.

Vergüenza (de lo que va, de forma resumida y con SPOILERS)


Brandon (Michael Fassbender) vive y trabaja en Nueva York, su oficio es indeterminado, pero tiene que ver con entregar proyectos publicitarios a grandes clientes, manejar ordenadores en una suntuosa oficina, e ir en traje de chaqueta. Folla con prostitutas y consume porno por Internet, tanto es así que su ordenador del trabajo se ve infectado por un virus. En el trabajo también se masturba después de limpiar meticulosamente la taza del water. Una mujer no para de llamar a su móvil y a su fijo pero ignora todas sus llamadas, dejando que el contestador automático haga los honores. De camino al trabajo, se encuentra con una mujer en el metro, ella lleva anillos de compromiso y matrimonio. Brandon mira a un vagabundo, pero decide concentrarse en la mujer, disfruta viendo como tiene que cruzar las piernas bajo su inquisitiva mirada. La persigue al salir del vagón, pero ella desaparece. Brandon sale una noche con los compañeros, su jefe, a pesar de estar casado con hijos, no tiene problemas en entrarle a un grupo de tres mujeres que parecen un reflejo de la manada masculina.

A pesar de sus diversas intentonas y de una desastrosa demostración de baile, el premio gordo, la rubia, pasa del jefe, David (James Badge) tras agotar las copas, éste es acompañado por Brandon a un taxi. Mientras busca una forma de volver a casa, el empleado se encuentra con dicha rubia. La siguiente escena se compone de ellos dos follando, en algún lugar, probablemente lejos del mundanal ruido pero al aire libre, con el coche de ella de fondo.


De vuelta al apartamento, Brandon escucha que alguien ha puesto música en su equipo – un cuco ampli estéreo con tocadiscos -, coge un bate de beísbol y entra en el cuarto de baño, donde ha oído que alguien se está duchando. Resulta que es Sissy (Carey Mulligan), su hermana y la mujer que le ha llamado en repetidas ocasiones.

Aunque es reticente, Brandon deja que Sissy duerma con él. Mientras intenta seguir consumiendo porno on-line, escucha a su hermana hablando entre sollozos con alguien a quien declara un amor apasionado. A la mañana siguiente, Sissy juega a acercarse al filo de la vía del metro, con lo que solo consigue cabrear a su hermano. En la oficina, Brandon no para de fijarse en una compañera de trabajo, Marianne, de raza negra. Mientras intenta tomarse el café, el jefe de Brandon, vuelve a buscar planes para la noche, pero su sufrido empleado le cuenta que Sissy va a cantar en algún lugar en el centro, con lo que su patrón se autoinvita.


En el bar / restaurante, Brandon tiene que ser testigo de otra intentona de su superior de ligar con una camarera de origen brasileño. Entonces Sissy empieza a cantar una devastadora versión de “New York New York”, con la que consigue hacer llorar a su hermano. Tras la actuación, Sissy se une a Brandon y a su jefe, éste señala las marcas en su brazo, ella intenta explicar que son el resultado de “estar muy aburrida”. Tras algo de conversación sobre el tiempo que Sissy ha pasado en Los Ángeles, cortamos a un plano de un taxi en el que Brandon tiene que soportar cómo su hermana y su jefe se comen la boca.

Para más inri, follan en la propia cama de Brandon, quien aprovecha la estulticia para hacer ejercicio, poniéndose el chándal para correr. A la vuelta, cambia la ropa de la cama, Sissy intenta dormir con él, pero con el cabreo, es tal el grito que éste le suelta, que su hermana corre para salir de la habitación, asustada.


Brandon invita a Marianne a una cena, no sin antes tener que soportar la conversación de David con su hijo a través del iMac que tiene en el despacho y que, durante el tiempo que el niño va a preguntar una cosa a su madre, le comenta que el disco duro de su ordenador estaba lleno de “asqueroso” porno duro del cual, sin que Brandon diga nada en su defensa, el jefe responsabiliza al becario. Mas tarde, la comida con su compañera tiene algo de incómodo, el lenguaje hablado y corporal entre ellos denota una atracción, pero él juega a no hacer ningún movimiento. La conversación sirve para que nos percatemos de las diferencias entre ambos, ella, a pesar de haberse separado recientemente aún cree en las relaciones mientras que Brandon nunca ha conseguido durar más de cuatro meses. Se despiden en la boca del metro sin que él haga el más mínimo gesto de intentar besarla.

En el piso, Sissy pilla, sin querer, a su hermano mientras intenta masturbarse en el servicio – bueno, es su casa, a fin de cuentas -, aunque al principio intenta tomárselo a cachondeo, él sale hecho una furia, con apenas una toalla cubriéndole. Tras echarse encima de ella, Brandon vuelve al baño, abriendo la ducha para que su hermana le deje en paz. Ella se sienta y ve que el portátil de su hermano está abierto, con una mujer preguntando por él. Quiere saber si Sissy es su novia, tras decir que “ella sabe lo que le gusta a Brandon” se lleva su mano a la entrepierna pero entonces su hermano cierra violentamente el portátil. Sissy, bastante consternada por lo que ha visto y oído, se va. Brandon mete todas sus revistas pornográficas así como su portátil en una bolsa de basura y las tira en la calle. Una bicoca para el Cash Converter, al menos el ordenador.


Nuestro protagonista reserva una habitación de hotel en la que se cita con Marianne, antes de tenderse en la cama con ella, esnifa una raya en el servicio. Pero no consigue empalmarse, Marianne se marcha sin saber muy bien lo que ocurre, aunque quizás supone que su compañero de trabajo no la encuentra atractiva, después de todo. Más tarde, aún en el hotel, Brandon no tiene problemas para follarse de pie a otra mujer, probablemente a una prostituta, sin el “probablemente”.

En su casa, mientras ve la televisión, Brandon habla con su hermana: le cuenta que será mejor que deje de llamar a su jefe, pues está casado y tiene hijos. Sissy se defiende diciendo que no llegó a ver la alianza. Su hermano empieza a exponer sus reproches, aduciendo que a ella le encanta hacer el papel de víctima, que su presencia le atrapa y que no es más que una molestia.


Vemos a Brandon en el metro, su cara luce pequeñas heridas, no tardamos en saber que en un bar le ha entrado a una chica que había ido a la barra para pedir algo para su novio, que en ese momento estaba jugando al billar a unos pocos metros de distancia. Nuestro protagonista no se ve frenado por este hecho y sigue haciendo comentarios sexuales, hasta intenta meterle mano. El novio de la chica llega, queriendo saber qué está pasando, Brandon no se achanta, le repite lo mismo que le acaba de soltar a su novia. Fuera del local, el hombre y un amigo suyo le pegan unas cuantas hostias a Brandon. Éste intenta entrar en una discoteca, pero el portero le dice que esa noche, al menos, no va a poder ser – quizás después de ver su magullado rostro – pero en la puerta ve como un tipo no le quita ojo de encima.

Brandon sigue con el juego de miradas hasta que entra en un local gay, en cuyos “apartados” diferentes hombres juegan al teto y variantes – ya he usado muchas veces “follar” -, en una de esas habitaciones deja que se la chupe el tipo que le ha estado mirando. Después de esta aventura homosexual, sigue andando por la calle, le llega un mensaje de voz de su hermana en el que, llorando, le explica que ella y él no son malas personas, simplemente “vienen de un mal lugar”.

Sin reparar demasiado tiempo en el mensaje, Brandon llega a un piso en el que se ha citado con dos mujeres. Juega al parchís con las dos. Es mentira, follan los tres. De vuelta al metro, el vagón se detiene, entendemos que alguien se ha tirado a las vías, temiéndose lo peor, Brandon empieza a llamar repetidamente a Sissy, al llegar a su apartamento, se la encuentra. Está tendida en el suelo del cuarto de baño, diversos cortes nos muestran que ha vuelto a intentar suicidarse (algo que solo podíamos suponer tras su conversación en el bar con David). Tras comprobar que físicamente está estable, Brandon anda por las frías calles de New York, superado por las circunstancias se desmorona con un aterrador grito sobre el húmedo asfalto .

En la siguiente escena podemos ver a la mujer del principio. Solo lleva una alianza (¿la de compromiso?) en su dedo, sonríe de forma nada inocente a nuestro protagonista. Fundido a negro.


El demonio está en los detalles

Cuando oí hablar por primera vez sobre “Shame” (Steve McQueen, 2011, por cierto, como pueden ustedes adivinar, el director no tiene nada que ver con el protagonista de “Bullit” ya que, para empezar, es negro) se decía que era un film con fuerte contenido sexual que no resultaba agradable y que, después de su visionado, dejaba un poso bastante feo en el espectador.

Este NO es el director de la peli


Ambas cosas son ciertas.

Sobre lo primero, albergaba algunas dudas, por lo pronto porque cuando alguien dice que “las escenas de sexo no son agradables”, me hacen pensar en el porno lacio – en todas las acepciones de la palabra - de Jess Franco. Pero bueno, esto es, hasta cierto punto, cine yanki (en realidad es una coproducción británico-estadounidense), así que, los valores de “imagen” implican también una cierta elegancia a la hora de filmar las escenas intimas.

Pero el problema no es que la gente que aparece en pantalla hayan pasado por un depilación o tenga un físico más o menos cuidado. Muy al contrario, la desnudez de las mujeres, aunque no implique unas curvas de modelo (curvas de modelo quiere decir sin curvas) es al mismo tiempo sincera y atractiva. Todo está rodado con gusto, quizás para no tener excesivos problemas con la censura, quizás porque McQueen es un esteta de cuidado.

La cuestión con las escenas de sexo es otra, es que no se utilizan como reclamo para que el espectador medio pueda darse una alegría mientras la trama le pasa de largo. Esto no es “Mentiras y Gordas”. No, su misión es mostrar la forma de vida del personaje interpretado por Fassbender, de hecho, la música dramática que va avanzando poco a poco al principio del film, en el que se nos hace una radiografía descarnada de cómo vive Brandon, sirve para que las melodías incidentales queden en un segundo plano. Lo que ocurre a partir de ahora se nos muestra con una agrio minimalísmo sonoro.

Este SI es el director...

Es, en cierta forma, como la desnudez que luce Sissy cuando su hermano la encuentra en la ducha. Sin tener un físico espectacular, la extraña belleza de Mulligan, mezcla de refinamiento y de chabacano, no deja de llamar la atención, con sus partes íntimas sin depilar, mostrándose sin problemas a su hermano. Esto último nos da una pista de la extraña relación ambivalente en la que ambos se ven envueltos, poniendo de relieve la disparidad de los dos personajes.

Si Brandon es un adicto al sexo sin emoción, Sissy es adicta al cariño con sexo. Su capacidad de devoción - de la que somos testigos gracias a su charla telefónica con alguien que podría ser su novio -, contrasta con la facilidad con la que acaba enrollándose con David. Funciona por impulsos afectivos, quiere ser aceptada a toda costa y con la misma pasión desgarradora con la que ella siente. En este sentido, el hecho de que sea cantante – la profesión, junto a actor / actriz que más claro deja en una persona que por dentro está gritando “¡queredme!” -, no puede ser un mero recurso para un buen número musical en la película, sino que es una extensión de su carácter.

En contraste, pero a la vez muy parecido, Brandon aspira a una cierta normalidad dentro de un modo de vida totalmente incompatible con ser una persona “al uso”. Es consciente de su rareza, pero no puede evitar sentir algo por Marianne, aunque al mismo tiempo esos mismos sentimientos le alejan de ella, cuyo optimismo con las relaciones contrasta con la visión cínica que mantiene nuestro protagonista. Cuando, a pesar de que emite todas las señales, se niega a hacer ni el amago de un beso de despedida, no está jugando, sabe que su compañera de trabajo es una mujer de verdad, no una de esas citas aleatorias en las que se permite un juego de unas horas para no verse nunca más.

Eso, obviamente, se suma al patetismo que genera su gatillazo cuando quedan a solas en un hotel. Aquí, el director podría haber hecho algún tipo de comentario sobre el sexo interracial o insertar alguna broma sobre los tamaños de polla negra vs pollas blancas. Agradecemos que McQueen esté por encima de esas consideraciones.

En todo caso, el problema para el protagonista reside en que la conexión entre su pene, su cerebro y su corazón, no acaba de funcionar. Un gesto tan sencillo (aunque malrollista, sobre todo por la cara que pone), como esnifar una raya de coca, sirve para que podamos suponer algunos de sus pensamientos “todo va a ir bien, soy un máquina, me he follado a un montón de tías sin problema, le voy a hacer disfrutar”.

Pero no es tan sencillo, para Brandon el sexo no es una expresión de nada más allá de una necesidad enfermiza, es un adicto, ya no encuentra el placer intrínseco a la intimidad con otra persona. Como un alcohólico, como un drogadicto, necesita de unas dosis más fuertes, de una fantasía más extrema, para colmar sus necesidades. Lo cual no es bonito.

Ni siquiera la elección del envidiable físico de una artista de burlesque como DeeDee Luxe para el trío hacia el final del film (Dato freak: los que fuimos a los shows de la gira “The Wall” de Roger Waters, pudimos ver una versión de 15 metros de alto del cuerpo de DeeDee, ya que es la protagonista de las proyecciones de “Young Lust” en las que se retrata a una groupie), sirven para distraer del hecho de que la diversión que pueda extraer el personaje de Fassbender es más que nada pasajera y que no tardará en dar paso a un vacío aún mayor que el que había antes.

Eso entronca con el amargo poso que deja la historia. “Shame” no toma prisioneros ni excusas fáciles: todos los personajes están heridos o tienen problemas para funcionar como “personas normales” (si es que eso existe) de alguna manera. David está felizmente casado, pero no puede dejar de entrarle a todo bicho viviente después de las horas de oficina, contento con dejar a su mujer en el papel de madre mientras él estira una adolescencia de la que, muy probablemente, nunca podrá salir. No da explicaciones de sus intentos, parece que hasta cierto punto, se espera que actúe así, incluso si esa forma de actuar delata que es un hombre casado aburrido. Detalle que, como ya hemos dicho, se le escapa a Sissy.

Brandon intenta redimirse, tira toda su pornografía y hasta la forma más sencilla de acceder a ella en un acto de constricción, pero una vez fracasado, se lanza sin mirar atrás a un acceso de furia sexual, dispuesto a follarse lo que sea, aunque eso implique recibir unas cuantas hostias o relacionarse con alguien de su mismo sexo.

Ha habido quien, en una de las posibles interpretaciones de esta historia, la ha considerado una especie de protesta contra el vacío que produce el éxito capitalista. No estoy de acuerdo, el problema del personaje principal no es que haya tenido que renunciar a su alma para alcanzar una cierta posición, la herida que le impide sentir y relacionarse de un modo convencional, probablemente lleva en su interior mucho tiempo. El cambio de escenario, el instalarse en Nueva York, en la ciudad en la que “si tengo éxito aquí, lo tendré en cualquier parte” (como dicen la canción), no marca una gran diferencia. Por eso, quizás, no puede evitar emocionarse cuando su hermana interpreta el mítico tema con una voz más cercana al patetismo y a la redención que al ansia de éxito.

Es solo uno de los múltiples detalles que nos muestran que algo no va del todo bien en su interior. Cuando Brandon escucha la parrafada de “no somos malas personas...”, en el teléfono, ve su reflejo distorsionado en una pared de cristales traslúcidos, el ser con el alma deforme detrás del guapo ejecutivo con un cuerpo fibroso y modales exquisitos.

En esta línea, el guión nunca da detalles explícitos sobre el pasado de los personajes, puede que esto se deba a que no se quieren dar datos que puedan interferir con nuestra percepción de los mismos, puede que sus peculiaridades hayan sido descritas con grandes brochazos. Durante su charla en la calle con Marianne, Brandon habla de su origen irlandés – lo cual es una buena justificación para que ni Fassbender ni Mulligan tengan que forzar un acento neoyorquino, ya que los dos son británicos – pero poco más. Un poco como ocurre con las vagas explicaciones de los intentos de suicidio de Sissy cuando entable conversación con David.

El enfrentamiento entre los hermanos tiene que ver con la total ineptitud que posee cada uno para ver las debilidades del otro, exacerbándolas en lugar de intentar que se minimicen. Brandon no para de atacar a Sissy, la denomina “una carga”, desprecia su forma de vida a salto de mata, sus ínfulas de cantante, su necesidad de ser querida a toda costa y su falta de miras en las relaciones. Ella lo llama “bicho raro”, busca su consuelo y su protección, ignora (a posta o no) lo que puede estar pasando por su cabeza, lo desestabiliza, intenta una y otra vez que Brandon le dé un cariño, mientras el reacciona con el rechazo que solo puede lucir una persona que ha pasado en varias ocasiones por el numeríto. La conoce muy bien, no está dispuesto a aceptarla tal y como es, no sería muy exagerado creer que, en ese modo de actuar, guarde el deseo de que su hermana actúe como la persona normal que él nunca podrá ser.

Aparte de la propia interacción de los personajes, hay una serie de pequeños detalles en la escenografía, los planos y el montaje, que sirven para amplificar algunos elementos de la historia. Puede que en algunos casos se traten de pistas falsas, que nos pase como a los críticos que parlamentan en “Room 237” (documental que trata todas las posibles interpretaciones de las imágenes de “El Resplandor” de 1980, dirigido por Kubrick, sin reparar mucho en que puedan ser meros fallos de raccord) y queramos ver más de lo que realmente hay.

Por ejemplo, después de ofrecernos un generoso desnudo frontal de Fassbender (el hijo de puta, aparte de guapo, fibroso y de saber actuar, está bien armado ¡muerte y destrucción!), vemos un plano en el que su teléfono fijo contrasta con el fondo blanco de su apartamento por la mañana, cual pene erecto. Obviamente, puede que, como decía Freud “a veces un puro no es más que un puro”, y que haya visto demasiadas veces el film para escribir este artículo. Pero si nos detenemos en pequeñas tonterías que aparecen más tarde, no resulta tan descabellado.

De igual forma, si esto fuera un producto Hollywood 100%, todo el mundo usaría ordenadores Apple, Ipods o equipos de música Bang & Olufsen (que tanto coraje le daban al personaje de Edward Norton en “El club de la lucha”). En lugar de eso, Brandon tiene un proletario portátil con Windows, escucha música de su colección de vinilos y tiene una televisión normalíta. El edificio en el que vive ya es otro cantar, pero como suele suceder en las grandes ciudades, edificio imponente = pisos zulo. Nuestro protagonista puede que disfrute del éxito en la Gran Ciudad, pero solo está un poco menos jodido que una camarera del Starbucks. Cadena da cafeterías que no se ve por ningún lado en esta película, por cierto.

En lo referente a los planos, hay uno que llama especialmente la atención, la cena en el restaurante se resuelve con lo que viene a ser un plano fijo. Todo el peso de esa escena es llevado por los actores, no hay cambios en la iluminación, ni primeros planos. Como si fuera una pieza teatral, lo bueno de esta parte es cómo los actores se desenvuelven con la forzosa naturalidad en la que uno se ve envuelto durante la primera cita, las risas que intentan romper el hielo cuando uno quiera aparentar que realmente no está muriéndose por culpa del nerviosismo. Incluso Brandon, que parece estar por encima de esas cuestiones, luciendo un gran autocontrol en lo que se refiere a las mujeres, parece perder de vez en cuando su entereza. Especialmente con un camarero tan inquisitivo. Aunque a veces parezca un diálogo improvisado sobre el que el director ha impuesto unas directrices básicas, resulta muy convincente.

El montaje también juega con nosotros, McQueen no intenta insultar nuestra inteligencia, pero de vez en cuando se permite ser un poco cabroncete. Por ejemplo, cuando utiliza el recurso de “sembrar y recoger”, lo hace de una forma muy sutil: ustedes ya saben de lo que hablo, se nos muestra algo que posteriormente será clave en la trama, una forma de premiar al espectador más atento y de obligar a los más rezagados a ver el film una segunda vez. En las películas de fantasía / ciencia ficción suele ser que descubrimos que tal o cual objeto que todo el mundo consideraba inútil resulta que al final es clave para derrotar al enemigo, desconfíen de los planos fijos extrañamente largos sobre algún personaje al principio de un thriller. Aunque, curiosamente, sí que se “aguanta” el plano en el que Brandon se queda mirando a un vagabundo...¿Se ve reflejado espiritualmente en él?

El director nos siembra tarde para recoger a los pocos segundos. El primer plano de Fassbender en el metro nos parece extraño ¿Con qué se ha hecho esas magulladuras? ¿Acaso estaban allí de antes y no nos hemos percatado? No tardamos ni cinco minutos en recibir una respuesta, el flashback que nos retrotrae a, posiblemente, poco más de una hora antes, nos explica que Brandon por poco se parte la cara por tocarle el muslamen a una muchacha comprometida.

Algo parecido pasa con el juego tonto de Sissy consistente en acercarse a la vía del metro, como si hiciera el amago de tirarse, juego que podemos observar en el primer tramo de la cinta. Cuando al final, Brandon vuelve de su noche de caza, su vagón se detiene, vemos hasta un cerco policial que nos insinúa un posible suicidio. McQueen, nuevamente, juega con las expectativas. La hermana de nuestro personaje principal no responde al móvil (en contraste a cómo Brandon pasaba de ella, también al principio del film) y, efectivamente, ha intentado suicidarse, pero no en el metro, sino en el cuarto de baño en el que su hermano la descubrió al llegar a su piso.

El contraste de luces y la palidez de los colores en esa escena también funciona como contraposición frente a los tonos medios de un Nueva York húmedo y gris cuyas calles recorre Brandon antes caer al suelo, invadido por esa desesperación que le plantea qué carajo está haciendo con su vida.

Para terminar estas pequeñas jugadas del director, podemos señalar un discurso de David, un encabalgamiento que empieza con “te encuentro asqueroso” mientras la cara de Fassbender ocupa el plano. En realidad no se refiere a él, sino al modo al que el tejido empresarial conservador veía a la empresa en la que trabajan. Pero McQueen nos da a lugar para el doble sentido.

Nueve canciones que escuchar con los ojos bien abiertos

Aunque “Shame” disfrutó de buenas críticas y parabienes variados tras su estreno, estuvo muy lejos de provocar la polémica que a veces se asocia a films que tratan de forma bastante abierta el tema sexual, o al menos cuando no se trata con la ligereza de un “American Pie”.


En este sentido, yo veo a “Shame” más emparentada con cosas como “9 songs” (2004) del muy hostiable Winterbotton, o “Eyes wide shut” (1999), del venerado Kubrick. En la primera, el director británico nos demostraba la facilidad con la que puede hacer una película al año, básicamente enlazaba escenas de la pareja protagonista con actuaciones en vivo de grupos moennos (¡Ey! Salen Elbow y su colega Michael Nyman, ¡No puede ser malo!), aunque buena parte de dichas escenas mostraban sexo explicito. Lo cual, a más de uno le hizo preguntarse qué carajo (¡nunca mejor dicho! ¡ahhh, el chiste fácil!) hacía La 2 pasando una peli porno cuando la echaron por la tele.

9 songs” mostraba una visión muy realista, o lo que el director pensaba que lo era, de la vida de una pareja moderna internacional. Al igual que los personajes de “Shame”, los novios viven en una gran urbe – Londres en este caso – y aparte de ir a conciertos en la Brixton Academy, consumen drogaina de un modo recreativo, se van a un hotel para celebrar un cumpleaños (y follar), hasta van a un club de strip-tease que a ella le deja un poco impactada sexualmente después de que una bailarina le ponga el potorro a la altura de los labios. De la cara.

Cuando ella se va de vuelta a los Estados Unidos, vemos que él, en su trabajo en una zona ártica, recuerda su relación con algo de amargura pero al mismo tiempo con cariño. Los áridos paisajes en los que se mueve en su soledad sirven como contrapunto frente a la existencia urbanita que llevaba en la capital inglesa.


En este sentido “9 songs” no planteaba muchos dilemas, aunque fue causa de consternación en algunas partes – probablemente más por enseñar una corrida real que por otra cosa -, sería complicado contradecir que el modo de vida que se nos muestra está muy alejado del ideal de muchas personas entre los 20 y los 40 años, o incluso más allá. Una existencia que transcurre entre las obligaciones y el placer ¿Qué hay de malo en ello?

Lo malo podría ser lo que sucede en “Eyes wide shut”. Cuando Jack Nicholson intentó explicar en una entrevista lo que su fallecido colega había intentado querer decir con su largometraje prácticamente póstumo, argumentó que resumía buena parte de las preocupaciones del director neoyorquino (afincado en Inglaterra), esto es, el padre de familia responsable frente al tipo que podía actuar con absoluta libertad moral sin importarle las consecuencias de sus actos. En cierta forma, no muy alejado de los drugos de “La naranja mecánica” (1971). Tal y como explica Nicholson, Kubrick estaba muy metido en ser padre de familia, pero entendemos que no podía evitar algún vistazo a cómo podía ser la vida ahí fuera.

Las reuniones de gente de la alta sociedad en la que se consumen drogas y sexo sin contemplaciones (lo siento, Sasha Grey, llegas muy tarde), se nos presentan en una trama que se mueve de forma lenta pero hipnótica, algo que no evita que muchos espectadores su murieran de puro aburrimiento. Algunos se preguntaban si era tan grave que el personaje encarnado por Nicole Kidman le dijera a su marido que hubiera estado dispuesta a tirar su vida familiar por la borda a cambio de una noche con un fornido militar.

Al igual que los chicos de “9 songs”, el matrimonio Cruise / Kidman consume sustancias ilícitas, pero esto es un film de la Warner, así que se deja en unos sencillotes porros. Después de todas las vicisitudes por las que pasa el marido (quien responde a la revelación de su esposa con largos escarceos nocturnos por la ciudad, en la búsqueda de vaya usted a saber qué), Kubrick decidió que las últimas frases (SPOILER) que se iban a intercambiar unos personajes en una película dirigida por él fuera el equivalente de “folla, folla, que el mundo se acaba”. A Spielberg le concedió su particular visión de Pinocho. Aunque no fuera adrede, el hecho de que le dejara dirigir una fábula futurista después de morir y haber firmado una cinta tan incómoda solo se puede resumir del siguiente modo: Zas en toda la boca.

One more time: Zas en toda la boca.

Es Pinocho, me da igual cómo lo veáis, es Pinocho


También es posible que algunos viesen en “Eyes wide shut” la autoherencia de Kubrick sobre otra cinta que contempló el sexo prohibido bajo una óptica mucho menos romántica, “Lolita”(1962). A fin de cuentas, la aparición del personaje de Lelee Sobiesky (cuyo cuerpo es ofrecido a un diletante Cruise, de manos de su padre, no menos) puede ser una cruel referencia a ese film pasado ¿Era consciente el director de que su tiempo se acababa y quería enlazar su corpus artístico?

Vaya usted a saber, eso es como querer adivinar si realmente “Barry Lyndon” (1975) era una película aburrida con la dirección de un hombre igualmente aburrido. O un preciosista intento de querer resumir una vida de la forma más completa posible, a pesar de las limitaciones del cine.

Pero ni Kubrick, ni Winterbottom, ni McQueen han llegado a las cotas de escándalo que han provocado otros films...

Shock cinema

Este apartado iba a formar parte de otro artículo independiente, pero en realidad viene más a cuento para explorar sus diferencias con una cinta que me ha gustado, en contraste con otras que me han parecido aburridas. Lo cual, ustedes ya saben, es peor que el hecho de que a uno no le gusten.

Había barajado nombres muy creativos para esa entrada en el blog, tales como “mi cine quiere sodomizarte” o “película con trauma incorporado”, de hecho, ni siquiera shock cinema tiene especial relevancia ni creo que exista como término real, estoy parafraseando torpemente el término “Shock Rock” con el que se solía definir el estilo de Alice Cooper.

Todo esto para hablar de films especialmente polémicos: La (por ahora) dilogía “The human centipede”, “A Serbian Film”, las series de “Hostel” o “Saw”... Lo cual me dará permiso para hablar de Jodorowsky y Pasolini, incluso Bertolucci. Ou yeah.

Recapitulemos: el cine siempre ha tenido una serie de películas “prohibidas” o “escandalosas”. Filmes que han cambiado, hasta cierto punto, las reglas del juego porque han tratado temas escabrosos. No me refiero a la infinidad de infraproducciones privadas que – según las leyendas urbanas - se intercambian en las cloacas de la sociedad, o sea, el subsuelo de Internet y aledaños. No, me refiero a esos largometrajes que han gozado de fama, éxito en taquilla e incluso devoción por parte de los críticos a pesar de la chunguez de sus tramas o del modo en que éstas se tradujeron al celuloide.

Empero, no voy a hacer un resumen de TODAS las películas “malditas”, más que nada porque ya hay, al menos, un volumen de publicación reciente en la calle – en castellano, porque la literatura sobre el tema en inglés es prácticamente inabarcable - que repasa someramente las historias de cintas prohibidas, censuradas o que han tenido la repulsión del público como principal respuesta.

Además, ya hablamos de uno de los posibles primeros ejemplos de esta clase de filmes, “La parada de los monstruos” (“Freaks, dirigida por Todd Browning, estrenada 1932). Pero como ya comentamos en su día, lo realmente polémico no era tanto la trama, sino los seres humanos protagonistas, quienes eran menos monstruosos que los seres humanos “normales”. Hasta que les tocaban los huevos, claro.

Así que vamos a ceñirnos a los ejemplos recientes y a un par de clásicos del tema. Ya les digo yo que no incluyo “El exorcista” (William Friedkin, 1973) porque al final este articulo se transformaría en una excusa para hablar de Mike Oldfield. ¡Pero me reservo el derecho a hablar de Genesis! (¿Otra vez? ¡Sí, otra vez!)

El principal problema de muchas de estas cintas es que la gente se suele concentrar en los elementos más llamativos – esto es, presencia de miembros viriles masculinos y sexo explícito -, para señalar lo escandaloso de buena parte de estas propuestas. Pero ¿Son pedorretas mentales disfrazadas de desafío intelectual o pornografía (no solo sexual) que se cubre con harapos de maniobra artística?

En los setenta, frente al despiste de los grandes estudios americanos sobre cómo o a dónde tirar para no perder de vista al Gran Público en términos de taquilla y credibilidad, se dio carta blanca a varios directores que no se habían visto en otra, un pipiolo George Lucas entre ellos. En Europa, donde el término “grandes estudios” siempre nos ha resultado un poco ajeno, las llamadas “Salas de Arte y Ensayo” provocaron capítulos de hilarante vicisitud al impulsar la espasmódica carrera en el cine de gente como Alejandro Jodorowsky. Tres de sus films más representativos: “El topo”, “Fando y Lis” y “Santa Sangre”, son una gran demostración de cine incómodo.


Siempre defenderé a Jodorowsky sobre la base de que, indirectamente, fue el germen de la creación de EL MEJOR DISCO DE TODOS LOS TIEMPOS, esto es “The lamb lies down on Broadway” (de Genesis, por supuesto, 1974). Doble vinilo conceptual que narra una historia tan enmarañada, confusa y “pobremente configurada” (según palabras del propio Peter Gabriel) como la que luce en ese western lisérgico-alucinógeno que es “El topo”. Imagínense si, como sugirió Mike Rutherford, se hubieran decidido por adaptar “El principito”.

Hay otros que defenderán al chileno por sus aportaciones al mundo del cómic, con la saga de “Los metabarones” como estandarte. Incluso habrá quien lo tenga sobre un pedestal por sus aventuras literarias o su práctica de la psicomagia.

Eso no quita para que haya otros a los que les gustaría tirarlo del pedestal y lanzarle tomatazos hasta que admita que lo que realmente le gusta a Alex es epatar al público bajo cualquier excusa.

¿Por qué? Pues porque buena parte de sus films muestran a gente en situaciones bastante extremas y feas, filmándolas de un modo crudo nada agradable. Por no hablar de lo confuso de las tramas, en “El Topo”, Jorodowsky interpreta a un pistolero que, acompañado de su hijo (en el film y en la vida real), pasa por una serie de situaciones que implican tiroteos, violaciones, frases lapidarias metidas con calzador y una persona que se prende fuego a si misma.

El topo” se transformó en film de culto en los setenta, mientras que sus siguientes obras, seguían con su catálogo de narraciones convulsas, su muestrario de personas con alguna deformidad y desnudeces varias limítrofes con la pornografía (por decir algo).

La pregunta habitual que se suele hacer sobre Jorodowsky es si es un genio o un vendemotos profesional ¿Son sus maniobras artísticas el resultado de una larga y compleja reflexión sobre lo que quiere decir tal y cómo lo quiere decir o simplemente hace las cosas porque así le salen y no hay más que hablar?

Puede que un poco de ambas, a otro que le gusta mucha dejar al público con el culo torcido, David Lynch, (en su día repudiado por Jorodowsky por tomar las riendas de su malograda adaptación de “Dune”) suele dar explicaciones bastante prácticas y sencillas sobre algunas de sus imágenes y quiebros en la narración.

En realidad, cuando Lynch dice cosas como “simplemente sucedió así”, da la impresión de que juega al despiste al modo contrario del chileno, como si cada uno representara el papel que uno se espera de su herencia cultural: uno es el sudamericano bombástico, explosivo en sus declaraciones, mientras que el otro muestra trazos de su herencia británica – aunque sea estadounidense-, con toda la flema, abstracción y alejamiento de dar algún tipo de excusa pasional para lo que hace.
Un plano normal, dirán ustedes...

En otras palabras, los dos juegan con las expectativas del espectador, pero lo hacen “tan bien” que no nos importa demasiado. Bueno, dependiendo de las ganas que tengamos de soportar planos de gente con cabeza de conejo y otras lindezas visuales.

Pier Paolo Pasolini siempre jugó en el extremo contrario de la cancha, lo suyo eran los paisajes áridos, tanto en lo referente a la fotografía de sus films como al retrato de sus personajes. Si hay una línea directa entra Jorodowsky y Lynch, bien podría haberla entre el italiano y el español Julio Medem. La pregunta viene a ser la misma: ¿Son unos artistas de tomo y lomo que corren riesgos en lo que muestran para contar la historia de modo tan fiel como la visualizan en sus cerebros o son unos pornógrafos con ínfulas?

Frente a la descarnada lectura del mito clásico de Edipo - “Edipo Rey” (1967) – están las perversiones sexuales, la tortura y lo escatológico de “Saló o los 120 días de Sodoma” (1975). No es que dichos elementos no estuvieran presentes en las obras previas del cineasta, pero nunca había llegado a tales niveles de depravación. Con todo, la fealdad de las situaciones rivaliza con la crueldad de los diálogos, si bien, aquí Pasolini contaba con el apoyo argumental de estar narrando la barbarie de la ocupación fascista.

En este sentido no puedo estar más de acuerdo con la reseña de “Aquí vale todo”, cuando dicen que, muy probablemente, el italiano era un señor que quiso llevar a la pantalla muchas de sus obsesiones personales y encontró en la élite contracultural una plataforma para darle a sus obras una patina de respeto intelectualoide.

Medem es mucho más refinado en sus planteamientos, lo suyo es un romanticismo estético pero fulminante en su seriedad. Aún así, aunque “Los amantes del circulo polar” (1998) sea su película más celebrada y que produce más devoción, la polémica salpicó a “Lucia y el sexo” (2000). El film que catapultó la trayectoria de Paz Vega no buscaba excusas, desde su título ya avisaba que lo suyo era una traslación del deseo en su forma más descarnada, pasando, eso sí, por la casilla de coger una trama lineal y explicarla de modo no lineal. Pero esto es Medem ¿Qué esperaban?



Las siguientes obras del realizador donostierra también fueron controvertidas, pero por motivos muy diferentes: el documental “La pelota vasca, la piel contra la piedra” (2003) intentaba dar una visión objetiva sobre el conflicto vasco, algo, me temo, prácticamente imposible, a menos que uno sea de Plutón. “Caótica Ana” (2007), a pesar de ser un homenaje sentido a la hermana del director - fallecida en un accidente de tráfico - y al género femenino en general, fue tildada por algunos sectores de la crítica y del público como decepcionante (para variar, a mi me gustó mucho).

Habitación en Roma” (2010) se antojó entonces como un intento de reverdecer los laureles de “Lucia y el sexo”, jugando la baza de un encuentro casual de dos mujeres que luchan contra sus respectivos pasados mientras recorren sus cuerpos mutuamente. Medem se recreó en la voluptuosidad de sus protagonistas, combinando romance y sexo. Pero tanto empeño puso, que la historia parecía recalar más en el sentimentalismo iluminado que otra cosa. Por una vez, Medem parecía seriamente pretencioso.

Como fan del Rock Progresivo, lo pretencioso me llama la atención sobremanera, aunque muchas veces eso degenere – en vez de evolucionar – en obras sin pies ni cabeza o, lo que es peor, sin gracia alguna. Ergo, la recientemente galardonada en el festival de Cine Europeo de Sevilla, “El desconocido del lago” (Alain Guiraudie, 2013) juega con las expectativas del espectador en varias modalidades: elimina la música incidental, hace maniobras con la elipsis para que todo suceda alrededor del lago del título, dentro del ambiente de cruising homosexual de un paraje campestre mientras regala escenas de sexo entre hombres con miembros viriles decorando la pantalla.

Las ampollas que ha levantado este film en ciertos sectores eran de esperar, pero a mi parecer, adolece del mismo problema que “Habitación en Roma”, el director se empeña en ofrecernos una visión de la historia tan personal (y en este caso, tan pedante) que acaba por ahogar las emociones que pudiera generar la historia. El galo lo sabe, es consciente de que su film dará que hablar mientras intentamos descifrar el código oculto de sus imágenes, pero lo penoso es que parece un producto prefabricado para que el articulista medio de “Dirigido por...” puede establecer largas reflexiones. Pero lo que hay es lo que hay, muerte, sexo y amor en el aire. Y eso se ha contado con mucha más gracia en otras ocasiones.


El último tanto en París”, (1972) de Bernardo Bertolucci, por contra, ofreció una potente carga de profundidad, pero dándonos gato por liebre. Muchos se concentraron en el hecho de que el personaje de Marlon Brando llegaba a introducir mantequilla por el ano de la mujer que interpretaba Maria Schneider, pero lo realmente chungo era lo que Brando soltaba por esa boca, reflexionando, voz en grito, sobre la institución de la familia.

El film es una bomba emocional de la que nadie salió bien parado, el propio Brando llegó a escribir en su autobiografía – la cual escribió para pagar las costas legales de su hijo, acusado de asesinar a su propia pareja sentimental - que se prometió no llegar a involucrarse tanto en un rodaje nunca más, prefiriendo ganar mucha pasta con los porcentajes que le pudieron reportar sus gélidas apariciones para el “Superman” (1978) de Richard Donner.

Después de sustos como “Irreversible” (Gaspar Noé, 2002), casi parecía que la capacidad del cine para producir polémica se había reducido a la cuidada forma de lanzar sangre que tiene Tarantino en sus films. En estas que, de hecho auspiciado por el bueno de Quentin, entró el torture porn.

Cualquiera que haya entrado en contacto con la literatura de Clive Barker o el cine de David Cronenberg no tendría problemas en entender el planteamiento inicial del género: si bien, a estos autores se les englobó dentro del epígrafe “la nueva carne”. Que viene a ser lo mismo: sexo y vísceras, como el slasher pero con chistes más extremos. E intentado ser menos aburrido.


Veamos, en la saga “Saw” - la primera dirigida por James Wan en 2004 -, (SPOILERS) una especie de Charles Bronson decide que, en lugar de matar a los malos a base de pegarles tiros en los aparcamientos (socorrido lugar de filmación), es mejor secuestrarlos y ponerles sádicos rompecabezas para que logren alcanzar su libertad. Desmembramientos y tiras de piel volando por los aires aseguradas.

En “Hostel” (la primera, de 2005), la caza de un polvo fácil y las fiestas Erasmus sin ton ni son en Europa del Éste desembocan en el secuestro de los jóvenes calientes por parte de una sociedad secreta que se dedica a la tortura y asesinato. En las dos primeras películas, dirigidas por Eli Roth – la tercera es más la típica secuela “directa a DVD” que las productoras hacen para prolongar la vida comercial de una saga -, el contraste entre las escenas subidas de tono y las amputaciones con algo de slapstick sirvieron para renovar el género del terror, creando una nueva vertiente de la “incomodidad en la butaca”.


Por supuesto, la cuestión innovadora era el planteamiento, ya que la tortura en la pantalla no era algo precisamente novedoso. En casos tan conocidos como “Holocausto Canibal” (Ruggero Deodato, 1980) el escándalo provenía de que nadie había convenido en aclarar que aquello era realmente un largometraje de ficción y no un documental. Visto en la distancia, uno se pregunta si realmente el público era tan papanatas entonces como lo es ahora. Pero eso sigue sin dar un motivo para cargarse a una pobre tortuga de verdad mientras lo graban.

El proyecto de la bruja de Blair”, (Eduardo Sánchez y Daniel Myrick, 1999) por contra, solo podía funcionar como film de terror si realmente uno se lo encontraba de chiripa como documental, si bien, aquello fue, en realidad, una demostración de los primeros pasos del marketing viral en Internet que un auténtico ejercicio cinematográfico. Algo de lo que parece que casi se burla su más conservadora secuela.


La diferencia de “Hostel” con respecto a los films nombrados es que el espectador de la tortura es también el espectador de la película. En “Holocausto Canibal” y “Blair”, (qué curioso, como el apellido de la actriz que interpretaba a la niña de “El Exorcista”, cuya banda sonora compuso Mike Oldifield ¡ya estamos!) se produce un efecto de “metacine”, ya que vemos cómo se graban “las torturas”. Se trata de “found footage”, imágenes encontradas, un recuento pretendidamente minucioso de unas peripecias grabadas sin apenas edición posterior. Un recurso que ha sido vehículo de las más variadas producciones, tales como “Monstruoso” (“Cloverfield”, Matt Reeves, 2008) o ya en su explosión definitiva como activo comercial con “Paranormal Activity” (la primera de 2007, dirigida por Oren Peli).

Aunque las grabaciones de cosas chungas con tintes más realistas tienen una larga tradición en los argumentos del cine, muchos prefieren apuntar como pioneras en nuestro territorio a la española “Tesis” (Alejandro Amenabar, 1996) con su guapo Eduardo Noriega, o la refinada “Asesinato en 8 mm” (“8mm”, de Joel Schumacher, 1999) con el siempre molón e histriónico Nicolas Cage y su pelo como protagonistas. Ésta última, otra película que le gustó a mi padre, no sé si tanto como las de Almodovar o “Los burdeles de Paprika” de Tinto Brass. Qué hacía mi padre viendo una película de Tinto Brass es algo que, hasta cierto punto, se me escapa.

Eduardo NO riega ¿lo pillan? ¿Sí? Yo tampoco...

En estas, que la gente se olvida de “Henry, retrato de un asesino” (Jack McNaugthon, 1990), un film un tanto más influyente que los nombrados y que realmente puso en el cine más o menos comercial, una colección de imágenes y diálogos hirientes que entroncaban, sin miedo, con las formas menos apasionadas de joderle la vida al prójimo sin más excusa que ser una auténtica mala bestia. Pero con actores más feos y menos carismáticos.

Eso no quiere decir que “Henry” no fuese polémica en su día, pero con Internet, todo se ha llegado a magnificar. “El ciempies humano” (de Tom Six, 2010) y “A Serbian film” (Srdan Spasojevic, 2010) decidieron empujar los límites de lo soportable mucho más allá.

Cuando leí sobre la primera, supuse que era una especie de variación sobre la metamorfosis por la que habían tenido que pasar los protagonistas de “La Mosca” (tanto en la original dirigida por Kurt Neumann en 1958 como el remake de David Cronenberg estrenado en 1986), puede que incluso fuera una historia de amor con elementos de denuncia social, como la estupenda “District 9”, (2009, Neil Blomkamp).

Iba a ser que no.

Como mucho, el amor que llega a haber es el que profesa el mad doctor protagonista, a la criatura cuya creación le obsesiona y que, como pueden ustedes imaginar, ocupa el título. Pero en lugar de.... DEJEN DE LEER SI SON DE ESTÓMAGO SENSIBLE... algún tipo de experimento genético con células humanas y de insecto (les aseguro que esto, en mi cabeza, tiene mucho sentido), lo que hace nuestro científico psicópata es coger a tres personas y unirlas quirúrjicamente para formar un cienpies. No quieran saber por dónde las une, porque no es bonito, pero hay una parodia muy divertida de South Park (de quién si no) sobre el tema. Rodada en tonos agradables pero con la sensación de que el tren de la trama va a descarrilar en cualquier momento (cosa que sucede), el film cautivó al público adicto a las emociones fuertes. O que prefieren los films del Peter Jackson pre-Señor de los Anillos.


El simple punto de partida de la trama – que nadie discute que es repulsivo, pero en peores plazas hemos toreado -, sirvió para que muchos se echaran las manos a la cabeza. Cuando apareció la secuela, la venganza de esas propias voces fue muy parecida al ataque que recibió “El club de la lucha” por parte de la presentadora / actriz Rossie O'Donell, si bien esta mujer se “contentó” con contar una giro crucial de la trama, los que encontraban asquerosa el film anterior y su sucesora, pasaron por contar todo el argumento del film en sus reseñas.

Para no ser menos que esos críticos ni que la Wikipedia, ahí voy yo también. SPOILERS (al menos yo aviso):

En un nuevo ejemplo de “cine dentro del cine”, vemos cómo un guarda de seguridad de un aparcamiento (sí, la vuelta de los escenarios baratos) se ha obsesionado con la propia “The human centipede”, reproduciéndola casi en bucle en su portátil mientras trabaja. Vive con una madre posesiva y tiene un vecino un poco neonazi.



Rodada en blanco y negro, con uso casi exclusivo de interiores – buena parte de ellos industriales -, el film, a pesar de la Alta Definición, rezuma por los cuatro costados “¡Soy la rápida secuela barata!” Además de estos detalles, lo que la diferencia de la anterior es que nuestro orondo protagonista decide crear una nueva versión del ciempies, enganchando a más personas. Con el eslogan “100% NO verificada médicamente”, (contradiciendo la frase publicitaría de la anterior película) se nos vende una cosa sin tensión alguna, contenta de revolverse en la sordidez que intenta mostrarnos, aunque es, en buena parte, una versión muy limpia del típico cortometraje gore hecho con cuatro duros.

Si el (por ahora) díptico de las “personas-insecto”, o el hecho de que una de las partes de la saga “Saw” hubiese sido clasificada “X” por el Ministerio de Cultura, no había puesto la sensibilidad pública lo bastante a prueba, llegó un film que devino en acciones legales mucho más duras.

Ángel Sala, director del Festival de Cine de Stiges (especializado en terror y ciencia-ficción), estuvo a punto de ser detenido tras la proyección de “A Serbian film” en 2010 ¿Qué ocurre en esa película para levantar tal escándalo que llegó a ocupar no pocos titulares?

Se lo resumiré rápidamente porque la gente de CineCutre ya dijeron todo lo que había que decir sobre la cinta en su crítica, una PARODIA (lo pongo bien grande para que lo tengan en cuenta) de lo que habría escrito un espectador perteneciente al supuesto público al que va dirigido el film. La cinta narra cómo un actor porno retirado que tiene problemas para sacar adelante a su familia recibe una oferta por parte de una organización secreta (empiezan a ver un patrón ¿Verdad?) para protagonizar un film de realista violencia sexual extrema. Para asegurarse de que es capaz de llevar a cabo todas las atrocidades que esperan del actor, se le administra una droga. Como pueden imaginarse, no tiene un final feliz ni mucho menos.

Todo lo que se ve en pantalla, por muy terrible y asqueroso que resulte está simulado con muñecos, eso sí, son dramatizaciones de la clase de salvajadas que nos cuentan muchos días en los telediarios. El escándalo estaba servido, incluso algunas de las empresas a las que se había llevado la cinta para su edición y etalonaje habían rechazado la propuesta por considerarla repulsiva e inmoral.



Involuntariamente, eso sirvió para darle un aura de malditísmo al largometraje así como el hecho de que se haya prohibido su proyección en varios países (incluido el nuestro), pero... ¿Realmente es tan dura? ¿Puede provocar abortos como se decía de las primeras proyecciones de “El exorcista”?


Pues... provoca más bien algo de sopor. Vamos a ver, que una persona con una historia sexual pasada un poco ida de vueltas, se vuelva un auténtico animal después de administrarle una droga, pues tampoco es una cosa que le pille a uno especialmente por sorpresa. La alemana “El experimento” (2001, Oliver Hirschbiegel) - que vi por primera vez a altas horas de la madrugada, sufriendo un angustioso dolor de muelas, y aún así me gustó -, es mucho más chunga, ya que cuenta como unas personales presuntamente “normales” se llegaron a comportar como unos auténticos hijos de puta. Y está basada en hechos reales.

Ciertamente, las imágenes y la mala uva que hay detrás de las imágenes de este largometraje serbio pueden llegar a impactar, pero en realidad no es más que un “caca, culo, pedo, pis” puesto en celuloide. Un “voy a lanzaros toda esta mierda a la cara a ver cómo reaccionáis”. Como insulto final sobre el tema de la censura, está el hecho de que no haya que investigar mucho para llegar a una versión con subtítulos en inglés ya que el vídeo está incrustado en una web bastante conocida de vídeos online. Y no es Vimeo. Empieza por Y y acaba en tube.


La cuestión es que no hay tensión de ningún tipo, ni forma de que el espectador – más allá de su sensibilidad para con las escenas más escabrosas – se sienta comprometido por lo que ve, no hay crescendo porque el ambiente viciado de los colores, la trama y la forma de actuar ya avisa de aquello es una composición de mala leche agitada para reventarnos en toda la jeta.

Probablemente – o no – se estarán preguntando: “Fran, ¿No te has quedado fatal de ver todas estas películas tan sórdidas (en el sentido tradicional del término, no en el de VyS), con tanta chunguez reinante?

Respuesta: No peor que después de ver “Caligula”, “El silencio de los corderos” (ag, esa escena de Buffalo Bill bailando delante de la cámara), “Razas de noche” o después de leer un volumen de los “Libros sangrientos” de Clive Barker. Hay un relato sobre un hombre lobo que despide tal crueldad con los personajes que lo de “A Serbian film” se queda en un paseo por el parque. Se lo aseguro. Qué hijo de puta. Pero es buen escritor.

En todo caso, en las noticias del día a día - como dijo una vez el tito Creepy – hay cosas mucho peores para rellenar nuestras horas de sueño con pesadillas. Y lo peor es que son de verdad.

Vergüenza ajena

Como ya he dicho anteriormente, “Shame” no es la primera vez – ni será la última – que se trata el tema del sexo y como hemos perdido una cierta conexión hacia él. Paul Thomas Anderson (no confundir con el chuflas que dirige las diferentes partes de la saga “Resident Evil”, ése es Paul W. S. Anderson), abordó en “Boogie Nights” (1997) su particular visión de la industria del porno como una especie de “gran familia disfuncional”. Muchos atacaron a esa película por dar una visión excesivamente idílica del asunto, pero, al igual que el largometraje de McQueen, era un dulce envenenado, la bohemia y el buen rollo no tardaba en desaparecer, mientras se van alzando unos límites que ni siquiera ciertas industrias (parece) se atreven a cruzar. Ni los involucrados en ella.

Descanso visual tras tanto intelectualismo de pacotilla, para el público que tenga esta clase de gustos


Una cosa que tiene en común con “Shame” o con el resto de las películas aquí mencionadas es que logran ponernos frente a frente con nuestra forma de ver la sexualidad. Por mucho que muchos argumentos quieran trasladar la “culpa” a esas organizaciones secretas (cojones, si todo el mundo las incluye en sus relatos no serán tan secretas), que se reúnen para “joder” - Sasha Grey dixit – así en general, lo cierto es que la peor conspiración oculta la realiza buena parte de la población mundial.

Veamos, las webs de contactos como Badoo, el propio Facebook cuando nos sugiere algunas de ellas, el cruising que se puede ver “El desconocido del lago”, los clubs de intercambios de pareja – a los que va Cayetano Martinez de Irujo a vender caballos -, la forma de representar las relaciones del porno en general, los “concursos” televisivos para buscar pareja... Todo eso consigue lo que tres mil años de religiones psicocastradoras no han logrado: quitarle toda la puta gracia a una de las mejores cosas de la vida.

Descanso visual después de tanto empacho de intelectualismo de pacotilla, para los que tengan ésta clase de gustos


Frente a la entrega consentida de dos cuerpos que se van descubriendo – que si hay amor de por medio, ya ni les cuento -, la pasión de las ganas de arrancarle la piel (en sentido figurado) a otra persona, nos damos de bruces contra una cosificación, con un pansexualismo que se recrea en ser, en un “voy a probarlo todo antes de morirme” que, con el tiempo, provoca heridas de difícil cura en las personas que están menos preparadas de lo que creían.

Ergo, a la máxima de “el ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”, podemos añadir “el ser humano es el único animal que puede coger algo estupendo y transformarlo en algo rutinario, aburrido, decorativo.”

Cuando mi hermana tenía edad para leer la Super Pop – y ésta regalaba cintas de casette recopilatorias con canciones de The Refrescos -, su sección de consultorio sentimental giraba en principio en torno a cuestiones tan peregrinas como “¿Me puedo quedar embarazada si lo hago por primera vez sin preservativo?” Con el tiempo, e imaginamos que aprovechando la “maduración” del público medio de la revista, las preguntas pasaron a “¿Se puede tener sexo con alguien de quien no está enamorado/a?” Y ya, en un giro muy esperado de los acontecimientos, la pregunta clave pasó a ser “¿Me puedo enamorar de alguien con quién sólo me une el sexo en un principio?”

Si se están preguntando si yo le robaba la revista a mi hermana para leer estas dudas, no le den muchas vueltas, en realidad solo las cogía por las entrevistas a músicos. Guiño, guiño, codazo, codazo...

Descanso visual...¿pero qué clase de pervertido es usted???


En realidad, todas esas dudas solo consiguen mostrarnos que si ya la educación sexual brillaba por su ausencia por todas partes a mediados de los ochenta, la educación sentimental tampoco andaba muy allá. Después de años de historias rancias de hombres casados que le ponían un piso a “la querida”, se pasó a un mundo en el que era posible divorciarse, aunque ya existiesen muchos matrimonios “de los antiguos” que funcionasen como una separación de facto.

En otras palabras, que entre el sexo, las relaciones interpersonales, el compromiso (incluyendo el miedo hacia él), el futuro incierto y el hecho de que algunas personas viven en su particular película porno, hemos conseguido estar mucho más hechos polvo que antes de que se inventase la palabra escrita. Buen trabajo, chicos y chicas.

Y una vez dicho todo esto, me voy a ver “Thor y el mundo oscuro”. Porque los elfos, aunque sean oscuros, tienen unas intenciones mucho más claras.