lunes, 13 de junio de 2016

LA ELEGANCIA

Atención: Cuando escribí esto... aún se podía ir con una sudadera por la calle. Para que tengan en cuenta la cantidad de tiempo libre del que dispongo para actualizar el blog...


Ah ¿Se acuerdan de cuando este blog empezó como análisis del mundo automovilístico por parte de una persona que no tenía ni idea de coches? Yo tampoco.


Y mira que es una pena que no hayamos hablado del C5


Una de mis gilipolleces favoritas sobre “La elegancia” es cuando los expertos sobre el tema – por lo general, gente digna de ser contertulios de mesa camilla en un programa de María Teresa Campos – dicen aquello de “la elegancia no puede comprarse”.

Bueno, a tenor de cómo decora sus casas Donald Trump – ya estaba tardando en caerle una hostia en este bitácora al futurible presidente del mundo libre -, podemos decir que desde luego, el buen gusto no puede comprarse. Como mucho puedes alquilar el gusto de otra persona para que te ayude a que tu casa no parezca una absurda condensación de elementos yuxtapuestos tales como el pan de oro o el hule de los chinos cubriendo la mesa de la cocina. O en otras palabras, una mierda abyecta, cateta y chabacana.



¡Mis córneas!


Y esto se lo dice una persona cuyos padres no tardaron en transformar un flamante piso nuevo en una copia casi exacta a la vivienda en la que habitaban antes de mudarse. Ahí estaban todos los elementos imprescindibles: la lampara cuyos pequeños cristales hacen que limpiarla sea una odisea semanal, la mesa de comedor rodeada de sillas elegantes en las que nunca nadie se sienta para comer – ni para nada, mucha bronca me cae ya por poner el portátil encima cuando paso por allí -, y la vitrina en la que la vajilla buena se puede exponer para... ser expuesta, básicamente, mientras compite por un poco de espacio por los recuerdos de los viajes hechos por los hijos y los realizados por los padres con el Imserso. Por supuesto, eso implica a los perritos de Cristal de Murano y las máscaras de Carnaval veneciano. Por supuesto.


¡Ay los perretes!



Aunque a diferencia de Jordi Costa, no considero a la revista Wallpaper el enemigo público Nº 1 – me parece que básicamente Costa necesitaba un enemigo, cuando aún no se había inventado polémicas de baratillo con los compañeros de “Vicisitud y Sordidez” - lo que sí me pregunto es a qué se dedica la gente que vive en esas casas, por otro lado, perfectamente ordenadas y que dan gusto ver en foto.



Porque, vale, mi estudio es un caos enorme en el que si le pidiera a alguien que me buscara algo, dicha persona acabaría en posición fetal después de investigar durante cinco minutos entre papelotes, revistas, libros y discos. Sí, hay que tener mucho cuidado por dónde se pisa porque en cualquier momento uno puede pisar una pandereta, enrollarse el tobillo con los cables de los altavoces o darse de bruces contra el atril en el que están las letras de las canciones.

En serio ¿Quién coño vive ahí???


Aún así, yo me pregunto ¿A qué se dedica los propietarios de esos inmuebles que llenan las páginas de las revistas sobre decoración de interiores? ¿Dónde guardan el café? ¿Dónde ven las películas? ¿Dónde escuchan sus vinilos de Jazz? Da la impresión que la gente que vive en esas casas sólo se dedican a... bueno, a vivir...Lo cual tampoco me parece tan mala idea... O lo mismo lo hacen todo fuera de casa, lo cual tampoco me parece mucho peor.

Estoy bastante seguro de que esto es una imagen generada por ordenador


Yo, particularmente, creo que podría vivir en cualquier sitio con abundante luz natural, en el que pudiera poner la música lo bastante alta como para hacer que los cristales de la ventana vibrasen como si se vieran amenazados por un terremoto de magnitud 7,3. Opcional sería la ausencia de vecinos cerca, tan aterrorizables como para llamar a los bomberos, la policía y a Batman (no necesariamente en ese orden) para ver qué coño está haciendo el pirado con ínfulas de artista de la casa de al lado.

Por supuesto, también me gustaría tener una casa con su parte “bonita y arreglada”, pero al mismo tiempo estoy bastante convencido de que siempre habría unos cuantos metros cuadrados de “orden caótico”.

Igualmente, y pasando al tema de la ropa, está ese tópico de “(inserte futbolista / actor / músico) es elegante hasta con un chándal”. Albergo mis dudas al respecto porque en muchas ocasiones se hace trampa con dicha afirmación, con la que realmente se quiere decir que cuando un tipo tiene una fisionomía parecida a una estatua de mármol, y sin pelos al final de la espalda, puede ir en pantalón pirata por la calle, que todo el mundo se girará para mirarlo.

Pues muy bien que me parece. Yo escribo esto vestido por mi diseñador favorito; la tienda Tipo. Bueno, tampoco del todo, los calzoncillos, las zapatillas deportivas, y la camiseta son de otros diseñadores de gran prestigio como Puma, Zara o Abanderado. Pero llevo un pantalón de chándal súper pirata con el viejo logotipo de Marillion decorando la pernera, además de una sudadera – aún más pirata si cabe -, con la portada del “Oxygene” de Jean-Michel Jarre. Todo pirata porque no creo que la buena gente de Tipo haya pagado sus derechos de imagen a los propietarios intelectuales del logotipo y de la pintura. Aunque quiero equivocarme.

¿Merchandising oficial? Me da que no...


Todo esto para decir que, con toda seguridad, soy el menos indicado para hablar de elegancia. Pero también me sirve para argumentar ese viejo adagio de “me gusta vestir de forma que me sienta cómodo” y a la pregunta de “¿Me siento cómodo con mi conjunto deportivo ligeramente ilegal?” Pues sí, más que un gatito en brazos.






Empero, tampoco me presentaría de esta guisa en una cena de empresa. Todo tiene su momento y su lugar, hoy aprovecho la mañana para ir al gimnasio porque entro en el curro por la tarde, además, me gusta llegar a casa con la sensación de estar totalmente agotado, física y mentalmente. Así uno se queda dormido mucho más rápido.

Y cuando me duermo ¿Me pongo uno de esos pantalones de pijama y esas camisetas tan chulas que salen en las series americanas? Pues depende del frío que haga. Pero lo que ha conseguido esa imagen importada del cine y de la publicidad es que creamos que realmente uno puede seguir siendo super chic hasta en la cama. Recordad niños, muchos de vuestros más dulces sueños se han visto interrumpidos por la traición de la cena de la noche anterior y la visión del fondo del water. Ahí os dejo esa imagen.

Además, os recuerdo que yo soy de Sevilla, una ciudad en la que ya no se entiende una casa sin aire acondicionado pero en la cual podemos vivir sin calefacción en nuestros domicilios porque “total, para el poco tiempo que aquí pasamos frío...” Lo cual, cada vez que viene un temporal consigue dejar un reguero de resfriados y gripes que no se lo salta un caballo. No serán muy eróticos-festivos, pero los batínes de guatiné, las babuchas más gruesas que el kevlar y los calcetines ovejeros son la mejor vacuna contra estar todo el día con un goteo incesante en la nariz.

Ahí está un servidor, con la expresión facial de todo cámara cuando está grabando: sí, de estreñimiento


Y de mocos va el final de este magna entrada centenaria en el bitácora, porque así celebramos las cosas por estos lares: hace años se jugaba un partido amistoso entre Inglaterra y España ¿A quién lo tocó grabar los calentamientos en el Ramón Sanchez Pizjuan? A mí, claro. Allí estaba David Beckham, el hombre elegante por antonomasia, el futbolista en el que (según mucha gente) nadie se habría fijado de no ser primero pareja y después esposo la Posh Spice. El mismo señor que hace un anuncio de Whisky que se lleva en botella de Varón Dandy (vale, es un whisky, pero seguro que sabe igual) rodeado de representaciones correctamente políticas de minorías étnicas – antes que os echéis encima mía por racismo, os señalo que lo realmente racista es el lenguaje publicitario -, el tipo que marca el estilismo del hombre actual, moderno y ¿Comprometido?



Pues bien, ese onvre, después de hacer varios estiramientos puso cara de estar un poco contrariado, tapó uno de sus orificios nasales y concentró toda su energía británica en desplazar una cosa blanca de un tamaño considerable desde el interior de su nariz al césped. Sí, ese césped por el que después rodaría mientras jugaba. Porque el bueno de David ha amansado fama y fortuna a base de darle patadas a un balón llevando unos pantalones cortos en los que no se pueden guardar ni unos putos cleenex.

Piensen en ello.

PS: Habrá secuela de este artículo.



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