domingo, 12 de febrero de 2017

MINIATURAS ÉPICAS: THE DIVINE COMEDY EN CONCIERTO

Teatro Alameda (Sevilla) 5/2/2017

Siempre me ha hecho gracia la propuesta de Neil Hannon, y que conste que no lo digo de forma despectiva. Frente a esa herencia mal llevada de los Beatles que representaban Oasis, las indecisiones estilísticas de Blur, el revival tristón de Bowie que a veces personificaban Suede o la mezcolanza de los posteriores Kula Shaker, The Divine Comedy formaba, como suelen decir los ingleses, parte del Britpop pero manteniéndose aparte.




Aunque Hannon sea norirlandés, su música huele a los veranos interminables de la campiña inglesa, refiere a una época en lo que más escandaloso que podía ocurrir es que una chica fuera en minifalda por las calles del swinging London de los 60. No en vano, una de sus canciones contiene la línea “cada vez me estoy volviendo más como Alfie”. La referencia no es en absoluto gratuita, el film que Lewis Gilbert estrenó en 1966, presentaba la quintaesencia del elegante joven británico, independiente, falible en lo romántico como en muchos otros aspectos de su vida al tiempo que se mantenía irresistible para las damas.



En los videoclips de la “banda” - uso las comillas porque ya hace tiempo que The Divine Comedy es un proyecto que depende casi en exclusiva de su líder y voz solista -, Hannon se presenta como una suerte de parodia de Alfie. Sí, viste las ropas adecuadas para ser cool, pero sus marcadas facciones y lo desgarbado de su físico lo dejan muy lejos de Michael Caine. Nada de eso, no obstante, quita para que diera un concierto impresionante en el sevillano Teatro Alameda durante una perfecta noche de domingo.



Empero, no es rutinario que un músico de fama internacional venda todas las entradas de su concierto a una semana vista, una proeza que ni Madonna ni U2 ni Springsteen han conseguido. Vale, el Teatro Alameda no es lo mismo que el Estadio Olímpico, pero lo que quiero decir es que La Divina Comedia ha conseguido eso tan raro que a veces sucede en nuestra ciudad: que un artista que no viene de ningún reality musical sea recibido como se merece: por un público que no sólo entiende de qué va lo están viendo y oyendo, sino que se saben las letras de sus canciones sin estar esperando, necesariamente, a que interpreten su tema de mayor éxito.



De igual forma, la elección de Lisa O'Neill como telonera, con su físico que recuerda a una joven Shirley MacLaine es perfectamente comprensible y adecuada. Tocó un corto pero encantador set de temas acompañados por guitarras acústicas – con la excepción de un canto irlandés que desarrolló a capella -, que incluían su particular homenaje a Elvis Presley.



No hubo que esperar mucho tiempo para que se hicieran unos cambios mínimos en el escenario y así dar paso a los propios Divine Comedy. Con el grupo ataviado con casacas y el propio Neil con su disfraz de Napoleon, empezaron con “Sweden”, dando el pistoletazo de salida a una fiesta que nunca decayó.

Tengan en cuenta una cosa: por mucho que el barítono de Hannon a veces recuerde a Peter Hammill – ya saben, son muchos años de escuchar Progresivo -, y que su música no sea especialmente atronadora, tiene ese encanto que hace que uno no pueda parar de mover los pies. Con dos teclados, acordeón, guitarra, bajo-ukelele y batería le tocó al sexteto sustituir lo mejor posible los barrocos arreglos orquestales presentes en los discos.



Otro elemento curioso del carisma casi involuntario que desprende Neil es que provoca que la gente le haga regalos, ya fuera el muñeco de peluche hecho por una amiga mía que representa al músico como al bajito emperador francés o retratos de su rostro creados por algún fan con no poca inspiración. Pero aquí he de pecar de favoritismo cuando digo que me siento especialmente orgulloso de que el peluche acabara, no sólo formando parte del escenario durante el resto del concierto, sino de que tuviese su debut televisivo días después en el programa de Buenafuente. Fuck Yeah.



Por otro lado, aunque el repertorio de The Divine Comedy no sea precisamente estático durante las giras, no creo que nadie pudiera quejarse de los temas tocados en Sevilla. Ahí quedaron la marchosa plegaria de un amante temeroso de la soledad en “How can you leave me on my own?”, la justificante del disfraz “Napoleon Complex” - es improbable que el emperador francés se la hubiera tomado a chirigota de estar vivo -, la veraniega “Daddy's Car” o la esperanzadora “To the rescue”.



El uniforme dio paso al bombín y al traje de chaqueta para la cínica reflexión sobre la crisis económica que es “Complete Banker” - “la próxima vez podemos crear una burbuja aún mayor” - aunque también sirvió para ilustrar al gustosamente apaleado aspirante a caballero británico de “Bang! Goes the knighthood”. Después Neil se acercó a las primeras filas y cogió el móvil de uno de los miembros del respetable mientras narraba ese pequeño drama de amor falsamente correspondido que contiene “Our Mutual Friend”.



“Our Mutual Friend” representa casi mejor que cualquier otra canción ese microcosmos en el que suceden las historias de Hannon: hay un stacatto orquestal sobre el que un personaje nos cuenta que está colado por una chica. Un amigo en común los presenta y después de coincidir en que la música del local apenas puede oírse hablar, se van todos al apartamento. Allí hablan de cómo los singles de 45 revoluciones que se intercambian en el tocadiscos son la banda sonora de sus vidas – un reflejo un poco más fiel a la realidad ahora mismo sería una lista de reproducción en Spotify -, mientras el alcohol hace que sus cabezas se sientan un poco mareadas. La música de la canción da un giro dramático para cuando nuestro protagonista nos narra el momento en el que, al despertar, descubre a su chica abrazada al cuerpo de “quien ya dejó de ser nuestro amigo en común”. Un giro que en cualquier otro contexto sería simplemente trágico y triste, pero que con la voz y música de Hannon adopta tintes tragicómicos.



Por eso, quizás, el primer single del reciente “Foreverland” (2016), “Catherine the great” se parecía peligrosamente a una canción de Monty Python. Quizás por eso, recurriese a la misma parodía que utilizaba a veces el grupo de comedia casi inglés por antonomasia (recordemos que Terry Gilliam era estadounidense): hay un punto en el que el escenario se transforma en el plató de un acartonado y auto paródico programa de variedades televisivo ambientado en los 60 – incluyendo sintonía pregrabada -, incluyendo el romántico dueto que es “Funny Peculiar” que contó con la mismísima O`Neill como pareja de Hannon.



Para mí, ya con “Something for the weekend” y “National Express” (el “tema famoso” del grupo) ya podía irme más que contento a casa. Pero los bises con “Assume the perpendicular”, “Drinking Song” - recuerdos de “The Company” de Fish me asaltaron la cabeza – y “Tonight we fly” sellaron un show que, salvo un par de acoples en el micrófono, sonó de fábula y que nos mandó a todos más que contentos a casa.

Tan sólo me queda agradecer y animar a Nocturama por más shows así.


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