lunes, 17 de septiembre de 2012

APARCAR ES UN PLACER...INUSUAL, EL REGRESO: EL TEMA GORRILLA


De meiyor

Este artículo iba a empezar con un tópico, en plan “los globos de oro son la antesala de los Oscars”, o “Al nuevo gobierno hay que darle los 100 días de gracia”. Como ustedes ya saben, los tópicos son errores de concepto que se mantiene de forma tradicional para emitir un juicio de valor. En este caso, el tópico era “el alcalde lo está haciendo bien”.

Cuidado, ¡achtung! No estoy diciendo que Don Juan Ignacio Zoido no esté realizando convenientemente su labor, ni que sea mal alcalde, ni mucho menos. De hecho, diría que me cae bien, incluso personalmente. Durante un espacio de tiempo muy breve estuve compitiendo – y con altas puntuaciones - en la competición de “encuentros aleatorios con Zoido” -, a saber: un acto con la prensa antes de ser elegido (vale, eso es mas esperable) – después en una boda en la que estuve trabajando como cámara, mas tarde en la cafetería de mi barrio (por supuesto, le mencioné la boda a sabiendas de que no se iba a acordar, yo soy así) y después en otro acto de prensa.

Juan Ignacio Zoido

Fue en este último en el que se me ocurrió hacerle un comentario divertido sobre la supresión de el llamado “Plan Centro” - nada incendiario, no se crean, mas bien al revés – y se me recordó que los políticos no llegan a sus cargos por casualidad, y que siempre tienen el “modo discurso” en la posición de “on”. Obviamente, cuatro encuentros fortuitos no te hacen coleguita de un alcalde, y no me cabe duda de que el señor Zoido se toma muy en serio lo que hace, yo por mi parte me tomo muy en serio las promesas electorales. Por cierto, ¿pañales para los caballos de los paseos turísticos? Bueno, si se respeta siempre...

Y como habrán visto en este blog, no me importa mucho el signo político siempre y cuando se hagan las cosas “bien” y que den lugar a “ideas prácticas”. Entre ellas, fue un plan de actuación por parte del Ayuntamiento para atajar la problemática de los “gorrillas” o aparcacoches ilegales. Cuando un alcalde promete suprimir esta clase de cosas, pienso lo mismo que cuando un mandatario dice que va a erradicar la prostitución de su localidad: loable pero poco realista.

Sevilla 93

La problemática de la prostitución da, ya no para un post en el bitácora, sino para un libro. Así que un servidor se va a concentrar en los gorrillas. Aunque parezca increíble, antes de la actual crisis económica, España pasó por un proceso recesivo al poco de apagarse los fuegos artificiales del 92. Ya saben, la Expo, los Juegos Olímpicos, Madrid capital cultural europea... Todos fueron importantes acontecimientos que sirvieron para poner a nuestro país en el punto de mira de los destinos turísticos (más de lo que ya estaba, quiero decir), las noticias internacionales y mejorar nuestra imagen entre nuestros vecinos del continente.



El año 1992, con su quinto centenario del descubrimiento de América y otros fastuosos fastos, no estuvo exento de polémicas en lo que se refiere a su gestión. Llega un punto en el que es difícil diferenciar entre los acontecimientos reales y la rumorología, quizás lo mas adecuado es decir que cada uno se crea las mentiras que considere mas convenientes o que la ley llegó hasta donde pudo llegar para esclarecer ciertos hechos.

Si aceptamos que la actual crisis está causada por el endeudamiento continuado de la población y los gobiernos en una estructura macroeconómica tan fuerte como un castillo de naipes, entonces la crisis de 1993 (extensible hasta 1997), se podría explicar como el despilfarro desmesurado durante otra etapa de bonanza, pensando que los beneficios en las diferentes inversiones iban a dar un fruto mayor del que dieron.

Eso se puede interpretar sobre todo en el caso español, si bien se trató de una desgracia que alcanzó a buena parte del mundo, países como Canadá, en apariencia siempre blindados frente al paro y la criminalidad, también entraron en recesión. Quizás otra muestra de que la “globalización” y la “macroeconomía” no son conceptos especialmente novedosos, al menos en su significación mas hiriente y lamentable.

A los que nos pilló con una edad adolescente – o sea, con bastante pesimismo de serie – nos dio un toque de atención. Sobre todo por parte del perfil del parado medio mas desesperante, tal y como nos lo presentaban los medios: mas de 40 años, con amplia experiencia y formación. Es decir, gente con muy poco sitio a donde ir, ya sea por su escasa movilidad, el sueldo al que debían estar acostumbrados o por el “corto” periodo de tiempo que les restaba para jubilarse.



Una demostración palpable del sentir general sería el cambio que se produjo en la Isla de la Cartuja tras el paso de la Exposición Universal del 92. De los abundantes puestos de trabajo, el derroche de medios tecnológicos y la innovación técnica, pasamos a “Cartuja '93”, un intento de volver a utilizar las infraestructuras existentes que no pocos argumentan fue un buen principio para el fenómeno conocido como “agujero presupuestario”. Para las empresas y organismos que se ubicaron en los antiguos pabellones de la Expo, la jugada no les salió precisamente mal, aunque la isla tampoco es un paraíso para el aparcamiento, desde luego dista mucho de tener el aspecto lúgubre del clásico polígono industrial.

El problema, por supuesto, es para el resto de las instalaciones, como el apeadero de Renfe – lugar que ha tenido que volver a su función original, después hacer suya la palabra “cruising” - o la estación de teleféricos que sobrevolaban la isla, la cual se ha transformado en un ecosistema propio, con culebras de alarmante tamaño campando a sus anchas. (Una historia verídica que un día relataré con más detalle).

Se podría establecer un paralelismo entre el panorama laboral “posnoventaydos” y la Cartuja, con mucha gente en la calle sin un rumbo fijo, a los que hay que sumar a los señores que se dedican a menesteres menos... aceptables y que habían visto sus actividades mermadas durante el año de la Hispanidad. Si aceptáramos como cierto que el gobierno central llegó a un acuerdo con ETA para que no atentará durante las celebraciones olímpicas, o que la policía sevillana hizo todo lo posible para limpiar las calles de drogas de cara a la llegada de familias europeas acomodadas dispuestas a ver los últimos avances en espectáculos multimedia, ¿por qué no creer que muchos chorizillos y criminales de rango menor decidieron reinventarse en esa figura de vacío legal que es un aparcacoches hasta que el ambiente se relajara? Lo dicho, que cada uno se crea la película más conveniente, pero lo cierto es que el fenómeno de los aparcacoches ilegales se recrudeció en ese año e incluso fue protagonista de chanzas a nivel nacional.

Un señor con chaqueta corta y modales exquisitos

Tuve una profesora de latín – o mas bien, LA profesora de latín -, que intentando hacernos recordar los plurales nos propuso relacionarlo con el colectivo de los “vovis”. Esta palabra que lucía en las gorras de estos señores, indicaba que formaban parte de ese grupo de hombres en la cuarentena que ayudaban a los conductores a aparcar sus vehículos, y que, hasta donde podían, vigilaban que no les pasara nada “malo”. La “oficilización” - mediante convenio - de este puesto de trabajo puede verse como una de las múltiples ocurrencias de un ayuntamiento que intenta paliar como puede el paro a mediado de los noventa.

Por supuesto, los vovis se dieron de bruces contra los señores que ejercían la misma actividad oficiosamente, con las técnicas de un mafioso neoyorquino pero con un vocabulario peor y un olor corporal mucho menos agradable, a la par con el aliento. En lugar de un “creo que su coche necesita un poco de protección extra”, uno se encontraba con un “bueno bueno, si al coshe le pasa argo yo no me hago responsable”. Dicho esto, me gustaría recordar una interesante anécdota: un amigo de un amigo – lo que se llama un amigo consorte – al que llamaban “Tanque” (jugador de rugby, creo recordar) le respondió con una seriedad preocupante lo siguiente al simpático “gorrilla”: “Como le pase algo al coche, te mato”. No digo que sea ésta la forma de proceder mas conveniente, porque no se puede ir por la vida amenazando a todo el mundo, pero el vehículo no sufrió desperfecto alguno y el señor gorrilla desapareció durante un tiempo de las inmediaciones de la facultad, qué tiempos aquellos. Y siempre que puedo cuento esta historia.



Por supuesto, la existencia de los vovis, con sus pantalones rojos tirando a morado y sus camisas blancas, era de una complicación importante. Algunos de ellos se habían visto avocados a trabajar bajo el inclemente sol sevillano, dependiendo de la generosidad de los conductores – los “gorrillas” dependen mas bien de su tolerancia – después de muchos años ganándose el pan en empleos mas organizados y regulados.

La cuestión es muy simple, ¿Cómo es posible que un trabajo que anteriormente se asociaba a un señor con chaqueta corta y modales exquisitos, que te aparcaba el coche al llegar a una fiesta privada, se haya transformado en un incordio? Aunque tengo que admitir que lo de las fiestas privadas con aparcacoches es algo que he visto más en la tele que en la realidad.

El problema reside en que la calle se ha transformado en una jungla, en la que las plazas de aparcamiento sin complicaciones se ha transformado en una especie en peligro de extinción. Entre la saturación de vehículos, peatonalizaciones, zonas azules y gorrillas, el conductor medio se las ve y se las desea para dejar el coche medianamente cerca de su destino sin tener que apoquinar.

Un viejo amigo dice que él no suelta ni un duro, ni por las susodichas zonas azules ni por los gorrillas porque la calle es de todos. Por supuesto, este razonamiento tiene algo de trampa, ya que si esto fuera así de verdad, uno podría aparcar encima de la acera o en las salidas de los parkings, sí, estoy exagerando.

Puede que en algún momento, en según qué zonas, todos hayamos agradecido que un señor nos señalase un lugar libre para dejar nuestro vehículo, pero no creo que justifiquen el entramado de personas que te sueltan una fresca – por decir algo suave – en cuanto no aflojas un poco de dinero suelto por el servicio prestado. Y ahora viene la parte divertida...

Bami

Otra dificultad a la hora de hablar de este tema es que es muy complicado debatir algunos aspectos sin que a uno lo acusen de derechón y racista. Como puede que no lo haya dejado claro anteriormente, sinceramente creo que un señor blanco puede ser tan hijoputa como un señor negro o amarillo. Y pertenecer a una tendencia política o tener carné de un partido en concreto nunca te exime de ser un gilipollas.

Bami

Aclarado lo cual, a nadie se le escapa que muchos gorrillas, vendedores de pañuelos o collares en los semáforos pertenecen a minorías étnicas. Algunos de ellos se han transformado en personajes relativamente conocidos en Sevilla – si, el de Plaza de Armas – y son un vecino más en algunos barrios. Pero una visión tan idílica no se repite en otras partes de la ciudad, como por ejemplo Bami.


Para el que no lo sepa, Bami es una zona de fuertes contrastes, barrio obrero que limita por un lado con la Avenida de la Palmera, por otro con las Tres Mil Viviendas y por otro con el hospital Virgen del Rocío – aka Garcia Morato -, amén del privado Sagrado Corazón. Es decir, una equis marca el lugar. La confluencia de seres y estares se complica en épocas como la que nos encontramos, en las que el paro da tan fuerte en las costillas de la población – por no decir otra parte del cuerpo -, y el que más o el que menos tiene que hacer lo que pueda para poner comida encima de la mesa.

En este barrio (y alrededores) conectan los pintores de brocha gorda, el prestigioso periodista, la estudiante de arquitectura y el médico residente. La mayoría de ellos tienen un coche que aparcar y todos en un momento dado se las ven con el vovi oficial, con el señor que desaparecerá en cuanto el suelto le dé para comprar una papelina o con el caballero cuya ropa es demasiado fina como para ser de un aparcacoches veterano.

Todos ellos tienen que comer.

Herramientas para la policía

Siempre digo que la policía es, para muchos, un poco como Dios, no nos acordamos de ella salvo en los momentos de apuro. Un ejemplo sencillo de nuestra relación con las fuerzas de seguridad es cuando somos un poco más jóvenes y hacemos botellona (el término “botellón” es más casi de los medios, en Sevilla siempre utilizamos su acepción femenina) en la calle y un vecino se queja de que no puede dormir por nuestras actividades recreativas. Pero hasta hace unos años, la policía no podía hacer gran cosa porque beber en la calle no era ilegal, pasamos la cinta unos cuantos años hacia delante y nos hemos transformado en esos vecinos que necesitan una horas vitales de sueño para no presentarse en el trabajo con la cara de un extra de “The Walking Dead”.

Y ahora la policía sí puede multarte, en otras palabras, los cuerpos de seguridad tienen una herramienta para realizar una parte de sus funciones, en este caso, preservar el orden público. ¿Aboga un servidor por el derecho de cualquier español para poder beber en la calle? Tengo que admitir que al respecto tengo una actitud un poco egoísta: si no me toca el botellón en mi ventana, pues la verdad es que no me importa mucho. Pero entiendo la postura de las dos partes, a fin de cuentas beber una litrona no se diferencia demasiado de apurar unas cañas en la terraza de algún bar. Pero claro, el bar tiene una hora determinada de cierre, y si no, tiene la acústica convenientemente aislada.



Con los gorrillas pasa tres cuartos de lo mismo, hasta que Zoido no empezó a dar ciertos “poderes legales” a los agentes, éstos no podían hacer gran cosa salvo dar vueltas por las zonas mas conflictivas (Bami, el centro de la ciudad, Nervión o Triana), momento en el que los gorrillas ilegales se ocultaban, no vaya a ser que los policías estuvieran buscando algo más que alguien que cobre por decirte lo poco que le queda al coche para darse con el morro del vehículo que tienes detrás.

Pero una solución a veces significa otro problema; en el caso de los gorrillas se trata en muchas ocasiones de sujetos que si bien no han estudiado leyes, saben la diferencia entre una falta y un delito, entre un robo y un hurto, por lo cual, si un policía les multa por ejercer una actividad estipulada como ilegal, ellos se declaran insolventes. Aunque la policía tenga la disposición legal de “expropiarles” lo que lleven en los bolsillos, como mucho han perdido el trabajo de una mañana, todavía les queda la tarde.

Tipos, distribución y presidentas

Desde que el alcalde recrudeció la lucha por “limpiar” las calles, se han sucedido toda una clase de infortunios para aquellos en primera fila del conflicto (una palabra quizás demasiado grande para algunos). Un ejemplo claro es la presidenta de la asociación de vecinos de Bami, que después de ver su coche con pintadas desagradables, y sufrir diversas amenazas por parte de los gorrillas de la zona decidió dimitir, acompañada por su junta directiva, los cuales ya tenían bastante con una labor ya de por si ingrata.

Para las personas que progresivamente se dejan de forma diaria una pequeña pero continua cantidad de su paga en aparcar, la palabra “conflicto” no les parece excesiva. No todo el mundo es igual, obviamente, hay señores en el barrio nervionense o en las inmediaciones de la Clínica Sagrado Corazón (para todo hay clases, aparentemente) que van con sus camisas planchadas y sus pantalones de pinza, dispuestos a aparcar coches con toda la tranquilidad del mundo. Pero por uno de estos, existen tres o cuatro a los que no les hace falta ni siquiera que les niegues el suelto para ponerte cara de extrañeza, o algo peor.

Son los mismos de los que puedes sospechar que no van a usar el dinero para comer, sino para actividades ilícitas, de las que te dejan el esmalte dental hecho una pena y te quitan mas kilos o salud que la dieta Dukan combinada con cinco horas de método Pilates diarias. Para que vean que el vigoréxico mas pijo, como todos los extremos, se toca con el yonko (mas allá del yonki) mas arrastrado. Exageración realizada con fines humorísticos.



La cuestión es...¿Qué hacemos? ¿Dónde ponemos el límite? Un compañero me comentó que un equipo de un programa de televisión bajó una vez desde Madrid, y a la hora de comer afirmaron que en Sevilla era la ciudad en la que más veces habían tenido que repetir la expresión “no, gracias” por todos aquellos vendedores de kleenex en los semáforos, músicos callejeros con movimiento incorporado (teclados, acordeón) y aparcacoches.

Tiendo a pensar que esto es un intento de imitar la cacareada exageración andaluza, porque en Madrid los gorrillas tampoco es que se cuenten con los dedos de la mano, precisamente, y por lo general son un poco más agresivos que en la capital hispalense. Cosas de una vida mas rápida y tensa, digo yo.

Pero como dije al principio, los aparcacoches ilegales son un poco como la prostitución callejera, uno los puede amonestar, incluso detenerlos, pero como mucho esto se traduce en un cambio de ubicación. Igual que ha sucedido con el fenómeno del botellón, lo que se ha conseguido es escindir a la juventud en pequeños grupos que se compran su lote y ya irán quedando después para beber juntos, o no.

La reforma legal que consiga resolver estos problemas no se puede sostener sólo en la vertiente jurídica. Hacen falta efectivos, algo de lo que no vamos muy sobrados, y con ello terminamos en la queja que algunos podrían esgrimir para no considerar este asunto lo bastante molesto como para buscar una solución pronto: “¿No habrá, acaso, delitos mas importantes de los que preocuparse?”

Descampado

El coche de empresa de uno de mis antiguos empleos se aparcaba en un descampado que utilizan casi todos los trabajadores de la zona que no tienen plaza en alguno de los edificios colindantes (es decir, el 90%). Por la mañana, una... ¿señora? te cuenta sus penas, la mala salud de su compañero y el frío (o calor, dependiendo de la época) que está pasando. A media tarde aparece el compañero y entre semana no hay nadie por la noche.

Los fines de semana, cuando cae la noche, unos señores, probablemente de procedencia africana (o sea, piel de ébano, sí, negros ¿vale?) se reparten el descampado entre aquellos que van a las discotecas cercanas o disfrutan bebiendo en la palpitante oscuridad (referencia lovecraftiana) del sitio (¿¿¿?????). A estos señores no les importa lo cargado con equipo que salgas del coche, siempre te van a pedir algo.

Igualmente, en algunas zonas, los vovis te dan un ticket (difícil de incluir en la contabilidad, por tratarse de una “participación voluntaria”) mientras se pelean por la imaginativa distribución que los gorrillas mellados de mandíbula desencajada han hecho de la zona. Y estos también se pelean entre ellos, comparando una frágil antigüedad o veteranía en el barrio. Otra zona de aparcamiento de esas que llevaban muchos años preparadas para un gran bloque de pisos, transformada en una suerte de parking privado, sin casi ninguna de sus ventajas.

¿Y el resto de nosotros? Mientras rezamos para no vernos en la situación de tener que salir a la calle para hacer lo mismo, nos preguntamos si el problema es la falta de empleo – más que probable -, la droga – tampoco se queda muy atrás – o la legalidad vigente. En realidad, lo que queremos es poder aparcar sin tener que está mirando otra cosa que no sea el hueco que hay para meter el coche. Ah, y que nuestro vehículo esté como lo dejamos a la vuelta. Pero eso no es garantizable, ni siquiera sin gorrillas.

Mientras eso sucede, algunos abogan por un “Lo siento, pero no tengo nada”. Y eso cada vez es más verdad que excusa. 

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