miércoles, 12 de septiembre de 2012

HISTÓRIAS VERÍDICAS: ESTAMOS VENDIDOS


Otro post sin fotos o hiperenlaces, como los inicios del Internet, pero con la salvedad de que tampoco tiene fondos horteras.

Ubiquemos la acción: en Sevilla, la Avenida de la Cruz del Campo termina en la Gran Plaza, muy cerca está la Parroquia de la Inmaculada Concepción – que es el nombre con el que la conocí cuando era pequeño – en una intersección entre la avenida y la calle Cristo de la Sed. Para entrar a dicha calle desde Cruz del Campo, hay un semáforo adicional a la izquierda, por lo que hay que pararse, “inutilizando” de forma temporal uno de los carriles.

Noche del sábado, un Citroën C5 Picasso está parado en dicho semáforo, esperando que se ponga en ámbar el adicional. Un Seat Ibiza se aproxima a una velocidad que no solo sobrepasa el límite legal en ciudad, sino que lo golpea con un calcetín sudado relleno de duros antiguos, de los de Cádiz. Lo conduce lo que parece ser una chica – en un momento dado se vislumbra una coleta – con la música de bombo imperturbable a toda mecha. No llega a golpear al C5 que lleva todo el tiempo de su parón con el intermitente izquierdo activo, pero se pasa al otro carril por un margen muy estrecho y se permite el lujo de pitar, como si estuviese denunciando la temeridad del otro coche por estar parado en mitad de la calle sin ninguna motivación aparente.

El Citroën prosigue su marcha con normalidad, está ocupado por dos mujeres, ninguna de ellas especialmente joven, pero una de ellas es de edad mucho más avanzada. Probablemente madre e hija, conduce la que podría ser ésto último. Puede que la madre no haya reparado en lo sucedido, pero es más que seguro que a la posible hija se le haya cerrado el cerito sexual ante la perspectiva de un choque posterior ante el cual no podía hacer nada, salvo quitarse de en medio, realizando una maniobra aún mas arriesgada que es saltarse un semáforo en una intersección, y si algún vehículo les golpease, aparte de los traumas físicos que pudieran producirse está la responsabilidad legal, a ver quién encuentra testigos para confirmar la historia del Ibiza.

Obviamente, deberíamos suponer que la conductora del Seat no había pasado nunca por la zona, desconociendo la existencia del semáforo adicional, lo cual no explica que fuera a la velocidad que iba, ya que si hubiera pisado un poco el freno se habría dado cuenta de el motivo por el que el Picasso estaba parado. Puede que en su cerebro, el coche simplemente estuviera tomándose con mucha calma el avance o girar, puede que después de haber usado el claxon se diese cuenta de su error... o no.

Puede que su cambio de carril a última hora se debiese al pensamiento que tenemos muchos al volante alguna vez, un pensamiento lleno de preocupación por los límites de la resistencia física ante el choque de múltiples partículas férreas contra otras, una observación sobre la fragilidad de las circunstancias y el propio ser cuya existencia puede cambiarse en una fracción de segundo. En otras palabras:

¡Ostias, que me la pego!”

Y eso mismo debió cruzar la cabeza de la conductora del C5.

Debemos darnos cuenta de que conducir es un acto que entraña muchos riesgos. Es famoso el dato de que muchos de los accidentes que sufrimos suelen suceder en casa, rodeados de y usando los objetos que conocemos. Porque ¿quién no se ha cortado con un cuchillo jamonero? (Acto para el cual no hace falta ni siquiera un jamón en casa, créanme). Pues imagínense que corremos con dicho artefacto, mientras otras personas a su vez, lo tienen colgado de sus espaldas, eso es en cierta forma conducir.

Llegados a este punto, se podría pensar que exagero, que en realidad no es para tanto y que unos cuantos inconscientes no representan al grueso de los conductores. El problema es que los “inconscientes” somos todos en un momento dado, porque no me creo que NADIE no haya sobrepasado NUNCA el límite de velocidad, o cambiado el sentido de la marcha cruzando un línea continua, o tomarse la libertad de entrar en una calle a contramano porque hay un hueco para aparcar. Algo que se ve mucho mas razonable cuando llevas media hora buscando un sitio para dejar el coche y entrar en esa calle “por lo legal” implica un tiempo que podría utilizar otro conductor para “robarnos” el espacio.

Los conductores estamos vendidos ante la desesperación, incompetencia o despistes de otros. Y eso ni siquiera incluye a conductores: ciudadanos que deciden comprobar si el hecho de estar cruzando un paso de cebra en un semáforo en rojo les otorga algún tipo de invulnerabilidad, animales domésticos que opinan que una estructura grande, ruidosa y sobre ruedas merece un examen detallado mientras se detienen ante ella, o cajas de cartón situadas en la vía que no estaban tan vacías como uno podía suponer.

Por supuesto, a todos nos puede pasar cualquier cosa en casa o nos puede caer el consabido piano de cola encima, y esos pueden ser accidentes sobre los que tenemos un cierto control – ya saben, “vigilen los cielos” -, pero mucho menos en el caso de estar al volante. Recordemos, llevamos una maquinaria pesada – no tanto como un tractor, pero bastante dañina si te pasa por encima del dedo gordo del pie derecho -, a una velocidad media que suele ser el triple de la que desarrollamos corriendo al borde de la implosión de nuestros pulmones.

Conducir es un derecho privilegiado, todos podemos hacerlo porque, en el fondo, no es tan difícil hacerlo bien, pasado el susto inicial de circular a ciertas velocidades, todo es cuestión de reflejos, prevención y una cierta lógica. Muchas veces, actuamos al volante de una manera que parece que estuviéramos manejando un arcade de conducción – tipo “Need for Speed” - que un coche de verdad, pero no es cierto, no tenemos coches que se autorreparen ni vidas infinitas, ni esto es una carrera, ni nos dan más puntos por destruir mobiliario urbano. Para los que viven en recónditas urbanizaciones o en pequeños pueblos, conducir es una necesidad, y pagan lo mismo (sino más) que los que vivimos en ciudades de cierto tamaño en lo referente a autoescuelas, gasolina y peajes.

Por eso conducir es un “derecho privilegiado”, porque cuesta mucho ejercerlo, pero es muy fácil de perder. Se rumorea que el gobierno se está planteando ampliar el límite de velocidad al tiempo que contempla una tolerancia cero al alcohol en la sangre para los conductores. Me imagino que siguiendo la estela alemana, como en muchas otras cosas. ¿Nos hará eso conductores mas responsables? El tiempo lo dirá, pero ojalá hubiese una forma de desarrollar una tolerancia cero ante los accidentes automovilísticos, alguna forma de que nuestros despistes, arrogancia y temeridad no desembocase en terribles consecuencias.

Mientras descubrimos esa manera, pensemos que las extrañas maniobras de los que van delante y detrás de nosotros en la calzada tienen algún tipo de lógica e intentemos alejarnos cuando parezca que esa lógica ha desaparecido.

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