Otro
post sin fotos o hiperenlaces, como los inicios del Internet, pero
con la salvedad de que tampoco tiene fondos horteras.
Ubiquemos
la acción: en Sevilla, la Avenida de la Cruz del Campo termina en la
Gran Plaza, muy cerca está la Parroquia de la Inmaculada Concepción
– que es el nombre con el que la conocí cuando era pequeño – en
una intersección entre la avenida y la calle Cristo de la Sed. Para
entrar a dicha calle desde Cruz del Campo, hay un semáforo adicional
a la izquierda, por lo que hay que pararse, “inutilizando” de
forma temporal uno de los carriles.
Noche
del sábado, un Citroën C5 Picasso está parado en dicho semáforo,
esperando que se ponga en ámbar el adicional. Un Seat Ibiza se
aproxima a una velocidad que no solo sobrepasa el límite legal en
ciudad, sino que lo golpea con un calcetín sudado relleno de duros
antiguos, de los de Cádiz. Lo conduce lo que parece ser una chica –
en un momento dado se vislumbra una coleta – con la música de
bombo imperturbable a toda mecha. No llega a golpear al C5 que lleva
todo el tiempo de su parón con el intermitente izquierdo activo,
pero se pasa al otro carril por un margen muy estrecho y se permite
el lujo de pitar, como si estuviese denunciando la temeridad del otro
coche por estar parado en mitad de la calle sin ninguna motivación
aparente.
El
Citroën prosigue su marcha con normalidad, está ocupado por dos
mujeres, ninguna de ellas especialmente joven, pero una de ellas es
de edad mucho más avanzada. Probablemente madre e hija, conduce la
que podría ser ésto último. Puede que la madre no haya reparado en
lo sucedido, pero es más que seguro que a la posible hija se le haya
cerrado el cerito sexual ante la perspectiva de un choque posterior
ante el cual no podía hacer nada, salvo quitarse de en medio,
realizando una maniobra aún mas arriesgada que es saltarse un
semáforo en una intersección, y si algún vehículo les golpease,
aparte de los traumas físicos que pudieran producirse está la
responsabilidad legal, a ver quién encuentra testigos para confirmar
la historia del Ibiza.
Obviamente,
deberíamos suponer que la conductora del Seat no había pasado nunca
por la zona, desconociendo la existencia del semáforo adicional, lo
cual no explica que fuera a la velocidad que iba, ya que si hubiera
pisado un poco el freno se habría dado cuenta de el motivo por el
que el Picasso estaba parado. Puede que en su cerebro, el coche
simplemente estuviera tomándose con mucha calma el avance o girar,
puede que después de haber usado el claxon se diese cuenta de su
error... o no.
Puede
que su cambio de carril a última hora se debiese al pensamiento que
tenemos muchos al volante alguna vez, un pensamiento lleno de
preocupación por los límites de la resistencia física ante el
choque de múltiples partículas férreas contra otras, una
observación sobre la fragilidad de las circunstancias y el propio
ser cuya existencia puede cambiarse en una fracción de segundo. En
otras palabras:
“¡Ostias,
que me la pego!”
Y
eso mismo debió cruzar la cabeza de la conductora del C5.
Debemos
darnos cuenta de que conducir es un acto que entraña muchos riesgos.
Es famoso el dato de que muchos de los accidentes que sufrimos suelen
suceder en casa, rodeados de y usando los objetos que conocemos.
Porque ¿quién no se ha cortado con un cuchillo jamonero? (Acto para
el cual no hace falta ni siquiera un jamón en casa, créanme). Pues
imagínense que corremos con dicho artefacto, mientras otras personas
a su vez, lo tienen colgado de sus espaldas, eso es en cierta forma
conducir.
Llegados
a este punto, se podría pensar que exagero, que en realidad no es
para tanto y que unos cuantos inconscientes no representan al grueso
de los conductores. El problema es que los “inconscientes” somos
todos en un momento dado, porque no me creo que NADIE no haya
sobrepasado NUNCA el límite de velocidad, o cambiado el sentido de
la marcha cruzando un línea continua, o tomarse la libertad de
entrar en una calle a contramano porque hay un hueco para aparcar.
Algo que se ve mucho mas razonable cuando llevas media hora buscando
un sitio para dejar el coche y entrar en esa calle “por lo legal”
implica un tiempo que podría utilizar otro conductor para “robarnos”
el espacio.
Los
conductores estamos vendidos ante la desesperación, incompetencia o
despistes de otros. Y eso ni siquiera incluye a conductores:
ciudadanos que deciden comprobar si el hecho de estar cruzando un
paso de cebra en un semáforo en rojo les otorga algún tipo de
invulnerabilidad, animales domésticos que opinan que una estructura
grande, ruidosa y sobre ruedas merece un examen detallado mientras se
detienen ante ella, o cajas de cartón situadas en la vía que no
estaban tan vacías como uno podía suponer.
Por
supuesto, a todos nos puede pasar cualquier cosa en casa o nos puede
caer el consabido piano de cola encima, y esos pueden ser accidentes
sobre los que tenemos un cierto control – ya saben, “vigilen los
cielos” -, pero mucho menos en el caso de estar al volante.
Recordemos, llevamos una maquinaria pesada – no tanto como un
tractor, pero bastante dañina si te pasa por encima del dedo gordo
del pie derecho -, a una velocidad media que suele ser el triple de
la que desarrollamos corriendo al borde de la implosión de nuestros
pulmones.
Conducir
es un derecho privilegiado, todos podemos hacerlo porque, en el
fondo, no es tan difícil hacerlo bien, pasado el susto inicial de
circular a ciertas velocidades, todo es cuestión de reflejos,
prevención y una cierta lógica. Muchas veces, actuamos al volante
de una manera que parece que estuviéramos manejando un arcade de
conducción – tipo “Need for Speed” - que un coche de verdad,
pero no es cierto, no tenemos coches que se autorreparen ni vidas
infinitas, ni esto es una carrera, ni nos dan más puntos por
destruir mobiliario urbano. Para los que viven en recónditas
urbanizaciones o en pequeños pueblos, conducir es una necesidad, y
pagan lo mismo (sino más) que los que vivimos en ciudades de cierto
tamaño en lo referente a autoescuelas, gasolina y peajes.
Por
eso conducir es un “derecho privilegiado”, porque cuesta mucho
ejercerlo, pero es muy fácil de perder. Se rumorea que el gobierno
se está planteando ampliar el límite de velocidad al tiempo que
contempla una tolerancia cero al alcohol en la sangre para los
conductores. Me imagino que siguiendo la estela alemana, como en
muchas otras cosas. ¿Nos hará eso conductores mas responsables? El
tiempo lo dirá, pero ojalá hubiese una forma de desarrollar una
tolerancia cero ante los accidentes automovilísticos, alguna forma
de que nuestros despistes, arrogancia y temeridad no desembocase en
terribles consecuencias.
Mientras
descubrimos esa manera, pensemos que las extrañas maniobras de los
que van delante y detrás de nosotros en la calzada tienen algún
tipo de lógica e intentemos alejarnos cuando parezca que esa lógica
ha desaparecido.
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