martes, 16 de diciembre de 2014

CAYETANA FITZ-JAMES STUART (1926-2014)


El otro día la duquesa nos dio un susto”, con esas palabras, un fotógrafo, sin él saberlo, me acababa de anunciar un declive en la salud de Doña Cayetana Fitz-James Stuart, el cual, a diferencia de en otras ocasiones, no iba a quedarse en ese mero susto, sino que significó el comienzo de un adiós final a una mujer cuyo nombre está innegablemente ligado a Sevilla. Ya sea porque fijara aquí su residencia durante casi toda la vida, por lo mucho que se involucrara en muchos actos sociales o religiosos, ya fuera porque, simplemente, la ciudad, parece ser, le guardaba mucho cariño.

Escribo estas líneas sin buena parte del sarcasmo habitual. Con la esperanza de que salgan “al mundo” cuando ya hayan terminado los innumerables golpes en el pecho, panegíricos y comunicados oficiales que habrán jalonado los distintos medios, redes sociales así como demostraciones públicas de afecto – o rechazo – hacia la figura de La Duquesa de Alba.

Porque es lógico y normal. Mis amigos de derechas incluso se habrán personado en la capilla ardiente para mostrarle sus respetos, mientras que mis amigos de izquierdas – sí, porque yo no soy tan imbécil como para decir “yo no tendría como amigo a alguien que pensara de tal o cuál manera”, ya que de todo aprende uno -, no han perdido fuelle en llenar sus muros con reflexiones del tipo “¡No os dejéis engañar, no era una mujer del pueblo, formaba parte de la oligarquía que oprime a este país!”



Y probablemente, los razonamientos para llevar a cabo esas manifestaciones sean totalmente acertados. Bien por ellos. Uy, perdón, sí, el sarcasmo...

Después de la muerte de Doña Cayetana, de hecho, otro fotógrafo, al coincidir en una “convocatoria” me comentó que se había empezado a recolectar unos 8 euros para una corona que se enviaría a nombre de la prensa sevillana. Decliné amablemente la invitación a participar, no por tacaño, sino por dos razones: Primero para evitar un acto de hipocresía por mi parte (lo explico más abajo), y segundo, porque tal y como dije en voz alta “ya le rendiré homenaje a mi manera”. Este es.



Pero no quiero llenar estas líneas de ditirambos y parabienes a posteriori. No tendría sentido, por mucho que a más de un periodista o a más de un reportero gráfico se le llene la boca con afirmaciones del tipo “yo es que he estado mucho tiempo a su lado” - ¿Perdón? ¿Eso no tendría más sentido que lo dijera que lo dijesen sus amigos más cercanos y sus familiares? -, a la hora de hablar de La Duquesa, en realidad, yo tan sólo puedo ofrecer una visión de cercana lejanía. Ésa a la que tiene acceso buena parte de los que nos hemos subido una cámara al hombro para grabar a esta mujer en algún momento.

Si en la entrada sobre Sevilla Magazine explicaba mi cariño por El Correo de Andalucía por un hecho tan simple y fortuito como que hice las prácticas en dicho periódico, sentir esa extraña cercanía por Doña Cayetana también tiene que ver con que ella fue la primera persona “conocida” (las comillas son por el eufemismo) la que grabé con una cámara profesional, en este caso una Betacam SP – sí, han leído bien, en esa liga jugamos – durante mi periodo inicial en una agencia de noticias.

Lo recuerdo bastante bien aunque se me escapen no pocos detalles. Fue en Utrera, yo aún no me había sacado el carnet de conducir (si bien me faltaba poco) y tuvo que conducir la redactora hasta la localidad sevillana. Se inauguraba una exposición de objetos antiguos, algo difícil de olvidar, ya que por el hecho de querer posicionarme correctamente para una toma, le dí una patada a una especie de gong arcaico, con el consiguiente ruido delator de que algo se había caído al suelo. Ustedes ya saben, los cámaras siempre andamos así.




No recuerdo lo que se le preguntó a La Duquesa, probablemente alguna tontería sobre su vida privada, o la vida privada de alguno de sus hijos, o de alguna ex-pareja de algunos de sus hijos, o... vamos, nada que fuera a cambiar el mundo. De eso hace ya unos 8 años, sería la primera de muchas ocasiones.

Pero no se crean que soy capaz de responder a la pregunta de “¿Cómo era Cayetana?” Primero porque yo nunca la nombraría sin añadir un “Doña” por delante. No por sus innumerables títulos nobiliarios – los cuales, sumados resultan en más de los que posee Don Juan Carlos de Borbón, como no pocas personas que trabajan en los medios han recalcado en múltiples ocasiones – sino por el mero hecho de ser una mujer, una señora mucho mayor que yo.

En mi caso, tan solo puedo aportar las cosas que he visto, aquellas de las que puedo estar seguro hasta cierto punto, pequeñas historias, pero, insisto, es mi homenaje particular.

Hasta donde yo sé, y como suele ocurrir en estos casos, Doña Cayetana era mucho más cercana o accesible que buena parte de la gente que le rodeaba. Es un clásico: alguien famoso o rico es seguido por personas que quieren salir en una foto a toda costa con el personaje y se extralimita por hacerle la pelota. La Duquesa, como buena presumida – y que conste que no lo digo como algo malo, sino como un mero rasgo de personalidad – se dejaba agasajar por esta gente, pero siempre me dio la impresión de que era muy consciente de quiénes eran las personas que realmente eran sus amigas, entre ellas, figuras públicas y algunos de sus empleados, por no hablar, por supuesto, de su tercer marido, Don Alfonso Diez.



En este punto, me gustaría tener un recuerdo para Manolo, su chófer de muchos años. Un hombre eternamente preocupado porque su jefa – una mujer para la que había trabajado durante casi toda su vida laboral – no pasara malos tragos con la prensa, siempre intentando despistar a los vehículos en los que iban subidos fotógrafos, dispuesto a inducir a error a los redactores - “no hombre, yo he traído el coche para otra cosa, La Señora no ha venido” - o por no aparecer en televisión a toda costa, “a mi me borráis después”, con la desafortunada profecía de “Esta mujer me va a enterrar” (refiriéndose a la férrea salud de Doña Cayetana) siempre en la boca.

Desafortunada porque al final fue cierto, Don Manolo falleció de un infarto a pesar de ser mucho más joven que La Duquesa. Cosas de este loco mundo, cuando lo supe, yo no estaba trabajando “en la calle”, pero me dio mucha pena, no era una lealtad quebrantable la que este señor profería a Doña Cayetana.

A diferencia, me temo, de algunas personas de su entorno, para las cuales la consabida frase de “30 piezas de plata” les vendría incluso grande. Sí, lo que acabo de escribir es una de esas crípticas afirmaciones que sólo yo entiendo. O no.

Pero otra cosa que recuerdo de La Duquesa es que siempre estaba dispuesta a darle la mano o unos besos a cualquier niño que le ofreciera un caramelo – como el hijo de mi primo – o de asistir a una gala benéfica para darle algo de notoriedad extra, aunque eso implicara el mal trago de vérselas con algunas preguntas no muy agradables por parte de los micrófonos de las agencias... y la gente que los sujetaba, claro.

En este sentido, La Duquesa era complicada de interpretar, cualquier que haya visto “Aquí hay tomate”, recordará la poco disimulada alegría que le deba a la mujer cuando veía a Miquel abordarla en algún acto. Sin duda, tenía una capacidad innegable para reírse de sí misma, aunque con toda probabilidad, reportajes como el presentado por Toñi Moreno – lo que Monegal definiría como “un masaje” -, eran mucho más de su gusto. Con todo, me da la impresión de que para Doña Cayetana, la prensa, salvo algunas de sus amistades en los periódicos, era un mal necesario.

Ahora, echando la vista atrás, muchos dicen “La Duquesa fue una mujer que vivió como quiso”, a lo que otros responden “claro, ella se lo podía permitir”. Y ambos tienen razón, pero, insisto, hay personas en una posición similar a la que estaba Doña Cayetana – y me temo que sólo puede ser similar porque no se me ocurre nadie que pueda estar en una posición realmente parecida-, que llevaron y llevan una vida mucho más alambicada, forzando una imagen de absurda respetabilidad.



En sus últimos años, antes de que Don Alfonso entrase en su vida como pareja – y después como esposo -, llevaba una rutina muy sencilla a diario: comer fuera con sus amigas, ir al cine, hacer algunas compras en sus tiendas favoritas (sobre todo de antigüedades) y, cuando se terciaba, acudir a algún evento.

En este sentido, hay una cantidad interesante de pequeños detalles y anécdotas absurdas. Por ejemplo, Doña Cayetana iba mucho al Avenida Cinco Cines, especializado en proyectar películas en versión original subtitulada, y no precisamente de Hollywood. No sé cuántos idiomas hablaba esta mujer, pero desde luego su elección de géneros podía epatar al más pintado. En todo caso, uno de los días que eligió esta sala, se pasó por allí su ex-yerno, Francisco Rivera, justo en uno de esos momentos en los que todo el mundo buscaba declaraciones de La Duquesa. El torero no estaba haciendo otra cosa que sacar su perro a pasear (vivía muy cerca del cine en aquel entonces), y los fotógrafos bromearon con él para que se esperase a que Doña Cayetana saliera y se hicieran una foto los dos juntos. La cara de Francisco de “ehhh, mejor no” era digna de un marco. En aquella época, el hijo de Paquirri ya había hecho un par de gestos públicos que vaticinaban el deterioro de su relación con Eugenia Martínez de Irujo.

Otra historia relacionada con su afición tiene que ver con la época en la que el Multicine de Camas se transformó en su predilecto: vimos desde la puerta de acceso a las salas que llegaba al final del pasillo y torcía a la derecha. Preguntamos a la gente del cine qué salas había en ese lado, más por mera curiosidad que por auténtico interés periodístico. Resulta que podía haberse metido en la 13 o la 14, en una estaba “Death Race” (con lo cual nos metemos en territorio más típico del blog) y en la otra... “Camino”.

Aunque me haga mucha gracia imaginarme a Doña Cayetana viendo una cosa tan salida de madre como “La carrera de la muerte”, la realidad era que se metió a ver el film de Fesser. Nuestra vida como trabajadores de los medios se hubiera vuelto mucho más interesante si le hubiéramos preguntado a La Duquesa qué opinaba de un largometraje que daba una visión tan poco amable del Opus Dei. Pero, probablemente había asunto de importancia mundial mucho más interesantes por los que preguntar, como algún fuego cruzado de declaraciones sobre alguna nimiedad privada.

Pero una pequeña tontería que a mi me sirvió de revelación fue el intercambio de palabras que tuvo La Duquesa con el otrora alcalde de Sevilla, Don Alfredo Sánchez Monteseirín. Estábamos en una entrega de premios – la del Festival de las Naciones, si no me equivoco - y tanto la duquesa como el edil llevaban unas cuantas citas durante la misma semana, lo cual provocó el siguiente intercambio de palabras durante el posado con Don Alfredo para la prensa:

La Duquesa: Hay que ver que nos hemos visto Lunes, Martes y Miércoles.

Alcalde: Bueno, pues nos tendremos que inventar algo para vernos el jueves.

Tras lo cual Doña Cayetana se echó a reír, una buena carcajada completamente sincera. Y ese detalle siempre me ha hecho pensar que esta señora había visto pasar a gobernadores civiles, alcaldes, obispos, presidentes... distintas ideologías, distintos tiempos, distintas zonas de influencia. Pero todos se acababan haciendo una foto con ella, como si fuera una distinción, por eso mismo no pude evitar la tentación de pedirle hacernos una foto juntos hace años durante su asistencia a una de las ediciones del Rastrillo Nuevo Futuro en el hotel Meliá Lebreros.



Y sí, Tom Cruise, también tiene una foto con La Duquesa. Un día hablaremos de la pesadilla que fue para los medios el rodaje de “Knight and day”.



La cuestión es que La Duquesa siempre estaba ahí, no era un bastión de ningún viejo régimen, creo yo, ni tampoco pretendía ser un símbolo de la mujer independiente y moderna. Simplemente vivía, cierto, lo tuvo más fácil que la mayoría de nosotros para ser madre de cinco y casarse en tres ocasiones, pero supongo que la endereza con la que superó algunas desgracias personales sirven como reflejo de aquella vieja verdad que dice que hay cosas que no puede comprar el dinero.

Pero sí, las penas con la barriga llena son menos pena. Ahora bien ¿Qué se supone que tenía que haber hecho? ¿Vender todas sus propiedades y mudarse a un pisito en el extrarradio? Yo no lo acabo de ver...

Ya he mencionado a sus hijos, me gustaría resaltar que la relación que estos han mantenido con la prensa ha sido mucho más complicada que el pulso ambivalente que su madre siempre mantuvo con los focos y los objetivos.

Pero, observado con frialdad ¿Cómo han podido nunca creer que la atención mediática no iba a centrarse en sus vidas en un momento u otro? Además de ser los retoños de una Grande de España, cada uno tuvo su buena ración de bombas informativas, incluso si no eran provocadas por ellos mismos.

Eugenia se casó con, no sólo un torero, sino con el hijo de una mujer que no pocos llamaban “La reina de corazones”, Cayetano mantuvo una relación muy pública con Mar Flores – fugaz pero intensa acaparadora de portadas en el papel cuché -, mientras que Jacobo se casó en segundas nupcias con una ex-presentadora de televisión. Y eso por no hablar de rumorologías, traiciones por parte de supuestos “amigos” en la prensa u otros disparos a ciegas por parte de contertulios o comentaristas.

En este sentido, la actitud de Don Alfonso Diez siempre me ha parecido la correcta: nunca ha dado motivos para pensar que su afecto nacía de cualquier tipo de interés. Aunque en muchas cabezas no cabe que semejante relación, la que mantuvo con Doña Cayetana, tuviese una explicación racional – ustedes no saben nada de Edith Piaf ¿Cierto? -, yo tengo muy claro que, más allá de chascarrillos malintecionados, este hombre sentía (y siente) un cariño por La Duquesa que se puede traducir fácilmente en múltiples términos que resulten más digeribles para nuestras bienpensantes cabezas: “Amor otoñal”, “Ella necesitaba alguien con quien estar, ahora que cada hijo hacía su vida”...

Educado pero sin hacer ninguna declaración que se prestase a ser interpretada de un modo extraño (ya hay demasiada gente con un máster en esas lides), Don Alfonso siempre ha sabido mantenerse como el discreto acompañante que nunca pudo ser. Desde aquí mi más sentido pésame.

Pero antes de acabar esta entrada me gustaría compartir tres imágenes. La primera no la tengo a mano, pero espero que tengan capacidad para imaginársela. Cuando La Duquesa tuvo que pasar en una ocasión por quirófano, todos sus hijos acudieron a la Clínica Sagrado Corazón, LA clínica privada de Sevilla. Y aquello, desde mi humilde punto de vista, fue LA foto de la operación: alrededor de una mesa, los herederos de una inmensa fortuna, tomando café como cualquier familia preocupada porque una intervención salga bien. Sí, vale, como cualquier familia con dinero para costearse una clínica privada.

La segunda corresponde a, precisamente, la entrega de premios solidarios de El Festival de las Naciones, en el Hotel Alfonso XIII. Como me señaló una periodista que había entrevistado a Doña Cayetana en múltiples ocasiones, le gustaba mi foto porque “era muy ella”. Sin duda no es una foto simpática como en la que salimos los dos sonriendo. Empero, a mí, como a mucha gente que alguna vez ha tenido una cámara entre las manos, La Duquesa me ha sonreído, me ha gritado (literalmente, al menos todo lo que podía a su edad), me ha ignorado y ha respondido sin problema algunas preguntas que me ha tocado hacerle. En cierta ocasión – de la que no tengo prueba documental, lamentablemente -, me llegó a decir que a ella no había ni que andarle detrás ni nada por el estilo porque, según sus propias palabras “no soy una persona pública”.





Como ustedes se pueden imaginar, semejante afirmación me dejó un poco perplejo – sí, ya sé que ustedes están pensando en una expresión equivalente a “perplejo” pero no voy a usarla en este post -, ya que, para mis adentros me pregunté “Bueno, si ella no es una persona pública ¿Quién lo va a ser???”

De ahí que quiera terminar con el siguiente vídeo, que es, de hecho, cómo quiero recordarla. Les explico, era la primera vez que veía a Doña Cayetana después de las “vacaciones”, La Duquesa había pasado parte del periodo estival en Madrid, donde, según sus empleados, siempre se aburría un poco porque no tenía las amistades de las que podía disfrutar en Sevilla.

Yo estaba casi al final de un periodo en una agencia y Manolo salió a la puerta para pedirme que no siguiera a su coche, que su jefa tan sólo iba a ir a una tienda de antigüedades para volver al rato, por lo que le gustaría poder visitarla tranquila. Accedí, no recuerdo si a cambio de que me atendiese a la vuelta o si eso fue proposición del propio Manolo. La cuestión es que su Volvo, con los cristales de atrás tintados, salió sin que mi cámara saliese de la mochila. Jugándomela un poco, todo hay que decirlo, en ese momento no había ningún cámara, fotógrafo o periodista cerca, o mejor expresado, no daba la impresión de que hubiese ninguno cerca.

Al rato, volvió el coche, y tal como se puede ver en el vídeo, se para, el cristal empieza a bajarse y Doña Cayetana me sonríe. De hecho, me da las gracias y... me miente. Por escrito se pierde un poco la intención, no es un “me miente” con un tono dolido sino más bien en plan “¡Y va y me miente!” Ya que a mi pregunta-pefecta-para-ganar-un-Pulitzer “¿Se va usted a casar?” Ella me contesta “no”, aunque, en honor a la verdad, redondeó la respuesta con un “no quiero hablar de nada en particular”. Pero sí, planeaba casarse.



Odio los artículos sobre personas que acaban de fallecer que se cierran con un “fue un amasijo de contradicciones, como todos nosotros, en el fondo, una persona”. Pero en esta ocasión en particular me permito parafrasear a un amigo que, como a veces ocurre (si bien, no tan a menudo como me gustaría) dio en el clavo en su estado de Facebook: “Con admiradores y detractores, ha muerto una madre y una abuela”.

Descanse en paz.

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